sábado, 11 de junio de 2016

Editorial junio 2016

De Dioses y hombres: Estudios sobre religiones y mitología, es un blog de investigación coordinado y dirigido por el profesor y Máster en Literatura Clásica por la Universidad de Costa Rica José Marco Segura Jaubert y el profesor y Doctorando por la Universidad Complutense de Madrid Carmelo Morales Marcos.
Este mes traemos tres nuevos e interesantes artículos. En primer lugar nuestro colaborador Miguel Morata nos acerca a los orígenes del culto imperial y para ello se situa en el contexto anterior del ascenso del Emperador Augusto al poder. Pietro Víctor Carracedo, en su segunda entrega, se acerca a los aspectos básicos de los misterios dionisiacos y órficos y la interpretación religioso-filosófica  que de ellos hace el poeta místico Ángelos Sikelianos. Para finalizar Jorge Mateos Enrich trata en su artículo sobre la concepción de la Iglesia de Santa Sofía.
¡Esperamos les guste! 

Raíces, motivos y procesos del culto imperial en época augustea.



Por: Miguel Morata Mora


Correo electrónico: mimorata.mmm@gmail.com


Introducción


No se puede al hablar del culto imperial separar la cuestión religiosa de la política. Es por ello por lo que para la mejor comprensión de este tema lo primero que debemos observar es el contexto anterior al ascenso de Augusto al poder. El objetivo que aquí nos presentamos es ver cómo la aparición del culto imperial responde, no solo a una apetencia política, sino a un proceso derivado del contexto social, político y religioso.

Cuando las guerras civiles concluyeron con la victoria de Octavio sobre Antonio quedó una Italia desolada por siglos de guerras. Desde que Aníbal puso en jaque a Roma, las tierras itálicas tuvieron pocos descansos para recuperar su nivel de producción, algunas regiones dejaron de ser habitadas y la crisis demográfica acentuaba la crisis agraria que sumada a las insaciables ansias de poder de algunos miembros del orden senatorial dejaron exhausta a la población. En este entramado aparecieron personas de diversa condición que reclamaban más contramedidas a la corrupción y ayudas para el pueblo, indiferentemente si fueron movidos por un verdadero altruismo o por ansias de gloria. Sin duda el hecho más revolucionario fue la aparición de los homines noui (hombres nuevos), en cuanto al orden senatorial, pues resultarán ser una pieza fundamental en el puzle político-religioso. Al ser personas que no son reconocidas socialmente por su ascendencia sino que por sus méritos personales, han logrado formar parte de la élite política, rechazan todas las tradiciones religiosas y supersticiosas de una cada vez más desfasada y corrupta oligarquía senatorial.

Tras la guerra de Yugurta ocurrida a finales del siglo II a.C. comenzará el periodo de las guerras civiles, un momento histórico de gran convulsión que dejará una profunda huella en la historia de Roma. Es interesante comprobar que tras la guerra entre Mario y Sila aparecen dos bandos políticos, uno seguidor de las políticas silanas y otro de las marianas; tras la guerra entre César y Pompeyo, todos parecen ser o cesarianos o pompeyanos; y en la guerra civil surgida del segundo triunvirato ocurrirá lo mismo entre Antonio y Octaviano. El nexo guerra-política-guerra se hace evidente. Para Clausewitz la guerra es un instrumento político, la continuación de las relaciones políticas gestionadas por otros medios. Foucault, por su parte, invierte esta proposición afirmando que en realidad la política es la continuación de la guerra por otros medios, que se trata de las secuelas de la guerra precedente[1]. A lo que queremos llegar con esto es a la observación de cómo la guerra y otros actos violentos tienen una gran capacidad para transformar las ideas y las conductas de los pueblos hasta el punto, como veremos, de cambiar el sentido religioso, pues en nuestra opinión el nacimiento del culto imperial tiene su raíz en la crisis y en la guerra.

