viernes, 31 de octubre de 2014

EDITORIAL

Noviembre 2014


"De dioses y hombres" es un blog de investigación sobre Ciencias de las Religiones y Mitología, coordinado y dirigido por José Marco Segura Jaubert y Carmelo Morales Marcos. 
En el número de este mes damos paso a cuatro nuevos e interesantes artículos que nos traen nuestros expertos, para de esta forma seguir mostrando la variedad de religiones que conviven en nuestro planeta.  
Nos adentraremos en el hinduismo con la presentación de Síva, de la mano de Jenifer Montiel; conoceremos mejor el judaísmo y al Dios de Israel a través de las explicaciones de Macarena García, Benjamín García nos guiará por el protestantismo presentando en primer lugar la figura de Lutero. Por último, y no menos interesante, Ramadán Ibrahim Mohammed nos presenta la segunda parte de Mahoma y los comienzos del Islam.

Que lo disfruten.
El Dios de Israel

Parte 1: El pueblo elegido y la alianza
Por: E. Macarena García García, Investigadora Predoctoral FPU, Universidad Complutense de Madrid

Cuando los investigadores Segura y Morales me pidieron una pequeña serie de entradas sobre religión de Israel y judaísmo para este blog, tardé bastante en decidir cuál sería el tema a tratar en el primero de ellos. La pluralidad del judaísmo y sus largos siglos de historia hacen muy difícil escoger un único punto fundamental que otorgue esa primera imagen general sobre la religión al lector. No obstante, si hay algo que defina a esta religión en todas sus épocas y vertientes es la creencia en una estrecha relación entre el pueblo y la divinidad, la noción de pueblo elegido y la alianza con Dios.
Pero, antes de nada, ¿quién es ese Dios? Según se lean distintos pasajes de la Torah, el Dios de los israelitas puede ser nombrado como Yhwh[1] o ’Elohim.[2] Esto se debe fundamentalmente a que la Biblia no es un único libro, como suele decirse en el lenguaje popular, sino una compilación de libros escritos en épocas muy diversas por diferentes autores. A su vez, los cinco primeros libros también son recopilaciones y reelaboraciones de distintas tradiciones, unidas por escrito de la mano de un redactor tras un largo periplo de transmisión oral. El puzle resultante tiende a mostrar una narración lineal y coherente, aunque en el caso de los nombres divinos, se mantengan las diferencias según el pasaje provenga de una u otra tradición oral anterior: fuente J (Jahvista, de Yhwh) o fuente E (Elohísta, de ’Elohim).[3]
Respecto al carácter divino, los primeros escritos de Génesis no parecen muy alentadores: un dios creador que expulsa al hombre del paraíso al primer error (Gén 3,23), que envía un diluvio para exterminar a la humanidad por sus fallos (Gén 6,17),... Podría pensarse en un Dios poco transigente cuya relación con su creación no comienza con muy buen pie. No obstante, no toda la humanidad merece el castigo de esta divinidad de elevada ética, sino que los libros de Génesis y Éxodo atestiguan el favor divino a algunos personajes relevantes de su creación, remarcados a modo de pactos o alianzas.
El término alianza es definido por la RAE como la “acción de aliarse dos o más naciones, gobiernos o personas,”[4] siendo el significado de aliar, “unir o coligar a una persona, colectividad o cosa con otra, para un mismo fin.”[5] Sin embargo, en la religión de Israel (y en el judaísmo posterior), este término se usa específicamente para referirse al pacto que Dios con Moisés y el pueblo de Israel en el Monte Sinaí tras su huida de Egipto (Éx 19-20). Se trata de un concepto de alianza único en el Próximo Oriente Antiguo, en el que una divinidad demanda a un pueblo lealtad y culto exclusivo a ella, expresado en el texto bíblico en términos comparables a los tratados hititas.[6]
No obstante, antes de centrarnos en los acontecimientos del Sinaí, me gustaría señalar una serie de pactos o alianzas bíblicas anteriores que sirven de precursores a esta alianza principal. El primero de ellos lo encontramos en Gén 9,8-16, cuando Dios exige el respeto de ciertas reglas a cambio de prometer a Noé que no volverá a intentar destruir a la humanidad.[7]
Establezco, pues, mi alianza con vosotros y no será ya exterminada criatura alguna por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra (Gén 9,11).
También es remarcable la alianza de Dios con Abraham, el primer patriarca, en Gén 12,1-7; 15; 17. Gracias a la sumisión a la palabra divina, Abraham conseguirá una descendencia abundante, además de la posesión de la tierra a la que Dios le dirige.[8] Esta sumisión se verá puesta a prueba continuamente, resaltando el episodio de Gén 22,1-19, en el que Dios ordena al patriarca sacrificar a su hijo Isaac para comprobar su lealtad[9].
