Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.
Correo electrónico: adorig@yahoo.es
Peter Paul
Rubens. 1676. Colección Museo del Prado.
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En la Antigüedad el
traspaso de poderes entre dioses tenía su equivalente en las EDADES DEL MUNDO: oro, plata, cobre o
bronce y hierro. El reinado benevolente de Saturno se asociaba a la Edad de Oro,
cuando no existía ni el miedo ni el conflicto, en una primavera eterna y en
armonía natural. Destronado por Júpiter, huyó a Italia donde enseñó agricultura
y artes liberales. En la Edad de Plata, Júpiter introdujo las cuatro estaciones
y obligó a los humanos a buscar cobijo. Éstos, en la Edad del Bronce se
volvieron más violentos y más proclives al conflicto, pero seguían sin conocer
la maldad. La Edad del Hierro, por fin, trajo consigo la traición, la
violencia, la avaricia y la guerra.
El proceso de hominización estuvo ligado al uso del fuego cuyo dominio siempre
se ha vinculado al Paleolítico Superior, con la aparición
del Homo sapiens (50.000 – 10.000 a. C.). La “Edad del Encendido del Fuego”
comenzaría por aquel entonces y, por tanto, la “Edad del Uso del Fuego” se
prolongaría desde hace unos 500.000 años hasta hace unos 50.000, es decir
incluiría los últimos años del Paleolítico Inferior y todo el Paleolítico
Medio. Durante esta edad intermedia, el mayor problema era cuidar de ese fuego
que había sido obtenido accidentalmente de la naturaleza y mantenerlo
encendido. A raíz de esta necesidad de “no perder el fuego”, en la Prehistoria
se nombrarían guardianes del fuego comunitario (“focus publicus”), que equivaldrían a los más capacitados dentro de
las tribus. La antropología clásica, según los esquemas de
Lévi- Strauss, Goudsblom o Vernant entre otros, nos indica que este elemento
iba a condicionar otros procesos relacionados con la domesticación y el
tránsito de un modo de vida más primitivo o natural, a la fase que entendemos
como “cultural”. A partir del III milenio a. C se constata el uso de los metales y el descubrimiento de la
forja.[1]
Desde el Paleolítico a la Protohistoria, llama la
atención todo lo que se relaciona con el relato, la fantasía, el mito, lo que
permite ensamblar las diferentes maneras de entender el significado que supuso
el dominio de una técnica en el desarrollo cultural y en el legado posterior. Los sacerdotes, los magos o los jefes de
las tribus elaboraron los mitos y relatos para que los hombres pudieran
entender el mundo y no solo vivirlo, unas veces siendo de propia creación y
otras por herencia o imitación de otros pueblos. Los sumerios fueron los
primeros en presentar a los dioses a su imagen, bajo criterios de similitud con
sus mismas necesidades o carencias. Todos aparecen dotados de una fuerza
superior, asociados a los poderes universales, comprometidos con los destinos
de la naturaleza, competitivos y antagónicos, “de los principios del Bien y del Mal surgieron, por ejemplo, los tres
dioses reinantes de las fuerzas dominadoras del cielo, el mar y la tierra, cada
uno con sus funciones creadoras y dadoras de atributos a la humanidad”. En
cualquier caso, con mayores o menores poderes, siempre han estado presentes en
los modelos de organización de los hombres, acompañando sus avances, dando
testimonio de su evolución.
Dentro de una compleja organización del Olimpo,
surgió Prometeo, dominador de la
llama artificial robada a las fuerzas del cosmos hasta ser el más preciado don
concedido a la humanidad.
Pero no nos interesa solo este Prometeo responsable
del hecho, sino el fragmento, el mitema, que permite la deificación del suceso, hasta encontrarnos con el verdadero dios
que asumió la capacidad para invertir esta energía, Hefesto o Vulcano, aunque
eso les costara daños colaterales, en su propio cuerpo. Como escribiera V. Mora
Gómez, “todo ello será el telón de fondo con el que plantear
algunas cuestiones de carácter general sobre la herencia del mundo clásico, la
pervivencia en nuestra realidad de los males que escaparon de la mítica jarra
de Pandora en el periodo arcaico y la renovación cotidiana de la llama
prometeica en manos de sigilosos y anónimos, nuevos Prometeos”.
