jueves, 1 de septiembre de 2016

Editorial Setiembre 2016

De Dioses y hombres: Estudios sobre religiones y mitología, es un blog de investigación coordinado y dirigido por el profesor y Máster en Literatura Clásica por la Universidad de Costa Rica José Marco Segura Jaubert y el profesor y Doctorando por la Universidad Complutense de Madrid Carmelo Morales Marcos.
El Doctorando por la Universidad Complutense de Madrid y Profesor Carmelo Morales expone en el presente artículo parte del pensamiento moral y religioso de Kant. El objetivo de nuestro autor es enseñarnos hasta qué punto tiene importancia la moral en la religión para Kant y si para él es posible que se sostenga una religión sin su parte moral, parte primordial para este autor, que en sus textos se vislumbra, incluso, que es la única esencia en el fenómeno religioso.
El Doctor por la Universidad Politécnica de Madrid y Profesor Jorge Mateos Enrich explica en la primera parte de su artículo el comienzo del Islam, los preceptos principales de esta religión, las diferentes ramas que surgieron desde su nacimiento y la ley que rige a la sociedad musulmana.
La Máster en Ciencias de las Religiones Marta Martínez, en esta segunda parte, nos sigue hablando de la evolución iconológica de la serpiente en el ámbito mediterráneo. Nuestra autora realiza una visión general del significado simbólico de la serpiente, esta vez con la serpiente en Grecia, los poderes curativos de la serpiente en el ámbito grecorromano, las serpientes que dominan la mitología egipcia, hasta la llegada del imaginario bíblico en el que la serpiente cambia radicalmente con las tradiciones mediterráneas. 

Moral y religión en Kant Parte 1

Por: Carmelo Morales Marcos. Licenciado en Geografía e historia por la UNED; licenciado en Teoría de la Literatura por la Universidad Complutense de Madrid; máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de Madrid y doctorando en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de Madrid.

1. Introducción

Immanuel Kant
En el presente trabajo voy a exponer parte del pensamiento moral y religioso de Kant. Dividiré la exposición en dos partes: la primera, sobre las ideas de Kant con respecto a la religión y la segunda, una relación con las ideas de lo numinoso de Rudolf Otto. Lo haré así porque, como es bien sabido, el pensamiento moral y religioso de Kant es amplísimo e inabarcable en tan reducido espacio.
El objetivo del presente trabajo es, por tanto, ver hasta qué punto es importante la moral en la religión para Kant y si para él es posible que se sostenga una religión sin su parte moral, pues en sus textos se vislumbra que esta es, incluso, la única esencial en el fenómeno religioso.
Para ello, seguiremos textos sacados de sus obras, sobre todo de La religión dentro de los límites de la mera razón y Crítica de la razón práctica. Intercalaremos estos textos con comentarios propios y con algún que otro texto de Rudolf Otto.
En la historia de la literatura universal existen pocos relatos como el del sacrificio de Isaac que dejen sentir lo sorprendente del Absoluto y el temor de la criatura ante su soberanía suprema. No es casual que fuese a partir de la Ilustración cuando se planteó y se cuestionó con toda su fuerza la crisis general del texto bíblico: el cuestionamiento de la lectura literal permitió establecer la cuestión decisiva acerca del carácter real del hecho y, así, el significado supuso un nuevo problema.

