jueves, 11 de mayo de 2017

Dioses y Hombres en busca del fuego. El origen de la metalurgia y su justificación mitológica a través de la figura de Hefesto.

Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.

Correo electrónico: adorig@yahoo.es


Peter Paul Rubens. 1676. Colección Museo del Prado.
En la Antigüedad el traspaso de poderes entre dioses tenía su equivalente en las EDADES DEL MUNDO: oro, plata, cobre o bronce y hierro. El reinado benevolente de Saturno se asociaba a la Edad de Oro, cuando no existía ni el miedo ni el conflicto, en una primavera eterna y en armonía natural. Destronado por Júpiter, huyó a Italia donde enseñó agricultura y artes liberales. En la Edad de Plata, Júpiter introdujo las cuatro estaciones y obligó a los humanos a buscar cobijo. Éstos, en la Edad del Bronce se volvieron más violentos y más proclives al conflicto, pero seguían sin conocer la maldad. La Edad del Hierro, por fin, trajo consigo la traición, la violencia, la avaricia y la guerra.
El proceso de hominización estuvo ligado al uso del fuego cuyo dominio siempre se ha vinculado al Paleolítico Superior, con la aparición del Homo sapiens (50.000 – 10.000 a. C.). La “Edad del Encendido del Fuego” comenzaría por aquel entonces y, por tanto, la “Edad del Uso del Fuego” se prolongaría desde hace unos 500.000 años hasta hace unos 50.000, es decir incluiría los últimos años del Paleolítico Inferior y todo el Paleolítico Medio. Durante esta edad intermedia, el mayor problema era cuidar de ese fuego que había sido obtenido accidentalmente de la naturaleza y mantenerlo encendido. A raíz de esta necesidad de “no perder el fuego”, en la Prehistoria se nombrarían guardianes del fuego comunitario (“focus publicus”), que equivaldrían a los más capacitados dentro de las tribus.  La antropología clásica, según los esquemas de Lévi- Strauss, Goudsblom o Vernant entre otros, nos indica que este elemento iba a condicionar otros procesos relacionados con la domesticación y el tránsito de un modo de vida más primitivo o natural, a la fase que entendemos como “cultural”. A partir del III milenio a. C se constata el uso  de los metales y el descubrimiento de la forja.[1]
Desde el Paleolítico a la Protohistoria, llama la atención todo lo que se relaciona con el relato, la fantasía, el mito, lo que permite ensamblar las diferentes maneras de entender el significado que supuso el dominio de una técnica en el desarrollo cultural y en el legado posterior. Los sacerdotes, los magos o los jefes de las tribus elaboraron los mitos y relatos para que los hombres pudieran entender el mundo y no solo vivirlo, unas veces siendo de propia creación y otras por herencia o imitación de otros pueblos. Los sumerios fueron los primeros en presentar a los dioses a su imagen, bajo criterios de similitud con sus mismas necesidades o carencias. Todos aparecen dotados de una fuerza superior, asociados a los poderes universales, comprometidos con los destinos de la naturaleza, competitivos y antagónicos, “de los principios del Bien y del Mal surgieron, por ejemplo, los tres dioses reinantes de las fuerzas dominadoras del cielo, el mar y la tierra, cada uno con sus funciones creadoras y dadoras de atributos a la humanidad”. En cualquier caso, con mayores o menores poderes, siempre han estado presentes en los modelos de organización de los hombres, acompañando sus avances, dando testimonio de su evolución.
Dentro de una compleja organización del Olimpo, surgió Prometeo, dominador de la llama artificial robada a las fuerzas del cosmos hasta ser el más preciado don concedido a la humanidad.
Pero no nos interesa solo este Prometeo responsable del hecho, sino el fragmento, el mitema, que permite la deificación del suceso, hasta encontrarnos con el verdadero dios que asumió la capacidad para invertir esta energía, Hefesto o Vulcano, aunque eso les costara daños colaterales, en su propio cuerpo. Como escribiera V. Mora Gómez, “todo ello será el telón de fondo con el que plantear algunas cuestiones de carácter general sobre la herencia del mundo clásico, la pervivencia en nuestra realidad de los males que escaparon de la mítica jarra de Pandora en el periodo arcaico y la renovación cotidiana de la llama prometeica en manos de sigilosos y anónimos, nuevos Prometeos”.
La divinidad del elemento ígneo por antonomasia, el Hefesto griego o el Vulcano romano, que combate con las llamas y da muerte al gigante al que golpea con un mazo de hierro incandescente.  Su medio es el fuego, el que reina sobre los volcanes, artesano y productor, el dios del oficio, metódico por sus talleres, un técnico de ese mundo mistérico que acompaña a los relatos antiguos.