Parte fundamental de esta alianza es el establecimiento del rito de la circuncisión en Gén 17,9-14, una práctica habitual entre los pueblos vecinos de Israel como rito de iniciación sexual, ahora explicada como signo visible del pacto entre el pueblo y la divinidad.
He aquí mi alianza, que habéis de guardar entre Yo y vosotros, así como tu descendencia después de ti: serán circuncidados todos vuestros varones. Os circuncidaréis, pues, la carne del prepucio, lo cual vendrá a ser señal de alianza entre Yo y vosotros (Gén 17,10-11)
Tal y como se indica en Gén 17,6-8, esta alianza no sólo atañe a Abraham, sino al resto de las generaciones venideras, de modo que Jacob – nieto de Abraham, hijo de Isaac – recibe también la promesa de abundante descendencia y de posesión de la tierra (Gén 28,13-15).[10]
No obstante, y como ya habíamos adelantado, el más importante de todos estos pactos va a ser la alianza en el monte Sinaí a través del profeta Moisés (Éx 19-20), donde Dios va a convertir a un conjunto de esclavos al pie del Monte Sinaí en un pueblo unido y singular, revelándose a ellos y entregándoles el punto central de la religión judía hasta nuestros días: la Ley. Éx 20,2-17 corresponde al conocido Decálogo,[11] que se verá completado con una larga serie de normas sociales, económicas y rituales a lo largo de los restantes libros del Pentateuco;[12] mientras que Éx 24 relata la recepción de las Tablas de la Ley.[13]
Esta última alianza no va en contra de los pactos anteriores, sino que los completa. Además de la promesa de la tierra que ya vimos en la alianza con Abraham, ahora Dios promete convertir a su pueblo en un reino de sacerdotes y una nación santa si cumple con la Ley que les ha entregado en el Sinaí.
Ahora bien, si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi alianza, seréis entre todos los pueblos mi propiedad peculiar; porque mía es toda la tierra, más vosotros constituiréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa (Éx 19,5-6a).
Por lo tanto, vemos como la noción de alianza se ve acompañada por una noción de elección: Dios entrega su ley a su pueblo elegido.[14]Y justamente esto es lo que singulariza esta tradición monoteísta: el hecho de que esta ley heterónoma sea el elemento aglutinador de un pueblo. Es el epicentro de todo su pensamiento, el nexo de unión de las distintas tribus que conforman el pueblo de Israel.
Esta noción de pueblo elegido también explica muy bien una de las principales singularidades de la religión de Israel y el judaísmo a lo largo de su historia: su marginalidad y falta de apología, frente a la universalidad de las otras dos grandes religiones monoteístas: cristianismo e islam. El pueblo israelita se diferencia voluntariamente del resto por su alianza con Dios y no busca la conversión de nuevos miembros a su religión (si bien la permite), sino que se centra en el cumplimiento de la alianza por parte de los ya integrantes de su grupo particular.
Por último, ha de destacarse que la noción de alianza va a marcar tanto el pensamiento del pueblo de Israel, que toda la historia de su pueblo va a explicarse en relación a ella.[15] La teoría de la retribución tradicional establece que todos los males que atañen a una persona o al pueblo entero – ya sean enfermedades, hambrunas, invasiones,… – son consecuencia de un castigo divino a sus malos actos. Es decir, que el incumplimiento de la Ley divina supone el quebrantamiento de esa alianza que los protege como pueblo elegido, que vela por su seguridad.[16] Esta idea del castigo de las malas acciones en vida va a mantenerse en el judaísmo hasta época post-exílica, cuando el contacto con las religiones persa y griega introduzcan el dualismo y la idea de un más allá característicos del judaísmo helenístico, junto con las nociones de mesianismo y vida futura. Sin embargo, eso ya es otra historia…

Bibliografía Básica

Avery-Peck, Alan J. "Covenant." En The Encyclopaedia of Judaism. Volume I, J. Neusner, A. J. Avery-Peck y W. S. Green (eds.), Leiden, Boston, 20052
Cantera Burgos, F. y M. Iglesias González, Sagrada Biblia, Madrid, 20033
Goldenberg, R., The Origins of Judaism. from Canaan to the Rise of Islam, New York, 2007.
De Lange, N., An Introduction to Judaism, New York, 2000.
Eliade, M., Historia De Las Creencias y Las Ideas Religiosas I. De La Edad De Piedra a Los Misterios De Eleusis, Barcelona, Buenos Aires, México, 1999.