2. La religión dentro de los límites de la mera razón moral en Kant
Kant lo expresó magníficamente con un razonamiento difícil de refutar y bien conocido: “Como ejemplo puede servir el mito del sacrificio que Abraham, por mandato divino, quería llevar a cabo inmolando y quemando a su único hijo, con el agravante de que el pobre niño, sin saberlo, llevaba la leña. Abraham debería haber respondido a esta pretendida voz divina<< que no debo matar a mi hijo es completamente cierto; pero que tú, que te me apareces, seas Dios, de esto no estoy seguro, ni podría estarlo, aunque esa voz resonase desde el cielo visible>>”[1].
Kant dice a este respecto: “Esta terrible voluntad se basa en documentos históricos y no es apodícticamente cierto. La revelación ha llegado a él solo a través de los hombres y solo interpretada por estos. Por lo tanto, es posible que aquí haya un error”[2].
Los dos motivos de fondo de su razonamiento son, por un lado, que no es posible demostrar con seguridad la realidad empírica de una revelación divina y, por otro, que el contenido de cualquier revelación efectiva no puede contradecir los principios de la moralidad auténtica. Kant duda de que sea Dios mismo quien da esa orden a Abraham y sospecha que sea, más bien, una trampa demoniaca. Al hacerlo, critica cualquier fe que se oponga a la injusticia, razonando que, si aquí la muerte se justifica por la fe, en el caso de un inquisidor que quisiese matar a alguien porque piensa que es agradable a Dios, también lo justificaría.
Después, tanto Derrida en su obra Dar la muerte como Kierkegaard en su obra Temor y temblor dirán que la singularidad del acto de Abraham se encuentra en el temor y temblor, o sea en el sacrificio y no en una razón apodíctica de la razón. Autores modernos interpretan este acto no como Kant, como un documento histórico, sino como la posibilidad de una justicia que mide el riesgo de una injusticia. Kierkegaard, incluso, ve en el relato de Abraham el paradigma de la fe: en su obra Temor y Temblor dice que la fe comienza precisamente allí donde la razón termina. Por ello, es posible afirmar que Derrida y Kierkegaard plantean una ética más allá del deber. Hay que tener en cuenta que en la época de Abraham eran comunes los sacrificios humanos. Pero es paradójico y choca con el mandamiento del decálogo de “no matarás”.
En las palabras de Kant sobre este relato se anunciaba un cambio de época en el modo de comprender la revelación: por primera vez en la historia se ponen en cuestión, de manera expresa y por motivos de principio, tanto la verdad literal de todas las afirmaciones bíblicas como la realidad de los hechos empíricos que servían de soporte a su significado religioso. Era el mayor desafío cultural que tuvo que afrontar el cristianismo establecido, puesto que tocaba a la misma raíz de su fundamento: la autoridad de la revelación bíblica. Era la crisis del principio de la inspiración literal.
Otto es de otra opinión. En su obra Lo santo dice lo siguiente: “Hay que salir al paso de un equívoco que puede conducir a una visión parcial e incorrecta, y es la idea de que los predicados racionales apuran y agotan la esencia de la divinidad”[3].
Vamos a ir viendo paulatinamente cómo entroncan los puntos de vista religiosos de estos dos autores. Por un lado, tenemos a Kant, que afirma que no es posible una doctrina religiosa sin una ley moral en la conducta, y por otro a Rudolf Otto, que dice que los preceptos morales y racionales no agotan la esencia de la divinidad, de lo santo. De momento no parece que exista tanta contradicción entre los dos autores, porque según se puede observar las dos proposiciones son compatibles: el primero afirma que no puede haber religión sin moral y el segundo defiende que la moral no es lo único. Esto no es contradictorio, aunque lo parezca. Seguimos con las ideas de Kant: “Jamás se puede probar inequívocamente la existencia de un ser cuando no hay ninguna experiencia ni ninguna intuición que sean adecuadas a su concepto. Nadie puede estar primeramente convencido, por una intuición cualquiera, de la existencia del ser supremo; la fe racional tiene que preceder”[4].
He elegido este pasaje del autor prusiano porque refleja muy bien lo que piensa sobre el relato bíblico de Abraham. Cuando dice en su obra La religión dentro de los límites dentro de la mera razón que “Nadie puede estar primeramente convencido, por una intuición cualquiera, de la existencia del ser supremo y que tiene que prevalecer la razón” se puede trasladar perfectamente a la afirmación que hace sobre el pasaje bíblico de Abraham, cuando dice que este debía haber contestado “tú, que te me apareces, seas Dios, de esto no estoy seguro, ni podría estarlo, aunque esa voz resonase desde el cielo visible”.
Lo que trata de decir Kant es que por esta vía es imposible llegar a tener la seguridad de Dios o de entender la divinidad y que sin embargo la vía de la ley moral no da lugar a equívocos: “Los hombres, conscientes de su impotencia en el conocimiento de cosas suprasensibles, aunque conceden todo el honor a esa fe, no son fáciles de convencer de que la aplicación constante a una conducta moralmente buena sea todo lo que Dios pide de los hombres para que éstos sean súbditos agradables a él en su reino. No pueden, por lo tanto, pensar para sí su obligación de otro modo que como el estar obligados a algún servicio que han de hacer a Dios, en donde no importa tanto el valor moral interior de las acciones como más bien el que son hechas a Dios…. Deben saber que cuando cumplen sus deberes para con hombres, justamente por ello ejecutan también mandamientos de Dios…. Y que además es absolutamente imposible servir a Dios más de cerca de otro modo” [5].

