jueves, 11 de mayo de 2017

Editorial Mayo 2017

De Dioses y hombres: estudios sobre religiones y mitología, es un blog de investigación coordinado y dirigido por el profesor y Máster en Literatura Clásica por la Universidad de Costa Rica José Marco Segura Jaubert y el profesor y Doctorando por la Universidad Complutense de Madrid Carmelo Morales Marcos.
¡Os traemos dos nuevos e interesantes artículos este mes!
Primeramente, el profesor Carmelo Morales nos trae su artículo “Lo Santo en Rudolf Otto,” cuyo objetivo es presentar el concepto numinoso para seguidamente observar cómo dicho concepto se aplica cabalmente en el Antiguo Testamento, pero más concretamente en el libro de Job. Relato que, por sus características, se ajusta perfectamente a lo que Otto llamará Misterium o numinoso. Seguidamente, la Doctora Adoración González nos comenta el origen mítico del fuego dentro de la cultura griega en su artículo “Dioses y Hombres en busca del fuego. El origen de la metalurgia y su justificación mitológica a través de la figura de Hefesto”.


¡Que los disfruten!  

Lo Santo en Rudolf Otto

Por: Carmelo Morales Marcos, profesor y doctorando por la Universidad Complutense de Madrid.

Correo electrónico: karmelo7777@hotmail.com


Introducción

La presente reseña o breve ensayo trata de mostrar cómo los textos monoteístas del Antiguo Testamento están presente en la pluma y mente de los pensadores modernos, desde Immanuel Kant hasta Derrida, pasando por pensadores de la talla de Schleiermacher, Schelling, Kierkegaard, Otto o María Zambrano.
El objetivo del presente trabajo es presentar el concepto numinoso en Rudolf Otto, para seguidamente observar cómo dicho concepto se aplica cabalmente en el Antiguo Testamento, pero más concretamente en el libro de Job. Relato que, por sus características, se ajusta perfectamente a lo que Otto llamará Misterium o numinoso.
Para ello, comenzaremos aclarando y explicando qué entiende Otto por numinoso y cómo esto para él es el elemento esencial de toda religión. Muy en contraposición de lo que Kant proponía, que era el elemento racional lo más importante en toda religión. Para ello el filósofo prusiano se apoyará en otro relato distinto, también del Antiguo Testamento: el episodio del Sacrificio de Isaac.
Pues bien, esta dialéctica ha suscitado dos tipos de bandos: en uno estarían los que defienden el elemento racional como el más esencial en la religión, aquí entrarían, entre otros muchos, Kant o Schelling, y utilizarán el relato del Sacrificio de Isaac como paradigma para defender que tiene que preponderar lo racional ; el otro grupo lo compondrían los que creen que es el elemento numinoso el principal a tener en cuenta en la religión, en este grupo estarían, entre otros, Derrida, Kierkegaard, Schleiermacher y Otto, estos últimos utilizarán como elemento primordial para defender su tesis de lo numinoso el relato de Job. Bien, pues a Rudolf Otto y a su obra Lo Santo va dedicada esta reseña o pequeño ensayo, y nos centraremos más concretamente en su capítulo 11 Lo Numinoso en el Antiguo Testamento, capítulo que está compuesto en gran parte por el relato del libro de Job.

Lo numinoso en la obra de Rudolf Otto

Otto denuncia en su obra Lo Santo que los predicados que se aplican a la divinidad son erróneos, sobre todo porque corresponden a elementos personales y racionales y la esencia de la divinidad no es eso. Otto es de otra opinión. En su obra “Lo santo” dice lo siguiente: “Hay que salir al paso de un equívoco que puede conducir a una visión parcial e incorrecta, y es la idea de que los predicados racionales apuran y agotan la esencia de la divinidad”*. Argumenta que parece a menudo que lo racional es todo, se refiere a que los predicados racionales dejan inexacta la idea de divinidad. Aquí empieza para él la primera contraposición entre racionalismo y lo que él llama religión profunda.
Por lo tanto tenemos que la verdadera diferencia entre los racionalistas y lo que propone Otto en su obra es que los primeros piensan que el elemento esencial en la religión es el razonamiento o que tiene una gran preponderancia lo racional en la religión, y nuestro autor defiende justo lo contrario. De lo que Otto se queja es de una tendencia a la racionalización de todo, pero sobre todo en teología. Hay que tener en cuenta que este autor, además de ser un gran erudito en el estudio comparativo de las religiones, fue un gran teólogo protestante alemán.
Lo que se llama en esta obra lo santo, es más que bueno, y ese más es lo que dirá Otto que es lo numinoso. Es decir lo numinoso es lo que queda de lo santo o sagrado cuando le restamos esa parte moral. El autor explica muy bien cómo la palabra santo en otras lenguas antiguas como el hebreo, el latín o el griego no tenía ningún componente moral, o sea, relacionado con la bondad. Sin embargo, las lenguas modernas ya sí han adoptado esta palabra relacionándolo con la idea de bueno.
Para él lo numinoso es cuando se pasa el primer estadio de lo demoniaco, sería el sentimiento de absoluta dependencia (no exactamente como lo define Schleiermacher) y el sentimiento de humildad. Nuestro autor pone un ejemplo para explicarlo y es cuando Abraham osa hablar con Dios sobre la muerte de los sodomitas y dice: “He aquí que yo me atrevo a hablarte, yo que soy polvo y ceniza”**. Este ejemplo define bien lo que el autor se refiere con numinoso, o sea, temblor, miedo, misterio, recogimiento interior, etc.,
*Otto, R, Lo Santo. Alianza, Madrid, 2005, I, pag10.
**Genesis, I, 18, 27.

