El Dios de Israel
Parte 1: El
pueblo elegido y la alianza
Por: E.
Macarena García García, Investigadora Predoctoral FPU, Universidad Complutense de Madrid
Cuando los investigadores Segura y Morales me pidieron una pequeña serie
de entradas sobre religión de Israel y judaísmo para este blog, tardé bastante
en decidir cuál sería el tema a tratar en el primero de ellos. La pluralidad
del judaísmo y sus largos siglos de historia hacen muy difícil escoger un único
punto fundamental que otorgue esa primera imagen general sobre la religión al
lector. No obstante, si hay algo que defina a esta religión en todas sus épocas
y vertientes es la creencia en una estrecha relación entre el pueblo y la
divinidad, la noción de pueblo elegido y la alianza con Dios.
Pero, antes de nada, ¿quién es ese Dios? Según se lean distintos pasajes
de la Torah, el Dios de los israelitas puede ser nombrado como Yhwh o ’Elohim. Esto se debe fundamentalmente
a que la Biblia no es un único libro, como suele decirse en el lenguaje
popular, sino una compilación de libros escritos en épocas muy diversas por
diferentes autores. A su vez, los cinco primeros libros también son
recopilaciones y reelaboraciones de distintas tradiciones, unidas por escrito
de la mano de un redactor tras un largo periplo de transmisión oral. El puzle
resultante tiende a mostrar una narración lineal y coherente, aunque en el caso
de los nombres divinos, se mantengan las diferencias según el pasaje provenga
de una u otra tradición oral anterior: fuente J (Jahvista, de Yhwh) o fuente E
(Elohísta, de ’Elohim).
Respecto al carácter divino, los primeros escritos de Génesis no parecen
muy alentadores: un dios creador que expulsa al hombre del paraíso al primer
error (Gén 3,23), que envía un diluvio para exterminar a la humanidad por sus
fallos (Gén 6,17),... Podría pensarse en un Dios poco transigente cuya relación
con su creación no comienza con muy buen pie. No obstante, no toda la humanidad
merece el castigo de esta divinidad de elevada ética, sino que los libros de
Génesis y Éxodo atestiguan el favor divino a algunos personajes relevantes de
su creación, remarcados a modo de pactos o alianzas.
El término alianza es definido por la RAE como la “acción de
aliarse dos o más naciones, gobiernos o personas,” siendo el significado de aliar,
“unir o coligar a una persona, colectividad o cosa con otra, para un mismo fin.” Sin embargo, en la religión
de Israel (y en el judaísmo posterior), este término se usa específicamente
para referirse al pacto que Dios con Moisés y el pueblo de Israel en el Monte
Sinaí tras su huida de Egipto (Éx 19-20). Se trata de un concepto de alianza
único en el Próximo Oriente Antiguo, en el que una divinidad demanda a un
pueblo lealtad y culto exclusivo a ella, expresado en el texto bíblico en
términos comparables a los tratados hititas.
No obstante, antes de centrarnos en los acontecimientos del Sinaí, me
gustaría señalar una serie de pactos o alianzas bíblicas anteriores que sirven
de precursores a esta alianza principal. El primero de ellos lo encontramos en
Gén 9,8-16, cuando Dios exige el respeto de ciertas reglas a cambio de prometer
a Noé que no volverá a intentar destruir a la humanidad.
Establezco, pues, mi alianza con vosotros y no será ya
exterminada criatura alguna por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio
para destruir la tierra (Gén 9,11).
También es remarcable la alianza de Dios con Abraham, el primer
patriarca, en Gén 12,1-7; 15; 17. Gracias a la sumisión a la palabra divina,
Abraham conseguirá una descendencia abundante, además de la posesión de la
tierra a la que Dios le dirige. Esta sumisión se verá puesta
a prueba continuamente, resaltando el episodio de Gén 22,1-19, en el que Dios
ordena al patriarca sacrificar a su hijo Isaac para comprobar su lealtad.
Parte fundamental de esta alianza es el establecimiento del rito de la
circuncisión en Gén 17,9-14, una práctica habitual entre los pueblos vecinos de
Israel como rito de iniciación sexual, ahora explicada como signo visible del
pacto entre el pueblo y la divinidad.
