viernes, 9 de diciembre de 2016

Editorial Diciembre 2016

De Dioses y hombres: estudios sobre religiones y mitología, es un blog de investigación coordinado y dirigido por el profesor y Máster en Literatura Clásica José Marco Segura Jaubert y el profesor y Doctorando por la Universidad Complutense de Madrid Carmelo Morales Marcos.
El profesor Antonio Justo Patallo, en su tercera entrega, nos habla sobre los datos históricos de los sacrificios humanos que se realizaban en Israel y la importancia de la reforma deuteronómica.

Nuestra compañera la profesora y doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid, Adoración González Pérez, nos habla en este artículo de la Reforma luterana y su repercusión en la definición del templo. Durante el siglo XVI se vive una profunda transformación religiosa en algunos países de Occidente que, a lo largo de la Edad Media habían estado sometidos a la autoridad del Papa y a las normas de la curia romana. En esta situación que llevó a la ruptura de la unidad cristina, una serie de iglesias e instituciones se desmarcaron del Papado y con su protesta encauzaron un nuevo sentimiento religioso y espiritual, un nuevo dogma de fe donde aparece la figura de Lutero. Nuestro compañero el doctorando por la Universidad Complutense de Madrid Pietro Viktor Carracedo nos habla en su artículo de las divinidades de la infancia en Roma. La religión romana, reconocida erróneamente a nivel popular como una fusión con la griega y sus divinidades, con sus supuestos y respectivos calcos latinos, resulta por desgracia bastante desconocida incluso en algunos círculos académicos. Nuestro autor nos demuestra que afortunadamente estas tendencias van cambiando y que hoy día podemos encontrar buenísimos estudios que profundizan en las raíces de la cultura romana, dando nuevos enfoques a temas que se daban por conocidos.

¡Felices Fiestas!

Los sacrificios humanos en el antiguo Israel Parte III

Por: Antonio Justo Patallo, Licenciado en Historia, especializado en Historia Antigua
Máster en Ciencias de las Religiones.

Correo electrónico: antoniojusto@hotmail.com

Los datos históricos

Las leyendas, palabras de profetas y leyes más antiguas se alejan de cualquier ultraje a los sacrificios de niños y con el Deuteronomio comienza la estigmatización del idólatra a esta costumbre cultural incompatible con la religión de Yahveh. Las informaciones históricas que se tienen de la realización de sacrificios de niños en Israel son muy escasas. De los sacrificios de niños del hombre sencillo no se dice nada en el conjunto del Antiguo Testamento, particularmente en sus libros de historia, que en todas partes tratan del pueblo en general pero rara vez de sus miembros particulares.
Se puede deducir indirectamente en Gen. 22; Mi. 6, 7, por un lado, y de las amenazas y prohibiciones con Jeremías y Ezequiel, en el Deuteronomio y la Ley de Santidad por otro, que los sacrificios privados de niños no fueron demasiado raros. Por el contrario, los sacrificios públicos o estatales de reyes u otros líderes políticos llevados a cabo en grandes catástrofes para bien de la comunidad, el Antiguo Testamento no los señala en la época antigua, por lo menos ninguno que haya sido israelita. De Mesa, el rey de Moab, se cuenta que alrededor del 850 a.C., al ser atacado por los reyes de Israel y Judá, encerrado en su ciudad, hizo frente al peligro que le amenazaba a él y a su ciudad realizando el sacrificio del príncipe heredero:
Entonces tomó a su hijo primogénito, que había de reinar en su lugar, y le ofreció en holocausto sobre la muralla. Un enojo enorme sobrevino a los israelitas, quienes se retiraron lejos de aquél y regresaron a su país. (II Reyes 3, 27)
De los reyes más antiguos de Israel y Judá no se cuenta nada parecido. Solamente a los reyes de Judá Ahab (742-726 a. C.) en II 16, 3, y Manasés (696-642 a. C.) en II 21, 2-6 el libro de los Reyes les imputa un sacrificio de niños. El pasaje II 16, 3 dice lo siguiente de Ahab:
Siguió, pues, el derrotero de los reyes de Israel, e incluso hizo pasar a su hijo por el fuego, conforme a las abominaciones de los gentiles a quienes Yahveh había arrojado de delante de Israel.
Y en II 21, 2-6 se dice de Manasés:
El hizo lo malo a los ojos de Yahveh, imitando las abominaciones de los pueblos que Yahveh había arrojado de delante de los hijos de Israel…, además, hizo pasar por el fuego a su propio hijo.
El hecho de que no se sepa nada de los sacrificios de niños públicos o estatales en Israel antes del final del siglo VIII y mediados del siglo VII a. C. puede interpretarse como que Israel no los conoció por lo menos en los tres o cuatro siglos anteriores, y que surgieron solamente alrededor de la época en la que se constataron, es decir, por el año 735 a. C., bien sea porque desde el exterior se hubieran introducido en Judea, o porque hayan surgido del fondo del propio pasado donde la gran penuria política de la época pudiera haber sido el motivo para ello. Sin embargo, por no haber mencionado los sacrificios públicos de Israel en aquella época no se puede afirmar que no existieran.
La narración del sacrificio de un hijo de Mesa demuestra que el narrador israelita comprendía estos sacrificios públicos de niños, lo que se puede explicar si los ha tenido en su entorno. El no haber podido encontrar en los profetas más antiguos ninguna protesta clara contra esta costumbre no es prueba absoluta de que no se haya practicado en su época, más bien tenían que luchar contra otros acontecimientos más peligrosos y extendidos que el aislado sacrificio de un niño para bien de la comunidad. También se incluían las protestas contra los sacrificios especiales en la reprobación de cualquier sacrificio cultual.
El sentido histórico del sacrificio del hijo atribuido a Ahab no puede dudarse de ninguna manera, ni siquiera bajo el recurso de que, si fuera histórico, Isaías hubiera protestado. En relación a los sacrificios de niños, Isaías menciona los lugares donde se lleva a cabo esta práctica sin enjuiciarlos negativamente. Lo mismo que el sacrificio del hijo de Ahab es histórico, también lo es el sacrificio que llevó a cabo Manases con su hijo, y en ambos casos es de suponer que el autor del libro de Reyes sacara estos datos de la “Crónica de los reyes de Judea”.
Seguramente estos dos actos de sacrificio no se enjuiciaron como si fueran idolatría y pecado. Esta discriminación nace del autor deuteronómico del libro de Reyes, y en su exposición, tal vez bajo la descripción exacta de la situación que le ha llevado a juzgar la resolución de ambos reyes al peor de todos los sacrificios, los ha presentado más bien como un ejemplo claro de devoción y amor a su tierra.
Como las leyendas, palabras de los profetas y leyes predeuteronómicas suponen la existencia de los sacrificios de niños, estas están aprobadas en los casos en que exista un sustituto del niño en un animal o al comprender el modo de pensar que lleva a estar dispuesto a entregar lo más querido, y así se consuelan. Por eso las informaciones históricas de la época predeuteronómica demuestran que los sacrificios de niños de entonces han sido un componente legítimo del culto de Yahveh.
El último sacrificio público de niños del que se tiene conocimiento histórico fue el llevado a cabo por Manasés y debió realizarse por el año 650 a. C. Entra casi en el siglo que hizo surgir el gran movimiento reformista llamado deuteronómico, basado en el programa del Deuteronomio. Uno de los objetivos que tenía era acabar con los sacrificios de niños, y su victoria puso fin a esta costumbre. Nunca más después se volvió a practicar un sacrificio público de niños, aunque parece que más tarde todavía se realizaban sacrificios privados de niños.