Hay otros cambios significativos que tendremos que tener en cuenta. Años atrás, la victoria era considerada una recompensa divina por la pietas de los romanos[2]; se consideraban un pueblo de gran piedad y que los dioses se lo habían recompensado con la victoria y la supremacía mundial. En consecuencia los triunfos de Roma eran entendidos como triunfos divinos[3]. Con las guerras civiles la victoria comenzó a verse como consecuencia de la uirtus y de la felicitas del general, de su valor, su talento militar y su fortuna[4]. Esto no significa que desapareciese de la cosmovisión romana el factor religioso de la victoria, sino que el individuo ganó importancia frente a la comunidad. En un periodo en el que el pueblo ha dejado de lado a los dioses, sus templos y sus ritos, ya no es la comunidad la que puede lograr salvarse, es un individuo de gran piedad el que debe permitir a Roma pagar sus deudas con los dioses. Este individuo será Octaviano[5].


El heredero de César


Julio César marcó toda una época. Fue el primer hombre que logró que el pueblo romano se uniese tan unánimemente a su ambiciosa voluntad. Tal es así que la propia plebe se tomó la venganza por su muerte[6], porque bien sabía el pueblo que su propio bienestar residía en el bienestar de su dictador. Tanta fue la cantidad de gente que fue a honrar a César tras su muerte que se decidió no establecer un orden a los oferentes para que pudiesen llegar desde cualquier parte de la ciudad. Se realizaron, aparte de las numerosas ofrendas realizadas por parte del ejército y la plebe, procesiones y cánticos funerales en su honor. Los judíos, afirmó Suetonio, llegaron a reunirse alrededor de la pira durante varias noches consecutivas[7]. Sabemos por una carta de Cicerón[8] que de entre la plebe surgió un personaje llamado Mario, un bandido que levantó un altar sobre el lugar en el que fue incinerado César y se estableció allí como cabecilla de un grupo que trató de seguir vengando su muerte. Fue detenido y ejecutado el 13 de abril del 44 a.C., casi un mes después de la muerte del dictador. En el funeral se leyó en público el decreto senatorial que lo divinizaba.

Es muy importante tener en cuenta este tipo de acontecimiento: el político, puesto que depende del pueblo para mantenerse en el poder, adaptará a él su discurso aunque ello genere una contradicción interna del mismo. Durante la crisis de la República este hecho será una constante en la política romana. Ya en los los tres últimos años de la vida del dictador, a César se le dedicaron estatuas, altares, Lupercales y un flamen, desarrollándose así un culto a su persona que, en vida, lo igualaba a los dioses[9]. Hubiese sido lógico que los asesinos de un dictador con pretensiones divinas tratasen de anular el culto establecido para eliminar posibles problemas derivados de su recuerdo, pero tal fue la fuerza con la que respondió el pueblo que para poder salvarse a sí mismos tuvieron que dejarse vencer por las tensiones sociales del momento, tensión alimentada por el hecho de que uno de los cónsules, Antonio, era completamente cesariano y el otro, Dolabela, se movía más por ambición que por lealtad.

Cuando, tras ser leído el testamento de César en la casa de Antonio, Octavio fue adoptado como sucesor del dictador comenzó una rivalidad que estará presente en la vida política de los próximos veinticinco años[10]. Desde un primer momento se escuchan rumores de que Octaviano pretendió asesinar a Antonio en un atentado[11]. A finales del 44 la rivalidad entre ambos es tal que se convierte en un asunto público que obliga a la élite senatorial a situarse en un bando o en otro. Por regla general, se situarán al lado de Octaviano huyendo del castigo jurado por Antonio contra los enemigos de César.

En principio Octaviano parece no saber muy bien lo que hacer. Le pide múltiples consejos a Cicerón, según nos ha transmitido el orador[12], incluso le pide que salve de nuevo a la República, propuesta que Cicerón no se ve en posición de aceptar en un momento en el que todo el Senado se haya aterrorizado por la sombra de Antonio[13]. Lo que sí podemos ver en Octaviano es la prontitud con la que se quiso mostrar como heredero legítimo de César financiando un templo dedicado a su culto y un ejército de veteranos que fácilmente pudo tener a su favor por su nombre y su dinero para combatir a su rival principal. Todo ello mostraba al pueblo y al Senado su piedad filial y, por tanto, consolidaba su situación frente a Antonio[14]. Posteriormente, cuando asociado con Antonio derrote a los asesinos de César, dedicará un templo en Roma a Marte con la advocación de Ultor, vengador[15].