Kant sigue ahondando en la importancia de la buena conducta o conducta moral como medio para acercarse más a Dios. Pero va más allá: “Todo lo que, aparte de la buena conducta de vida, se figura el hombre poder hacer para hacerse agradable a Dios es mera ilusión religiosa y falso servicio de Dios… Persuadirse de poder distinguir los efectos de la gracia de los de la naturaleza (de la virtud), o incluso de poder producir en sí los últimos mediante los primeros, es fanatismo. La ilusión de conseguir mediante acciones religiosas de culto algo con respecto a la justificación ante Dios es la superstición religiosa; así como la ilusión consistente en querer hacerlo mediante el esfuerzo en orden a un supuesto trato con Dios es el fanatismo religioso. Es ilusión supersticiosa querer hacerse agradable a Dios por medio de acciones que todo hombre puede hacer sin que tenga que ser un hombre bueno. Es llamada supersticiosa porque elige para sí simples medios de naturaleza (no morales), los cuales por sí no pueden obrar absolutamente nada. …De un chamán tungús al prelado europeo, que gobierna a la vez la iglesia y el Estado, o (si en vez de a los jefes y dirigentes miramos sólo a los adeptos de la fe según su propio modo de representación) entre el vogul, totalmente sensitivo, que se pone de mañana la garra de una piel de oso sobre la cabeza con la breve oración, y el sublimado puritano e independiente de Connecticut, hay ciertamente una importante distancia en la manera, pero no en el principio de creer; pues por lo que toca a éste pertenecen todos ellos a una y la misma clase, a saber: la de los que ponen su servicio de Dios en aquello que en sí no hace a ningún hombre mejor. Sólo los que piensan encontrar ese servicio únicamente en la intención de una conducta buena se diferencian. Si lo piensan como ser moral, entonces fácilmente se convencen por su propia Razón de que la condición para conseguir el agrado de aquel ser ha de ser su conducta moralmente buena, particularmente la intención pura como principio subjetivo de ella. Pero el ser supremo quizá puede también querer ser servido, además, de un modo que no puede sernos conocido por la mera Razón, a saber: mediante acciones en las cuales, por sí mismas, no echamos de ver nada moral, pero que son emprendidas por nosotros arbitrariamente, como dispuestas por él o bien solamente para atestiguar nuestra sumisión hacia él. …Ahora bien, el hombre que usa de acciones que por sí mismas no contienen nada agradable a Dios (moral) como medios para conseguir la complacencia divina incondicionada en él y con ello el cumplimiento de sus deseos, está en la ilusión de poseer un arte de lograr un efecto sobrenatural por medios totalmente naturales; a tales intentos se les suele llamar magia, palabra que, sin embargo (dado que lleva consigo el concepto secundario de una comunidad con el principio malo, mientras .que aquellos intentos pueden también ser pensados como por lo demás emprendidos, por un malentendido, con una mira moral buena), queremos cambiar por la palabra, por lo demás conocida, fetichismo” [6].
Va más allá, porque dice que, aparte de la buena conducta de vida, todo lo que se figure el hombre poder hacer para hacerse agradable a Dios es mera ilusión religiosa y falso servicio de Dios. 
Aquí vemos que su idea se radicaliza y va chocando con los postulados de Otto en su obra Lo santo cuando dice: “¡Ojalá sirva de saludable acicate el observar que la religión no se reduce a enunciados racionales!”[7].
Estoy totalmente de acuerdo con Kant en cuanto a que en la religión lo más importante es la moral y por tanto la buena conducta, pues únicamente de este modo la religión puede conseguir que el mundo vaya a mejor. También estoy de acuerdo con él en que no se debería aceptar ninguna religión que no vaya acompañada de esta ley moral, porque de otra forma estarían justificadas las masacres e injusticias de la inquisición o cualquier fanatismo religioso, como justificar dar muerte al prójimo por una inspiración divina. Pero no estoy de acuerdo con Kant en que todo lo que el hombre haga, aparte de una buena conducta, no va agradar a Dios, porque pienso que el respeto, la admiración o el recogimiento interior al orar es importante para Dios, pero Kant no le da importancia alguna (esto es lo que Otto denuncia). Ahora, sí pienso como Kant en cuanto a que lo más importante para la divinidad es la buena conducta, pero no lo único, como parece decir Kant.
Supongamos que todos los humanos del mundo estuviéramos adoctrinados por una religión que no diese ninguna importancia a la Ley moral y que casi nadie practicase la buena conducta, pero le diese mucha importancia al culto y a los sacrificios. Ahora supongamos otro mundo paralelo donde no se practicase la adoración a la divinidad, ni los sacrificios, pero que en dicha religión tuviese una importancia vital la buena conducta, ¿Cuál de las dos religiones colaboraría más al progreso de la humanidad? 
Por lo tanto, siguiendo con Kant, él distingue dos religiones, la histórica y particular y la universal, esta última deducida de la Ley Moral inscrita en el corazón de todo hombre: “El hombre muestra la necesidad, operada moralmente en él, de pensar en relación a sus deberes también un fin último como el resultado de ellos. Así pues, la Moral conduce ineludiblemente a la Religión, por lo cual se amplia, fuera del hombre, a la idea de un legislador moral poderoso en cuya voluntad es fin último (de la creación del mundo) aquello que al mismo tiempo puede y debe ser el fin último del hombre” [8].
También podemos observar cómo un mismo término puede tener un significado muy distinto para cada autor. Kant afirma que lo que nos conduce a los misterios santos es la realización de la idea del fin último moral.

BIBLIOGRAFÍA:
-DERRIDA, J. (2006); Dar la muerte, Paidos Ibérica, Barcelona
-KANT, I. (1969); La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza, Madrid
-KANT, I. (2005); Crítica de la razón práctica, FCE, México.
-KIERKEGAARD, S. (2005); Temor y temblor, Alianza, Madrid
-OTTO, R; (1998). Lo Santo, Alianza, Madrid
-STENDEBACH, F, J. (1996); Introducción al Antiguo Testamento, Herder, Barcelona




[1]Clases magistrales de lecciones sobre la filosofía de la religión de Immanuel Kant.
[2] Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza, 1969. 4ªparte 2ª sección, p. 182.
[3] Otto, Rudolf, Lo Santo. Alianza, Madrid, 1998, 1 p.10.
[4] Kant, Crítica de la razón práctica. FCE, México, 2005, p.164.
[5] Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza 1969. 3ª parte 1ª sección, 6, p. 104.
[6] Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza, Madrid 1969, 4ªparte. 2ª sección, 2. p. 166-174.
[7] Otto, Rudolf, Lo Santo. Alianza, Madrid, 1998, 2, p. 12.
[8] Kant, Crítica de la razón práctica, FCE, México, 2005, p. 154.

