Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.
Correo electrónico: adorig@yahoo.es
“Mi conciencia es prisionera de la palabra divina;
yo no puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no es seguro ni honesto
obrar contra la conciencia”.
M. Lutero frente a Carlos
V, 1521, Dieta de Worms.
Datos históricos
Iglesia de Karlskrona, región de Blekinge. Götaland.
Suecia. 1720-1740.
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Martín Lutero, monje agustino y teólogo por la cátedra de Wittenberg en
1508, manifestó desde joven un espíritu escrupuloso con los asuntos de la
religión, hasta el punto de torturarse interiormente en esa búsqueda imposible
de la perfección.
En su apasionado proceso religioso y de pensamiento
desembocó en una tremenda ruptura con la Iglesia de Roma, en el momento cumbre
de la consolidación del Papado y a través de su esplendorosa obra propagandística,
la construcción de San Pedro, y la concesión de las indulgencias por León X.
Al quedar proscrito por el Emperador el camino
estaba sembrado para la divulgación de una versión diferente del credo. Y esto
vino de la mano del Elector de Sajonia que lo acogió en su castillo de Wartburg,
donde comenzó la traducción de la Biblia y creó la lengua alemana moderna. Su
doctrina se extendió con rapidez y caló en todas las clases sociales, y más
entre aquellos que habían sido presionados por las exigencias del nuevo
capitalismo burgués, y entre el campesinado que vio una vía para reclamar
mejores condiciones que, finalmente dieron malos resultados sociales y
económicos.[i]
Los primeros príncipes del territorio europeo que
adoptaron el luteranismo, siempre con el explícito deseo de alcanzar cierto
poder eclesiástico fueron, además del Elector de Sajonia, el landgrave de Hesse
y Alberto de Brandeburgo, Gran Maestre de la Orden Teutónica. La extensión fue
incontrolable y surgieron adeptos a la causa por muchos países, en ocasiones
sin clara conciencia de ello, sino por intereses marcados según los tiempos
vividos. Un ejemplo interesante fue el del conocido “grupo de Meaux”, apoyado
por Margarita de Navarra y del rey francés, Francisco I. pero los citados
intereses de las “potencias” del momento, por decirlo de alguna forma,
provocaron problemas graves y decisiones políticas injustas, llegando casi al
exterminio de algunos grupos. Los suecos, los daneses, la parte de los
ciudadanos de Amberes y otros más consolidaron una liga para enfrentarse a los
católicos, y en ese contexto es cuando surgió el calificativo de “protestantes”. Un concepto de frontera
surgía para establecer a lo largo del tiempo las diferencias de intereses entre los Estados. Como
consecuencia del autoritarismo de Trento estallaron las llamadas guerras de religión entre los católicos
y los nuevos cristianos protestantes.
En 1553 Carlos V, por la paz de Augsburgo, tuvo que
reconocer oficialmente al luteranismo. La línea divisoria entre las dos Europas
pasaba por Gran Bretaña, Holanda, mitad de Alemania y Suiza. Al norte de esa
línea se encontrarían los países protestantes, al sur los católicos.
Pero, a partir de esa fecha, el principio de cujus regio, ejus religio, se aplicó de inmediato: todos aquellos que
adoptaron el luteranismo debían restituir los bienes eclesiásticos a la iglesia
romana. Solo los dos tercios de Alemania, Sajonia, Turingia, Brandeburgo,
Brunswick, Westfalia y valle del Rin, salvo los principados de Tréveris,
Maguncia y Colonia, eran luteranos. Desde ahí se iría extendiendo hacia Letonia, Escocia, Inglaterra y, en adelante,
hacia otros continentes. A su vez, para los católicos se fijaban importantes
áreas de control, donde tendrían cabida estados como Italia, España, Francia,
Portugal, sur de los Países Bajos, cantones de Suiza, sur de Alemania, Irlanda,
Polonia, Lituania, Checoslovaquia, parte de Hungría, norte de Yugoslavia,
sin olvidarnos de las zonas conquistadas
en las tierras americanas y orientales.
La iglesia conceptual:
Espacio arquitectónico/ versus espacio ideológico.
Sin poder renunciar a ser una institución en sí
misma, la iglesia como tal surgía en medio de un sistema de poder admitido ya
en pleno fervor renacentista. Es así como la Iglesia quedaba sometida al
gobierno civil y al poder absoluto del príncipe y se establecían unas
jerarquías para la secularización de los bienes eclesiásticos. Un príncipe
designaría a los pastores y superintendentes para inspeccionar las iglesias y
velar por la pureza del culto.