Según nos transmite Salustio, tras la batalla de Perusa escogió a trescientos prisioneros de entre los dos órdenes, ecuestre y senatorial y los sacrificó como víctimas durante las idus de marzo ante un altar erigido al Divino Julio. La elección de este número no es gratuita. Se trata de un número fundamental en la política romana, el Senado siempre ha estado compuesto durante la República por trescientos individuos o por un múltiplo del mismo número. Esta cantidad los romanos la explicaban en un mito en el que se aseguraba que la fundación de la Urbe se produjo por un asentamiento de cien gens latinas reunidas en una tribu. Más adelante se unió la tribu Sabelia con otras cien gens, y por último entraron otras cien gens de elementos diversos. Cada una de estas trescientas gens tenían un pater familias, el miembro más experimentado de la gens y por general el mayor de todos en edad, pues ello lo investía de auctoritas. Aquellos trescientos ancianos, senex, conformaron los miembros del Senatus original[16]. Sea cierta o no el relato recogido por Salustio es una clara evidencia de la imagen piadosa que reinaba en torno a Octaviano hacia su padre adoptivo.

Muertos ya todos los asesinos de César y los posibles herederos de su poder, la flagelada Italia despertó de la pesadilla sufrida durante las guerras civiles, pero las cicatrices no curarían en seguida. Campos, pueblos y templos quedaron abandonados por toda la península. Octavio, quien se acababa de convertir en el único poder en Roma era el portador de todas las esperanzas de la plebe de poder vivir en paz y en abundancia.


Fuentes literarias


EUTROPIO; Breviario, Ed. Gredos, Madrid, trad. Emma Falque

CICERÓN; Cartas, v.2 (A Ático II), Ed. Gredos, Madrid, trad. Miguel Rodriguez-Pantoja Márquez

Id; Cartas, v.4 (A Familiares II), Ed. Gredos, Madrid, trad. Ana-Isabel Magallón García

SALUSTIO; Guerra de Jugurta, Ed. Gredos, Madrid, trad. Bartolomé Segura Ramos

SUETONIO; Vida de los doce Césares, Ed. Juventud, Barcelona, trad. Vicente López Soto

VELEYO PATÉRCULO; Historia Romana, Ed. Gredos, Madrid, trad. Mª Asunción Sánchez Manzano



Fuentes contemporáneas


ENGELS, Friedrich (2010): El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, Biblioteca Pensamiento Crítico (Público), Barcelona, primera edición.

GÓNZALEZ, Julián (2015): “El culto a Augusto Vivo y la Devotio Popular: el origen del culto imperial”, Onoba, pp.16-24, Universidad de Huelva

LANGA, Alfredo (2013): La economía política de la guerra, Icaria Editorial, Barcelona.

LE GLAY, Marcel (2002): Grandeza y caída del Imperio Romano, Cátedra, Madrid, primera edición

MARTIN, Régis F. (1998): Los doce Césares. Del mito a la realidad, Aldebarán Ediciones, Madrid, primera edición española

MONTERO, Santiago (2010): “Augusto y los puentes: ingeniería y religión”, de Naturaleza y religión en el Mundo Clásico: Usos y abusos del medio natural (MONTERO, Santiago; et CARDETE, Mª Cruz eds.), Signifer Libros, Madrid.

