domingo, 9 de octubre de 2016

Moral y Religión en Kant II Parte

Por: Carmelo Morales Marcos. Licenciado en Geografía e historia por la UNED; licenciado en Teoría de la Literatura por la Universidad Complutense de Madrid; máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de Madrid y doctorando en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de Madrid.

Correo electrónico: karmelo777@hotmail.com

Immanuel Kant
En esta segunda parte de este artículo seguiré insistiendo en los postulados morales de Kant respecto a la religión, aunque haré más hincapié en lo numinoso en Otto.
El misterio santo Kant lo define de esta manera: “La creencia en algo que, sin embargo, debemos a la vez considerar como misterio santo puede ser tenida por una fe divinamente inspirada o por una fe racional pura. Si no somos apremiados por la mayor necesidad a aceptar lo primero, tomaremos como máxima lo segundo. Sentimientos no son conocimientos y por lo tanto no significan tampoco ningún misterio, y puesto que el misterio hace referencia a la Razón pero no puede ser universalmente comunicado, cada uno tendrá, pues, que buscarlo (si en algún caso existe) solamente en su propia Razón. Es imposible decidir a priori y objetivamente si hay o no tales misterios. Por lo tanto, tendremos que investigar inmediatamente en lo interior, en lo subjetivo de nuestra disposición moral, para ver si tal cosa se encuentra en nosotros…. La realización de la idea del fin último moral, nos conduce inevitablemente a misterios santos.” [1]
Otto tiene otra definición muy distinta para este concepto: “Consideremos lo más hondo e íntimo de toda conmoción religiosa intensa, por cuanto es algo más que fe en la salvación eterna, amor o confianza; consideremos aquello que, prescindiendo de estos sentimientos conexos, puede agitar y henchir el ánimo con violencia conturbadora; persigámoslo por medio de los sentimientos que a él se asocian o le suceden. La expresión que más próxima se nos ofrece para compendiar todo esto es la de mysterium tremendum. Puede convertirse en el suspenso y humilde temblor. El concepto de misterio no significa otra cosa que lo oculto y secreto, lo que no es público, lo que no se concibe ni entiende, lo que no es cotidiano y familiar, sin que la palabra pueda caracterizarlo y denominarlo con mayor precisión en sus propias cualidades afirmativas. Sin embargo, con ello nos referimos a algo positivo. Este carácter positivo del mysterium se experimenta sólo en sentimientos. Entre estas cualidades positivas, la primera que se echa de ver es la expresada en el adjetivo tremendo. Tremor no es en sí otra cosa que temor. En realidad, es muy distinto del atemorizarse.” [2]
Otto trata de explicar que en algunas lenguas no existe un concepto que identifique este sentimiento y se confunde con conceptos de más baja categoría, como por ejemplo el miedo normal y vulgar que nada tiene que ver con el misterium tremendum. En su obra, este autor hace interesantes reflexiones sobre lo que estamos tratando, que verdaderamente contrastan con las ideas que Kant tiene al respecto.
Otto dice lo siguiente: La verdadera diferencia entre el racionalismo y su contrario es más bien una cualidad diferente en el modo y temple o tono sentimental de la religiosidad misma; a saber: que en la idea de Dios, el elemento racional predomine sobre el irracional, o lo excluya por completo, o, al revés, que prepondere el elemento irracional”.[3]
Otto también habla sobre el sentimiento de dependencia (en estos mismos términos se expresaba Schleiermacher). Este es el «sentimiento de dependencia» que se reconoce y da cuenta de sí mismo, lo cual es harto distinto de los sentimientos «naturales» de dependencia.