La importancia de la reforma deuteronómica

Fue sólo la reforma deuteronómica la que terminó con los sacrificios de niños que se practicaban hasta esa fecha en el culto de Yahveh, fundándose en que se trataba de una costumbre tomada por Israel de otros cultos y que se dedicaba a dioses extranjeros. Aunque los israelitas ya realizaban sacrificios de niños, es cierto que la forma que tenían de practicarlos, como sucedía en todas las prácticas de sacrificios de Israel, recibió diversa influencia procedente del modelo cananeo.
El afán de querer limpiar el culto de Yahveh de elementos extraños no fue sólo lo que llevó al movimiento deuteronómico a una lucha para erradicar la costumbre de los sacrificios de niños. Influyó mucho también el profundo sentimiento humanitario del que este movimiento era partícipe. Algunas disposiciones del Deuteronomio irradian gran simpatía conmovedora y un cálido aliento de verdadera humanidad, y en los hombres y mujeres que estaban detrás de este libro fue tan grande la decisión de crear una sociedad donde la dignidad humana y las buenas relaciones sociales fueran una realidad que no solamente hacían temblar a los anticuados códigos de derecho, sino también a las respetables leyes religiosas y culturales.
El hecho de que este deseo de humanidad tan decidido no se asustara de tocar los conceptos religiosos y las costumbres culturales, lo demuestra la determinación, contraria a la interpretación válida hasta entonces, de la responsabilidad colectiva de los consanguíneos en 24, 16, de que no se podrá matar a los padres por deseo de los hijos, ni tampoco a los hijos por deseo de los padres, sino que cada uno padecerá la pena de muerte por su propio comportamiento.
Con esta disposición está relacionada la prohibición deuteronómica de los sacrificios de niños. Esta era una protesta en contra de las costumbres religiosas que tuvieron su sentido y razón de ser en las fases más antiguas de la religión israelita pero que ahora tienen que abandonarse y evitar formas de adoración a dios que existían antes. Este progreso está condicionado por la promulgación que hicieron los profetas, pero no hubiera podido conseguirse sin el movimiento deuteronómico y bajo la dirección de un rey para cambiar esta realidad por nuevos ideales. El reconocimiento de que la erradicación de los sacrificios de niños fue una de sus conquistas hace que se eleve el aprecio hacia ese movimiento y hacia sus defensores.