[1]También conocido como Tetragrama, se trata del nombre impronunciable del Dios de Israel. Probablemente pronunciado Yahveh, si bien el texto bíblico procura no vocalizar dicho vocablo o hacerlo de manera errónea, poniendo las vocales correspondientes a ’Adonai (mi Señor) para indicar al lector que debe leer éste epíteto de Dios alternativo y no pronunciar su nombre en voz alta.
[2]A estos dos "nombres propios" de la divinidad, habría que añadírseles diversas variantes dentro del texto bíblico – ’Eloaḥ en lugar de ’Elohim en el libro de Job, Yaḥ en lugar de Yhwh en Ex 15,2 – además de otros epítetos recurrentes tales como ’Adonai (mi Señor), que aparece por primera vez en Gén 18,3; ’El (Dios), en Éx 20,5; ’El ‘Elyon (Dios Altísimo), en Gén 14,18; ’El Shadday (Dios Todopoderoso u Omnipotente), en Gén 17,1; o Yhwh Tseba’ot (Dios o Señor de los Ejércitos), en 1 Sam 1,3.
[3]Sirva sólo de apunte aclaratorio respecto al uso de los nombres divinos. Sobre las distintas fuentes que componen la Torah nos detendremos más extensamente en entradas posteriores.
[4] http://lema.rae.es/drae/?val=alianza [Acceso: 03.10.2014]
[5] http://lema.rae.es/drae/?val=aliar [Acceso: 03.10.2014]
[6] Cf. Avery-Peck, Alan J. "Covenant." En The Encyclopaedia of Judaism. Volume I, J. Neusner, A. J. Avery-Peck y W. S. Green (eds.), Leiden, Boston, 20052, p. 532. Esta noción de único dios del pueblo en concreto se ve muy claramente en la recitación del Shema‘ (Ex 6,4): Escucha Israel, Yhwh es nuestro Dios, Yhwh es uno.
[7] Las condiciones divinas son referenciadas anteriormente en la bendición a Noé y sus hijos (Gén 9, 1-7): prohibición de matar a otro ser humano así como de comer la carne de los animales con sangre.
[8] El hecho de que el patriarca cambie su nombre de Abram a Abraham (“Padre de muchos”) en Gén 17,5 es otra prueba más de la especial relación que mantiene con la divinidad y la importancia capital de la alianza que está sellando.
[9] Respecto al sacrificio de Isaac, Francisco Cantera Burgos opina que “es posible que en su origen se tratase de la leyenda fundacional de un lugar de culto, tratando de justificar el abandono de la práctica cananea de sacrificar a los primogénitos”. En Cantera Burgos, F. y M. Iglesias González, Sagrada Biblia, Madrid, 20033, p. 25, nota al pié 22,1-9.
[10] Y también vera su nombre cambiado de Jacob a Isaac en Gén 32,29; 35,10.
[11] Cf. Éx 34,28; Deut 4,13; 5,6-21; 10,4.
[12] No sin razón, se dice que el judaísmo (sobre todo gracias al rabinismo) más que una ortodoxia es una ortopraxis: lo importante no es tanto el dogma como el rito, la acción.
[13]Rotas tras la violación de la alianza con la fabricación y adoración del becerro de oro (Éx 32) y vueltas a entregar tras el perdón divino (Éx 34).
[14] Esta relación tan especial entre el pueblo y la divinidad va a ser a menudo expresada en términos amorosos en otros libros bíblicos, especialmente en el Cantar de los Cantares: De Lange, N., An Introduction to Judaism, New York, 2000, p. 155.
[15]Cf. Avery-Peck, Alan J. "Covenant." En The Encyclopaedia of Judaism. Volume I, J. Neusner, A. J. Avery-Peck y W. S. Green (eds.), Leiden, Boston, 20052, p. 534.
[16] Por ello, los profetas denunciarán constantemente las faltas del pueblo – en especial, el culto a otros dioses – y preverán su castigo divino al no ser capaces de cumplir su parte del trato (como, p.ej., en Jer 44).
Mahoma y los comienzos del Islam II

Por: Ramadan Ibrahim Mohammed

Correo electrónico: ramadan.ibrahim@cchs.csic.es

Introducción:

Tras haber tratado sobre la primera parte de este trabajo de investigación[1], ahora me gustaría presentar la segunda parte, la cual contiene estos tres puntos concretos: El viaje estático de Mahoma al cielo (el Mi‘raj) y el libro sagrado; La emigración a la Medina; y el  fallecimiento de Mahoma.  Asimismo me gustaría recordar que todo esto será analizado a través de la lectura del capítulo XXXIII del libro Historia de las creencias y las ideas religiosas del profesor rumano Mircea  Eliade[2],  de la misma forma que hicimos en la primera parte de este trabajo.