La divinidad
del elemento ígneo por antonomasia, el Hefesto griego o el Vulcano romano,
que combate con las llamas y da muerte al gigante al que golpea con un mazo de
hierro incandescente. Su medio es el
fuego, el que reina sobre los volcanes, artesano y productor, el dios del
oficio, metódico por sus talleres, un técnico de ese mundo mistérico que
acompaña a los relatos antiguos.
En la imagen superior recogemos una de las más
bellas interpretaciones del dios en la que se dibuja a Vulcano que forja los
rayos de Júpiter sobre el yunque del taller, acompañados de restos de
armaduras. Parece estar vigilado por un cíclope, todo en medio de un ambiente
de fuego y sombra.
La fotografía mitológica nos relaciona este fuego con el dios y con dos medios de producción, la
forja y la metalurgia. La más primitiva industrialización en la que tuvieron su
cabida los manufactureros atenienses, así como los vulcanistas romanos o todos los
que, en un amplio ámbito de relatos míticos orientales, dibujaron dioses de
este cariz. Incluso, en los detalles de su “figura” aparecerá vinculado a los
peligros del uso del metal. Para comprender la
relación entre el mito y el hecho histórico, incluso desde la antropología, nos
vemos obligados a recordar de dónde venía la justificación del mito:
Hefesto era
hijo de Hera, con Zeus o sin él. Su madre, muy celosa y vengativa frente a Zeus
por el nacimiento de Atenea, ocasiona un conflicto olímpico entre el uso del
saber y la inteligencia y el control de las armas. Hefesto y Atenea Ergante, patrona de los
artesanos, se relacionan a través de las fiestas Calqueas, en el mes Pianepsio.
La misma suerte corre por las venas del Vulcano romano, dominador del fuego y
patrón de los herreros. El que había fabricado los rayos para Júpiter pero que
fue arrojado desde lo alto del Olimpo cuando intentaba liberar a su madre
después de que el dios de los dioses la hubiera castigado encadenándola. Cayó
en la isla de Limnos, en Grecia, donde construyó un palacio y unas forjas, que
los antiguos identificaban con los volcanes de la Tierra. Los cíclopes eran sus
ayudantes. El sufrió en la caída un golpe que lo dejó lesionado, cojo.
Parece que creó multitud de ingeniosas obras de arte,
tanto para dioses como para mortales. De gran calado, como los escudos
decorados para Aquiles y Eneas; o la armadura para Júpiter. Tras pedirle al
dios la promesa de concederle a Minerva y no lograrlo, acabó casándose con
Venus, que le fue siempre infiel (también se relata que improvisó una red para
tenerla atrapada cansado de verla retozar con Marte). Esto explicaría muchas de
las interpretaciones que la pintura nos ha dejado, como veremos.
La iconografía artística nos deja siempre a un dios
semidesnudo, algo desaliñando y siempre en su forja. O suele aparecer golpeando
el yunque con un martillo, o sosteniendo un rayo con unas tenazas, o soplando
las llamas con la cara negra por el humo. Un dios obediente a las órdenes de
Zeus, Hefesto tuvo que atar a Prometeo en la cima de una montaña, aun cuando no
estuviera de acuerdo. De sus muchas uniones amorosas, la más destacable fue la
que tuvo con Cabiró, hija de Proteas, de la cual surgieron los Cábiri, que eran
las deidades del fuego. Entre las festividades en su honor se destacaba la Hefestia,
una procesión enorme de la cual participaban las poblaciones de Lemnos, Frigia,
Carea, y Licia y se llevaba a
cabo cada cinco años. Existía un templo dedicado a este dios en el Ágora de
Atenas llamado Tisíon. La mitología se
convierte también en una guía física del mundo clásico.