Conclusiones

El molk era una costumbre antigua de la religión de Yahveh que estaba arraigada en Israel por lo menos desde hacía muchos siglos, con la que el rey Josías de Judea acabó con la destrucción del tofet del valle de Ben Hinnom. No fue el culto de un dios extranjero que fuera adoptado por Israel no hace demasiado tiempo. Se trataba de un dios que solamente fue venerado en Judea a finales del siglo VIII y en el VII a. C. No fue el único dios receptor de los sacrificios de niños ya que también muchos otros dioses reclamaron estos sacrificios y los recibieron.
La costumbre de los sacrificios debió de estar bastante propagada para merecer los anatemas del Deuteronomio, del Levítico y de los profetas. Todos los textos llevan a la misma conclusión: esta práctica fue introducida tardíamente del exterior y fue condenada por todos los representantes del yahvismo, tanto el deuteronomista como los profetas y los redactores sacerdotales. Nunca formó parte de ningún ritual israelita de los sacrificios. El origen evidentemente habría que buscarlo en el ambiente cananeo.
Las indicaciones más claras de sacrificios humanos vienen del ambiente fenicio y se refieren a los sacrificios de niños. Es verosímil que los sacrificios de niños quemados se introdujeran en Israel desde Fenicia en una época de sincretismo religioso. A pesar del silencio de los textos propiamente fenicios, es posible que este sacrificio se llamase molk en Fenicia y que con este nombre se introdujera en Israel.[1] La cuestión es compleja y todavía no se le ha dado una solución cierta, pero se trate de sacrificios al dios Molok o de sacrificios como ofrenda molk, estos sacrificios de niños por el fuego eran extraños al ritual israelita.

Bibliografía

Albertz, R., Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, vol. 1: De los comienzos hasta el final de la monarquía, trad. esp. de D. Mínguez,  Ed. Trotta, Madrid, 1999.
Eissfeldt, O., “Molk como concepto del sacrificio púnico y hebreo y el final del dios Moloch”, en Otto Eissfeldt, El Molk como concepto del sacrificio púnico y hebreo y el final del dios Moloch, trad. esp. de A. Wagner y K. Mansel, Centro de Estudios Fenicios y Púnicos, Madrid, 2002, pp. 45-86.
Ruiz Cabrero, L. A., “El sacrificio semita de las primicias y el molk en Fenicia e Israel: problemática de su difusión”, en J. Alvar; C. Blánquez; y C. G. Wagner (eds.), Formas de difusión de las religiones antiguas, Ediciones Clásicas, Madrid, 1993, pp. 75-97.
Vaux, R. de, Instituciones del Antiguo Testamento, trad. esp. de A. Ros, Herder, Barcelona, 1985.





[1] R. de Vaux, op. cit., p. 564.

La reforma luterana y su repercusión en la definición del templo: el sentimiento de una "iglesia distinta".


Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.

Correo electrónico: adorig@yahoo.es



“Mi conciencia es prisionera de la palabra divina; yo no puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no es seguro ni honesto obrar contra la conciencia”.
M. Lutero frente a Carlos V, 1521, Dieta de Worms.