SOLÍS, Javier (2012): “Adoración corporativa y culto imperial. Cuando lo ‘privado’ invado lo ‘público’.”, Antestería, Nº1, pp. 371-378, publicación online disponible en: https://www.antesteria.es/n1-2012.html





[1] Langa 2013: 64-65

[2] González 2015: 17

[3] Ogilvie 1995: 142

[4] González 2015: 17

[5] Ogilvie 1995: 143-144

[6] Suet. Jul. 85

[7] Suet. Jul. 84

[8] Cic. Att. XIV, 6, 1

[9] Martin 1998: 310

[10] Suet. Jul. 83

[11] Cic. Fam. XII, 23, 2

[12] Cic. Att. XVI, 8, 2

[13] Cic. Att. XVI, 11, 6

[14] Martin 1998: 311

[15] Suet. Aug. 29


[16] Engels 2010: 173

Los rituales mistéricos, según el poeta Ángelos Sikelianos (II): Órficos y Dionisíacos.



Por: Pietro Viktor Carracedo Ahumada. Doctorando por la Universidad Complutense de Madrid.




Angelos Sikelianos en 1909
En esta segunda parte, se examinarán los aspectos básicos de los misterios dionisiacos y órficos y la interpretación religioso-filosófica y muy transformada que de ellos da el poeta místico Ángelos Sikelianos. 


-Ritos órficos y dionisíacos: No es correcto del todo mezclar ambos ritos, si bien el dios Dionisos tiene relevancia en ambos. Se habían reconocido hacía tiempo los ritos báquicos por las pruebas dejadas en los textos, sin embargo los órficos, tras una ferviente discusión académica, finalmente recibieron el estudio y reconocimientos merecidos. Los ritos dionisíacos están atestiguados en la literatura[1] y en los vasos áticos. Estos en realidad son más de liberación que escatológicos. Reunía entre sus participantes un gran número de mujeres. Estos, se dice, masticaban hiedra, la hierba consagrada al dios, y entraban en éxtasis y trances en y mediante danzas y celebraciones algo descontroladas, que llevaron en algunos momentos de la historia a que fueran censurados o prohibidos. Se llevaban a cabo sacrificios cruentos, y esta es la gran diferencia con los rituales órficos.

Existe por otra parte una cantidad ingente de textos órficos, que incluyen cosmogonías, rituales, himnos y supuestas transmisiones de Orfeo, quien descendió a  los infiernos[2]. En el S.II se redactó un corpus órfico en veinticuatro cantos, rapsodias donde se compila toda la literatura órfica de época clásica[3]. Existen también unas argonáuticas órficas y un lapidario, pero están más en relación con su faceta mítica que con el ideario religioso. Sin duda, el mayor testimonio son las láminas, de oro y hueso, de carácter funerario, que incluyen instrucciones a seguir en el más allá, y el llamado papiro de Derveni. Hay testimonios además en la cerámica apulia. Los personajes principales que intervienen en estos ritos son Orfeo como mediador, Perséfone como señora del infierno, a menudo representada con tres antorchas, y Dionisos, como dios dos veces nacido y resucitado según la teogonía órfica. Este era su dios principal, un Dionisos novedoso, hijo de Zeus y Proserpina, engañado y despedazado de niño por los Titanes, y cuyo corazón, salvado por Atenea, junto con los miembros recuperados por Apolo, le otorgó la resurrección; muy relacionado por tanto con el inframundo y la inmortalidad.[4] Se le llama Zagreo (víctima) y Sabazio (por confusión con otro dios). Eros aparece como dios primigenio, nacido de un huevo[5] “cósmico” que, roto, se convirtió en Cielo y Tierra, al que también se llama Fanes (¿de φαίνω?) y Protógono, e incluso Metis. Ericepeo es epíteto suyo, también dado a Dionisos. Fanes engendró[6] a Noche, que pasó a tener supremacía entre dioses. Zeus parece un sencillo eslabón entre el dominio de ambos, habiendo una sucesión en la que Zeus “devoró” a Fanes y luego Dionisos “devoró” a Zeus. Los titanes, asesinos de Dionisos, pintaron sus rostros para no ser reconocidos y jugaron con piñas para atraerlo de niño a la trampa[7]. Zeus fulminó después a los titanes, y de esas cenizas surgieron los hombres, con una parte titánica y otra divina en su ser. Del resto de dioses las diferencias son mínimas. Aparecen a veces también los Curetes “cretenses” o como démones guardianes.