Las ramas del árbol del islam Parte I

Por: Jorge Mateos Enrich, Doctor por la Universidad Politécnica de Madrid.

Si tuviéramos que asimilar el islam, sin más, a un gran árbol, podríamos decir que consta de un tronco principal del que se bifurcan dos grandes ramas, de las que, a su vez, surge un tupido ramaje en cada una. Obviamente este árbol debería tener unas raíces que son substrato que le dio vida.
Aunque esta sea una forma muy simplista para abordar un enrevesado y complejo mundo de relaciones, injerencias y exclusiones, bien podría servir como esquema de encaje general de partida. La explicación pormenorizada del comportamiento de un organismo vivo, creciente y cambiante no es tarea fácil. El islam es un complejo mundo de ortodoxias, herejías, escuelas, tendencias, sectas, etc. También es algo que se implanta sobre diversos pueblos y diversas regiones del planeta, obviamente con sus especificidades y contradicciones, con sus peculiaridades y sus localismos. En cualquier caso, estamos hablando de “algo” practicado por 1.500 millones de personas repartidas por todo el globo.
Comúnmente se admite que el islam es una de las tres grandes religiones monoteístas, junto con el cristianismo y el judaísmo. Ya esta primera aseveración pudiera ser muy categorista. ¿Por qué? El islam no es una religión en sí misma. Carece de dogmas y de una jerarquía como las que tienen el cristianismo y el judaísmo. Carece también de intermediarios entre el individuo y el dios. El islam es algo que se hace, es un modo de vida. El islam es la obediencia y la sumisión a Dios.
Al ser la más joven de las tres grandes religiones monoteístas (las religiones del “libro”), ciertamente podemos afirmar que aquí aparece una notable relación entre las tres, entre ellas y con la aportación o referencia de otras más antiguas.
El sustrato de algo es una acumulación de capas que se van superponiendo de forma continua para crear un medio, es decir, en nuestro caso este sería el medio que posibilita el enraizamiento del árbol.
La noche de los tiempos se pierde en religiones politeístas, en infinidad de deidades, de figuras, de objetos de adoración. En esto radica la peculiaridad básica del islam: en el monoteísmo. En religiones anteriores en el tiempo observamos, por ejemplo, como en el zoroastrismo, Zoroastro veía el drama del universo encarnado en dos divinidades: no una, ni miles, solo dos. Ormuz encarnaba el principio del bien y Ahrimán el principio del mal. Los zoroastras persas rechazaban las estatuas, la imaginería y los iconos religiosos.
En el budismo la religión empieza en el momento en que Gautama recibe la iluminación bajo el árbol del loto.
Confucio articuló una filosofía más que una religión. La esencia de sus enseñanzas se condensa en la buena conducta en la vida, el buen gobierno del Estado, el cuidado de la tradición, el estudio y la meditación. Todas las personas están sujetas a la voluntad del Cielo que es la realidad primera, la fuente máxima de moralidad y de orden.
Por su parte árabes y judíos eran semitas y remontaban su ascendencia hasta Abraham (y pasando por él a Adán). Los árabes consideraban que descendían de Ismail, hijo de Abraham y de Agar, su segunda esposa. Las historias que comúnmente se asocian al Antiguo Testamento formaban parte también de la tradición árabe. Aunque la mayoría de los árabes eran por entonces (antes de islam) politeístas, los judíos se habían mantenido absolutamente monoteístas.
El cristianismo irrumpió en todo este universo y , además, casi en regiones compartidas por el politeísmo romano y el monoteísmo judío. La base del cristianismo radica no tanto en el nacimiento de Jesús como en su muerte y resurrección.
Visto pues, de forma somera, los elementos de los que se pudo nutrir el islam y sobre los que empieza a crecer, daremos un paso más para ver cómo a partir de una semilla empieza a crecer el gran árbol.
Mahoma debió nacer entre el 567 y el 572 en La Meca y pertenecía a la tribu de los Qurayshíes, la de mayor poder de dicha ciudad, pero carecía de estatus por ello ya que pertenecía a uno de los clanes más pobres de la tribu, el de Banu Hasim. A los cuarenta años de edad adquirió la costumbre de retirase periódicamente a una cueva de las montañas a meditar. Allí, según la tradición, es cuando se le aparece el arcángel Gabriel y empieza a revelarle lo que posteriormente formaría el corpus del libro sagrado: el Corán. Había nacido una nueva religión. El gran árbol empezaba a desarrollarse.
Mahoma fue un profeta, pero también fue un jefe guerrero. Extendió la nueva religión tanto predicando como a golpe de sable. Le cabe el honor de haber conseguido la unificación de las distintas tribus de Arabia y el de extender una religión monoteísta en un mundo politeísta.
La era musulmana empieza en el año 622, es el momento de la Hégira o huida de Mahoma de La Meca a Yatrib (Medina), cuando descubre un complot para asesinarle. Posteriormente entrará en La Meca al mando de su ejército y la someterá definitivamente. Se había creado la umma o comunidad de creyentes.
Las causas de la rápida expansión del islam pueden ser múltiples, pero una de ellas puede ser su “sencillez” y la clara aplicación de sus preceptos. Estamos ya en el gran tronco del árbol del islam.
El islam se basa en cinco preceptos que son los llamados pilares. Estos son los siguientes. El primero sería el Tawhid o la unidad de dios. En efecto, la enseñanza más importante y fundamental del profeta Mahoma es la creencia en la Unidad de Dios. “No hay ninguna deidad más que Dios” (Allah). Esta frase es la base del islam, su fundamento y su esencia.
El siguiente precepto es el Salat o la oración. El islam prescribe el rezo cinco veces al día. La cadencia de las oraciones es la siguiente: fayir (mañana o primeras horas de la mañana), zuhr (mediodía), asr (tarde), magrib (ocaso) y, por último, isha (noche). Aparte, estaría la obligación de la llamada oración Yuma (la oración de los viernes en la mezquita, coincidente con el medio día). Cuando el islam se bifurque, las distintas formas que adquiere el rezo según los distintos credos será también la propia de cada uno.