Datos históricos

Iglesia de Karlskrona, región de Blekinge. Götaland. Suecia. 1720-1740.
Durante el siglo XVI se vive una profunda transformación religiosa en algunos países de Occidente que, a lo largo de la Edad Media habían estado sometidos a la autoridad del Papa y a las normas de la curia romana. En esta situación que llevó a la ruptura de la unidad cristina, una serie de iglesias e instituciones  se desmarcaron del Papado y con su protesta encauzaron un nuevo sentimiento religioso y espiritual, un nuevo dogma de fe.
Martín Lutero, monje agustino  y teólogo por la cátedra de Wittenberg en 1508, manifestó desde joven un espíritu escrupuloso con los asuntos de la religión, hasta el punto de torturarse interiormente en esa búsqueda imposible de la perfección.
En su apasionado proceso religioso y de pensamiento desembocó en una tremenda ruptura con la Iglesia de Roma, en el momento cumbre de la consolidación del Papado y a través de su esplendorosa obra propagandística, la construcción de San Pedro, y la concesión de las indulgencias por León X.
Al quedar proscrito por el Emperador el camino estaba sembrado para la divulgación de una versión diferente del credo. Y esto vino de la mano del Elector de Sajonia que lo acogió en su castillo de Wartburg, donde comenzó la traducción de la Biblia y creó la lengua alemana moderna. Su doctrina se extendió con rapidez y caló en todas las clases sociales, y más entre aquellos que habían sido presionados por las exigencias del nuevo capitalismo burgués, y entre el campesinado que vio una vía para reclamar mejores condiciones que, finalmente dieron malos resultados sociales y económicos.[i]
Los primeros príncipes del territorio europeo que adoptaron el luteranismo, siempre con el explícito deseo de alcanzar cierto poder eclesiástico fueron, además del Elector de Sajonia, el landgrave de Hesse y Alberto de Brandeburgo, Gran Maestre de la Orden Teutónica. La extensión fue incontrolable y surgieron adeptos a la causa por muchos países, en ocasiones sin clara conciencia de ello, sino por intereses marcados según los tiempos vividos. Un ejemplo interesante fue el del conocido “grupo de Meaux”, apoyado por Margarita de Navarra y del rey francés, Francisco I. pero los citados intereses de las “potencias” del momento, por decirlo de alguna forma, provocaron problemas graves y decisiones políticas injustas, llegando casi al exterminio de algunos grupos. Los suecos, los daneses, la parte de los ciudadanos de Amberes y otros más consolidaron una liga para enfrentarse a los católicos, y en ese contexto es cuando surgió el calificativo de “protestantes”. Un concepto de frontera surgía para establecer a lo largo del tiempo las diferencias  de intereses entre los Estados. Como consecuencia del autoritarismo de Trento estallaron las llamadas guerras de religión entre los católicos y los nuevos cristianos protestantes.
En 1553 Carlos V, por la paz de Augsburgo, tuvo que reconocer oficialmente al luteranismo. La línea divisoria entre las dos Europas pasaba por Gran Bretaña, Holanda, mitad de Alemania y Suiza. Al norte de esa línea se encontrarían los países protestantes, al sur los católicos.
Pero, a partir de esa fecha, el principio de cujus regio, ejus religio,  se aplicó de inmediato: todos aquellos que adoptaron el luteranismo debían restituir los bienes eclesiásticos a la iglesia romana. Solo los dos tercios de Alemania, Sajonia, Turingia, Brandeburgo, Brunswick, Westfalia y valle del Rin, salvo los principados de Tréveris, Maguncia y Colonia, eran luteranos. Desde ahí se iría extendiendo hacia  Letonia, Escocia, Inglaterra y, en adelante, hacia otros continentes. A su vez, para los católicos se fijaban importantes áreas de control, donde tendrían cabida estados como Italia, España, Francia, Portugal, sur de los Países Bajos, cantones de Suiza, sur de Alemania, Irlanda, Polonia, Lituania, Checoslovaquia, parte de Hungría, norte de Yugoslavia, sin  olvidarnos de las zonas conquistadas en las tierras americanas y orientales.

La iglesia conceptual: Espacio arquitectónico/ versus espacio ideológico.

Sin poder renunciar a ser una institución en sí misma, la iglesia como tal surgía en medio de un sistema de poder admitido ya en pleno fervor renacentista. Es así como la Iglesia quedaba sometida al gobierno civil y al poder absoluto del príncipe y se establecían unas jerarquías para la secularización de los bienes eclesiásticos. Un príncipe designaría a los pastores y superintendentes para inspeccionar las iglesias y velar por la pureza del culto.
Uno de los objetivos de la Reforma era la recuperación del fundamento más puro de la fe que los creyentes fijaron en la base tangible de la doctrina cristina. La difusión de la Biblia, donde se hallaba la palabra misma de Cristo revivió el sentido y el lenguaje de la Iglesia en su más primitiva simplicidad.
Conforme a esto, la organización del dogma eclesiástico se fijaba en los Evangelios, al margen de las tradiciones Papales. Solo el hombre, el individuo, en su fuero interior, podía interpretar la Sagrada Escritura según su conciencia.
La creencia absoluta en la santidad exclusiva de Dios, como es conocido dentro de su rito, implicaba la desaparición de ciertos cultos y, en consecuencia, de protocolos rituales en el ejercicio de la fe. Así, ni santos, ni Virgen, ni imágenes pintadas o esculpidas. Dentro del proceso de definición de una nueva fe, y con la situación crítica de toda la ideología religiosa del siglo XVI, Lutero llegó a rozar la herejía monofisita. Pero, los principios elaborados nos permiten comprender el sentido purista del templo como lugar de oración y celebración de su liturgia, en la concreción de un lenguaje  exclusivamente  formal y exento de decorativismo o exuberancia.
El culto se simplificaba, reducido a la instrucción, al sermón, al canto de los salmos y, excepcionalmente los domingos, a la celebración de la misa. Se conservarían algunos elementos: altar, cirios y ornamentos sagrados. La confesión no era obligatoria.
La rama protestante, luterana, se haría tangible en sus actitudes y protocolos a través del modelo de iglesias evangélicas; mientras que aquellos templos que sufrieron los cambios propiciados por los calvinistas y por la influencia de las predicaciones de Huldrych Zwingli manifestarían a su vez otros modos de participación en el ejercicio de la fe. En este sentido, las sectas jugaron un papel importante, entre las que fue decisiva también la labor de los anabaptistas y anglicanos.
Esas señas de identidad que permitirían acercarnos a la comprensión del sentimiento religioso, tangible en la forma y atmósfera interior de los templos, solo pueden valorarse desde premisas diferentes que conviene recordar:
·         En cuanto a la fe, las iglesias protestantes ratifican la autoridad soberana de las Sagradas Escrituras sobre el Papado y el colegio cardenalicio.
·         Es al fiel creyente al que corresponde esa libre interpretación de lo escrito en los libros sagrados, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Se admiten solo los sacramentos creados directamente por Cristo, el bautismo y la comunión.
·         El culto exclusivo a Dios, al abandonar la parafernalia de santos, vírgenes y reliquias, nos dejará un templo puro, y formalmente transparente en la delimitación de sus zonas, sin ambages ni vínculos con lo teatral.
·         Al suprimir el tipo de confesión que había introducido la Iglesia Católica entre los siglos XIV y XV, los rituales se simplifican y, por ende, las jerarquías, votos y otros compromisos de los monjes.