Uno de los objetivos de la Reforma era la
recuperación del fundamento más puro de la fe que los creyentes fijaron en la
base tangible de la doctrina cristina. La difusión de la Biblia, donde se hallaba la palabra misma de Cristo revivió
el sentido y el lenguaje de la Iglesia en su más primitiva simplicidad.
Conforme a esto, la organización del dogma
eclesiástico se fijaba en los Evangelios, al margen de las tradiciones Papales.
Solo el hombre, el individuo, en su fuero interior, podía interpretar la
Sagrada Escritura según su conciencia.
La creencia absoluta en la santidad exclusiva de Dios,
como es conocido dentro de su rito, implicaba la desaparición de ciertos cultos
y, en consecuencia, de protocolos rituales en el ejercicio de la fe. Así, ni
santos, ni Virgen, ni imágenes pintadas o esculpidas. Dentro del proceso de
definición de una nueva fe, y con la situación crítica de toda la ideología
religiosa del siglo XVI, Lutero llegó a rozar la herejía monofisita. Pero, los
principios elaborados nos permiten comprender el sentido purista del templo
como lugar de oración y celebración de su liturgia, en la concreción de un
lenguaje exclusivamente formal y exento de decorativismo o
exuberancia.
El culto se simplificaba, reducido a la instrucción,
al sermón, al canto de los salmos y, excepcionalmente los domingos, a la
celebración de la misa. Se conservarían algunos elementos: altar, cirios y
ornamentos sagrados. La confesión no era obligatoria.
La rama protestante, luterana, se haría tangible en
sus actitudes y protocolos a través del modelo de iglesias evangélicas; mientras que aquellos templos que sufrieron
los cambios propiciados por los calvinistas y por la influencia de las
predicaciones de Huldrych Zwingli manifestarían a su vez otros modos de
participación en el ejercicio de la fe. En este sentido, las sectas jugaron un
papel importante, entre las que fue decisiva también la labor de los
anabaptistas y anglicanos.
Esas señas de identidad que permitirían acercarnos a
la comprensión del sentimiento religioso, tangible en la forma y atmósfera
interior de los templos, solo pueden valorarse desde premisas diferentes que
conviene recordar:
·
En
cuanto a la fe, las iglesias protestantes ratifican la autoridad soberana de
las Sagradas Escrituras sobre el Papado y el colegio cardenalicio.
·
Es
al fiel creyente al que corresponde esa libre interpretación de lo escrito en
los libros sagrados, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Se admiten solo
los sacramentos creados directamente por Cristo, el bautismo y la comunión.
·
El
culto exclusivo a Dios, al abandonar la parafernalia de santos, vírgenes y
reliquias, nos dejará un templo puro, y formalmente transparente en la
delimitación de sus zonas, sin ambages ni vínculos con lo teatral.
·
Al
suprimir el tipo de confesión que había introducido la Iglesia Católica entre
los siglos XIV y XV, los rituales se simplifican y, por ende, las jerarquías,
votos y otros compromisos de los monjes.
Una sensibilidad diferente
dentro de las normas formales barrocas.
La relación de fuerzas entre los distintos
estamentos sociales en los diversos países de Europa, católica o no católica, iba
a incidir de la misma manera en el
desarrollo de tantos estilos barrocos en cualquier aspecto de la creatividad.
En aquellos lugares donde el calvinismo arraigó, la
grandeza divina se valoraba de tal forma que excluía no sólo la representación
plástica de sus atributos, sino también cualquier iconografía que pudiera
ofrecer centros de interés religioso distintos de la divinidad. “el arte nacido en estos círculos se limita a
la representación de la propia comunidad de creyentes, sus ritos, sus
costumbres, sus líderes”.[ii]
Allá donde la confesión religiosa se ponía al
servicio del Estado, como era práctica común en las iglesias luteranas, se
desarrolló cierto barroquismo, a
través de elementos formales afines a los empleados por los católicos, pero
que, al orientarse más a la exaltación del príncipe que a la de los héroes
religiosos, condujo a fórmulas similares como las que se manifestaban den las
edificaciones francesas, hecho que explica la difusión de los modelos franceses
en numerosos países europeos.