Llevaban un modo de vida alternativo, que implicaba entre otras cosas no comer carne ni realizar sacrificios, ya que se creía en la transmigración de las almas, que podían pasar de personas a animales. Era este vegetarianismo un elemento perturbador para la sociedad, que en el sacrifico y el banquete encontraban el acto comunitario por excelencia. Los órficos, se cuenta, vestían de blanco, ascetas, como símbolo de pureza en todos los aspectos de la vida, porque, teniendo la doble naturaleza antes mencionada, la parte titánica hace impuro al ser humano, cargando con la culpa y castigo de los titanes: para poder aspirar a una vida inmortal, es necesario eliminar ese mal intrínseco. Los órficos creían que, tras la muerte, el alma llegaba al Hades y tras un ciclo de reencarnaciones, se acababa consiguiendo la vida eterna. Los mismos dioses de los ritos, Perséfone, Dioniso, son dioses de la vegetación, de la naturaleza y en estrecha relación con el resurgimiento y la evolución de las estaciones. Para poder llegar hasta la benévola Perséfone, había una serie de “pasos” y fórmulas a pronunciar: Hijo de la Tierra soy, y del Cielo estrellado/ Pero en verdad mi estirpe es celeste…indicando que ya se tiene solo en el alma pura la esencia de la divinidad y ha sido purgada la parte titánica. Esto era escrito en diminutas laminillas de oro que eran colocadas junto al muerto, o que el muerto portaba como “amuleto” o recordatorio de las claves a pronunciar. Las iniciaciones, como en todo culto mistérico, eran secretas, difíciles y costosas. No se sabe con exactitud en qué consistían. Expresiones como Cabrito, te precipitaste en la leche… hacen pensar en posibles ritos de “renacimiento”.

Llegados a este punto, y habida cuenta del limitado conocimiento que Sikelianos tenía de los misterios y su obsesión panteísta y fusionista con el cristianismo, ya mencionados en la parte I del artículo, nos acercaremos ahora a las obras de relevancia del poeta en que los misterios aparecen propuestos desde su peculiar visión.


Aprender a morir: El poeta incluye aquí algunos elementos de tintes dionisíaco. Para empezar, se define a Astarté, la Fertilidad, y por tanto la Vida, con los cabellos sueltos, e imbuida en un delirio sagrado, previamente a descender al Hades, para su posterior resurrección. Habla asimismo del ritual a seguir, que incluye tres días de ayuno y un baño sagrado purificador.[8] En el momento de la obnubilación habla de la Trirreme Mística de Dionisos, la nave en que viajó Dionisos en su juventud –de ahí la cercana mención de Hebe como plenitud- ; Mística, por el valor que adquiere en su divinidad, y porque la idea de un viaje por mar es la propia vida, que remando mueve las “olas del Tiempo”. El dios guarda semejanzas con un Jesús Cristo liberador y resucitado, junto con la idea de la no pertenencia a este mundo. El fin es la abolición del Hades y la llegada al Olimpo: vencer a la Muerte y vivir para siempre con los dioses. Dominar el Mundo supone conocer estos dos espacios y superarlos. Finaliza el poema con unas sentencias que recuerdan a los textos mistéricos que recalcan el valor de la Iniciación:“¡Deja a la ignorante y tosca generación en sus pensamientos, que son mentira y que son ruina, y sumérgete entero en el estremecimiento sin principio que se abalanza sobre tu mente (…) para que en Tu cuerpo brille y en Tu mente el perfecto refulgir del Pensamiento (…)!“(Aprender a morir, vv.144-150). Con paralelo en los textos antiguos:“… ve desde allí a la turba no iniciada e impura de los seres vivientes, en medio del fango y las tinieblas (…) persistiendo en el miedo a la muerte en unión a los malvados, por la falta de fe en los bienes de allí…”[9]