Y sigue con su tesis: “Decíamos antes que del objeto numinoso sólo se puede dar una idea por el peculiar reflejo sentimental que provoca en el ánimo. Así, pues, es «aquello que aprehende y conmueve el ánimo con tal o cual tonalidad» …Nuestro problema consiste en indicar cuál es esa tonalidad sentimental. El sentimiento numinoso se distancia mucho en sus grados superiores del simple pavor demoníaco. Pero no por esto niega su común progenie y parentesco. Aun allí donde la creencia en demonios se ha elevado, desde mucho tiempo atrás, a la forma de creencia en dioses, siempre conservan los dioses, por cuanto son númenes, algo de su primer carácter fantasmal; a saber, ese carácter propio de lo que desasosiega y amedrenta, que se completa y perfecciona en su sublimidad o se esquematiza en ella. Y este componente sentimental tampoco desaparece en el estadio más alto, la pura creencia en Dios, ni ha menester que desaparezca; solamente se apacigua y ennoblece. Aquel estremecimiento primario vuelve a repetirse en la forma infinitamente ennoblecida de un temblor y enmudecimiento del espíritu, que llega hasta sus últimas raíces, examinaremos los pasajes del Antiguo Testamento, en que se hace sensible el parentesco entre esa cólera divina y el aspecto demoníaco del numen de que tratamos. Muchos pasajes del Antiguo Testamento evidencian que esta cólera divina no tiene nada que ver con propiedades morales.” [4]
Según Otto, el sentimiento numinoso se distancia mucho en sus grados superiores del simple pavor demoníaco, pero no niega su común procedencia y parentesco y continúa diciendo que siempre conservan los dioses algo de su primer carácter fantasmal, que desasosiega y amedrenta.
A mí me gustaría preguntarle a este autor cómo se puede pasar de un primer pavor demoniaco, que desasosiega y amedrenta, a lo numinoso, si no se supiera consciente o inconscientemente que la divinidad es justa, bondadosa o misericordiosa; si solo fuera poderosa e intimidatoria pero no tuviese ninguno de estos atributos morales o sirviese como modelo de esa Ley moral a la que se refiere Kant, veo muy difícil que se pudiese pasar del primer estadio demoniaco.
Otto continua afirmando: “A quienes acostumbran a pensar la divinidad únicamente por sus predicados racionales ha de presentárseles como un humor caprichoso, como una pasión arbitraria. Los fieles de la Antigua Ley hubieran rechazado seguramente con energía esta interpretación. Pues a ellos la cólera divina no les parecía aminorar la santidad, sino expresión natural de la «santidad», elemento esencial de ella. Pues esta ira no es sino lo tremendo mismo.” [5]
El teólogo alemán, en un intento de explicar el misterium hace una distinción entre lo misterioso y lo problemático: “El objeto realmente misterioso es inaprehensible e incomprensible, no sólo porque mi conocimiento tiene respecto a él límites infranqueables, sino además porque tropiezo con algo absolutamente heterogéneo, que por su género y su esencia es inconmensurable con mi esencia, y que por esta razón me hace retroceder espantado.[6]
Otto, en su afán por explicar lo numinoso, explica que por muy intensa que sea la atención no llegamos a sacarla a la luz de la inteligencia comprensiva, sino que permanece en la irremisible oscuridad de la experiencia inconcebible, puramente sentimental. Esto quiere decir para nosotros que es irracional, que es lo irracional en estado puro.
Pone como ejemplo de numinoso el relato del segundo libro de Moisés, de cómo Yahveh, colérico, ataca a Moisés en la noche y quiere quitarle la vida. Dice que este relato conserva todavía ese carácter, y sin embargo a nosotros nos produce una impresión casi pavorosa. Y nombra también como auténticamente numinosa la aparición de Dios en la zarza ardiente y el versículo siguiente del libro segundo de Moisés.
Pero para nuestro autor, el concepto de lo numinoso se evidencia en su máximo grado de pureza y misterio en el capítulo XXXVIII del libro de Job, que figura entre los más notables de la historia de la religión. Job ha pleiteado con sus amigos contra Elohim, y sostiene frente a ellos su causa. Estos han tenido que callarse a sus razones, pero cuando aparece el propio Elohim para defenderse por sí mismo, lleva su defensa con tal fortuna que Job se declara vencido (vencido realmente y por derecho, y no tan sólo forzado al silencio por la mera prepotencia, dice Otto). Para ilustrar su punto, Otto destaca las palabras de Job: «Por tanto, me aborrezco y me arrepiento en el polvo y la ceniza.» Para el alemán esta es la señal que atestigua el estar convencido íntimamente de una superioridad, esto es humillación ante algo superior.