El tercero es el llamado Sawm al-Ramadan o el ayuno en el mes del Ramadán. En este mes los musulmanes han de abstenerse de comer, beber y de tener relaciones sexuales desde el amanecer a la salida del sol. El Ramadán es el noveno mes del calendario lunar islámico.
El cuarto es el Zakat o limosna purificadora prescrita. Esta limosna debe ser pagada por cada musulmán libre, hombre o mujer, que tiene la cantidad requerida de riqueza.
El último sería el Hayy o peregrinación a La Meca. Este es un precepto que no obliga sino puede ser realizado por motivos económicos o de salud.
A la muerte del profeta Mahoma, el árbol del islam se empieza a retorcer y aunque no de manera definitiva se va bifurcando el gran tronco, único hasta ahora, ya en dos ramas. Una más imponente, la Sunní, y otra más incipiente, la Chií.
Al morir Mahoma sin haber nombrado sucesión, se produce la consiguiente disparidad de opiniones entre partidarios de unos y otros para suceder al difunto. En cualquier caso, ya apuntó Mahoma que él sería el último profeta. Parecía que la opción más clara sería que el sucesor fuese alguien de su sangre. Este era el caso de Alí, primo y yerno (casado con Fátima) de Mahoma. Pero no fue así y el sucesor fue un amigo y seguidor del profeta: Abu Bark. Los seguidores de Alí fueron llamados Chiíes, palabra que en árabe significa “partidarios”, y siempre han estado convencidos de que Alí fue el único sucesor legítimo de Mahoma. En cualquier caso, a los seis meses de este hecho ya se había cerrado la fisura, pero el gran tronco ya se había desgajado definitivamente.
Abu Bark asumiría el título de “califa”, que significa “segundo” en la escala de mando o “suplente”. Sería el primero de los llamados “califas rectamente guiados”. Sería sucedido por Omar, otro de los amigos de Mahoma. Omar era un gran estratega militar y contribuyó, en mucho, a la extensión del Imperio Musulmán.
El tercer califa fue Otmán, sobrino segundo de Mahoma, que tomó posesión del cargo a la edad de sesenta y ocho años. Era casto y modesto incluso antes de su conversión. También poseía una gran riqueza ya que era un aristócrata Omeya, aunque esto no era motivo de descalificación para el desempeño de su cargo ni fue motivo de recelos por sus seguidoes. Cuando Otmán tomó posesión del cargo, la comunidad islámica era un gobierno que controlaba un vasto territorio. A él le correspondía gestionar esta expansión. Un gran proyecto que llevó a cabo durante la primera mitad de su califato fue la elaboración definitiva del Corán.
Otmán fue asesinado por contrarios a sus modos políticos. Sobre todo por favorecer a los omeyas y entre ellos a su primo Muawiya, gobernador de Damasco.
Era el momento de nombrar un nuevo califa. Ahora, por fin, todos los pensamientos se dirigieron al candidato que había sido relegado una y otra vez, el hombre al que algunos habían llamado siempre el legítimo sucesor del profeta: Alí, el yerno de Mahoma.
Muawiya empezó a ganar peso político y militar y realmente no estaba interesado en la “pureza” de las enseñanzas de Alí. Se extendieron revueltas y se plantearon dos frentes: los partidarios de Alí y los de Muawiya. En la llamada “Batalla del Camello”, con Aisha, la mujer de Alí en su contra, se fraguó la escisión definitiva. Sin embargo no hubo enfrentamiento, se pactó la paz.
Esto enervó a  los partidarios de Alí, sus chiíes. Este se encontraba… ¿negociando? ¿Con Muawiya, la viva imagen del materialismo anti musulmán? ¿Qué clase de encarnación, mimada por Dios, era Alí de una verdad que Alá guiaba? El acuerdo con el enemigo decepcionó a una parte de sus seguidores, los partidarios más radicales, que se separaron de él. Se los llamó kharijitas, “los que partieron”. Estaba aflorando una nueva rama en una de las ramificaciones del gran árbol del islam.
Los kharijitas ya no consideraron “digno” a Alí. Consideraban que nadie nacía con el don del liderazgo, y la mera elección no podía convertir a alguien en califa. En el año 40 D.H. un joven kharijita asesinó a Alí. Con la muerte de Alí concluyó la primera era de la historia islámica. Los historiadores musulmanes dieron en llamar Califas Rectamente Guiados a los cuatro primeros líderes que siguieron a Mahoma.
El árbol del islam ya había desarrollado un fuerte tronco central y dos grandes ramas se bifurcaban de él. A su vez  las ramas de estas empezaban a desarrollarse con fuerza.
El chiismo cobró fuerza definitiva con la masacre del pequeño ejército de Hussein, hijo menor de Alí, a las puertas de la ciudad irakí de Kerbala (año 62 D.H.) a manos del ejercito de Yazid, hijo de Muawiya. El abrazo apasionado a la causa de Alí se convirtió en un fuego incontrolado: el Chiísmo. A Alí le dieron otro título. Dijeron que era el imam. Cuando Hussein murió mártir en Kerbala, la idea de “imán” pasó a convertirse en un rico concepto teológico que satisfacía unas ansias religiosas que las doctrinas dominantes de la época desatendían.
La doctrina al uso, tal como la articularon Abu Bark y Omar, decía que Mahoma era estrictamente un mensajero que daba una serie de instrucciones sobre cómo vivir. La importancia religiosa de Mahoma estaba, únicamente en su sunna, en el ejemplo que dio con su modo de vida, un ejemplo que otros podían seguir si querían vivir en la gracia de Dios. A las personas que aceptaban esta doctrina se dio en llamarlas al final “suníes”, y hoy constituyen el 90% de la comunidad musulmana. Los “chiíes”, por el contrario, pensaban que no se podían hacer merecedores del cielo solo con esfuerzo. Para ellos las instrucciones no bastaban. Querían creer que la orientación directa de Dios seguía llegando al mundo, a través de alguna persona elegida que podía introducir a los creyentes en la gracia salvadora del alma. Adoptaron la palabra imam para designar a esta persona confortadora. Su presencia en el mundo mantenía abierta la permanente posibilidad del milagro. Para los chiíes en Kerbala se produjo un milagro: el del martirio de Hussein. Hoy los chiíes de todo el mundo conmemoran el aniversario de la muerte de Hussein con una jornada de duelo catártico. Se representa a Hussein en el papel de una figura redentora a una escala apocalíptica. Con su martirio, Hussein obtuvo un lugar junto a Dios, y el privilegio de interceder por los pecadores. Creer en Hussein no podía dar dinero, poder, fortuna ni amor, pero podía llevarte al cielo: este era el milagro.