En los países protestantes, los arquitectos que buscaban una forma
adecuada para los edificios de culto reformado, iban a proponer una enorme variedad de tipos que no
se justificaban por las distintas
exigencias funcionales o estructurales, sino por las alternativas planteadas en
el debate cultural; algunas veces la casuística de los tipos edilicios es el
resultado del trabajo de un solo proyectista, como en el caso de Wren, que
construye las iglesias de Londres después del incendio de 1666[iii].
Los arquitectos también se señalaban profesionalmente como constructores, técnicos formados en el ambiente de las
corporaciones ciudadanas, ligados a una
materia específica, la obra mural, y a un determinado procedimiento ejecutivo.
Como escribió L. Benévolo: “el constructor logra
dominar los métodos científicos que se ajustan a los modelos establecidos y se
capacita para desarrollarse en diferentes ámbitos dentro del abanico de las
artes”. Pero hemos de entender que los cambios históricos y de mentalidad
religiosa o cultural habrían de transformar también los criterios de
interpretación del espacio de los templos, que es lo que nos ocupa.
Bien es
cierto que existen muchos paralelismos a lo largo del siglo XVII en las grandes
ciudades de la época, en el sentido de hacer coincidir los intereses de la
monarquía y de la propia burguesía con los criterios de reforma que se
aplicaron a las ciudades en crecimiento. Es decir, la dimensión urbanística,
así como las necesidades de adaptación del territorio constituyeron el marco
estructural sobre el que se daría un sitio específico a cada edificio, bien
fuera un templo como una construcción de carácter civil. Cambiarían los
dirigentes pero no las necesidades y eso dio sentido a las obras
arquitectónicas. La gran diferencia entre unos y otros está claramente definida
por el poder eclesiástico. En los países
protestantes, desaparece la iglesia como reguladora de la actividad
arquitectónica.
Por referenciar algunos ejemplos, tan
atrayentes como los de Roma u otra ciudad europea, citamos algunas iglesias con
una importante trayectoria de fe, que se ajustaron en su conjunto a este nuevo
dogma. El modelo más academicista de iglesia luterana, por expresarlo de
algún modo, presentaba la planta rectangular con galerías laterales, como la Nikolai
Kirche, del antiguo barrio medieval de Berlín. La iglesia de Santo Tomás de Leipzig, antigua
fundación de monjes agustinos, modificada a comienzos de la Edad Moderna que
eliminó los elementos barrocos. La
Luleå domkyrka, iglesia catedra sueca, levantada sobre un antiguo templo de
madera que fue consagrado en 1667 y la iglesia de Gustavo, del siglo XVIII que
sufrió un incendio en 1887. Las reconstrucciones son el resultado de una nueva interpretación,
dado que se hicieron bajo los criterios “neo” del siglo XIX, como fue este
caso, por el arquitecto Adolf Emil Melander. La
catedral tiene un plano en forma de cruz, con una sola nave. La torre
campanario se encuentra en la entrada principal y es una estructura masiva de
60 m, que domina el horizonte de la ciudad.
Cerramos estas referencias limitadas a múltiples
ejemplos con un breve repaso por la Frauenkirche
de Dresde, dentro de un conjunto de
iglesias monumentales
del barrio nuevo de la orilla derecha del Elba,
de la época del nuevo elector Augusto II, con planta octogonal y bella
cúpula peraltada cerrada por linterna. Construida por un maestro ensamblador,
no arquitecto, llamado Jorge Bahr, muestra una bella combinación de cúpula
esférica con sala poligonal. No hay en su interior altares con imágenes, pero
las líneas de todos los elementos definidores de su espacio, consiguen crear
una atmósfera de fe arrobada por su ábside para el órgano y la tribuna del
coro.
Frauenkirche (iglesia de Nuestra
Señora) Plaza del Mercado Nuevo de Dresde.
Entre 1726 y 1743.
(Fuente: Benévolo, L. Historia de la
arquitectura moderna. Gustavo Gili. 1999)
|
Bibliografía
[i] KOENIGSBERGER, H, G.: Historia
del Mundo Moderno. II Vol. La
Reforma. Barcelona, 1970.
[ii] AVILES FERNÁNDEZ, M.: La época de Felipe II. La Contrarreforma. Vol XV. Eds Nájera. Madrid 1994.
[iii] BENÉVOLO, L.: Historia de la Arquitectura del Renacimiento. Vol II. La
Arquitectura clásica del siglo XV al siglo XVIII. Edit. Gustavo Gili. S.L.
1981.
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