Y aquí comienzan las competencias entre fuerzas y
capacidades a la hora de definir el modo en que los hombres, llegados a su
tiempo, pudieron hacerse con la técnica. Sigue el relato diciendo que, este
Prometeo fue el creador de los hombres a semejanza de los dioses, un
demiurgo, benevolente y compasivo de
la suerte de estos seres, a los que concedió así el gozo del fuego, para su
supervivencia (según algunas versiones,
Prometeo robó el fuego del carro de Helios (en la
mitología posterior, de Apolo) o de la
forja de Hefesto. En otras (notablemente, el Protágoras de Platón), Prometeo robaba las artes de
Hefesto y Atenea, llevándose también el fuego porque sin él no servían para
nada. Obtuvo así el hombre los medios con los que ganarse la vida). Se
ha tratado pues de poner en relación la mitología con la antropología (Mª
Victoria Mora Gómez).
En otros relatos aparece también Vulcano vinculado al
fuego y, cómo no, a un oficio o actividad. Si no, ¿de qué iban a ser y cómo los
humanos semejantes a los dioses?
Y así, se justifica la primera producción artesanal: Vulcano, en su fragua, forjaría las armas y armaduras de los dioses. El primer foco de este sistema de producción, curiosamente, tiene un referente geográfico, en el monte Etna, lugar en el que se asienta el gran volcán de Sicilia.
Y así, se justifica la primera producción artesanal: Vulcano, en su fragua, forjaría las armas y armaduras de los dioses. El primer foco de este sistema de producción, curiosamente, tiene un referente geográfico, en el monte Etna, lugar en el que se asienta el gran volcán de Sicilia.
Dioses tecnólogos o héroes de la supervivencia.
Dado que el hombre
no soporta la ausencia de obstáculos, los mitos bien pudieran surgir para dar
justificación a la supervivencia o, en su caso, a la fabricación de ciertas
armas para la defensa.
La relación
natural con los elementos fundamentales que dan sentido al planeta acaba
finalmente por conceder al fuego un papel decisivo a la hora de configurar
diferentes interpretaciones sobre los orígenes del hombre. Como señalara
Victoria Mora, “las propiedades benéfico-destructoras del fuego, unidas a la
misteriosa naturaleza etérea de su llama, lo convierten en un símbolo con un
enorme potencial metafórico”. Y en eso hace su aparición el ser más rebelde y
astuto de este mundo, el Prometeo portador del fuego para luego ser devorado
por su propia codicia.
De forma
tradicional se ha considerado siempre el área del Próximo Oriente como foco
donde se produce el tránsito entre las culturas que usaban la piedra como base
instrumental y las que inician su sustitución por utensilios de metal, entre
los 5000 /3000 a. C. Pero con los avances
en la datación y arqueología actuales la cosa es más compleja, y aparecen
indicios antiguos, como este de Cayönü, dentro de un contexto pre cerámico, o
la zona de los Balcanes, en la Europa oriental.[2]
Muchos ejemplos
podemos encontrar en la diversidad de culturas y grupos que marcan el paso del
Neolítico a la Edad de los Metales.[3] Parece
ser que los semitas se aprovecharon pronto de sus experiencias y el bronce se
empleaba en Caldea y en Elam miles de años antes que en Europa.
Los sumerios se
mantuvieron durante mucho tiempo en la creencia de ser sabedores de por qué
sucedían ciertas cosas extrañas en la naturaleza. Concedieron un valor fundamental a los
métodos de adivinación para interpretar lo desconocido así como el uso de la
magia. Sus avances en este campo aparecen ligados al uso del metal entre otros
avances. Muchos objetos lo testimonian: estatuillas, cascos, armas, adornos de
cobre, oro, plata, una nueva sociedad industrial y comerciante de la que fueron
reflejo ciudades del reino de Sumer.
¿Cómo fue el descubrimiento de la metalurgia?
A través de la fusión accidental de ciertos carbonato de cobre –malaquita y
azurita- que eran utilizados como
objetos de adorno. El trabajo de metal pudo ser en un primer momento una labor
de simple martillado sobre cobres nativos, pero no adquirió verdadero sentido
hasta que no se empleó la fundición. Con esta técnica el artesano puede
conseguir el diseño deseado con la simple elaboración de un molde de arcilla.
Al enfriarse, el metal adquiere gran dureza y resistencia y así fue
sustituyendo al resto de materiales en la fabricación de armas y útiles.