1)                 El viaje estático de Mahoma al cielo (el Mi‘raj)y el libro sagrado:

El acontecimiento más importante en la vida del profeta Mahoma, y para todos los musulmanes en general, es su ascensión al cielo. Este viaje se conoce en el mundo islámico por el nombre del Mi‘rāj o la ascensión celeste. Dicho viaje, según opinión dominante de los ulemas musulmanes, lo realizó Mahoma en compañía del arcángel Gabriel, y empezó en la mezquita de Meca y terminó en la mezquita Al Aqsa en Jerusalén. Allí en Jerusalén, fue Mahoma de visita a la mezquita Al Aqsa  e hizo en él un rezo, luego ascendió de esta mezquita hasta llegar a Sidrat Al Muntaha (el árbol de loto). En este viaje, que se realizó de noche y duró muy poco tiempo, el profeta Mahoma se encontró con Alá (Dios) y éste le inspiró el Corán, libro sagrado para los musulmanes, revelado en lengua árabe clásica, precisamente, en la variante lingüística de la gente de Quraish. Esto es lo que cuenta el Corán en el sura 26, aleyas 192 a 195. También se encontró Mahoma con algunos de los profetas precedentes y los saludó. Éstos son Abraham, Moisés, Noé, Juan, Jesús. También, vio a la gente del Paraíso y la gente del Infierno, de las anteriores naciones.[3]


2)                 La emigración a la Medina:

Debido a la persecución que sufrió Mahoma en Meca por su mensaje, decidió  emigrar a la ciudad de al-Taif, para encontrarse allí con la gente de esa ciudad. Pero, fracasó con los de al-Taif y volvió otra vez a la Meca para reencontrarse con sus seguidores, que no alcanzaban los 80, y se fueron todos a Yathrib, que luego se llamó Medina. En esa ciudad, la situación era muy diferente. Allí la gente le dio una calurosa bienvenida y escuchó su mensaje. La razón por la que la gente de Medina aceptó su mensaje era la existencia de judíos en esa ciudad, cosa que hizo que la gente tuviera una idea de la unicidad divina en la que creían los judíos. De ahí empezaron a abrazar el Islam y a crecer en número con el paso de los días.
Cuando pensaba abandonar la Meca y emigrar hacia Medina, Mahoma inventó un juramento religioso entre él y sus seguidores, de seguir adorando a Dios como bien se lo merece. En su viaje, pasó por Qobaa, y se quedó allí un tiempo, luego se dirigió a su destino: la Medina. Una vez allí, dejó libre a su camella y dijo que él elegiría el lugar en el que yace su camella como hogar para él y sus mujeres. Este sitio lo eligió como lugar para sus oraciones. La Medina fue un punto de inflexión en la vida de Mahoma. Allí tuvo la posibilidad de practicar sus actividades religiosas y políticas. Los seguidores de Medina le dieron una muy buena recepción y acogida. Él pudo unificar los dos bandos: los auxiliares (Ansar) de la Medina y los que emigraron con él de la Meca, los cuales le siguieron en su viaje hasta su llegada a la Medina. Bajo su bandera, los dos bandos se fusionaron y se convirtieron en uno. También construyó una mezquita para sus oraciones y adoraciones.[4]
En la Medina, Mahoma mantuvo encuentros con algunos de los grupos judíos de allí y les ofreció su mensaje, les dijo que él era un mensajero de Dios y les invitó a creer en él y en que era el último de los profetas. Pero, ellos siempre se negaban a su mensaje, argumentando que el Corán tenía errores y que Mahoma no entendía ni sabía lo que viene en su libro sagrado: el Antiguo Testamento.[5]
En aquel momento, Mahoma y sus seguidores se dirigían, en sus oraciones, hacia la mezquita Al Aqsa en Jerusalén, que era la misma quibla de los judíos y cristianos. Más tarde, el 24 de febrero de 624 d.C, Mahoma recibió una orden de Alá que le mandaba dirigirse él y los musulmanes, en sus oraciones, hacia la Kaaba en la ciudad de Meca, en vez de la mezquita Al Aqsa en Jerusalén. Véase el sura 9, aleya 127. Mahoma explica este hecho diciendo que la Kaaba es una casa construida por el profeta Abraham y su hijo Ismael y que los judíos y cristianos no aceptaron su mensaje y que, por ello, Alá le ordenó convertir la dirección de los rezos hacia la Kaaba.[6] Por esa razón, los musulmanes, en sus oraciones, se dirigen a la Kaaba, casa sagrada de Dios.
Con los incrédulos de la Meca Mahoma entró en varias batallas, la primera de todas ellas era la de Badr en el año 627 D.C. y de la que salió victorioso. La segunda era la del monte Ūud, la cual perdió ante los infieles de Quraish. Por aquel entonces, Mahoma recibió un nuevo mensaje de Alá ordenándole que llevara a los musulmanes y que se fueran todos a la Meca para cumplir los ritos de la peregrinación. Así, el profeta Mahoma pactó una tregua con los de Quraish por un periodo de diez años, para permitir así a los musulmanes la entrada en la Meca y el cumplimiento de los ritos de la peregrinación. Mahoma entró en la Meca en el año 629 acompañado de dos mil de sus seguidores con el fin de cumplir todos los ritos de peregrinación. Muchas de las tribus que convivían con la de Quraish se convirtieron al Islam, lo cual se consideró como una victoria para el Islam, cuyos seguidores empezaron a partir de ese momento a crecer de tal forma que, pasado un tiempo, volvieron otra vez a la Meca, abriéndola bajo el liderazgo de Mahoma, con un gran ejercito compuesto de más o menos diez mil hombres. Su objetivo era liberar a la Meca de los dioses paganos a los que seguían los infieles de Quraish. Aun así no la tomaron como capital del Estado islámico. Pronto volvieron a Medina y la establecieron como capital.[7]