Para terminar esta primera parte del artículo, y dejando el desarrollo de las distintas escuelas, sectas y demás aspectos del islam, y su consiguiente relación con el “gran árbol”, sentaremos bases que nos harán comprender el desarrollo del “ramaje” del mismo.
Se puede afirmar que la ley que rige a la sociedad musulmana es la Sharia. Sharia significa literalmente “sendero” o “camino”. Esta es, a su vez, un compendio de cinco elementos. El Corán, libro sagrado o de las revelaciones. Los Hadizes, dichos del Profeta y actitudes de su vida cotidiana. La Qiya, el razonamiento analógico. La Ijma, el consenso de la comunidad. La Ijtihad, el pensamiento libre e independiente basado en la razón. Este último es uno de los aspectos más discutidos, controvertidos y polémicos en las distintas escuelas del Islam. Es obligado hacer referencia a estos elementos para explicar el crecimiento y desarrollo del islam.
La interrelación de unas y otras, sus peculiaridades y su interpretación dará lugar a la segunda parte del presente artículo.

Bibliografía.
·         ANSARY, Tamin (2011); Un destino desbaratado. La historia universal vista por el Islam, RBA. Barcelona
·         BÜYÜKÇELEBI, Ismail (2006); El Islam como un modo de vida,  The Light Inc, New Jersey.
·         MARTÍN, Javier (2008); Suníes y chiíes. Los dos brazos de Alá, Catarata, Madrid
·         KAVANAGH, Alfred G. (2010); Irán por dentro,  José J. de Olañeta, Barcelona
·         VERNET, Juan; (2001); Los orígenes del Islam, El acantilado, Barcelona

·         WAINES, David (2008); El Islam, Akal, Madrid

La evolución de la iconológica de la serpiente en el ámbito mediterráneo Parte II


Por: Marta Martínez Arranz

Correo electrónico: martinezarraz.marta@gmail.com

La serpiente en Grecia

Como hemos podido observar en el apartado anterior, la serpiente ha sido un símbolo asociado a la Diosa Madre de la Antigua Europa, la cual ejercía el predominio en el panteón mediterráneo antes de la llegada indoeuropea. Tras esta llegada, la serpiente mantuvo un papel constante en los mitos griegos, de los que podríamos interpretar una evolución funcional de la misma. En los relatos cosmogónicos, como en la Teogonía de Hesíodo, observamos que una serie de seres nacidos de la Tierra aparecen descritos con formas serpentinas o con miembros de serpiente, cuya función primordial es la de provocar el caos y ser doblegados por el poder de los dioses olímpicos. Posteriormente, los seres con forma de serpiente pasan a tener función de guardianes de objetos o lugares sagrados. Estos son los que generan controversia a los mitógrafos, en los relatos aparecen con el sustantivo δράκων, δράκοντος que significa tanto serpiente como dragón. Entonces ¿son dragones o serpientes?
Si nos remitimos a la morfología del término δράκων, el grado 0 del término es δρκ-, si lo ponemos en grado E δερκ-  lo que nos indica que este término proviene del verbo δέρκομαι “mirar” y δράκων sería un participio de sujeto traducido por “la mirona”. Entonces los dragones serían un tipo de serpientes, “las mironas” o "los que observan" y por tanto vigilan, puesto que hay otro término para las serpientes comunes y culebras, ὄφις, ὄφεως.