Una sensibilidad diferente dentro de las normas formales barrocas.

La relación de fuerzas entre los distintos estamentos sociales en los diversos países de Europa, católica o no católica, iba a incidir de la misma manera  en el desarrollo de tantos estilos barrocos en cualquier aspecto de la creatividad.
En aquellos lugares donde el calvinismo arraigó, la grandeza divina se valoraba de tal forma que excluía no sólo la representación plástica de sus atributos, sino también cualquier iconografía que pudiera ofrecer centros de interés religioso distintos de la divinidad. “el arte nacido en estos círculos se limita a la representación de la propia comunidad de creyentes, sus ritos, sus costumbres, sus líderes”.[ii]
Allá donde la confesión religiosa se ponía al servicio del Estado, como era práctica común en las iglesias luteranas, se desarrolló cierto barroquismo, a través de elementos formales afines a los empleados por los católicos, pero que, al orientarse más a la exaltación del príncipe que a la de los héroes religiosos, condujo a fórmulas similares como las que se manifestaban den las edificaciones francesas, hecho que explica la difusión de los modelos franceses en numerosos países europeos.
En los países protestantes,  los arquitectos que buscaban una forma adecuada para los edificios de culto reformado, iban a  proponer una enorme variedad de tipos que no se  justificaban por las distintas exigencias funcionales o estructurales, sino por las alternativas planteadas en el debate cultural; algunas veces la casuística de los tipos edilicios es el resultado del trabajo de un solo proyectista, como en el caso de Wren, que construye las iglesias de Londres después del incendio de 1666[iii]. Los arquitectos también se señalaban profesionalmente como constructores, técnicos formados en el ambiente de las corporaciones  ciudadanas, ligados a una materia específica, la obra mural, y a un determinado procedimiento ejecutivo.
Como escribió L. Benévolo: “el constructor logra dominar los métodos científicos que se ajustan a los modelos establecidos y se capacita para desarrollarse en diferentes ámbitos dentro del abanico de las artes”. Pero hemos de entender que los cambios históricos y de mentalidad religiosa o cultural habrían de transformar también los criterios de interpretación del espacio de los templos, que es lo que nos ocupa.
 Bien es cierto que existen muchos paralelismos a lo largo del siglo XVII en las grandes ciudades de la época, en el sentido de hacer coincidir los intereses de la monarquía y de la propia burguesía con los criterios de reforma que se aplicaron a las ciudades en crecimiento. Es decir, la dimensión urbanística, así como las necesidades de adaptación del territorio constituyeron el marco estructural sobre el que se daría un sitio específico a cada edificio, bien fuera un templo como una construcción de carácter civil. Cambiarían los dirigentes pero no las necesidades y eso dio sentido a las obras arquitectónicas. La gran diferencia entre unos y otros está claramente definida por el poder eclesiástico. En los países protestantes, desaparece la iglesia como reguladora de la actividad arquitectónica.
Por referenciar algunos ejemplos, tan atrayentes como los de Roma u otra ciudad europea, citamos algunas iglesias con una importante trayectoria de fe, que se ajustaron en su conjunto a este nuevo dogma.  El modelo más academicista de iglesia luterana, por expresarlo de algún modo, presentaba la planta rectangular con galerías laterales, como la Nikolai Kirche, del antiguo barrio medieval de Berlín.  La iglesia de Santo Tomás de Leipzig, antigua fundación de monjes agustinos, modificada a comienzos de la Edad Moderna que eliminó los elementos barrocos. La Luleå domkyrka, iglesia catedra  sueca, levantada sobre un antiguo templo de madera que fue consagrado en 1667 y la iglesia de Gustavo, del siglo XVIII que sufrió un incendio en 1887. Las reconstrucciones  son el resultado de una nueva interpretación, dado que se hicieron bajo los criterios “neo” del siglo XIX, como fue este caso, por el arquitecto Adolf Emil Melander. La catedral tiene un plano en forma de cruz, con una sola nave. La torre campanario se encuentra en la entrada principal y es una estructura masiva de 60 m, que domina el horizonte de la ciudad.
Cerramos estas referencias limitadas a múltiples ejemplos con un breve repaso por la Frauenkirche de Dresde,  dentro de un conjunto de iglesias monumentales del barrio nuevo de la orilla derecha del Elba,  de la época del nuevo elector Augusto II, con planta octogonal y bella cúpula peraltada cerrada por linterna. Construida por un maestro ensamblador, no arquitecto, llamado Jorge Bahr, muestra una bella combinación de cúpula esférica con sala poligonal. No hay en su interior altares con imágenes, pero las líneas de todos los elementos definidores de su espacio, consiguen crear una atmósfera de fe arrobada por su ábside para el órgano y la tribuna del coro.