Lo numinoso en las oraciones judaicas

Otto también denomina lo numinoso como misterium tremendum, como terror y temblor. Y pone como ejemplo a la liturgia del Jom Kippur, el gran día de la expiación de los judíos, esta es muy rica en oraciones e himnos numinosos, según él. «Deja JHVH, nuestro Dios, que tu terror descienda sobre todas tus criaturas y tu respetuoso miedo sobre cuanto has creado; que te teman todas tus criaturas y ante Ti se humillen todos los seres, y todos ellos formen una alianza para cumplir tu voluntad de todo corazón, tal como la conocemos. JHVH, nuestro Dios, que el imperio está en Ti, el poder en tus manos y la fuerza en tu diestra y tu nombre exaltado sobre todo cuanto has creado.»
También el alemán pone como ejemplo el Cadosch atta: «Santo eres y terrible es Tu nombre, y no hay ningún Dios fuera de ti, como está escrito: Y exaltado es JHVH Zebaoth en justicia y el santo Dios santificado en justicia».

Lo mismo ocurre en los magníficos cantos de Jigdal Elohim Chaj y Adon'olam, así como en algunos trozos de la «Corona del Rey», de Salomón ben Jehudah Gabirol; por ejemplo, el titulado Niflaim:

Maravillosas son tus obras
y mi alma lo conoce y lo sabe.
Tuyos, ¡oh, Dios!, son el poder y la grandeza,
el resplandor, la gloria y la alabanza.
Tuyo el imperio sobre todas las cosas,
la riqueza y el honor.
Las criaturas de lo alto y de lo bajo atestiguan que Tú permaneces
cuando ellas se hunden en el vacío.
Tuya es la fuerza, en cuyo misterio
se fatiga el pensamiento;
pues Tú eres más poderoso
que sus límites.
Tuyo el velo de omnipotencia,
el misterio y el fundamento primero.
Tuyo el nombre oculto a los hombres de la luz,
y la fuerza que, sosteniendo el mundo sobre la nada,
declara lo que está secreto en el día del juicio.
Tuyo el trono, eminente sobre la cima de la grandeza,
y la mansión, tras los misteriosos velos del éter.
Tuya la existencia, de cuya luz irradia toda vida,
de la que decimos que nosotros en su sombra fluctuamos.


Creo que queda claro en estos textos cómo aflora las características de lo que Otto llama numinoso.

Lo numinoso en el Antiguo Testamento

Explica Otto que en toda religión palpitan los sentimientos de lo irracional y numinoso. Sin embargo, yo pienso al contrario que él, esto no pasa en todas las religiones, de hecho no sé dónde se encuentra lo numinoso en el Budismo o en el Taoísmo. Él matiza que en ninguna sobresale de igual manera que en la bíblica. Para él lo misterioso caracteriza la naturaleza de Yahveh y Elohim, que es también el «padre celestial» de Jesús.
Pone como ejemplo de numinoso el relato del segundo libro de Moisés, de cómo Yahveh, colérico, ataca a Moisés en la noche y quiere quitarle la vida*. Dice que este relato conserva todavía ese carácter, y, sin embargo, a nosotros nos produce una impresión casi pavorosa. Y nombra también, como auténticamente numinoso, la aparición de Dios en la zarza ardiente y el versículo siguiente del libro segundo de Moisés: «Entonces Moisés cubrió su rostro porque tuvo miedo de mirar a Elohim.»**
Interesante es la apreciación de Rudolff Otto sobre el cambio de giro de una religión numinosa a otra más racional. Se supera el estadio demoniaco según él, luego fue con la religión de Moisés cuando comienza el proceso de moralización y racionalización universal de lo numinoso y su consumación en el sentido de lo santo. Luego se perfeccionará en las profecías y en los evangelios. Según Otto ya en el segundo Isaías se puede ver su pretensión fundada a ser una religión mundial. Peca también nuestro autor de cierto religiocentrismo al afirmar que es aquí donde demuestra el cristianismo su clara superioridad sobre el islamismo, eso sí, insiste que esta moralización y racionalización no es superación de lo numinoso, sino superación de su exclusivo predominio. Ella se realiza dentro de lo numinoso y queda incluida en ello y no al contrario. Y sigue explicando sobre el segundo Isaías, sobre todo desde el capítulo XL al LXVI, que si en algún sitio encontramos la bondad, omnipotencia, sabiduría y confianza divina, entendidas por modo conceptual y claro, es aquí. De hecho, la palabra santo, se repite en el segundo Isaías cincuenta veces y siempre en los lugares donde puede producir más sensación.