Conclusión:

Para finalizar, vamos a resumir las características de las ideas que estamos exponiendo sobre estos dos autores. Por un lado, tenemos a Kant; quien sostiene que la única manera que tiene el hombre de ser agradable a Dios es a través de su obrar moral. Además, distingue dos tipos de religión: la cultual, que busca favores y la moral, fundada en la conducta buena, la única que resulta agradable a Dios. Para Kant, cuando no se reconoce que el uso de la razón es el único criterio para conocer la verdad, incluso en las cuestiones relacionadas con lo suprasensible, se puede pasar a la superstición.
Por último, afirma que es ilusorio creer que haya algo que agrade a Dios, a no ser una buena conducta. Por otro lado, para Otto, aun cuando los predicados racionales están en el término más visible, dejan inexhausta la idea de la divinidad.
El teísmo moral kantiano es crítico, declara insuficientes las pruebas especulativas de la existencia de Dios, pues considera imposible demostrar la existencia de modo apodícticamente cierto, pero está convencido de la existencia de Dios y su fe está libre de toda duda, el fundamento donde edifica esta fe es inquebrantable y nunca podrá ser derribado. Este fundamento es la moral, y considera que su fe en Dios es tan cierta como una demostración matemática. Este es el sistema de los deberes conocidos a priori, de una manera cierta, por la razón pura. Ahora tiene el hombre un fundamento seguro sobre el que poder edificar su fe en Dios: no necesita ninguna prueba especulativa de su existencia, sino que está convencido de esta con certeza porque, de lo contrario, tendría que rechazar las leyes de la moralidad fundadas en la naturaleza de su ser y por ello absolutamente necesarias. Por eso la existencia de un sabio Gobernante del mundo es un postulado necesario de la razón práctica.
Como conclusión habría que decir que la influencia de la obra de Kant será enorme para la religión. Aunque no fuese su intención, Kant colaboró con la destrucción de la metafísica en la religión, y lo quisiera o no, también inició la era positivista en la cual todo lo que remite a la metafísica o religión es desacreditado como superstición. También dio paso a una ética libre de toda religión que enlaza con el Humanismo el cual va sustituyendo a la religión, porque si la razón humana es la única responsable de la acción moral, el hombre puede ser un fin en sí mismo.

Bibliografía:

-Derrida, J. (2006). Dar la muerte. Barcelona: Paidos Ibérica.
-Kant, I. (1969). La religión dentro de los límites de la mera razón. Madrid: Alianza.
-Kant, I. (2005). Crítica de la razón práctica. México: FCE.
-Kierkegaard, S. (2005). Temor y temblor. Madrid: Alianza.
-Otto, R. (1998). Lo Santo. Madrid: Alianza.
-Stendebach, F, J. (1996). Introducción al Antiguo Testamento. Barcelona: Herder.






[1] Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza 1969, 3ªparte, pag.139.
[2] Otto, Rudolf. Lo Santo. Alianza, Madrid 1994, pag.21.
[3] Otto, Rudolf. Lo Santo. Alianza, Madrid, 1998, pag.11.
[4] Otto, Rudolf. Lo Santo.Alianza, Madrid, 1998, pag.27.
[5] Otto, Rudolf. Lo Santo. Alianza, Madrid, 1998, 4, pag.28.
[6] Otto, Rudolf. Lo Santo. Alianza, Madrid, 1998, 5, pag. 40.

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