Gea y sus hijos

Gea es la Tierra, concebida como el elemento primordial del que surgieron las razas divinas. El papel que desempeña en la Teogonía hesiódica es grande, pero nulo en los poemas homéricos. Según Hesíodo, Gea nació en segundo lugar, después de Caos e inmediatamente antes que Eros (la Atracción). Sin intervención de ningún elemento masculino, engendró a Urano (el Cielo), que la recubre, y a las Montañas, así como a Ponto y a Tártaro.
Descontenta por la derrota de los Hecatónquiros, hijos suyos, a mano de los dioses olímpicos, se unió con Tártaro, el dios que personificaba los abismos del Infierno heleno, y engendró con él un monstruo de prodigiosa fuerza, Tifón. Era un híbrido de hombre y monstruo, por la talla y la fuerza superaba a todos los restantes hijos de Gea. Cuando extendía sus brazos, una de las manos llegaba a oriente y la otra a occidente, y en lugar de dedos tenía cien cabezas de dragón. Sus miembros inferiores estaban compuestos por víboras. Tenía el cuerpo alado y sus ojos despedían llamas. Cuando los dioses vieron que este ser atacaba el monte Olimpo huyeron hasta Egipto ocultándose en el desierto adoptando formas de animales. Tras diez años de enfrentamiento entre los dioses y Tifón en una guerra denominada por los mitógrafos Tifonomaquia, el monstruo huye desanimado y, mientras atravesaba el mar de Sicilia, Zeus lanzó contra él el monte Etna y lo aplastó. Se atribuye a Tifón la paternidad de varios monstruos como la Hidra de Lerna, la Quimera de dos cabezas, una de cabra y otra de león, y cola de serpiente; y el dragón que protegía el vellocino de oro en la Cólquide.  
Por otro lado, Equidna la “víbora”, consorte de Tifón, era un monstruo con cuerpo de mujer terminado por una cola de serpiente en lugar de piernas. Las tradiciones discrepan acerca de su origen, según Hesíodo sería hija de Forcis y Ceto, hijos del Ponto y Gea; según otros autores desciende de Tártaro y Gea.
Según algunos historiadores clásicos, se atribuye la maternidad del dragón/serpiente Pitón a la diosa Gea. Pitón habitaba en la falda del monte Parnaso en Grecia junto a la fuente Castalia, allí custodiaba la entrada a un oráculo de Gea. Cuando Apolo decidió fundar un santuario en ese mismo lugar se encontró con la presencia de Pitón y lo mató a flechazos. Liberando el oráculo de su guardián fundó en su honor unos juegos fúnebres celebrados cada cuatro años, los Juegos Píticos.
Hay otra serie de hijos de Gea o de sus descendientes que tienen forma de serpiente y tienen como función proteger lugares u objetos sagrados. Primeramente, tendríamos a la Hidra de Lerna, hija de Tifón y Equidna, a la que tuvo que dar muerte el héroe Heracles pues custodiaba el río de la región que le da nombre. Con su sangre Heracles envenenó sus flechas, que emplearía posteriormente en sus trabajos. A continuación, nos encontraríamos con otro hijo de Tifón y Equidna, el dragón inmortal de cien cabezas que custodiaba las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, que eran el regalo que Gea había hecho a Hera con motivo de su boda con Zeus. Los mitos varían en el desenlace, algunas versiones dicen que Heracles lo mató y otras que lo durmió para conseguir las manzanas. Por otro lado, otros héroes se enfrentan a este tipo de serpientes protectoras, como en el caso del tebano Cadmo, quien se enfrenta con un dragón descendiente de Ares, el cual había matado a la mayoría de los compañeros de Cadmo. El joven dio muerte al dragón y por consejo de la diosa Atenea sembró los dientes del monstruo, de ellos brotaron unos hombres armados a los que llamó Spartoi. Por último, tendríamos a Jasón y a los argonautas, que con la ayuda de los somníferos de la princesa Medea durmió al dragón, robaron el vellocino de oro de la Cólquide. A su regreso a Grecia, Jasón decidió casarse con la princesa de Corinto rechazando así a Medea, esta como venganza dio muerte a sus hijos y los de Jasón, y tras rogarle a su pariente el dios Helios recibió un carro con serpientes aladas que la llevaron hasta el Ática y así pudo huir de su esposo.