3)                 El fallecimiento del profeta:

En el año 632 Mahoma volvió otra vez a la Meca para hacer la peregrinación. Ésta era la última peregrinación. Se llamó la peregrinación de la despedida. En ella dirigió un discurso a su pueblo comentándole que ya había completado el Islam. Véase el sura 5, aleya 3.
Según la tradición, al final de está "peregrinación de despedida", Mahoma habría exclamado. Mahoma regreso a la Medina, y a finales del mes de mayo de 632 se enfermó y falleció el día 8 de junio en brazos de la señora ´Aicha, su mujer. Mucha gente no esperaba la muerte del profeta y algunos hasta la negaron. Otros dijeron que había ascendido al Cielo; lo mismo que se dijo de Jesús, hijo de María. Abu Bakr, amigo y compañero de vida del profeta, pronunció su famoso discurso y le dijo a la gente: "oh, gente, quien adoraba a Mahoma, pues él ya se ha muerto, pero quien adora a Alá, pues Alá nunca muere". Mahoma fue enterrado en su casa de la Medina.[8]

4)         BIBLIOGRAFÍA:

 4.1.   Bibliografía básica

Eliade, Mircea, “De Mahoma a la era de las Reformas”, en  Historia de las creencias y de las ideas religiosas,  v. 3, ediciones Cristiandad, S.L. Madrid, 1983, pp. 93-119.

4.2.   Bibliografía complementaría

Bashier, Z., Hijra: story and significance, Leicester: The Islamic Foundation, 1983.
Bloom, J. M. - Blair, S. The Grove encyclopedia of Islamic art and architecture, Oxford University Press, 2009, p. 76.
Colby, F. The Subtleties of the Ascension: Lata'if Al-Miraj: Early Mystical Sayings on Muhammad's Heavenly Journey, City: Fons Vitae, 2006.
Fierro Bello, M. I., "La emigración en el Islam: conceptos antiguos, nuevos problemas",  Consejo Superior de Investigaciones Científicas (España) (ed.), Nº 12, 1991, pp. 11-41.
Mahmoud, O.; "The Journey to Meet God Almighty by Muhammad—Al-Isra", en Prophet Muhammad (SAW): an evolution of God, Author House, 2008, p. 56. 
McNeely B. E., "The Miraj of Prophet Muhammad in an Ascension Typology,"http://www.bhporter.com/Porter%20PDF%20Files/The%20Miraj%20of%20Muhammad%20in%20an%20Asceneion%20Typology.pdf.
Richard C. M., Arjomand S. A., Hermansen, M., Tayob A., Davis R., Obert J., Encyclopedia of Islam and the Muslim World, Vo ll, USA: Macmillan Reference, 2003, p. 482.