* cap. IV, 26
**capítulo III, 6

Lo numinoso en el libro de Job

Además de la palabra santo, se emplean expresiones afines, tales como su furor, su celo, su cólera, su fuego devastador. Para Otto, todas ellas significan, no tan sólo su justicia vengadora ni tampoco tan sólo el Dios que obedece a su temperamento y vive en intensa pasión, sino todo junto, impregnado del carácter tremendo, misterioso y con su irracional esencia divina. Y sigue ratificando su tesis cuando afirma en contra del Dios de los filósofos, que el Dios viviente, el Dios que se encoleriza y ama, el Dios de los afectos, siempre se ha acudido a él, consciente o inconscientemente.

Pero donde nuestro autor hace más hincapié en el aspecto misterioso de lo numinoso y en toda su pureza es en el capítulo XXXVIII del libro de Job, que figura entre los más notables de la historia de la religión. Job ha pleiteado con sus amigos contra Elohim, y sostiene frente a ellos su causa. Estos han tenido que callarse a sus razones. Entonces aparece el propio Elohim para defenderse por sí mismo. Y lleva su defensa con tal fortuna que Job se declara vencido, y vencido realmente y por derecho, y no tan sólo forzado al silencio por la mera prepotencia, dice Otto, y resalta las palabras de Job: «Por tanto, me aborrezco y me arrepiento en el polvo y la ceniza». Para el alemán esta es la señal que atestigua el estar convencido íntimamente de una superioridad, esto es humillación ante algo superior.

Sigue hablando Otto sobre el capítulo XXXVIII del libro de Job, y dice que no se renuncia a justificar a Dios ni se confiesa la imposibilidad de hacerlo, sino, que por el contrario, se declara que debe darse una justificación plausible de Dios, y una justificación que sea mejor que la de los amigos de Job, una que pueda convencer hasta Job, y no sólo convencerle, sino serenar su espíritu ahogado por la duda. Hay también para él, en la rara emoción que Job experimenta ante la revelación de Elohim, una distensión interior de su tormento espiritual y un apaciguamiento. Y dice que este apaciguamiento sería bastante por sí sólo para resolver el problema del libro de Job sin necesidad del añadido suplemento posterior en el capítulo XLII.


Sigue explicando Rudolf Otto que se invoca a la maravilla, al prodigio absoluto y lo hace aludiendo al pasaje de Job donde el águila que anida en la roca, hace de su picacho una atalaya desde donde acecha la presa, cuya sangre chupan sus polluelos, que no es ejemplo de una sapiencia que medita fines y que todo lo prepara con prudencia y sutileza, dice Otto, sino este águila es más bien lo extraño y maravilloso, a cuyo través se intuye el prodigio de su creador.

También recurre el autor a la conducta misteriosa de otros animales; la cabra montesa del versículo 4; y el asno salvaje del versículo 8. Y dice que aquí se manifiesta el misterio, a la vez como fascinante y como augusto. Estos dos aspectos palpitan en el libro de Job, no en claros conceptos racionales, sino en el tono, en el entusiasmo y ritmo de toda la composición. Otros ejemplos de este libro a los que alude Otto son: el misterio como las gamuzas del versículo 1, el de los ciervos en el versículo 4, el de la sabiduría de los relámpagos del capítulo XXXVIII, versículo 36, el de la inteligencia de los signos celestes, con su misterioso ir y venir, aparecer y desaparecer, o el de las extrañas Pléyades. Todos estos ejemplos y algunos más le sirven a Otto como modelos para expresar la idea de lo numinoso, de lo tremendo, de lo terrible, o misterioso.