He aquí mi alianza, que habéis de guardar entre Yo y vosotros, así como
tu descendencia después de ti: serán circuncidados todos vuestros varones. Os
circuncidaréis, pues, la carne del prepucio, lo cual vendrá a ser señal de
alianza entre Yo y vosotros (Gén 17,10-11)
Tal y como se indica en Gén 17,6-8, esta alianza no sólo atañe a
Abraham, sino al resto de las generaciones venideras, de modo que Jacob – nieto
de Abraham, hijo de Isaac – recibe también la promesa de abundante descendencia
y de posesión de la tierra (Gén 28,13-15).
No obstante, y como ya habíamos adelantado, el más importante de todos
estos pactos va a ser la alianza en el monte Sinaí a través del profeta Moisés
(Éx 19-20), donde Dios va a convertir a un conjunto de esclavos al pie del
Monte Sinaí en un pueblo unido y singular, revelándose a ellos y entregándoles
el punto central de la religión judía hasta nuestros días: la Ley. Éx 20,2-17
corresponde al conocido Decálogo, que se verá completado con
una larga serie de normas sociales, económicas y rituales a lo largo de los
restantes libros del Pentateuco; mientras que Éx 24 relata la
recepción de las Tablas de la Ley.
Esta última alianza no va en contra de los pactos anteriores, sino que
los completa. Además de la promesa de la tierra que ya vimos en la alianza con
Abraham, ahora Dios promete convertir a su pueblo en un reino de sacerdotes y
una nación santa si cumple con la Ley que les ha entregado en el Sinaí.
Ahora bien, si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi alianza,
seréis entre todos los pueblos mi propiedad peculiar; porque mía es toda la
tierra, más vosotros constituiréis para mí un reino de sacerdotes y una nación
santa (Éx 19,5-6a).
Por lo tanto, vemos como la noción de alianza se ve acompañada por una
noción de elección: Dios entrega su ley a su pueblo elegido.Y justamente esto es lo que
singulariza esta tradición monoteísta: el hecho de que esta ley heterónoma sea
el elemento aglutinador de un pueblo. Es el epicentro de todo su pensamiento,
el nexo de unión de las distintas tribus que conforman el pueblo de Israel.
Esta noción de pueblo elegido también explica muy bien una de las
principales singularidades de la religión de Israel y el judaísmo a lo largo de
su historia: su marginalidad y falta de apología, frente a la universalidad de
las otras dos grandes religiones monoteístas: cristianismo e islam. El pueblo
israelita se diferencia voluntariamente del resto por su alianza con Dios y no
busca la conversión de nuevos miembros a su religión (si bien la permite), sino
que se centra en el cumplimiento de la alianza por parte de los ya integrantes
de su grupo particular.
Por último, ha de destacarse que la noción de alianza va a marcar tanto
el pensamiento del pueblo de Israel, que toda la historia de su pueblo va a
explicarse en relación a ella. La teoría de la retribución
tradicional establece que todos los males que atañen a una persona o al pueblo
entero – ya sean enfermedades, hambrunas, invasiones,… – son consecuencia de un
castigo divino a sus malos actos. Es decir, que el incumplimiento de la Ley
divina supone el quebrantamiento de esa alianza que los protege como pueblo
elegido, que vela por su seguridad. Esta idea del castigo de las
malas acciones en vida va a mantenerse en el judaísmo hasta época post-exílica,
cuando el contacto con las religiones persa y griega introduzcan el dualismo y
la idea de un más allá característicos del judaísmo helenístico, junto con las
nociones de mesianismo y vida futura. Sin embargo, eso ya es otra historia…
Bibliografía Básica
Avery-Peck, Alan J.
"Covenant." En The
Encyclopaedia of Judaism. Volume I, J. Neusner, A. J. Avery-Peck y W. S.
Green (eds.), Leiden, Boston, 20052
Cantera Burgos, F. y M. Iglesias González,
Sagrada Biblia, Madrid, 20033
Goldenberg, R., The Origins of Judaism. from Canaan to the Rise
of Islam, New York, 2007.
De Lange, N., An Introduction to Judaism, New York, 2000.
Eliade, M., Historia De Las
Creencias y Las Ideas Religiosas I. De La Edad De Piedra a Los Misterios De
Eleusis, Barcelona, Buenos Aires, México, 1999.