[1]  Véase http://confurfeo.blogspot.com.es/2014/09/mahoma-y-los-comienzosdel-islam-por.html
[2]De Mahoma a la era de las Reformas” en  Historia de las creencias y de las ideas religiosas.  v. 3, ediciones Cristiandad, S.L. Madrid, 1983, p. 93-119.
[3] Ibídem, p. 102-103.
[4] Ibídem, p. 104-105.
[5] Ibídem, p. 107.
[6] Ibídem, p. 107.
[7] Ibídem, p. 105-106.
[8] Ibídem, p. 110
Martín Lutero

Benjamín García García
Correo eléctrónico: bggarcia@ucm.es

Martín Lutero
Martín Lutero fue el segundo hijo del matrimonio entre Hans Luder y Margarita Ziegler. Nació el 10 de noviembre de 1483 en la localidad alemana de Eisleben[1]. El pequeño niño recibió el agua del bautismo a la mañana siguiente de haber nacido y el párroco le impuso el nombre del santo correspondiente con el día (San Martín de Tours)[2]. Su padre se preocupó de que su hijo hiciese carrera, y será en Magdeburgo y Eisenach donde estudie gramática o latinidad tras su paso por Mansdeld. En 1501 inició los estudios universitarios en la Facultad de Artes de la universidad de Erfurt donde se encontró con brotes humanistas y con la filosofía nominalista. Una vez logrado el título de maestro en Artes (1505), se matriculó en Leyes, como quería su padre. Sin embargo, apenas matriculado, ingresó en el convento de los agustinos de Erfurt (17 de julio de 1505)[3].
Fue ordenado sacerdote en 1507 después de una preparación cuidadosa. Al mes, 2 de mayo, celebró su primera misa solemne. Conforme a la costumbre de los frailes, siguió estudiando al mismo tiempo que enseñaba para obtener los grados. A sus 28 años, Fray Martín tuvo que acudir a Roma por asuntos administrativos relacionados con su orden religiosa. Se mostraba pletórico de fuerzas e ilusionado por ir a la Ciudad Eterna[4]. Estando allí tuvo tiempo de enterarse de muchas curiosidades históricas, legendarias y piadosas de la ciudad, de los monumentos y las indulgencias. Como fiel devoto celebró varias misas, veneró a los mártires y llegó a subir de rodillas las veintiocho gradas que forman la Scala sancta. Sobre la curia oyó hablar de escándalo y relajación eclesiásticas. Es por ello que de Roma recibió Lutero una impresión de ser una ciudad muerta.
Instalado definitivamente en Wittemberg a partir del verano de 1511, al año siguiente se doctoró en teología y empezó su enseñanza como profesor de Biblia. El estilo de prepararse y enseñar de Martín no era el frío y abstracto característicos de la escolástica, sino el cálido que tocaba cuestiones vitales y actuales. La carta a los Romanos le dieron la respuesta a sus inquietudes: “El justo vivirá por la fe” (Rm 1,17). A través de su reflexión sobre el escrito de Pablo descubrió el don de la gracia, de la gratuidad absoluta de la misericordia con que Dios redime al pecador en Cristo. Fue aquí donde fraguó el núcleo de su doctrina: la salvación por la “sola gracia” y el nulo valor salvífico de las obras. La mediación de la Iglesia, que administra los sacramentos y las indulgencias, resultaba entonces ineficaz[5].
Lutero no pretendía inicialmente ir más allá de la renovación de la teología, con una hostilidad declarada a las escuelas que no era más virulenta que la descargada por humanistas como Erasmo de Rotterdam (1466-1536). Sin embargo, las posiciones rígidas de Lutero y de Roma, así como la implicación de los poderes políticos y la fuerza expansiva de la recientemente inventada imprenta condujeron hacia una confrontación que desencadenaría la ruptura de la cristiandad occidental.