Lo racional en la religión según Kant

En la historia de la literatura universal existen pocos relatos como el del sacrificio de Isaac que dejen sentir lo sorprendente del Absoluto y el temor de la criatura ante su soberanía suprema. No es casual que fuese a partir de la Ilustración cuando se planteó y se cuestionó con toda su fuerza la crisis general del texto bíblico, al cuestionar la lectura literal permitió establecer la cuestión decisiva acerca del carácter real del hecho y, así, el significado supuso un nuevo problema. Kant lo expresó magníficamente con un razonamiento difícil de refutar y bien conocido:"Como ejemplo puede servir el mito del sacrificio que Abraham, por mandato divino, quería llevar a cabo inmolando y quemando a su único hijo, con el agravante de que el pobre niño, sin saberlo, llevaba la leña. Abraham debería haber respondido a esta pretendida voz divina<< que no debo matar a mi hijo es completamente cierto; pero que tú, que te me apareces, seas Dios, de esto no estoy seguro, ni podría estarlo aunque esa voz resonase desde el cielo visible>>*.
Kant dice a este respecto: “Esta terrible voluntad se basa en documentos históricos y no es apodícticamente cierto. La revelación ha llegado a él solo a través de los hombres y solo interpretada por estos. Por lo tanto es posible que aquí haya un error”**. Los dos motivos de fondo de su razonamiento son, por un lado, que no es posible demostrar con seguridad la realidad empírica de una revelación divina y, por otro, que el contenido de cualquier revelación efectiva no puede contradecir los principios de la moralidad auténtica. Kant duda de que sea Dios mismo quien da esa orden a Abraham y que posiblemente sea una trampa demoniaca. Critica cualquier fe que se oponga a la injusticia. Si aquí la muerte se justifica por la fe, en el caso de un inquisidor que quisiese matar a alguien porque piensa que es agradable a Dios, también lo justificaría. Después, tanto Derrida en su obra “Dar la muerte” como Kierkegaard en su obra “Temor y temblor” dirán que la singularidad del acto de Abraham se encuentra en el temor y temblor, o sea, en el sacrificio y no en una razón apodíctica de la razón. Autores modernos interpretan este acto no como documento histórico como Kant, sino como posibilidad de una justicia que mide el riesgo de una injusticia. Kierkegaard ve en el relato de Abraham el paradigma de la fe. En su obra Temor y Temblor dice que la fe comienza precisamente allí donde la razón termina. Tanto Derrida y Kierkegaard lo que plantean es una ética más allá del deber. Hay que tener en cuenta que en la época de Abraham eran comunes los sacrificios humanos. Pero es paradójico y choca con el mandamiento del decálogo de “no matarás”. En las palabras de Kant sobre este relato se anunciaban un cambio de época en el modo de comprender la revelación: por primera vez en la historia se ponen en cuestión, de manera expresa y por motivos de principio, tanto la verdad literal de todas las afirmaciones bíblicas como la realidad de los hechos empíricos que servían de soporte a su significado religioso. Era el mayor desafío cultural que tuvo que afrontar el cristianismo establecido, puesto que tocaba a la misma raíz de su fundamento.
*Clases magistrales de lecciones sobre la filosofía de la religión de Immanuel Kant.
**Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza, 1969. 4ªparte 2ª sección, 182.

Conclusión

Hemos visto cómo entroncan el punto de vista religioso de estos dos autores. Por un lado tenemos a Kant que afirma que no es posible una doctrina religiosa sin una ley moral en la conducta, y por otro a Rudolf Otto que, como se ha demostrado en este breve ensayo de su obra lo Santo, defiende la tesis de que los preceptos morales y racionales no agotan la esencia ni de la divinidad, ni de lo sagrado. Parece en un principio que no existe tanta contradicción entre los dos autores, porque el primero afirma que no puede haber religión sin moral y el segundo defiende que la moral no es lo único. El problema viene cuando Kant radicaliza su postura diciendo: “Los hombres, conscientes de su impotencia en el conocimiento de cosas suprasensibles, aunque conceden todo el honor a esa fe, no son fáciles de convencer de que la aplicación constante a una conducta moralmente buena sea todo lo que Dios pide de los hombres para que éstos sean súbditos agradables a él en su reino. No pueden, por lo tanto, pensar para sí su obligación de otro modo que como el estar obligados a algún servicio que han de hacer a Dios, en donde no importa tanto el valor moral interior de las acciones como más bien el que son hechas a Dios…. Deben saber que cuando cumplen sus deberes para con hombres, justamente por ello ejecutan también mandamientos de Dios…. Y que además es absolutamente imposible servir a Dios más de cerca de otro modo”*.
Kant concluye explicando que otra manera de intentar agradar a Dios es fanatismo religioso y que la única manera de servirle y agradarle es obrando moralmente bien. Además distingue dos tipos de religión, la cultural, que busca favores, y la religión moral, fundada en la conducta buena, la única que resulta agradable a Dios. Hay que decir que la influencia de la obra de Kant será enorme para la religión. Aunque no fuese su intención, su obra colaboró a la destrucción de la metafísica en la religión, y lo quisiera o no Kant, también inicia la era positivista mediante la cual todo lo que remite a la metafísica o religión es desacreditado como superstición. También dio paso a una ética libre de toda religión. Por otro lado, aparece el Humanismo que va sustituyendo a la religión, si la razón humana es la única responsable de la acción moral, el hombre puede ser un fin en sí mismo.
Por otro lado para Otto, aun cuando los predicados racionales están en el término más visible, dejan inexhausta la idea de la divinidad. Cuando habla de lo numinoso lo define como un estado algo más avanzado de lo demoniaco, poniendo como ejemplos muchos pasajes del Antiguo Testamento. A mí me gustaría preguntarle a este autor cómo se puede pasar de un primer pavor demoniaco que desasosiega y amedrenta a lo numinoso, si no se supiera, consciente o inconscientemente, que la divinidad es justa, bondadosa o misericordiosa. Porque si solo fuera poderosa e intimidatoria pero no tuviese ninguno de estos atributos morales o sirviese como modelo de esa Ley moral a la que se refiere Kant, veo muy difícil que se pudiese pasar del primer estadio demoniaco. Como dice Kant, ¿cómo diferenciarlo de la magia o de la superstición?
* Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza 1969. 3ª parte 1ª sección, 6, 104.

