domingo, 10 de julio de 2016

Editorial Julio 2016

De Dioses y hombres: Estudios sobre religiones y mitología, es un blog de investigación coordinado y dirigido por el profesor y Máster en Literatura Clásica por la Universidad de Costa Rica José Marco Segura Jaubert y el profesor y Doctorando por la Universidad Complutense de Madrid Carmelo Morales Marcos.
Este mes traemos tres nuevos e interesantes artículos. Adoración González Pérez, Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid, nos escribe sobre la hiperdulía mariana en la Alta Edad Media, nos hablará de razones litúrgicas y de estilo a la luz de un ejemplo: la iglesia de Santa María de la Peña de Brihuega. Entre la diversidad interpretativa de los dogmas, el cristianismo ha ido desarrollando, a lo largo de los siglos, diferentes manifestaciones de culto y veneración, entre ellos la denominada hiperdulía o veneración a la Virgen, madre del Hijo de Dios.
La máster en Ciencias de las Religiones Marta Martinez nos hablará de la evolución iconológica de la serpiente en el ámbito mediterráneo. La serpiente ha sido calificada mayoritariamente como un animal peligroso para el ser humano por sus métodos defensivos, en unas ocasiones a través del veneno de su picadura y en otras por su capacidad constrictora. Pero resulta llamativo que en períodos antiguos de la historia de la cuenca del Mediterráneo, como en el Calcolítico hasta época romana, la serpiente tenía unas connotaciones benignas relacionadas con la magia, la protección y la medicina; entonces ¿por qué motivo identificamos a este reptil con el mal?
Por último, Miguel Morata Mora nos escribe sobre las raíces, motivos y procesos del culto imperial en época augustea. El gobierno de Augusto estuvo investido de una gran religiosidad que, según el pueblo romano, llevó la paz al imperio. Algunos autores afirman que Augusto tomó conciencia de que el control de la plebe, del ejército y de la política no era suficiente para hacer que su sistema perdurara por lo que se sirvió de la religión para reforzar su prestigio.

¡Qué los disfruten!

Hiperdulía mariana en la Alta Edad Media: un ejemplo en la iglesia de Santa María de la Peña de Brihuega. Razones litúrgicas y de estilo.

Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.

Correo electrónico: adorig@yahoo.es

A modo de presentación.

Entre la diversidad interpretativa de los dogmas, el cristianismo ha ido desarrollando, a lo largo de los siglos, diferentes manifestaciones de culto y veneración, entre ellos la denominada hiperdulía o veneración a la Virgen, madre del Hijo de Dios y dotada también de santidad. En los primeros siglos de la Edad Media, herederos aún de un importante legado cultural romano, no fueron fáciles de aceptar las concepciones rigurosas del dogma, ante un temor a la contaminación de los rituales paganos. Entre los siglos I al II parece que hubo ya una preferencia por el tema de la Virgen, a través de imágenes modestas, altares clandestinos, etc., pero la implantación de un culto litúrgico es difícil de probar documentalmente antes de la paz de la Iglesia[1].
Entre los Concilios de Nicea, del 325, y el de Éfeso, en el 431, se proclamaron ya festividades en su honor, vinculadas a la Navidad, la Cuaresma y a otras celebraciones de más protocolo que se mantuvieron vigentes hasta finales del siglo VI. Y, finalmente, avanzado el siglo VII, la liturgia romana consagró ya un ciclo de fiestas marianas que tuvo larga duración en siglos posteriores.
¿Cómo entroncaron las devociones marianas en el mundo medieval peninsular?
La religiosidad medieval hunde sus raíces en lo popular y se nutre de las emociones y sentimientos surgidos en muchos siglos de convivencia entre minorías culturales, cristianos, judíos o musulmanes. En el caso del culto a la Virgen, el sentido devocional se hizo manifiesto en la iconografía y en la teología que los representantes eclesiásticos   quisieron asegurar con fundamentos válidos las exigencias de la repoblación, la asistencia litúrgica y otros objetivos de la religión.
Una forma de expresión de las creencias estuvo desde muy temprano enraizada con los fenómenos milagrosos que se divulgaron con más profusión desde el siglo XIII.  Existe una amplia elaboración de textos y doctrinas en las que se trata este devocionismo, desde los escritos de Berceo, las Cantigas del Rey  Sabio y demás.
En este contexto no puede obviarse el fenómeno de las peregrinaciones y los traslados de población que iba  buscando tierras más seguras en medio de años complejos y de escasos recursos económicos para las gentes humildes. Como escribiera Raymond Ouserl,  se daba entre las gentes un deseo de alcanzar la salvación y el consuelo a su vida precaria a través de la fe. El ejercicio de la religión y su cobijo por medio de la institución eclesiástica era una interesante vía de seguridad. Para llegar a Dios, existían otros caminos, ente los que figuraban los santos y la Virgen[2]. La construcción de ermitas, pequeñas iglesias y, más adelante, catedrales serán el punto de referencia espacial y la base de expansión de las tierras y su jurisdicción. El culto a la Virgen forma parte también de su configuración física, a través de iglesias con advocación directa a María, o en capillas, oratorios, templetes y altares laterales dentro de toda su estructura.