Máxima Lección: Comienza el poema con la idea de que la propia magnitud de la Creación nubla la razón del hombre. Pero los Puros, que han recibido el abrazo y el Mensaje divino –es decir, los que conocen los misterios y se han iniciado con Dionisos-  pueden alcanzar a comprenderla dentro de la plena Embriaguez divina. Los Iniciados siguen a un Hierofante, caracterizado por su vejez física y su juventud espiritual, que porta un cetro/ tirso dionisíaco. En la improvisada procesión se enumeran sátiros, silenos, falos y semillas. La Pasión es el Poder del dios. La costa supone los límites tanto de la razón como de la vida humana, sobre la cual el hierofante dice a su hueste secreta que un puente de vid será tendido entre el horizonte y la tierra. Quieren beber de su crátera omnipotente, y que libere a la Tierra del Sol (la vida) y la deje en la Noche (muerte, pero al mismo tiempo vida verdaderamente libre). Estando en la margen del mar alcanzan el Éxtasis y atienden a la Visión: una mujer tendida sobre un altar sobresaliente del mar, con el Dios[10] diciéndole cómo su Amor por ella correspondido le va a ganar el premio de una vida eterna en una apoteosis final. Sikelianos le da el nombre de Ariadna, la esposa de Dionisos, como una de las primeras seguidoras.  Con Él ha tenido por cuna la tempestad –la vida, cargada de pesares, o ya el delirio y la fuerza del mismo- y por Muerte ahora tendrá la Vida. A los mortales les cuesta comprender el valor de la Muerte, y por eso la visión de un cadáver les será más provechosa. El amanecer será lo único que en la visión apacigüe la pena y el dolor por la Figura Dormida de la joven, vista en la noche: pues un nuevo día indica también lo cíclico de la Vida, la resurrección. El hierofante se cubre la cabeza, consciente de la sacralidad del momento, y percibe que el dios está a punto de despedirles. Los iniciados pretenden levantar el cuerpo de la joven, y construir una puerta/arco en el que escribir cómo “a través del Tiempo la Eternidad avanza” (Máxima Lección vv. 149), mas descubren que la joven se ha vuelto marmórea, pues para el verdadero iniciado, que ha probado ya la muerte mística, no hay paso de la muerte a la Vida, sino que ya se encuentra inmerso en la Eternidad.


Sybila: En el Santuario de Apolo, un personaje asegura que vio a la Sybila abrazando la tumba de Dionisos, y cantando un treno semejante a veces a una nana y que hablaba con la divinidad, como rezando, pidiendo que fueran reunidos sus miembros, esparcidos por la tierra. En referencia a la maldad de los hombres, habla de “cenizas aún calientes”. Hay aquí también una llamada al pueblo griego en particular: lo define como el único capaz de volver a sentir el Delirio en el corazón, las pasiones de Dionisos y seguirle, siendo Él el único Dios Verdadero que les traerá la Salvación. Insiste en que este Dios había de ser introducido en Roma. Todo ello comparándolo en la misma línea a Jesús Cristo como Salvador, ambientándolo en la espera de la llegada inminente de éste en la época de Nerón, y con la Libertad, también espiritual, por objetivo.


Dédalo en Creta: La obra se inicia con un fragmento anónimo en que se dice:”A Dédalo, que, por medio de la armonía, puso de manifiesto un discurso oculto…” Dédalo y su hijo Ícaro, constructores del laberinto, se encargan de llevar una sedición contra el poder,  todos le escuchan como a un dios e imitan sus danzas. Pretende que el pueblo escape de la tiranía de Minos, quien atándose a su poder, a sus valores terrenos, ha olvidado que para el ser humano lo primero es la Libertad, y ésta se inicia por el espíritu. El poder de Dédalo sin embargo no radica en el pueblo, sino en que siendo joven una vez en una encrucijada sufrió un ataque que le dejó moribundo, y en ese instante descendió al Hades y conoció el camino; pudo salvarse, y tras esto se inició con Orfeo en el viaje de los Argonautas.“Muy cerca de la Muerte está mi Dios…”(vv. 930) responde Dédalo a Pasífae, cuando le comenta que su hija Ariadna ha abandonado sus quehaceres en pos a tales ritos –es de suponer, con Dionisos, su futuro esposo.