Según un teórico
proceso evolutivo, cobre, oro y plata serían los metales más empleados en la
primera fase del desarrollo metalúrgico, y luego se perfeccionó el sistema al
pasar a la extracción a partir de minerales
menos puros o mediante su mezcla con otros, como el estaño. La aleación nueva,
cobre /estaño, dará lugar a un nuevo metal, bronce, que además de tener un punto de fusión más bajo que el
cobre, posee al enfriarse una mayor resistencia y dureza.
La
metalurgia del cobre también está presente en las primeras culturas egipcias
desde la época tinita, cuando se fijaron los diferentes sistemas cosmogónicos y
las tradiciones mitológicas; salvo que supieron atribuir a los animales y otras
fuerzas de la naturaleza facultades o características menores de los humanos,
no así la inteligencia como se verá en el mundo clásico.
Y,
cómo no, del uso de esos recursos habría de surgir el imperioso afán por
demostrar la superioridad, siendo así una constante a lo largo de los tiempos
entre todas las culturas de cualquier punto del planeta. Entre los siglos XVIII
al XVI a. de C. hicieron su aparición los hicsos en este espacio geográfico,
tribus guerras, donde se mezclan ya los elementos semitas y los indoeuropeos,
portadores de dos piezas fundamentales en el ejercicio de la fuerza: las armas
de bronce y los carros de guerra tirados por caballos.
Desde
el IV milenio a de C. la actividad minera y el tráfico de metales se concentra
en las islas Cicladas hasta que surge el foco principal de Creta. La
transformación económica y cultural se registra desde el periodo llamado
minoico antiguo, hacia el III milenio a. de C. con la aparición del cobre. A
partir del 2250 a. de C comienza un importante movimiento de pueblos invasores
por el Mediterráneo, los aqueos, que desde las estepas del Caspio o quizás
desde el Báltico se lanzan en su expansión, acompañados de sus carros de
caballo y sus armas de bronce. La isla de Creta acoge un volumen importante de
inmigrantes que traían técnicas avanzadas, como la soldadura. Así
la isla se convirtió en productora de un bronce de gran calidad formado por
nueve partes de cobre y una de estaños y lo exportó a todos los países
vecinos. Pero en esta madurez política y
cultural, la historia nos deja testimonio de cómo para los cretenses seguían
estando presente las fuerzas de los dioses a través de la naturaleza asociada e
integrada en la vida de los humanos.
Pero
eran tiempos de invasiones y expansión. La civilización micénica, junto con
otras ciudades del Peloponeso, acabaría por desbordar el poder de los
cretenses. Por el resto del continente
se hacía notar la presencia de los indoeuropeos y en este contexto se
escenifica la guerra de Troya. La emigración hacia el Mediterráneo toca su fin
y hace su aparición el pueblo dorio, armado ya con el hierro. Estos dorios que
atravesaron el mar, tomaron las principales islas y llegaron a asentarse hasta
las costas de Asia Menor. Ellos fueron los que “salvaron la civilización
cretomicénica” y en contacto con la base cultural de los semitas en las
regiones de Asia, se vieron en la necesidad de una toma de conciencia sobre los
orígenes de su mundo. “Abandonada la
mitología asiática, cuyas divinidades habían poblado, bajo diversos nombres, el
panteón de todos los pueblos del Oriente mediterráneo, asignaron a los poderes
celestes un papel más relacionado con las contingencias humanas, realizando una
verdadera metamorfosis de los dioses”.[4]
La
necesidad de materias primas genera de inmediato su comercio y los movimientos
de gentes. Así se expanden ideas y culturas de unas áreas a otras a través de
circuitos más o menos estables, como el del estaño, que recorría el
Mediterráneo y el Atlántico hasta Escandinavia. Resulta imposible aquí referir
el amplio espacio de expansión de esta etapa en uso del metal por lo que
algunos lugares de mucha relevancia quedan para otros estudios. Solo quiero reflejar
que también en los territorios de la Península Ibérica se desarrolló un fuerte
avance del uso de la metalurgia, en la época del Bronce Final, y que surgieron
importantes focos de producción, aunque el conocimiento de estos metales
existía desde mucho antes, aproximadamente desde el 1600 a. de C. Por otra
parte, es bien sabido el interés de los fenicios, en su proceso de colonización
y búsqueda de materias primas, y cómo desde Cartago pasarían a fundar ciudades
en el territorio peninsular; hechos también recogidos en las descripciones y
relatos de la guerra de Troya, entre otros. Es posible que fueran ellos los que
introdujeran la metalurgia siguiente del hierro y un nuevo proceso de
fabricación con el torno de alfarero.