El rito mozárabe y su vínculo a la divulgación del culto a la Virgen.

Muchos estudios sobre la Edad Media coinciden en señalar que el concepto de “mozárabe” se ha utilizado con demasiada gratuidad, puesto que no se constata la presencia de este grupo cristiano hasta cerca del año 1000. Como consecuencia de las relaciones entre esas comunidades cristianas y los nuevos dominadores musulmanes se configuraron formas de expresión cultural, sobre todo en el arte de los siglos X y XI, que se han ido vinculado al conjunto de obras asociadas a estos mozárabes. Como señalara Bango Torviso[3], en un tiempo de compleja convivencia entre culturas, los cristianos solían confundirse, sobre todo en las manifestaciones artísticas de su tiempo, con el conjunto de producciones hispano árabes.
Para ser fieles a lo histórico, entre los cristianos que huyeron del dominio musulmán a causa de las persecuciones, se dio la necesidad de marcar unos límites de repoblación, de los que la construcción de pequeñas iglesias fue sirviendo para definir áreas de ocupación fundamentales para siglos siguientes. En ese sentido, la política de consolidación de los reinos hispanos utilizó como uno de sus objetivos el levantamiento de estos edificios religiosos.
Por iniciativa  del Papa Gregorio VII y contando con el apoyo de la esposa de Alfonso VI  comenzó esa “política europeizante de tipo eclesiástico” con cierta dificultad dado que Alfonso VI estaba muy comprometido con los súbditos castellanos y leoneses fieles a las tradiciones visigodas. Al implantar el rito romano, hubo ciertas resistencias territoriales pero finalmente la reforma cuajó y se reforzó con la llegada de obispos cluniacenses. Por otra parte, había que unificar los dominios ocupados por las taifas musulmanas. En Toledo existía una gran masa popular mozárabe y en el año 1085 entró en la ciudad, y concedió una tregua transitoria al ritual visigodo.
En resumen, en medio de una situación política tan compleja, surgió el culto mariano tangible en el levantamiento de estas iglesias. Los arzobispos de Toledo eran devotos  a la Virgen María, proliferaban las imágenes y el relativo fanatismo entre los pobladores de estos lugares. Por su parte, los musulmanes eran iconoclastas y en el momento de exilio de la población mozárabe hacia el norte, parece que transportaban ocultamente sus imágenes o las escondían en lugares recónditos para su seguridad. Campo abonado para la explosión milagrera. El Padre Simón hizo su reflexión acertada al valorar este hecho en medio de una zona de paso del movimiento de grupos religiosos dentro de la Península, en el valle del Tajuña, zona fronteriza hacia las tierras del norte. En esos entornos rurales pudieron “ocultarse” estas imágenes y ser descubiertas “de manera casual”.
La liturgia visigoda mantuvo unos ritos formulados a partir del siglo V, que fueron abolidos en el XI y vueltos a recuperar en el XVI en algunas zonas. Adoptados por estos grupos mozárabes, aportaron elementos nuevos, como las advocaciones marianas. Algunas características llamaban la atención, como la celebración de la misa, que no poseía canon fijo, sino formada por partes movibles agrupadas en torno al relato de la institución, clasificadas en la Illatio o Prefacio, el Vere Sanctus, enlace entre el Sanctus y el relato de la Institución, y el Post Pride que sigue a la Consagración.
Con la reforma citada cambiarían las prácticas litúrgicas, se iba a producir una reorganización de las diócesis y su jerarquización, sobre la posesión de una Sede Primada. A partir del Concilio de Burgos, del año 1086, se extendió abiertamente el ritual y cambiaron también los estilos. En estudios de Bango Torviso se manifiesta cómo la minoría étnica mozárabe se convirtió en su conservadora, siendo su nombre el que iba a calificar todas las manifestaciones culturales de tradición preislámica, desde la liturgia al arte[4]. La difusión de las formas religiosas contribuyó así a adoptar el rito romano y se dio paso al uso de determinados espacios de culto, donde todo el instrumental de la misa, junto con los demás elementos iconológicos complementaban la liturgia de la época.

Santa María de la Peña: Razones históricas o mitos.