El ditirambo de la Rosa


Laminilla de Petelia
Sikelianos presenta a Orfeo rodeado de sus discípulos, despidiéndose de ellos, pues las Ménades van a matarle esa noche, en un evidente paralelismo con Jesús en la Última cena. Pero no los abandona del todo, pues él les ha instruido para saber que existe una vida detrás de ésta, y que les deja para este tiempo una herencia mística, una enorme Rosa que al parecer nació de su pecho[11], y que es marca de Identidad humana. Antes del extraordinario fenómeno, los discípulos rememoran cómo al principio le perseguían y pretendían darle muerte, (…) tal como los Titanes que con barro untando sus caras se lanzaron a desgarrar a Dionisos Zagreo (…)(El ditirambo de la Rosa, vv.162-163) Pues encantaba su Alma y su Espíritu[12], y no lo aceptaban por venir de un hombre de Lira y Danza, es decir, pacífico. Dormido, hablan de él como “un niño”, en referencia a su inocencia, comparándolo tanto con Jesús Niño como más propiamente con el niño Dionisos. Le pinchan con una lanza en el costado –referencia evidentemente cristiana-, y al incorporarse dice: ¡Qué profundamente dormía en el regazo de Dionisos! (El ditirambo de la Rosa, vv. 214-215) que puede interpretarse como el éxtasis, pues se dice que parecía tener un sueño hermano de la muerte[13], o la embriaguez, y continúa así: ¿Qué ha sido en mi costado de repente este dulce dolor que al parecer me ha conducido aún más cerca de mi alma para que al verla despierte? Orfeo estaba recreando en su sueño el viaje por el mundo de la muerte, la cual siente muy cerca cuando ha sido herido. Sangre y Rosa acaban confundiéndose a lo largo del drama, y ofrecidas al Sol-Dios y a los Pueblos para su Salvación. Éste es el Misterio por excelencia, el mensaje a guardar y a transmitir, con el poder de la Memoria. No quiere dejar testimonio escrito, pues éste se acaba tergiversando. Como mago se considera hijo de la Noche, y por tanto hermano del Sol, que la ha superado: es una metáfora de la luz de la Razón y el Conocimiento sagrado frente al estado humano primero, en la Oscuridad. He aquí la descripción del camino desde la muerte, donde aparecen Démeter y Perséfone: Oh, Madre, muchos son los peldaños hasta subir a la cima santa que todo lo funde en un solo aliento. Comienza por Hades el primer peldaño, y el de más arriba la santa Démeter lo establece. (…) Y al lado de todos, Perséfone, un mismo desvelo por todos, como de su madre al recién nacido, de su cuerpo el alma separa. (…)(El ditirambo de la Rosa, vv.328-333; 337-339)

Y prosigue:¿Quién de las profundidades del Hades las almas remueve, cual miles de hojas en torno a la seca encina para encarnarse en nuevas generaciones? ¿y quién a éstas introduce el ímpetu sagrado de la Ascensión. ¿Quién otro, Plutón-Dionisos, sino Tú, cuando de las oscuras profundidades de la Tierra subes (…) sangre entregada a agasajar con la santa Embriaguez(…)?(El ditirambo de la Rosa, vv. 347-353; 358-359)

Y la presentación final de Dionisos, con múltiples epítetos[14], como Salvador mediante su sangre, mencionando la reencarnación, y Delfos como ombligo del Mundo, en referencia a la Verdad Oculta[15]. Los Certámenes que allí se celebran[16] suponen un favor religioso. El deseo de Orfeo es evitar que uno sólo llegue al último peldaño y obtenga todo el saber, cerrando puertas al resto, pues Conocimiento y Libertad van, para Orfeo-Sikelianos, indivisiblemente unidos. Él debe marchar a ofrecer la Rosa, que las Ménades quieren para mantener a los hombres en la ignorancia, al Sol, pero ellas le matarán y destrozarán la Flor Mística; sin embargo, sus mil pétalos se esparcirán, con lo que su esencia se extenderá por toda Grecia, para él cuna de la cultura, y por todo el Mundo. Tras esta descripción, empuña, como arma, la Lira[17]. Incita a sus discípulos a golpear los escudos como curetes y entonar juramento: conservar el Misterio del Amor a la Humanidad, que ha estado desde siempre oculto en el corazón.