Frauenkirche (iglesia de Nuestra Señora) Plaza del Mercado Nuevo de Dresde.  Entre 1726 y 1743. (Fuente: Benévolo, L. Historia de la arquitectura moderna. Gustavo Gili. 1999)
Como se recoge en algunas fuentes, “La cúpula era ya para aquella época una sensación arquitectónica. Hecha – como toda la iglesia – de piedra de cantería de Posa, pesaba 12.2 toneladas, habida cuenta de que lo usual era hacerlas las cúpulas de madera o cobre. Fue una obra maestra de estática, que reposaba sobre ocho pilares y llegó a hacerse famosa como ‚la campana de piedra’. Un sorprendente progreso ingenieril.  (Ralf Jesse.Goethe-Institut e. V. 2004). A partir de entonces la Frauenkirche de Dresde pasó a ser la única iglesia protestante del Barroco alemán con importancia a nivel europeo. R. Po-Chia Hsia.Ediciones AKAL, 19 abr. 2010. El mundo de la renovación católica, 1540-1770




Bibliografía

[i] KOENIGSBERGER, H, G.: Historia del Mundo Moderno. II Vol. La Reforma. Barcelona, 1970.
[ii] AVILES FERNÁNDEZ, M.: La época de Felipe II. La Contrarreforma. Vol XV. Eds Nájera. Madrid 1994.
[iii] BENÉVOLO, L.: Historia de la Arquitectura del Renacimiento. Vol II. La Arquitectura clásica del siglo XV al siglo XVIII. Edit. Gustavo Gili. S.L. 1981.

Divinidades de la infancia en Roma

Por: Pietro Viktor Carracedo Ahumada. Doctorando de la Universidad Complutense de Madrid.

Correo electrónico: pietrocarracedo@gmail.com


La religión romana, reconocida erróneamente a nivel popular como una fusión con la griega[1] y sus divinidades, con sus supuestos y respectivos calcos latinos, resulta por desgracia bastante desconocida incluso en algunos círculos académicos, quizá porque hayan estado éstos más centrados en una evolución histórica y festiva que en el propio desarrollo de la espiritualidad y las creencias, de la vida religiosa romana, tanto a nivel personal como comunitario. Afortunadamente, estas tendencias van cambiando y hoy día podemos encontrar buenísimos estudios que profundizan en las raíces de la cultura romana, dando nuevos enfoques a temas que se daban por conocidos.
La religión romana arcaica, como otras muchas, dio sus primeros pasos en un entorno natural, cercano al animismo. El mundo está plagado de divinidades, con funciones o misiones definidas, pero el pueblo romano escoge y establece una relación con aquellas que le son propicias, en una relación do ut des , <<yo doy para que tú des>> que permite el buen desarrollo de las empresas que Roma quiera llevar a cabo, siempre y cuando esta buena relación con la divinidad, conocida como pax deorum, no sea pervertida o interrumpida. En la época monárquica se instauraron los primeros cultos oficiales, las fiestas y el calendario, así como los colegios sacerdotales; y fue a lo largo de los siglos IV y III a.C. cuando la religión romana, en contacto con la helénica, dio a sus divinidades forma humana, a la par que algunas fueron asimiladas y otras fusionadas.[2] No obstante, debe ser tenido en cuenta que, además de la religión oficial, donde los encargados eran los sacerdotes, también a nivel privado cada romano era libre de adorar a las divinidades que le gustase, siempre que respetase las festividades y cultos de su comunidad.
Las divinidades populares, consideradas “secundarias”, no sufrieron demasiado la helenización ni los cambios que sí tuvieron las divinidades mayores. Paralelamente, tampoco éstas pequeñas han recibido la misma atención. Estos dioses en su mayoría son divinidades abstractas que representan valores o fuerzas naturales, y entre estos hay grupos que están dedicados, por así decirlo, a las etapas vitales de los hombres. Una de las etapas más importantes es, obviamente, la infancia, infantia, que transcurría en la mentalidad romana desde el nacimiento hasta los siete años. Y no es de extrañar que hubiese numerosas divinidades a este cargo, ya que la situación de un niño en Roma no era nada sencilla: los índices de mortandad eran bastante altos, y además el niño no obtenía la ciudadanía hasta la mayoría de edad, lo que conllevaba ciertos vacíos jurídicos.
A continuación veremos los nombres de las divinidades romanas dedicadas a la etapa de la infancia, sus misiones y algunos de sus cultos y/o tradiciones.