Imagen publicada en la página de la Asociación para el fomento de la cultura en Brihuega y su comarca. (Patrimonios desaparecidos, del puño de José Luis García de Paz.(gentesdebrihuega.wordpress.com)
Las llamadas taifas que surgieron en territorio peninsular a partir del siglo XI estuvieron gobernadas por dinastías hispano musulmanas. La de Toledo comprendía una amplia zona entre el valle del Tajo y del Guadiana, rica para la vida agrícola, ganadera y comercial. En ella fueron ubicándose las principales villas amuralladas, con alcázares y torreones, ejemplos de valor estratégico y que, a su vez, sufrirían las incursiones cristianas. Consta que en la villa de Brihuega existió una quinta fortificada al disfrute del rey Alí Maimóm, sobre un antiguo núcleo de población mozárabe: “en una pequeña planicie, cimentada de rocas tobosas, encajada entre dos pequeños barrancos… orlada con el título de villa histórico-monumental… conocida como “Jardín de la Alcarria, no solo por la abundancia y jugosidad de sus vegas, sino por el cuidado que sus moradores tuvieron siempre de todo su entorno”[1].
El sistema de repoblación y colonización de las tierras ocupadas por los reyes musulmanes, en este caso, marcado por las formas señoriales, conllevaba también cambios administrativos y jurídicos de algunos patrimonios, que atrajeron el interés de los monarcas y de las órdenes religiosas.

Leyenda y construcción.

Siendo rey de la taifa de Toledo Al- Mamún, su hija, conocida como Elima, ocupó un enclave fortificado o castillo, cuidada por los servicios del criado Ponce, apodado Cimbre. En ese paraje, la infanta mora admiraba las profundas creencias del criado que pudo iniciarla en los misterios de la fe cristiana. Pero, un “hecho milagroso, la aparición de la Virgen de la Peña” obligó a tomar cartas en el asunto al canónigo de Toledo encargado de conservar el culto mozárabe, lo que llevó a la edificación de una ermita y al resguardo de la imagen a los pies del castillo como preparativo para la conversión. Aliado a su vez de Alfonso VI, rey leonés, consta que permitió entonces levantar una ermita en el lugar donde la leyenda narra la supuesta aparición de la Virgen a esta infanta mora.
Su levantamiento oscila en torno a los años 80 del siglo XII, o incluso antes. Entre los años 1166 y 1180, cuando se aprueban los Estatutos del Cabildo de Párrocos de la villa, pudieron levantarse algunas iglesias con sillares de cantería, órdenes de columnas y fórmulas abovedadas. Esta iglesia se ubicaba en punto clave de la roca donde la tradición hablaba del hallazgo de la virgen, con una perspectiva ideal hacia el valle del Tajuña. En el Inventario de la Provincia de Guadalajara se cita una iglesia del siglo XIII, de tres naves, con pilares compuestos y arcos apuntados transversales y los formeros de medio punto. Bóvedas de crucería, coro alto en los pies sobre bóveda de arco carpanel, torre a los pies de dos cuerpos, portada sencilla con escudo del Cardenal Tavera…en el interior se conserva la imagen de la Virgen de la Peña en camarín del siglo XIII”.  No podemos describir en profundidad las transformaciones de su conjunto que se dieron hasta el siglo XVI, así como partes que fueron desapareciendo hasta las últimas actuaciones del siglo XX.
En los años que marcan el reinado de Fernando I, entre el 1035 y el 1065, se suponen las primeras manifestaciones totalmente románicas en la plástica mobiliar de los reinos cristianos. Y, entre finales del XI y comienzos del XII se desarrollaron los trabajos de cantería que fundamentaron la teoría románica de todas las construcciones, siendo sus principales mecenas Alfonso VI, Doña Urraca, Sancho Ramírez I y Alfonso el Batallador.
Se abandonan progresivamente las estructuras murarias articuladas de los siglos precedentes para adoptar paramentos dinamizados con líneas geométricas y decorados con esculturas de revestimiento. Los templos se ajustan a esquemas abovedados, fachadas animadas, y todo su conjunto cumple las funciones religiosas y simbólicas, a su vez, como trasposición de la Jerusalén Celeste.
La nueva liturgia prescinde de la compartimentación anterior que exigía la presencia del sacrarium, el coro, lugares para catecúmenos, penitentes, aislamiento de los fieles y otros matices. Ahora se tiende a la división por sexos y al uso de pórticos para los penitentes, pero el interior será cada vez más uniforme, ampliando la nave principal y volteando las bóvedas. Hay además un nuevo sentido al edificio como elemento físico dentro del medio: la iglesia rural se rodeaba de tierras ad cibarium, constituyendo la dote patrimonial y el sustento del personal eclesiástico. Las iglesias de las ciudades, aunque modestas en contingente humano, cambiarán unas tierras por otras, organizarán los atrios para las actividades religioso-populares y quedarán enmarcadas dentro del recinto de las villas.
Pero, son también tiempos de conflicto entre cristianos y musulmanes. Es frecuente encontrar el lugar del culto, la iglesia, en partes elevadas y algo aisladas del conjunto de la villa, o dentro de los muros del recinto fortificado, para su defensa.
Se tiende al modelo basilical, sin que el crucero sobresalga de las colaterales, con ábsides rectos o en hemiciclo, con sus naves compartimentadas en cuadrícula y muros con resaltes. Pero, hay más dinamismo en los vanos, se incluyen columnas, las cornisas se ornan con relieves, etc.
En conclusión, Santa María de la Peña fue una iglesia pensada en el estilo románico en cuanto al aspecto formal de sus muros exteriores, en el uso de columnas en el espacio interior, o en los relieves que decoran los capiteles de la parte posterior de este templo, junto con otros componentes que, debido a reformas posteriores se destruyeron y perdieron, sobre todo en el siglo XVI, asumiendo así el influjo de estilos siguientes y los lexemas de transición.