Bibliografía (para I y II)


Sobre las religiones mistéricas:


-El camino a Eleusis: una solución al enigma de los misterios. R.Gordon Wasson, Albert Hofmann, Carl A.P. Ruck. México, 1985. Fondo de cultura económica.

-Huellas de los misterios: historia y sobrenaturalidad. Federico Revilla. (Recurso UCM)

-Orfeo y la Religión griega, (Estudio sobre el movimiento órfico) W. K. C. Guthrie, Ediciones Siruela, 2003, -traducción de Juan Valmard-

-Historia de la religiosidad griega, Martin P. Nilsson (segunda edición) Biblioteca Universitaria Gredos, Editorial Gredos, Madrid,1970, -traducción de Martín Sánchez Ruipérez- (En especial, Movimientos extáticos y místicos y Las religiones de los misterios)

-Instrucciones para el más allá (las laminillas órficas de oro), Alberto Bernabé, Ana Isabel Jiménez San Cristóbal, Ediciones Clásicas, Primera Edición, Madrid, 2001 – Apéndice iconográfico de Ricardo Olmos, Ilustraciones de Sara Olmos-


Sobre el autor, Angelos Sikelianos:


-Revista nº18 ΠΙΟ ΚΟΝΤΑ ΣΤΗΝ ΕΛΛΑΔΑ, Αφιέρομα στον ‘Αγγελο Σικέλιανο UCM, Departamento Filología Griega y Lingüística Indoeuropea, Madrid, 2002-2005

-L’Esprit des Delphes: Anghélos Sikélianos, Renée Jacquin, 1988, Publications Universite de Provence

-La literatura griega moderna: crisis de identidad helénica, Antonis N. Zahareas, Alfonso Martínez Díez, Ediciones Clásicas, Madrid, 2009





[1] Bacantes, de Eurípides, principalmente.

[2] Orfeo no existió ni, al parecer, tuvo un referente real en que se basara. Sin embargo, a él se atribuyen los textos o la inspiración de los mismos cuando están relacionados con sus doctrinas.

[3] Los ritos órficos tuvieron una duración de mil años.

[4] Sin tener el cuenta del Dioniso “acostumbrado” los mitos tardíos de la Laguna de Alcíona, la recuperación de Sémele, su madre, y mucho menos Prosimno.

[5]Ejemplos en Aristófanes, Las aves

[6]  No se puede poner en duda la relación estrecha “Amor”-Vida; Lucrecio presentaba a Venus como la Diosa Madre y Fertilidad, y Eros Primigenio es necesario en las genealogías cósmicas para que surjan nuevas cosas.

[7] Juno aparece a veces dirigiendo a los titanes. Se piensa que puede ser un añadido posterior adecuado a la personalidad vengativa de Hera sobre los hijos nacidos de las infidelidades del marido.

[8] ¿Recuerdo de los pasos rituales de Eleusis?

[9] Plutarco, fragmento 178Sandbach

[10] Aquí son una imagen que nada tiene que ver con el dios griego, pues se le caracteriza, podríamos decir, como un ángel con espada.

[11] Las llamadas rosas místicas en el cristianismo son las rosas de la corona de la virgen, y asimismo reciben este nombre las cuentas del rosario.

[12] Alma y Espíritu en la religión Ortodoxa son conceptos diferentes, alma es el intelecto, y espíritu, la potencia de vida.

[13] Tal cual se muestra en la mitología.

[14] Basareos, Sabazio, entre otros.

[15] Por el Oráculo.

[16] Es una pequeña publicidad añadida a su idea délfica, pues no en vano esta obra fue una de las más famosas.


[17] La lira como música y música en su valor de transmisora.