Bibliografía:

-Kant, I. (1969). La religión dentro de los límites de la mera razón. Madrid: Alianza.
-Kierkegaard, S. (2005). Temor y temblor. Madrid: Alianza.
-Otto, R. (1998). Lo Santo. Madrid: Alianza.

-Stendebach, F, J. (1996). Introducción al Antiguo Testamento. Barcelona: Herder.

Dioses y Hombres en busca del fuego. El origen de la metalurgia y su justificación mitológica a través de la figura de Hefesto.

Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.

Correo electrónico: adorig@yahoo.es


Peter Paul Rubens. 1676. Colección Museo del Prado.
En la Antigüedad el traspaso de poderes entre dioses tenía su equivalente en las EDADES DEL MUNDO: oro, plata, cobre o bronce y hierro. El reinado benevolente de Saturno se asociaba a la Edad de Oro, cuando no existía ni el miedo ni el conflicto, en una primavera eterna y en armonía natural. Destronado por Júpiter, huyó a Italia donde enseñó agricultura y artes liberales. En la Edad de Plata, Júpiter introdujo las cuatro estaciones y obligó a los humanos a buscar cobijo. Éstos, en la Edad del Bronce se volvieron más violentos y más proclives al conflicto, pero seguían sin conocer la maldad. La Edad del Hierro, por fin, trajo consigo la traición, la violencia, la avaricia y la guerra.
El proceso de hominización estuvo ligado al uso del fuego cuyo dominio siempre se ha vinculado al Paleolítico Superior, con la aparición del Homo sapiens (50.000 – 10.000 a. C.). La “Edad del Encendido del Fuego” comenzaría por aquel entonces y, por tanto, la “Edad del Uso del Fuego” se prolongaría desde hace unos 500.000 años hasta hace unos 50.000, es decir incluiría los últimos años del Paleolítico Inferior y todo el Paleolítico Medio. Durante esta edad intermedia, el mayor problema era cuidar de ese fuego que había sido obtenido accidentalmente de la naturaleza y mantenerlo encendido. A raíz de esta necesidad de “no perder el fuego”, en la Prehistoria se nombrarían guardianes del fuego comunitario (“focus publicus”), que equivaldrían a los más capacitados dentro de las tribus.  La antropología clásica, según los esquemas de Lévi- Strauss, Goudsblom o Vernant entre otros, nos indica que este elemento iba a condicionar otros procesos relacionados con la domesticación y el tránsito de un modo de vida más primitivo o natural, a la fase que entendemos como “cultural”. A partir del III milenio a. C se constata el uso  de los metales y el descubrimiento de la forja.[1]
Desde el Paleolítico a la Protohistoria, llama la atención todo lo que se relaciona con el relato, la fantasía, el mito, lo que permite ensamblar las diferentes maneras de entender el significado que supuso el dominio de una técnica en el desarrollo cultural y en el legado posterior. Los sacerdotes, los magos o los jefes de las tribus elaboraron los mitos y relatos para que los hombres pudieran entender el mundo y no solo vivirlo, unas veces siendo de propia creación y otras por herencia o imitación de otros pueblos. Los sumerios fueron los primeros en presentar a los dioses a su imagen, bajo criterios de similitud con sus mismas necesidades o carencias. Todos aparecen dotados de una fuerza superior, asociados a los poderes universales, comprometidos con los destinos de la naturaleza, competitivos y antagónicos, “de los principios del Bien y del Mal surgieron, por ejemplo, los tres dioses reinantes de las fuerzas dominadoras del cielo, el mar y la tierra, cada uno con sus funciones creadoras y dadoras de atributos a la humanidad”. En cualquier caso, con mayores o menores poderes, siempre han estado presentes en los modelos de organización de los hombres, acompañando sus avances, dando testimonio de su evolución.
Dentro de una compleja organización del Olimpo, surgió Prometeo, dominador de la llama artificial robada a las fuerzas del cosmos hasta ser el más preciado don concedido a la humanidad.
Pero no nos interesa solo este Prometeo responsable del hecho, sino el fragmento, el mitema, que permite la deificación del suceso, hasta encontrarnos con el verdadero dios que asumió la capacidad para invertir esta energía, Hefesto o Vulcano, aunque eso les costara daños colaterales, en su propio cuerpo. Como escribiera V. Mora Gómez, “todo ello será el telón de fondo con el que plantear algunas cuestiones de carácter general sobre la herencia del mundo clásico, la pervivencia en nuestra realidad de los males que escaparon de la mítica jarra de Pandora en el periodo arcaico y la renovación cotidiana de la llama prometeica en manos de sigilosos y anónimos, nuevos Prometeos”.
La divinidad del elemento ígneo por antonomasia, el Hefesto griego o el Vulcano romano, que combate con las llamas y da muerte al gigante al que golpea con un mazo de hierro incandescente.  Su medio es el fuego, el que reina sobre los volcanes, artesano y productor, el dios del oficio, metódico por sus talleres, un técnico de ese mundo mistérico que acompaña a los relatos antiguos.
En la imagen superior recogemos una de las más bellas interpretaciones del dios en la que se dibuja a Vulcano que forja los rayos de Júpiter sobre el yunque del taller, acompañados de restos de armaduras. Parece estar vigilado por un cíclope, todo en medio de un ambiente de fuego y sombra.
La fotografía mitológica nos relaciona  este fuego  con el dios y con dos medios de producción, la forja y la metalurgia. La más primitiva industrialización en la que tuvieron su cabida los manufactureros atenienses, así como los vulcanistas romanos o todos los que, en un amplio ámbito de relatos míticos orientales, dibujaron dioses de este cariz. Incluso, en los detalles de su “figura” aparecerá vinculado a los peligros del uso del metal. Para comprender la relación entre el mito y el hecho histórico, incluso desde la antropología, nos vemos obligados a recordar de dónde venía la justificación del mito:
Hefesto era hijo de Hera, con Zeus o sin él. Su madre, muy celosa y vengativa frente a Zeus por el nacimiento de Atenea, ocasiona un conflicto olímpico entre el uso del saber y la inteligencia y el control de las armas.  Hefesto y Atenea Ergante, patrona de los artesanos, se relacionan a través de las fiestas Calqueas, en el mes Pianepsio. La misma suerte corre por las venas del Vulcano romano, dominador del fuego y patrón de los herreros. El que había fabricado los rayos para Júpiter pero que fue arrojado desde lo alto del Olimpo cuando intentaba liberar a su madre después de que el dios de los dioses la hubiera castigado encadenándola. Cayó en la isla de Limnos, en Grecia, donde construyó un palacio y unas forjas, que los antiguos identificaban con los volcanes de la Tierra. Los cíclopes eran sus ayudantes. El sufrió en la caída un golpe que lo dejó lesionado, cojo.
Parece que creó multitud de ingeniosas obras de arte, tanto para dioses como para mortales. De gran calado, como los escudos decorados para Aquiles y Eneas; o la armadura para Júpiter. Tras pedirle al dios la promesa de concederle a Minerva y no lograrlo, acabó casándose con Venus, que le fue siempre infiel (también se relata que improvisó una red para tenerla atrapada cansado de verla retozar con Marte). Esto explicaría muchas de las interpretaciones que la pintura nos ha dejado, como veremos.
La iconografía artística nos deja siempre a un dios semidesnudo, algo desaliñando y siempre en su forja. O suele aparecer golpeando el yunque con un martillo, o sosteniendo un rayo con unas tenazas, o soplando las llamas con la cara negra por el humo. Un dios obediente a las órdenes de Zeus, Hefesto tuvo que atar a Prometeo en la cima de una montaña, aun cuando no estuviera de acuerdo. De sus muchas uniones amorosas, la más destacable fue la que tuvo con Cabiró, hija de Proteas, de la cual surgieron los Cábiri, que eran las deidades del fuego. Entre las festividades en su honor se destacaba la Hefestia, una procesión enorme de la cual participaban las poblaciones de Lemnos, Frigia, Carea, y Licia  y se llevaba a cabo cada cinco años. Existía un templo dedicado a este dios en el Ágora de Atenas llamado Tisíon.  La mitología se convierte también en una guía física del mundo clásico.
Y aquí comienzan las competencias entre fuerzas y capacidades a la hora de definir el modo en que los hombres, llegados a su tiempo, pudieron hacerse con la técnica. Sigue el relato diciendo que, este Prometeo fue el creador de los hombres a semejanza de los dioses,  un demiurgo,  benevolente y compasivo de la suerte de estos seres, a los que concedió así el gozo del fuego, para su supervivencia (según algunas versiones, Prometeo robó el fuego del carro de Helios (en la mitología posterior, de Apolo) o de la forja de Hefesto. En otras (notablemente, el Protágoras de Platón), Prometeo robaba las artes de Hefesto y Atenea, llevándose también el fuego porque sin él no servían para nada. Obtuvo así el hombre los medios con los que ganarse la vida). Se ha tratado pues de poner en relación la mitología con la antropología (Mª Victoria Mora Gómez).
En otros relatos aparece también Vulcano vinculado al fuego y, cómo no, a un oficio o actividad. Si no, ¿de qué iban a ser y cómo los humanos semejantes a los dioses?
Y así, se justifica la primera producción artesanal: Vulcano, en su fragua, forjaría las armas y armaduras de los dioses. El primer foco de este sistema de producción, curiosamente, tiene un referente geográfico, en el monte Etna, lugar en el que se asienta el gran volcán de Sicilia.
Dioses tecnólogos o héroes de la supervivencia.
Dado que el hombre no soporta la ausencia de obstáculos, los mitos bien pudieran surgir para dar justificación a la supervivencia o, en su caso, a la fabricación de ciertas armas para la defensa.
La relación natural con los elementos fundamentales que dan sentido al planeta acaba finalmente por conceder al fuego un papel decisivo a la hora de configurar diferentes interpretaciones sobre los orígenes del hombre. Como señalara Victoria Mora, “las propiedades benéfico-destructoras del fuego, unidas a la misteriosa naturaleza etérea de su llama, lo convierten en un símbolo con un enorme potencial metafórico”. Y en eso hace su aparición el ser más rebelde y astuto de este mundo, el Prometeo portador del fuego para luego ser devorado por su propia codicia.
De forma tradicional se ha considerado siempre el área del Próximo Oriente como foco donde se produce el tránsito entre las culturas que usaban la piedra como base instrumental y las que inician su sustitución por utensilios de metal, entre los 5000 /3000 a. C. Pero con los avances en la datación y arqueología actuales la cosa es más compleja, y aparecen indicios antiguos, como este de Cayönü, dentro de un contexto pre cerámico, o la zona de los Balcanes, en la Europa oriental.[2]
Muchos ejemplos podemos encontrar en la diversidad de culturas y grupos que marcan el paso del Neolítico a la Edad de los Metales.[3] Parece ser que los semitas se aprovecharon pronto de sus experiencias y el bronce se empleaba en Caldea y en Elam miles de años antes que en Europa.
Los sumerios se mantuvieron durante mucho tiempo en la creencia de ser sabedores de por qué sucedían ciertas cosas extrañas en la naturaleza.  Concedieron un valor fundamental a los métodos de adivinación para interpretar lo desconocido así como el uso de la magia. Sus avances en este campo aparecen ligados al uso del metal entre otros avances. Muchos objetos lo testimonian: estatuillas, cascos, armas, adornos de cobre, oro, plata, una nueva sociedad industrial y comerciante de la que fueron reflejo ciudades del reino de Sumer.
¿Cómo fue el descubrimiento de la metalurgia? A través de la fusión accidental de ciertos carbonato de cobre –malaquita y azurita-  que eran utilizados como objetos de adorno. El trabajo de metal pudo ser en un primer momento una labor de simple martillado sobre cobres nativos, pero no adquirió verdadero sentido hasta que no se empleó la fundición. Con esta técnica el artesano puede conseguir el diseño deseado con la simple elaboración de un molde de arcilla. Al enfriarse, el metal adquiere gran dureza y resistencia y así fue sustituyendo al resto de materiales en la fabricación de armas y útiles.