En abril de 1517 llegó la noticia de que el dominico Juan Tetzel (1465-1519) predicaba una nueva indulgencia plenaria concedida por el papa León X (1475-1521) a favor de la Basílica de San Pedro en Roma[6]. Más que censurar los abusos e imprudencias que se cometían en la predicción de las indulgencias, Lutero levantará su voz contra el poder papal de conceder indulgencias. Su parecer lo expresará primero a través de la predicación y luego lo hará formulando varias tesis, 95 en total, pero sin ánimo de divulgarlas en un principio. Así pues, las tesis sobre las indulgencias las anunció Lutero a unos pocos amigos doctos y escribió al arzobispo Alberto de Maguncia y Magdeburgo (1490-1545) una carta de protesta por las falsas ideas que llegan al pueblo a través de la predicación de Tetzel, adjuntándole una copia manuscrita de las famosas 95 tesis. La tradición popular atribuye al 31 de octubre de 1517 el día que Lutero fijaría en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg las 95 tesis sobre las indulgencias. Tras analizarlas detenidamente Alberto de Maguncia escribió a la Curia de Roma el 13 de noviembre del mismo año, denunciando al teólogo de sospechoso de herejía[7].
Una vez conocidas en Roma las Resoluciones de Lutero, se persuadió León X de que lo procedente era seguir lo establecido para estos casos, es decir, abrir un proceso al sospechoso de herejía. Sin embargo, la voluntad de Lutero era no abandonar la Iglesia, sino servirla como doctor en Teología y docente universitario[8]. Más que los contenidos, fue el haber tocado los intereses económicos y jurisdiccionales de Roma lo que, no tardando, convertiría estas invectivas en herejía y al autor en hereje. Poco después el fraile agustino era citado para comparecer en Roma, pero el príncipe elector de Sajonia, que tomaría el de Lutero como caso de inmunidad personal en su territorio, consiguió que la comparecencia tuviera lugar en Augsburgo, aprovechando la Dieta en la que el cardenal Cayetano (1469-1534) estaba como nuncio para negociar ayudar a la campaña contra el turco, que era lo que entonces de veras importaba[9]. La entrevista de octubre de 1518, a la que Lutero daría tanta importancia, fue un fracaso rotundo. El cardenal dedujo que lo que Lutero preconizaba era una iglesia nueva y no logró que el fraile agustino se retractara en ninguna de sus posiciones dogmáticas.
Todo esto coincidía con la muerte del emperador Maximiliano I (1519) y la elección imperial de Carlos V (1500-1558). Mientras tanto, se habían multiplicado las simpatías hacia Lutero, que era aclamado por el sentimiento germánico. Roma reaccionaría con la bula Exsurge Domine (15 junio de 1520) condenando las doctrinas y los libros de Lutero sin condenar su persona pero urgiéndole la conducción a Roma para retractarse. Era ya demasiado tarde y la causa, originalmente teológica y disciplinar, se había convertido en predominantemente política. Lutero fue interrogado en la Dieta de Worms el día 17 de abril de 1521. Se le había invitado no para defenderse sino únicamente para reconocer los errores de sus escritos y para retractarse de sus contenidos heterodoxos. Ante la pregunta sobre su retractación el fraile agustino responderá:

A menos que se me convenza  por testimonio de la Escritura o por razones evidentes, no quiero ni puedo retractarme en nada, porque no es seguro ni honesto actuar contra la propia conciencia. Que Dios me ayude. Amén[10].

Carlos V no llevó a las últimas consecuencias la aplicación del edicto de proscripción de Worms. Los miramientos con los que tuvo que andar siempre con los poderes territoriales, más concretamente con el de Sajonia electoral, permitieron que su príncipe actuara como si tal edicto no existiese. Lutero desde entonces era un proscrito en el Imperio y, por lo mismo, estaba expuesto a la ejecución de las penas impuestas a los excomulgados. La protección de su señor territorial le libraría de estos peligros y permanecería en el castillo de Warburg desde mayo de 1521 hasta marzo del año siguiente disfrazado como el caballero Jorge. Entre los objetivos intelectuales de Martín Lutero figuraba la traducción de la Sagrada Escritura al alemán, y será durante su estancia en el castillo cuando consiga la traducción alemana del Nuevo Testamento[11].
La doctrina luterana influyó fuertemente en la clase baja trabajadora dando lugar a la denominada Guerra de los campesinos (1525). Pequeñas revueltas iniciales que desembocaron en guerra por el impulso del líder anabaptista Thomas Müntzer (1488-1525). Lutero se mostrará claramente contrario al movimiento a través de su obra Exhortación a la paz. Creía firmemente que los cristianos debían obedecer siempre a sus gobernantes, incluso aunque sean injustos[12]. Percibiendo el alejamiento del pueblo, éste le pagará con el suyo mediante su escrito Contra las rapaces y homicidas hordas de los campesinos en el que insta a la nobleza a aplacar de forma contundente la ira de los rebeldes. Dos años antes había ayudado a un grupo de nueve monjas a abandonar su convento. Entre ellas se encontraba Katherine von Bora (1499-1552), con la que Lutero se casaría en junio de 1525[13].
La Dieta de Spira de 1526 había decidido dar por nula la imposición del Edicto de Worms de 1521 y la reforma de la iglesia mediante la celebración de un concilio era cada vez más demandada. Los ánimos de los católicos alemanes comenzaron a irritarse a raíz de las ventajas y avances que habían obtenido por los reformadores en la Dieta de Spira de 1526. Carlos V convocó la próxima Dieta en Spira (1529) para tratar tres cuestiones esenciales: las disensiones religiosas, la guerra contra el turco y la paz interna del Imperio[14].
Buena parte de príncipes y ciudades firmaron su oposición al retorno de Worms con la siguiente fórmula: “Protestamos[15] ante Dios que no podemos aceptar lo decretado porque hacerlo sería contario a Dios”. Ya había príncipes (como los de Hessen y Sajonia) entusiasmados por la Reforma y dispuestos a organizar alianzas armadas, si ello fuere preciso, para defender la causa evangélica[16]. Un proyecto, en principio teológico y espiritual de Lutero, que fue tomando una dimensión política cada vez mayor. En la Dieta de Augsburgo de 1530 presentó Melanchton (1497-1560)[17] una propuesta de acuerdo religioso a través del documento conocido como la Confesión de Augsburgo, con la que el propio Lutero no estaba muy conforme. El fracaso de los coloquios conducirá inevitablemente a una sucesión de confrontaciones bélicas entre los bandos protestante y católico.
La salud de Lutero había comenzado a mermarse, particularmente entre los años 1527-1537[18]. Sin embargo, no cejó en su actividad docente y escritora, saliendo de su pluma los últimos escritos que no hacían sino afianzar sus posiciones y sus rechazos. En 1543 daba a luz su aireado libro Contra los judíos y sus mentiras, y en 1545 se despedía con el furibundo panfleto Contra el Papado de Roma fundado por el demonio[19].
Su muerte se produjo en la madrugada del 18 de febrero de 1546 cuando había vuelto a Eisleben, su lugar natal, para mediar en un conflicto familiar. Instantes antes de morir dirigió una oración a Dios con la confianza cierta de que le otorgaba la salvación. Según los médicos que le asistieron, la causa de la muerte fue una angina de pecho aguda complicada con arteriosclerosis[20]. Su cadáver fue aclamado y venerado en su trasladado a Wittemberg donde fue enterrado en la iglesia del castillo.

Bibliografía
Egido, T. (2006). Lutero y el luteranismo. En Cortés Peña, A. L. (Coord.), Historia del cristianismo. III, el mundo moderno. Granada: Trotta.
Floristán, A. (2008). La ruptura de la cristiandad occidental: las reformas religiosas. En Floristán, A. (Coord.), Historia moderna universal. Barcelona: Ariel.
Lazcano, R. (2009). Biografía de  Martín Lutero: 1483-1546, Madrid: Editorial Agustiniana.
O’Neill, J. (1991). Martín Lutero, Madrid: Akal.




[1] A unos ciento diez kilómetros al suroeste de Wittemberg, y a noventa y cinco al nordeste de Erfurt.
[2] Lazcano, R. (2009). Biografía de Martín Lutero: 1483-1546, Madrid: Editorial Agustiniana. p. 35.
[3] O’Neill, J. (1991). Martín Lutero, Madrid: Akal. p. 9.
[4] Lazcano, R. p. 68.
[5] Floristán, A. (2008). La ruptura de la cristiandad occidental: las reformas religiosas. En Floristán, A. (Coord.), Historia moderna universal. Barcelona: Ariel. p. 86.
[6] Lazcano, R. p. 112.
[7] Ibídem, p. 114-115.
[8] Ibídem, p. 121.
[9] Egido, T. (2006). Lutero y el luteranismo. En Cortés Peña, A. L. (Coord.), Historia del cristianismo. III, el mundo moderno. Granada: Trotta. p. 102.
[10] Ibídem, p. 112.
[11] Lazcano, R. p. 219.
[12] O’Neill, J. p 43.
[13] Matrimonio del que nacerían cinco hijos.
[14] Lazcano, R. p. 315.
[15] Mediante esta fórmula a los evangélicos se los llamará protestantes en adelante.
[16] Egido, T. (2006). p. 132.
[17] El alumno más aventajado de Lutero.
[18] Lazcano, R. p. 386
[19] Egido, T. (2006). p. 134.
[20] Endurecimiento de arterias de mediano y gran calibre.