Bibliografía 

Fuentes de consulta bibliográfica recomendadas

1.       García Villoslada, Ricardo.: Historia de la Iglesia en España. Biblioteca de autores católicos. 1979.
2.       Bango Torviso, Isidro.: Siglo y medio de la cultura material de la España cristiana desde la invasión. Musulmanes y cristianos determinantes de una justificación” históricocutura”l que no cesa. Universidad Autónoma de Madrid. Anales de Historia del Arte 2012. Vol. 22.
3.       Ouserl, Raymond.: Peregrinos, hospitalarios y templarios. La Europa románica. Ediciones Encuentro. Madrid. 1986.
4.       Simón Pardo, J.: Estampas briocenses. Guadalajara 1987.
5.       Ballesteros San-José, Plácido.: Historiografía y visión histórica de la Alcarria Baja en la Edad Meda durante los siglos XVI al XX. Revista WAD-AL-HAYARA. 1991. Nº 18.





[1] García Pérez, J.M.: Los orígenes históricos del cristianismo. Ediciones Encuentro S.A. 2011
[2] VITOR,T.: Image and Pilgrimage in Crhistian Culture.
[3] BANGO TORVISO, I.: Siglo y medio de la cultura material de la España cristiana desde la invasión. Musulmanes y cristianos determinantes de una justificación” históricocutura”l que no cesa. Universidad Autónoma de Madrid. Anales de Historia del Arte 2012. Vol. 22.
[4] BANGO TORVISO, I.: obra citada.
[1] SIMÓN, J.: villa de Brihuega. Revista WAD-AL-HAYARA. 1991. Nº 18.

La evolución iconológica de la serpiente en el ámbito mediterráneo Parte I

Por: Marta Martínez Arranz

Correo electrónico: martinezarranz.marta@gmail.com

1.      Introducción

La serpiente ha sido calificada mayoritariamente como un animal peligroso para el ser humano por sus métodos defensivos, en unas ocasiones a través del veneno de su picadura y en otras por su capacidad constrictora. Pero resulta llamativo que, en períodos antiguos de la historia de la cuenca del Mediterráneo, como en el Calcolítico hasta época romana, la serpiente tenía unas connotaciones benignas relacionadas con la magia, la protección y la medicina; entonces ¿por qué motivo identificamos a este reptil con el mal?, ¿puede ser una mala interpretación del término griego δράκων, δράκοντος? Podríamos afirmar que la difusión de la mentalidad judeocristiana supuso una ruptura con la tradición anterior y, desde ese período, la figura de la serpiente se vinculó con la tentación a partir del relato del Pecado Original y Expulsión del Paraíso (Génesis 3 1-13; 22-24).
En este trabajo me gustaría realizar una visión general de la evolución del significado simbólico de la serpiente comenzando con las vinculaciones de la serpiente y las denominadas Diosas Madre, seguidamente la serpiente en Grecia, los poderes curativos de la serpiente en el ámbito grecorromano, las serpientes que dominan la mitología egipcia, hasta la llegada del imaginario bíblico en el que la serpiente cambia radicalmente con las tradiciones mediterráneas.