Erictonio

Erictonio o Erecteo es un héroe ateniense cuyo mito está ligado a los orígenes de la ciudad. Primitivamente no parece haber distinción entre Erictonio y Erecteo pero, a medida que las leyendas se fueron precisando, entró en la cronología como uno de los primeros reyes de Atenas; es hijo de Pandión I y Zeuxipe. Aunque la versión del mito que nos interesa para este trabajo es en la que sus progenitores son el dios herrero Hefesto y la diosa Gea, la cual todavía mencionaba Eurípides en alguna de sus obras.
El relato mítico nos narra que el dios había recibido en su taller la visita de Atenea, que iba a encargarle unas armas, y Hefesto, al verla, se enamoró de ella. La diosa huyó, pero su perseguidor le dio alcance a pesar de ser cojo. Habiéndose defendido Atenea, durante el forcejeo, parte del semen del dios se le derramó por la pierna. Asqueada, Atenea se secó este fluido con lana y después la arrojó al suelo. Cayó en la tierra y con el esperma quedó fecundada, así dio nacimiento a un niño, el cual la diosa Atenea recogió y nombró Erictonio, cuyo primer elemento del nombre recuerda al de “lana” y el segundo al de “suelo” del que había nacido.
Atenea, sin que lo supiesen los otros dioses, introdujo a Erictonio en una cesta, que confió a Aglauro, una de las hijas de Cécrope. Las muchachas, acuciadas por la curiosidad, abrieron la canasta y vieron en ella al niño guardado por dos serpientes. Según ciertas versiones, el propio cuerpo de la criatura acababa en una cola de serpiente, como la mayor parte de los seres nacido de Gea; o bien, al encontrarse con la canasta abierta, escapó en forma de serpiente yendo a refugiarse tras el escudo de la diosa. Las doncellas aterrorizadas ante el espectáculo enloquecieron y se suicidaron precipitándose desde lo alto de la Acrópolis. Atenea educó a Erictonio en la Acrópolis, en el recinto sagrado de su templo.

Más tarde, Cécrope le traspasó el poder al joven. Se le atribuye generalmente a Erictonio la invención de la cuadriga, la introducción en el Ática del uso de dinero y la organización de las Panateneas, la festividad de Atenea en la Acrópolis. Posteriormente, un mes antes de las Panateneas, las doncellas atenienses realizaban un ritual en el que cruzaban un pasadizo secreto a través de los varios jardines hasta llegar al templo de Afrodita en Atenas, las cuales portaban cestas con posibles figuras de serpientes y falos, recordando a su vez la entrega del niño Erictonio en una cesta a una de las hijas de Cécrope (Paus. Descripción de Grecia I 27.3.).

Entenderíamos así este ritual como uno de los primeros acercamientos de las muchachas al ámbito de Atenea, y de Afrodita, pues es el instante en el que, como doncellas, comenzaban a tener inquietudes sobre el aspecto oculto de la sociedad, la sexualidad.

Gorgona

Medusa, Bernini. Museos Capitolinos.
Míticamente existían tres hermanas Gorgonas quienes se llamaban Esteno, Euríale y Medusa, las tres eran hijas de dos divinidades marinas, Forcis y Ceto. Las dos primeras eran inmortales y sólo la última, Medusa, era mortal. Generalmente esta última es la que recibe el epíteto de Gorgona.

La leyenda de Medusa sufre una evolución desde sus orígenes hasta la época helenística. En un primer momento, la Gorgona era un monstruo, una de las divinidades primordiales que pertenece a la generación preolímpica. Después se acabó considerándola como víctima de una metamorfosis, se contaba que Medusa había sido al principio una hermosa doncella que se había atrevido a rivalizar en hermosura con Atenea, sintiéndose especialmente orgullosa del esplendor de su cabellera. Por ese acto de hybris o soberbia fue castigada por Atenea transformando sus cabellos en serpientes. También se cuenta que la cólera de la diosa se abatió sobre la joven por el hecho de haber realizado el acto sexual con Posidón en un templo consagrado a ella. Finalmente, el joven Perseo dio muerte a la Gorgona decapitándola, recogió su cabeza para entregársela a la diosa Atenea y la sangre fluida de la herida, pues poseía propiedades mágicas, la que había brotado de la vena izquierda era un veneno mortal mientras que la procedente de la derecha era un remedio capaz de resucitar a los muertos, posteriormente sería dado a Asclepio.
La figura de la Gorgona no queda relegada exclusivamente al relato mítico, su imagen tiene un trasfondo ideológico mucho mayor. La Gorgona es la representación del Espanto, del terror como manifestación de lo sobrenatural. Se trata del rostro mismo de la muerte. Su cabeza contrariamente a las tradiciones figurativas del arte arcaico, según las cuales son representadas de perfil, se presenta de frente, lanzando sobre los espectadores su rayo petrificante con unos ojos abiertos de par en par. Como podemos apreciar en el frontón del templo a Ártemis en Corfú del s. VII a.C., la Gorgona es representada en una actitud dinámica, con alas y mirada al frente, con dos leopardos flanqueando su figura. También en las representaciones de Atenea la podemos ver con el gorgoneion o cabeza de Gorgona en su pectoral, como elemento protector frente a los enemigos. 

Bibliografía:

Fuentes Clásicas:
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Estudios Modernos:
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