En el vientre materno:

Consivio (cuya raíz significa sembrar) era un dios, desdoblado de Jano[3], que abría las puertas a la fecundación de un ser humano.
Alemona era una divinidad que alimentaba (alere) al niño dentro de la madre, para que éste naciese fuerte y sano. La diosas Nona y Décima protegían al niño y a la madre en el octavo y noveno mes de embarazo – pues los romanos hacían cálculo inclusivo, de ahí que sus nombres presenten una numeración superior.

Nacimiento:

Un dios llamado Diéspiter, posteriormente identificado con Júpiter y absorbido por éste, era el encargado de traer al recién nacido. Una divinidad llamada Génita Mana, identificada con Mania[4], la diosa de los Manes – las almas de los muertos, llamadas “los buenos” – presidía tanto el buen nacimiento como la lejana muerte. Su animal sacrificial era el perro. Lucina, identificada con la diosa griega Ilitía y luego asociada y absorbida por la diosa Juno, protectora del matrimonio, cumplía con la misma misión que su versión helena, presidiendo el alumbramiento.
Las Carmentes eran una tríada de diosas de diversas funciones que acabaron por ser reducidas a la protección del nacimiento y del recién nacido. Se decía que Carmenta, la que da nombre a las tres, era la madre o la esposa del rey Evandro, y que había enseñado múltiples artes al pueblo latino, en relación con el habla y la escritura, así como se le atribuía el don de la profecía (Carmen). Antevorta[5] y Posvorta, sus dos hermanas, ayudaban durante el parto, profetizando el futuro[6] del nacido, una cuando el niño venía de cabeza y la otra cuando lo hacía con los pies por delante. Tenían un pequeño santuario junto a la Puerta Carmental, y un Flamen Carmental encargado de su culto, en especial durante la celebración de las Carmentales.  Esta fiesta en honor de Carmenta se celebraba los días 11 y 15 de enero, día en que compartía la fiesta con sus hermanas. Se ofrecían sacrificios incruentos, ya que el nacimiento no debe tener relación alguna con la muerte (por tanto, nada “muerto”, como pieles, etc. podía entrar en el santuario). Ovidio en sus Fastos[7] cuenta que la segunda fecha fue instaurada en señal de gratitud cuando las matronas, tras haberse negado a tener hijos un tiempo, recuperaron el privilegio de ser llevadas en carruaje.[8]
Durante el parto, la madre y sus comadronas invocaban a la diosa Numeria para que todo fuese bien y se desarrollase rápidamente.
Vitumno era el dios que daba la vida (vita), entendida desde el momento del nacimiento, al recién nacido.
Levana era una divinidad que estaba presente en el acto sagrado de elevar (levo) al recién nacido hacia su padre, para que éste lo acepte en la familia. El pater familias tenía libre derecho de aceptar o no a los hijos de su esposa, dejándolos expuestos, ya fuese por dudar de su legitimidad o por malformación física, e incluso por no tener medios para mantenerlo.
Se decía que en aquellas casas donde hubiese nacido un niño, Silvano iría a interrumpir el sueño de la madre, por lo que la diosa Deverra (la que barre) e Intercidona (la que corta por la mitad), armadas con una escoba y un hacha respectivamente, aguardaban a la entrada del hogar para evitarlo. Pilumno, un dios agrícola que enseñó a moler el trigo a los hombres y su hermano Picumno, descubridor de los abonos, ambos protectores de la fecundidad y el bienestar de las cosechas, velaban por el recién nacido en unos lechos que se preparaban en la habitación matrimonial especialmente para ellos.

Día lustral:

Al octavo o noveno día desde el nacimiento, se celebraba una ceremonia purificatoria del nacido, donde pública y oficialmente se le imponía el nombre (praenomen) y se le colgaba al cuello una bula, amuleto que habría de llevar consigo hasta la mayoría de edad – los diecisiete, momento en que los varones tomaban la toga virilis; o al casarse, en el caso de las jóvenes. La diosa que presidía esta celebración, con sacrificios en el hogar y regalos para los niños, era Núndina o Neuna Fata.

Primeros pasos:

La tríada de dioses Estalitino, Estatina y Estatino enseñaban al niño a mantenerse en pie. La diosa Abeona protegía a los niños cuando éstos, al aprender a andar, se alejaban (abeo) de la madre, quien hasta ese momento los sujetaba para evitar su caída. Del mismo modo Adeona, con significación paralela, ayudaba al niño a volver (adeo ) con ella. Iterduca protegía al niño que por primera vez salía de casa, y Domiduca, como su nombre latino indica, acompañaba a los infantes de vuelta a su hogar[9].
La diosa Cunina protegía del mal de ojo y las envidias a los niños más pequeños, así como en su cuna. Cuba, por su parte, protegía al niño cuando pasaba de ser acostado en la cuna a acostarse (cubo) en su propia cama.