2.      La Diosa Madre y la Serpiente

Las primeras representaciones de algunas partes del cuerpo femenino se remontan a los tiempos en que la humanidad aún no comprendía el proceso biológico de la reproducción (no relacionaban la copulación con la fecundidad) y, por ello, creó una deidad que era una extensión macrocósmica del cuerpo de la mujer. Dicha deidad es la Creadora cósmica, la que da la Vida y en la que se origina el Nacimiento.
Las diosas de las serpientes en Cnossos.
El arte inherente a la Diosa, con su sorprendente ausencia de imágenes de guerra y dominación masculina, refleja un orden social en el que las mujeres, como jefes de clanes o sacerdotisas-reinas, desempeñaban un papel central. La Vieja Europa y Anatolia, así como la Creta minoica, eran una “gylanía”, que es el término que indica una estructura social en la que los dos sexos son iguales. Por ejemplo, Marija Gimbutas postula que las figurillas son “figuras míticas o simbólicas que utilizaban para representar los mitos de las estaciones y otros”. De esta perspectiva se hacen eco anilistas como A. Marshack –autor de The roots of Civilization (1972)-, para el que las figurillas evocan “imágenes historiadas” que se relacionan con los ciclos estacionales y la renovación de la vida. Ambos expertos las vinculan con una diosa de la tierra o con sus celebrantes a través del papel que desempeñan en las ceremonias. Es probable que las sociedades paleolíticas practicasen alguna variante de magia de la fertilidad.
Los principales temas representados en el simbolismo de la Diosa son el misterio del nacimiento y la muerte, así como el de la renovación de la vida, no solo la humana, sino de toda la vida del planeta y, por supuesto, del cosmos. Ella era la única fuente de vida, la cual tomaba su energía de manantiales y pozos, del sol, de la luna y de la tierra húmeda. Este conjunto de símbolos representa un tiempo mítico que es cíclico, no lineal. Esto se manifiesta en el arte con signos de movimiento dinámico: espirales que giran y se retuercen, serpientes enroscadas y ondulantes, círculos, crecientes, astas de bóvido, semillas germinadas y brotes.
La serpiente es la energía vital y la regeneración, un símbolo seminal, es un epítome del culto a la vida en este mundo. Esta misma energía está en las espirales, en las plantas trepadoras y en los árboles que crecen, así como en los falos y estalagmitas, pero se concentra especialmente en la serpiente y, por consiguiente, es esta la más poderosa; es algo primordial y misterioso que procede de las profundidades de las aguas, donde comienza la vida; su renovación estacional, manifestada por el cambio de piel, y su hibernación la convirtió en un símbolo de la continuidad de la vida y de la conexión con el Otro Mundo. Durante todo el Neolítico, la Diosa Serpiente aparece, invariablemente, representada en posición sedente; sus brazos y piernas pierden con frecuencia la forma humana y se transforman en auténticas serpientes, y, a veces, es la cabeza la que se metamorfosea. A su vez la figura de la serpiente está presente en muchos iconos de la antigüedad, ya sea como compañera de la Diosa o en tanto parte de su equipo, como cetro, cinturón o tocado de la misma.
La asociación entre aves y serpientes queda consignada en un arcaico mito griego cosmogónico citado en las Argonáuticas de Apolonio de Rodas y en otros fragmentos de autores menores, Robert Graves (Los Mitos Griegos) recopila e interpreta este mito. La gran madre Eurínome se materializó en el abismo amorfo y bailó en las tinieblas, sus movimientos originaron el viento, al que dio la forma de la serpiente Ofión quien la deseó y con el que finalmente Eurínome copuló. Comprobó que estaba embarazada y por ello se transformó en paloma para empollar sobre las aguas un huevo que ella misma había generado, a su vez la serpiente Ofión lo incubó entre sus anillos. A partir de este Huevo Universal se creó todo.
Continuará…

Bibliografía

Fuentes Clásicas:
-  
          Hesíodo: Los trabajos y los días. Introducción, traducción y notas de Pérez Jiménez, A. y Martínez Díaz, A. (2006) Ed. RBA, Barcelona.
-          Hesíodo: Teogonía. Introducción, traducción y notas de Pérez Jiménez, A. y Martínez Díaz, A. (2006) Ed. RBA, Barcelona.
-          Higino: Fabulas. Traducción y notas de Morcillo Expósito, G. (2008). Ed. Akal, Madrid.
-          Homero: Ilíada. Prólogo de García Gual, C. y traducción y notas de Crespo Güemes, E. (2010). Ed. Gredos, Madrid.
-          Homero: Odisea. Prólogo de García Gual, C. y traducción y notas de Pabón, J.M. (2010). Ed. Gredos, Madrid.
-          Ovidio: Metamorfosis. Introducción, traducción y notas de Álvarez, C. e Iglesias, R.M. (2011). Ed. Cátedra, Madrid.
-          Pausanias: Descripción de Grecia. Tomo I y II, traducción de Tovar, A. (1986). Biblioteca de Historia. Ed. Orbis, Barcelona.
-          Plinio: Historia natural. Introducción, traducción y notas de Hernández, F. (1998). Universidad Nacional Autónoma de México.
Estudios Modernos:
-          Del Hoyo, J. y Vázquez Hoys, A.M. (1990): “La Gorgona y su triple poder mágico. (Aproximación a la magia, la brujería y la superstición. II)” Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t. 3, págs. 117-182.
-          Gil Fernández, L. (2006): Therapeia. La medicina popular en el mundo clásico. Triacastela.
-          Gimbutas, M. (1982): The goddesses and gods of old Europe. Myths and cult images. University of California Press.
-          Graves, R. (2005): Los mitos griegos. Prólogo García Gual, C., traducción Gómez Parro, E. Ed. RBA, Anaya, Barcelona.
-          Graves, R. (2014): La diosa blanca. Madrid, Alianza Literaria.
-          Neuman, E (2009): La Gran Madre. Una fenomenología de las creaciones femeninas de lo inconsciente. Traducción Fernández de Maruri, R., Madrid, Trotta.
-        Silverman, D. P. (2008): El Antiguo Egipto. Traducción González Batlle, J., Barcelona, Blume.
-          Vernant, J.P. (1986): La muerte en los ojos. Figuras del Otro en la antigua Grecia. Ed. Gedisa, Barcelona.
-          Vernant, J.P (2009): Mito y sociedad en la Grecia Antigua. Prólogo de Carlos García Gual. Ed. Siglo XXI, Madrid.
-          Vernant, J.P (2011): Mito y religión en la Grecia Antigua. Traducción de Salvador María del Carril. Ed. Ariel, Barcelona.