Según un teórico proceso evolutivo, cobre, oro y plata serían los metales más empleados en la primera fase del desarrollo metalúrgico, y luego se perfeccionó el sistema al pasar a la extracción a partir de minerales menos puros o mediante su mezcla con otros, como el estaño. La aleación nueva, cobre /estaño, dará lugar a un nuevo metal, bronce, que además de tener un punto de fusión más bajo que el cobre, posee al enfriarse una mayor resistencia y dureza.
La metalurgia del cobre también está presente en las primeras culturas egipcias desde la época tinita, cuando se fijaron los diferentes sistemas cosmogónicos y las tradiciones mitológicas; salvo que supieron atribuir a los animales y otras fuerzas de la naturaleza facultades o características menores de los humanos, no así la inteligencia como se verá en el mundo clásico.
Y, cómo no, del uso de esos recursos habría de surgir el imperioso afán por demostrar la superioridad, siendo así una constante a lo largo de los tiempos entre todas las culturas de cualquier punto del planeta. Entre los siglos XVIII al XVI a. de C. hicieron su aparición los hicsos en este espacio geográfico, tribus guerras, donde se mezclan ya los elementos semitas y los indoeuropeos, portadores de dos piezas fundamentales en el ejercicio de la fuerza: las armas de bronce y los carros de guerra tirados por caballos.
Desde el IV milenio a de C. la actividad minera y el tráfico de metales se concentra en las islas Cicladas hasta que surge el foco principal de Creta. La transformación económica y cultural se registra desde el periodo llamado minoico antiguo, hacia el III milenio a. de C. con la aparición del cobre. A partir del 2250 a. de C comienza un importante movimiento de pueblos invasores por el Mediterráneo, los aqueos, que desde las estepas del Caspio o quizás desde el Báltico se lanzan en su expansión, acompañados de sus carros de caballo y sus armas de bronce. La isla de Creta acoge un volumen importante de inmigrantes que traían técnicas avanzadas, como la soldadura.  Así la isla se convirtió en productora de un bronce de gran calidad formado por nueve partes de cobre y una de estaños y lo exportó a todos los países vecinos.  Pero en esta madurez política y cultural, la historia nos deja testimonio de cómo para los cretenses seguían estando presente las fuerzas de los dioses a través de la naturaleza asociada e integrada en la vida de los humanos.
Pero eran tiempos de invasiones y expansión. La civilización micénica, junto con otras ciudades del Peloponeso, acabaría por desbordar el poder de los cretenses.  Por el resto del continente se hacía notar la presencia de los indoeuropeos y en este contexto se escenifica la guerra de Troya. La emigración hacia el Mediterráneo toca su fin y hace su aparición el pueblo dorio, armado ya con el hierro. Estos dorios que atravesaron el mar, tomaron las principales islas y llegaron a asentarse hasta las costas de Asia Menor. Ellos fueron los que “salvaron la civilización cretomicénica” y en contacto con la base cultural de los semitas en las regiones de Asia, se vieron en la necesidad de una toma de conciencia sobre los orígenes de su mundo. “Abandonada la mitología asiática, cuyas divinidades habían poblado, bajo diversos nombres, el panteón de todos los pueblos del Oriente mediterráneo, asignaron a los poderes celestes un papel más relacionado con las contingencias humanas, realizando una verdadera metamorfosis de los dioses”.[4]
La necesidad de materias primas genera de inmediato su comercio y los movimientos de gentes. Así se expanden ideas y culturas de unas áreas a otras a través de circuitos más o menos estables, como el del estaño, que recorría el Mediterráneo y el Atlántico hasta Escandinavia. Resulta imposible aquí referir el amplio espacio de expansión de esta etapa en uso del metal por lo que algunos lugares de mucha relevancia quedan para otros estudios. Solo quiero reflejar que también en los territorios de la Península Ibérica se desarrolló un fuerte avance del uso de la metalurgia, en la época del Bronce Final, y que surgieron importantes focos de producción, aunque el conocimiento de estos metales existía desde mucho antes, aproximadamente desde el 1600 a. de C. Por otra parte, es bien sabido el interés de los fenicios, en su proceso de colonización y búsqueda de materias primas, y cómo desde Cartago pasarían a fundar ciudades en el territorio peninsular; hechos también recogidos en las descripciones y relatos de la guerra de Troya, entre otros. Es posible que fueran ellos los que introdujeran la metalurgia siguiente del hierro y un nuevo proceso de fabricación con el torno de alfarero.
Esta forma de “supervivencia” de unos dioses que los hombres adaptaron a su propio desarrollo es lo que realmente da sentido a los mitos antiguos: la forma en la que los griegos explicaron la conquista de la naturaleza por el hombre. Y así fue, en primer lugar el mito de Prometeo, el robo del fuego, y se sucedió el de Hefestos y la ciencia para el desarrollo de la técnica, y Atenea, y Ceres y todos los demás con los que el hombre griego se convertía en el centro del universo y la medida de todas las cosas. En conclusión, el bronce hizo posible que una nueva arma, la espada cortante, diera otro carácter a la lucha hombre a hombre. Algunos conceden un origen oriental a la espada; los griegos pudieron adquirirla de los fenicios. El primitivo nombre griego es parecido al árabe, seifun.  En la Odisea se alude al tráfico de armas de los fenicios con los griegos, y en la Iliada, los guerreros delante de Troya usan armas arrojadizas pero aprecian ya como un tesoro sus espadas, algunas de ellas obra de los dioses y don especial que hacen éstos a sus héroes favoritos. ¿Se induce de ellos un modelo de organización social así como todo un arte de la guerra? No cabe duda. ¿Nos dan los mitos referencias que nos puedan permitir esta comparación? Por supuesto que, la lectura de un mito o relato en el que aparece un dios de estos, como Vulcano, muy trabajador, con su taller, tal como lo retrató en su “fragua” Velázquez, conlleva entender todo un repertorio de objetos complementarios en la vida del hombre. Martillos, punzones, rascadores, hoces para la agricultura, junto con los adornos y demás piezas. Muchas representaciones de dioses llevan objetos y símbolos asociados a este metal que es el hilo conductor de ese nuevo modo de vida.

 BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS
AA VV.: Los Orígenes. Historia Universal. Tomo I. Salvat, 2004.
J.M. PAREDES GROSSO.: El Jardín de las Hespérides. Los orígenes de Andalucía en los mitos y leyendas de la Antigüedad. Sucesores de Rivadeneyra S.A. Madrid 1985.
A. AYMARD y J. AUBOYER.: Oriente y Grecia Antigua. Historia de las Civilizaciones. Ediciones Destino. Barcelona. 1985. Vol I.
T.CHAPA y G. DELIBES.: La edad del Bronce: El Calcolítico. Ediciones Nájera. Madrid 1994.
P.LEVI.: Grecia. Cuna de Occidente. Ediciones Folio. Madrid 1992.
M. V. MORA GÓMEZ.: El hombre antes y después del fuego de Prometeo: entre antropología y mitología. https://rua.ua.es/dspace/bitstream.
FRAZER.: Mitos sobre el origen del fuego. ALTA FULLA. Barcelona. 1986.





[1] Véase interesante estudio de Pedro Gómez García: La estructura mitológica según Leví Strauss. Teorema. Madrid, 1976. (referencia al artículo en: http://pedrogomez.antropo.es/articulos/1976-La-estructura-mitologica-en-Levi-Strauss.
[2] Para un estudio profundo del proceso evolutivo de las culturas prehistóricas y de la Edad de los Metales, sin duda, la obra básica es Gordon Childe:  El origen de las civilizaciones. Fondo de Cultura Económica. 1996.
[3]  Diversas fuentes refieren el Tubal bíblico, el Tabal asirio o Tibarenoi griego, hijo de Jafet y nieto de Noé, al que la tradición señala como inventor de los metales. Diccionario de la Biblia. Herder 2005.  Véase página: https://es.wikipedia.org
[4] Fernan de Vismes:  Historia de la civilización. Espasa Calpe. Madrid 1989. Vol. I.