Primeras palabras:

Vaticano o Vagitano era el encargado de abrir la boca del recién nacido, para que emitiera los primeros sonidos. Farino era el dios de los primeros balbuceos. Fabulino era el dios que enseñaba las primeras palabras (fabulo - hablar) a los niños, y Locucio las primeras frases. Numeria[10] les enseñaba los números y a contar. Camena  - o las Camenas, ninfas identificadas a menudo con las musas -era la encargada de enseñar a los niños la música e iniciarlos en el canto.

Crecimiento:

La diosa Rúmina ayudaba a los niños a mamar (ruma). Educa, también llamada Victa[11], enseñaba a los niños a comer. Potica[12] o Potua le enseñan a beber (poto).
La pareja divina Osipágina y Osipago eran los encargados de asegurar el endurecimiento de los huesos (ossa) del niño, junto con la salida de los dientes. La diosa Carna era una divinidad que compaginaba su misión agraria con la dedicación a los niños romanos, pues es la diosa de la madurez física, tanto de los frutos como del cuerpo humano, desarrollando los músculos y protegiendo los órganos vitales, a la par que ayudaba en una buena alimentación. Ovidio[13] cuenta que ella salvó al futuro rey de Alba, Procar, cuando fue atacado por las Estriges, unas mujeres monstruosas que atacaban a los niños y devoraban sus entrañas, momento en que le fue adjudicada ésta misión protectora. Las fiestas en su honor tenían lugar el día 1 de junio, donde se ofrecía en sacrificio un puré de habas y tocino, los alimentos que más fuerza otorgaban, según Macrobio[14], por lo que ese día era llamado también “calenda de las habas”. Existía la creencia de que quienes comiesen ese puré se libraría de dolores intestinales todo el año.
Madurez intelectual:
Sentino era el primer dios en intervenir en la vida del niño, otorgándole sentido, conciencia.
Pavencia[15] era la divinidad encargada de defender al niño de los temores propios de la niñez. Peta era una diosa que permitía que, poco a poco, el niño pudiese demostrar voluntad propia. Prestana[16], Polencia y Valencia daban fuerzas al niño para que llevase a cabo sus pequeños cometidos y deseos. Volumna y Volumno eran una pareja de dioses destinada a inspirar en los niños buena voluntad.
Puede deducirse de la relación anteriormente expuesta que la mayoría de estos dioses conservan tal nivel de abstracción que incluso sus nombres son inequívocamente indicadores de sus funciones. Por otra parte, es una muestra más de que en toda cultura las grandes divinidades tienden a ser progresivamente  sólo controladoras de grandes hechos, hasta cierto punto aislados de los humanos, y tanto el imaginario como la tradición son los que acaban por hacerse un hueco en la vida cotidiana, con divinidades secundarias, mensajeros o santos en otras culturas, con los que la relación se manifiesta mucho más cercana.

Bibliografía:

Contreras Valverde, R. et al. Diccionario de la religión romana. Ediciones Clásicas. Madrid 1992
Harlow, M. Ray, L.(ed.), Growing up and growing old in Ancient Rome: a life course approach. Routledge, USA 2002
Sechi mestica, G. Diccionario Akal de mitología universal. Ediciones Akal S.A. Madrid, 2007
Sevilla Conde, A. Morir Ante Suum Diem. La infancia en Roma a través de la muerte, en Niños en la Antigüedad. Estudios sobre la infancia en el mundo mediterráneo,  Justel Vicente, D (ed.) Prensas  de la Universidad de Zaragoza, 2012





[1] Mejor sería decir, griegas, en plural, habida cuenta de que nunca hubo en territorio griego, como en Roma, una “religión estatal”.
[2] La asimilación de divinidades extranjeras, aunque puede contarse a efectos de ganarse el favor divino de la región conquistada, tenía también fines políticos.
[3] Divinidad encargada de la protección de los pasos, puertas y comienzos.
[4] Era utilizada, a niVel popular, para asustar a los más pequeños, como nuestro Coco o el Boogeyman.
[5] Otros apelativos suyos son Prosa, Pórrima o Prorsa.
[6] Acerca del destino del recién nacido, se hablaba de Fata scribunda, personificaciones del hado preescrito para él.
[7] Ov. Fasti, 1.461-586; 617-636
[8] Que se habían ganado al entregar sus joyas para que Camilo pudiera pagar lo prometido al Oráculo de Delfos.
[9] Curiosamente también conducía, protectora del matrimonio, a la novia al hogar del esposo.
[10] Con el mismo nombre que la diosa del alumbramiento, pero, en principio, sin relación.
[11] O Edula, Edulia y Edusa.
[12] O Potica.
[13] Ov. Fasti 6.101-182
[14] Macrob. Sat. 1.12.31-33
[15] O Paventina.
[16] O Presticia.