Raíces, motivos y procesos del culto imperial en época augustea.

Por: Miguel Morata Mora

Correo electrónico: mimorata.mmm@gmail.com

Augusto y la religión

El gobierno de Augusto estuvo investido de una gran religiosidad que, según el pueblo romano, llevó la paz al imperio. Algunos autores afirman que Augusto tomó conciencia de que el control de la plebe, del ejército y de la política no era suficiente para hacer que su sistema perdurara por lo que se sirvió de la religión para reforzar su prestigio. Así, el nacimiento del culto imperial fue un proceso largo, meditado y planificado por el propio princeps[1][2]. En el presente trabajo nos situamos bajo la opinión de que, desde un profundo sentido de misión religiosa, Augusto pretendía dar a Roma un nuevo y esplendoroso comienzo, reflejo de los tiempos de Eneas y Rómulo, un comienzo en el que, mediante la piedad a los dioses, pudiera purgar las faltas cometidas en el pasado.[3]
De esta manera, Augusto se presenta como restaurador, no solo de la República, sino también de la pietas primigenia del pueblo Romano, plasmada por Virgilio en el pius Aeneas, su ancestro mítico. Son los discursos los que mantienen a las élites en el poder, las derrocan e imponen otras nuevas, y este discurso de Augusto ha ganado frente al de un Antonio masacrado por las fuentes: que gusta de la proscripción indiscriminada, del autoritarismo senatorial y del lujo oriental. Quedaron de esta forma representados como fuerzas antagónicas: Octaviano escogió como su dios personal y protector a Apolo, dios de la belleza y la mesura, frente al dios del exceso y el desorden, el Nuevo Dioniso, Antonio como él mismo se autoproclamó. El culto a Apolo será alentado durante el principado. Se construirá en el Palatino un templo dedicado a él. Apolo hasta entonces fue considerado un dios de adivinación y curación, para Augusto era un dios de la paz y de la civilización que representaba todo lo que es nuevo y próspero[4].
Impulsó también el culto a Marte, no solo, tal y como antes dijimos, como vengador de César, sino como padre de Rómulo, el progenitor de Roma. Fueron muchos los templos renovados, reparados y reconstruidos por Augusto, pero aparte de los de Apolo y Marte, la agradable paz y la guerra justa, hubo otro culto en el que es importante reparar, y es en el culto al Divino Julio. Augusto sabía que el pueblo lo veía como un hombre cercano al ámbito divino y parecía que no le gustaba rechazar los halagos que le hacían, pero sabía que proclamarse oficialmente como una divinidad le traería problemas. El propio César fue un ejemplo. Pero aquel ya tenía esos honores, por lo que perfectamente pudo nombrarse, sin dañar demasiadas sensibilidades, Diui filius[5]. Esos fueron los comienzos oficiales de la religión de Augusto.
Una religión no puede ser impuesta a una sociedad debido a su naturaleza: la unión “religada” con los antepasados basada en la adoración de los ancestros y las divinidades cósmicas sempiternas. Esto es llevado a cabo mediante el uso de objetos y vestimentas similares o idénticos a los que utilizaban los antepasados (o los mismos) durante los rituales heredados de aquellos, e incluso en los mismos lugares en los que antaño se realizaban. La religión, por tanto, se convierte en un elemento altamente tradicional dentro de una sociedad. La imposición ex nihilo de una serie de cultos y/o creencias solo puede causar tensiones sociales y políticas internas dentro de los estados dando pie al advenimiento de crisis de mayor calibre. Para que una religión o culto pueda ser oficializado es necesario que haya una amplia base social que la secunde. Teniendo esto en cuenta, se nos antoja pensar que el hecho de que Augusto fuese considerado un personaje divino no era solo una estrategia política de legitimación del poder imperial, sino una auténtica certeza popular a causa de los beneficios generales que su llegada al poder provocó en la sociedad romana.

Nada pueden pedir los hombres a los dioses y nada pueden los dioses conceder a los hombres, ningún deseo concebir ni realizar que felizmente César después de su vuelta a Roma no presentara al estado, al pueblo romano y al mundo.[6]