Esta
forma de “supervivencia” de unos dioses que los hombres adaptaron a su propio
desarrollo es lo que realmente da sentido a los mitos antiguos: la forma en la
que los griegos explicaron la conquista de la naturaleza por el hombre. Y así
fue, en primer lugar el mito de Prometeo, el robo del fuego, y se sucedió el de
Hefestos y la ciencia para el desarrollo de la técnica, y Atenea, y Ceres y
todos los demás con los que el hombre griego se convertía en el centro del
universo y la medida de todas las cosas. En
conclusión, el bronce hizo posible que una nueva arma, la espada cortante,
diera otro carácter a la lucha hombre a hombre. Algunos conceden un origen
oriental a la espada; los griegos pudieron adquirirla de los fenicios. El
primitivo nombre griego es parecido al árabe, seifun. En la Odisea se alude al tráfico de armas de
los fenicios con los griegos, y en la Iliada,
los guerreros delante de Troya usan armas arrojadizas pero aprecian ya como un
tesoro sus espadas, algunas de ellas obra de los dioses y don especial que hacen
éstos a sus héroes favoritos. ¿Se induce de ellos un modelo de organización
social así como todo un arte de la guerra? No cabe duda. ¿Nos dan los mitos
referencias que nos puedan permitir esta comparación? Por supuesto que, la
lectura de un mito o relato en el que aparece un dios de estos, como Vulcano,
muy trabajador, con su taller, tal como lo retrató en su “fragua” Velázquez, conlleva entender todo un repertorio de objetos
complementarios en la vida del hombre. Martillos, punzones, rascadores, hoces
para la agricultura, junto con los adornos y demás piezas. Muchas
representaciones de dioses llevan objetos y símbolos asociados a este metal que
es el hilo conductor de ese nuevo modo de vida.
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS
AA VV.: Los Orígenes. Historia Universal. Tomo
I. Salvat, 2004.
J.M. PAREDES GROSSO.: El Jardín de las Hespérides. Los orígenes de
Andalucía en los mitos y leyendas de la Antigüedad. Sucesores de
Rivadeneyra S.A. Madrid 1985.
A. AYMARD y J. AUBOYER.: Oriente y Grecia Antigua. Historia de
las Civilizaciones. Ediciones Destino. Barcelona. 1985. Vol I.
T.CHAPA y G. DELIBES.: La edad del Bronce: El Calcolítico. Ediciones
Nájera. Madrid 1994.
P.LEVI.: Grecia. Cuna de Occidente. Ediciones
Folio. Madrid 1992.
M. V. MORA GÓMEZ.: El hombre antes y después del fuego de
Prometeo: entre antropología y mitología. https://rua.ua.es/dspace/bitstream.
FRAZER.: Mitos sobre el origen del fuego. ALTA
FULLA. Barcelona. 1986.
[1] Véase interesante estudio
de Pedro Gómez García: La estructura
mitológica según Leví Strauss. Teorema. Madrid, 1976. (referencia al
artículo en: http://pedrogomez.antropo.es/articulos/1976-La-estructura-mitologica-en-Levi-Strauss.
[2] Para un estudio profundo
del proceso evolutivo de las culturas prehistóricas y de la Edad de los
Metales, sin duda, la obra básica es Gordon Childe: El origen de las civilizaciones.
Fondo de Cultura Económica. 1996.
[3] Diversas fuentes refieren el Tubal bíblico, el
Tabal asirio o Tibarenoi griego, hijo de Jafet y nieto de Noé, al que la
tradición señala como inventor de los metales. Diccionario de la Biblia. Herder
2005. Véase página: https://es.wikipedia.org
[4] Fernan de Vismes: Historia de la civilización.
Espasa Calpe. Madrid 1989. Vol. I.
Excelente. Muchas gracias !!!
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