Pero la moderatio política de Augusto le prohibía en vida cualquier aspiración a la divinización. Bien parece ser que el princeps mostraba su rechazo a que hubiese en Roma templos dedicados a su persona[7]. Cuando inició su vida pública rechazaba abiertamente la monarquía y la divinización. En una carta escrita por Décimo Bruto a Cicerón en mayo del 43 a.C.[8] exponía aquel al preclaro orador una conversación que ocurrió entre un personaje del que poco sabemos, Segulio Labeón, y Octaviano. En esta conversación comenzaron a hablar sobre Cicerón; Octaviano afirmó que no tenía nada en contra del orador a excepción de unas palabras que pronunció contra él, afirmando que un hombre joven debe ser alabado, honrado y elevado al cielo. Continuó diciendo, según esta noticia, que no permitirá que nadie lo elevase al cielo, actitud que no continuará tras su ascenso al poder. En una carta privada suya transmitida por Suetonio afirmaba: “mi benignidad me conducirá a la gloria celestial”[9]. Algunos emperadores posteriores tomaron medidas para frenar el culto privado a ellos mismos. Era una práctica permanente pero sin llegar a resultar una persecución excesiva. Tiberio y Claudio intentaron detener el proceso levemente, posiblemente para calmar al Senado y no pecar de adulatio. Sin embargo, desconocemos hasta qué punto este rechazo aparente fue ciertamente efectuado[10]. Divino pero humano, Augusto sería divinizado en vida de facto, pero no de iure. Para ello habrá que esperar hasta su defunción.
Existían, sin embargo, otros recursos para aproximarse a los dioses sin proclamarse uno de ellos. Uno de los más importantes ya comentado anteriormente fue la denominación de Diui filius. Otra de gran importancia era el nomen Augusti, concedido por el Senado el 13 de enero del 27 a.C., que está etimológicamente asociado con el verbo augeo, hacer crecer. En la antigüedad, que aún no existía un método etimológico, pensaban que podía ser una palabra derivada de auctus (participio de augeo), de augur o de auium gestus o gustus. En cualquier caso, la palabra augustus ya se utilizaba para hablar de monumentos y objetos sagrados[11]. De esta manera su persona quedó santificada, bendecida por los dioses. Sabemos también por el testimonio de Suetonio que fue iniciado en los misterios eleusinos a Deméter[12], ello le investiría de un poder sagrado al ser conocedor (gnostós) de cuanto hay más allá de la muerte.
La conferencia de paz entre Octavio y Antonio que dio lugar al segundo triunvirato se hizo por mediación de Lépido en una isla del río Lavinio, en las cercanías de Módena. Por entonces Lépido era Pontífice Máximo; él cruzó primero el puente, llegó a la isla y, tras inspeccionar que todo estaba en orden, se aproximaron allí Octavio y Antonio. Allí se trató la paz y los dos bandos enfrentados quedaron sacramente unidos[13]. Lépido continuó en el cargo de Pontífice Máximo por su escrupuloso respeto de las convenciones, evitando así que Augusto lo destituyese. Cuando Lépido murió en el año 12 a.C., Augusto fue ascendido por fin al puesto máximo de la jerarquía religiosa[14]. Para Augusto tenía una gran importancia este cargo, posiblemente por la gran carga simbólica que tenía el puente en la antigüedad. Las aguas de los ríos eran sagradas y por tanto los puentes eran considerados elementos prácticamente sacrílegos: imponían un yugo a la divinidad del río, herían el subsuelo estableciendo contacto con las potencias infernales y unían dos orillas que por naturaleza deberían estar separadas, generando la paz entre dos polos enfrentados. Por ello los puentes estaban decorados con elementos profilácticos de carácter mágico-simpático como bucráneos o falos. La entrada del puente era lo que daba prestigio a los sacerdotes pontífices; este sacerdocio era, pues, lo mínimo a lo que Augusto podía aspirar[15] junto al título de Pater Patriae, que le fue concedido de forma unánime en el año 2 a.C. por el Senado y el pueblo de Roma[16]. Con él, Augusto fue reconocido finalmente como patrón del estado. Al igual que el pater familias era la figura principal de la domus, el princeps se convirtió en el patrón de una estructura superior. Esta reformulación implicó la entrada de Augusto en el culto doméstico de los lares[17].
Antes de comenzar a ver la situación del culto en época de Augusto, debemos fijar algunos términos. En toda religión podemos ver tres tipos de ritos: comunitarios, familiares y personales; y dos tipos de caracteres: privado y público. En Roma solo los ciudadanos podían participar en los ritos públicos, que eran ejecutados por sacerdotes funcionarios. La no participación por parte de un ciudadano en estos ritos, especialmente en los comunitarios y los familiares, podía poner en evidencia al individuo y a su gens. Los ritos privados, los cuales tienden a ser en la mayor parte de los casos familiares y personales, no tenían fronteras jurídicas por lo que podían ser realizados por personas de cualquier condición, incluidos los esclavos. Este modelo lo conocemos como religión cívica[18].
No creemos que haya habido un único epicentro en el surgimiento del culto imperial. De hecho, sabemos que no había un ritual establecido, por lo que en cada provincia se realizaba de manera distinta atendiendo a las tradiciones locales y sincretismos de la zona. En ciertas ciudades de Oriente existieron misterios imperiales[19]. Entre las primeras ciudades griegas en construir complejos dedicados a su nombre estuvieron Éfeso, Nicea, Pérgamo, Nicomedia, Afrodisia y Nisia; Segóbriga y Tarraco en Hispania, y las colonias fundadas por Augusto por todo el Imperio por estar beneficiadas directamente por el princeps[20]. En muchos de estos casos existirá un círculo vicioso que, aparte de legitimar al princeps en las provincias, gastará los recursos humanos y elitistas de las mismas: el Imperator beneficia a las élites y a la ciudad, por ello el princeps recibe la fidelidad sagrada mediante su culto, y vuelve a promocionar a sus élites como recompensa para que le sigan dando su apoyo. De esta manera, Augusto se convierte en el patrón de las ciudades al modo que vimos antes en el paso de pater familias al Pater Patriae. Cuando con el paso de las generaciones las élites se desliguen de sus ciudades y emigren a la Urbe, el vacío de poder será ocupado por el ejército. Este proceso se dará especialmente en Occidente por la mayor cantidad de colonias allí fundadas. En este sentido, el Oriente conservará en mejor sus recursos y se podrá superar mucho mejor las épocas de crisis.
Una de las explicaciones que se dan a la expansión de la visión del princeps como patrón del estado en el plano urbano se explica mediante los esclavos de la casa imperial. Estos rendirían culto a los lares de sus patrones, en este caso a Augusto, y, cuando eran manumitidos, continuaban con el culto en otros collegia, asociaciones y ciudades pasando a ser el emperador parte esencial de los lares en los cultos familiares y comunitarios privados. Cuando un culto de carácter privado tiene un fuerte seguimiento social, fácilmente podrá pasar al ámbito público. Para que no se descontrolase la domus imperial, se vió en la obligación de imponer una regulación de las leyes vinculadas a las festividades imperiales tanto privadas como públicas[21].
Finalmente, con la muerte de Augusto el Senado lo nombró deus y su culto se fortaleció en época de Tiberio:

Fue enterrado en Roma, en el Campo de Marte y, a pesar de ser un hombre, fue considerado merecidamente en muchos aspectos semejante a un dios.[22]

Como benefactor y pacificador del Imperio fue considerado un gobernante bueno y justo con el pueblo y por tanto sabio y santo. En la muerte que nos transmitió Suetonio hay quienes ven el reflejo de la muerte ejemplar del filósofo: con los allegados y amigos junto al lecho de muerte, y una muerte tranquila propia del estoicismo, muy similar a la Sócrates, Séneca o Trasea Paeto.[23]

Bibliografía

Fuentes literarias

Eutropio; Breviario, Ed. Gredos, Madrid, trad. Emma Falque
Cicerón; Cartas, v.2 (A Ático II), Ed. Gredos, Madrid, trad. Miguel Rodriguez-Pantoja Márquez
Id; Cartas, v.4 (A Familiares II), Ed. Gredos, Madrid, trad. Ana-Isabel Magallón García
Salustio; Guerra de Jugurta, Ed. Gredos, Madrid, trad. Bartolomé Segura Ramos
Suetonio; Vida de los doce Césares, Ed. Juventud, Barcelona, trad. Vicente López Soto
Veleyo Patérculo; Historia Romana, Ed. Gredos, Madrid, trad. Mª Asunción Sánchez Manzano

Fuentes contemporáneas

Engels, Friedrich (2010): El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, Biblioteca Pensamiento Crítico (Público), Barcelona, primera edición.
Gónzalez, Julián (2015): “El culto a Augusto Vivo y la Devotio Popular: el origen del culto imperial”, Onoba, pp.16-24, Universidad de Huelva
Langa, Alfredo (2013): La economía política de la guerra, Icaria Editorial, Barcelona.
Le Glay, Marcel (2002): Grandeza y caída del Imperio Romano, Cátedra, Madrid, primera edición
Martin, Régis F. (1998): Los doce Césares. Del mito a la realidad, Aldebarán Ediciones, Madrid, primera edición española
Montero, Santiago (2010): “Augusto y los puentes: ingeniería y religión”, de Naturaleza y religión en el Mundo Clásico: Usos y abusos del medio natural (MONTERO, Santiago; et CARDETE, Mª Cruz eds.), Signifer Libros, Madrid.

Solís, Javier (2012): “Adoración corporativa y culto imperial. Cuando lo ‘privado’ invado lo ‘público’.”, Antestería, Nº1, pp. 371-378, publicación online disponible en: https://www.antesteria.es/n1-2012.html





[1] González 2015: 16
[2] Le Glay 2002: 129
[3] Ogilvie 1995, 143
[4] Ogilvie 1995: 145
[5] Ogilvie 1995: passim
[6] Vel. Pat. Hist. II, 89, 2
[7] Martin 1998: 311
[8] Cic. Fam. XI, 20, 1
[9] Suet. Aug. 72, hablando sobre el perdón de deudas en el juego.
[10] Solís 2012: 374
[11] Suet. Aug. 7
[12] Suet. Aug. 93
[13] Montero 2010: 203
[14] Ogilvie 1995: 144
[15] Montero 2010: 199
[16] Suet. Aug. 58
[17] Solís 2012: 373
[18] Solís 2012: 372
[19] Le Glay 2002: 131
[20] González 2015: passim
[21] Solís, 2012: 377
[22] Eutropio, 8, 4.
[23] Martin 1998:130-131