En la imagen superior recogemos una de las más bellas interpretaciones del dios en la que se dibuja a Vulcano que forja los rayos de Júpiter sobre el yunque del taller, acompañados de restos de armaduras. Parece estar vigilado por un cíclope, todo en medio de un ambiente de fuego y sombra.
La fotografía mitológica nos relaciona  este fuego  con el dios y con dos medios de producción, la forja y la metalurgia. La más primitiva industrialización en la que tuvieron su cabida los manufactureros atenienses, así como los vulcanistas romanos o todos los que, en un amplio ámbito de relatos míticos orientales, dibujaron dioses de este cariz. Incluso, en los detalles de su “figura” aparecerá vinculado a los peligros del uso del metal. Para comprender la relación entre el mito y el hecho histórico, incluso desde la antropología, nos vemos obligados a recordar de dónde venía la justificación del mito:
Hefesto era hijo de Hera, con Zeus o sin él. Su madre, muy celosa y vengativa frente a Zeus por el nacimiento de Atenea, ocasiona un conflicto olímpico entre el uso del saber y la inteligencia y el control de las armas.  Hefesto y Atenea Ergante, patrona de los artesanos, se relacionan a través de las fiestas Calqueas, en el mes Pianepsio. La misma suerte corre por las venas del Vulcano romano, dominador del fuego y patrón de los herreros. El que había fabricado los rayos para Júpiter pero que fue arrojado desde lo alto del Olimpo cuando intentaba liberar a su madre después de que el dios de los dioses la hubiera castigado encadenándola. Cayó en la isla de Limnos, en Grecia, donde construyó un palacio y unas forjas, que los antiguos identificaban con los volcanes de la Tierra. Los cíclopes eran sus ayudantes. El sufrió en la caída un golpe que lo dejó lesionado, cojo.
Parece que creó multitud de ingeniosas obras de arte, tanto para dioses como para mortales. De gran calado, como los escudos decorados para Aquiles y Eneas; o la armadura para Júpiter. Tras pedirle al dios la promesa de concederle a Minerva y no lograrlo, acabó casándose con Venus, que le fue siempre infiel (también se relata que improvisó una red para tenerla atrapada cansado de verla retozar con Marte). Esto explicaría muchas de las interpretaciones que la pintura nos ha dejado, como veremos.
La iconografía artística nos deja siempre a un dios semidesnudo, algo desaliñando y siempre en su forja. O suele aparecer golpeando el yunque con un martillo, o sosteniendo un rayo con unas tenazas, o soplando las llamas con la cara negra por el humo. Un dios obediente a las órdenes de Zeus, Hefesto tuvo que atar a Prometeo en la cima de una montaña, aun cuando no estuviera de acuerdo. De sus muchas uniones amorosas, la más destacable fue la que tuvo con Cabiró, hija de Proteas, de la cual surgieron los Cábiri, que eran las deidades del fuego. Entre las festividades en su honor se destacaba la Hefestia, una procesión enorme de la cual participaban las poblaciones de Lemnos, Frigia, Carea, y Licia  y se llevaba a cabo cada cinco años. Existía un templo dedicado a este dios en el Ágora de Atenas llamado Tisíon.  La mitología se convierte también en una guía física del mundo clásico.
Y aquí comienzan las competencias entre fuerzas y capacidades a la hora de definir el modo en que los hombres, llegados a su tiempo, pudieron hacerse con la técnica. Sigue el relato diciendo que, este Prometeo fue el creador de los hombres a semejanza de los dioses,  un demiurgo,  benevolente y compasivo de la suerte de estos seres, a los que concedió así el gozo del fuego, para su supervivencia (según algunas versiones, Prometeo robó el fuego del carro de Helios (en la mitología posterior, de Apolo) o de la forja de Hefesto. En otras (notablemente, el Protágoras de Platón), Prometeo robaba las artes de Hefesto y Atenea, llevándose también el fuego porque sin él no servían para nada. Obtuvo así el hombre los medios con los que ganarse la vida). Se ha tratado pues de poner en relación la mitología con la antropología (Mª Victoria Mora Gómez).
En otros relatos aparece también Vulcano vinculado al fuego y, cómo no, a un oficio o actividad. Si no, ¿de qué iban a ser y cómo los humanos semejantes a los dioses?
Y así, se justifica la primera producción artesanal: Vulcano, en su fragua, forjaría las armas y armaduras de los dioses. El primer foco de este sistema de producción, curiosamente, tiene un referente geográfico, en el monte Etna, lugar en el que se asienta el gran volcán de Sicilia.
Dioses tecnólogos o héroes de la supervivencia.
Dado que el hombre no soporta la ausencia de obstáculos, los mitos bien pudieran surgir para dar justificación a la supervivencia o, en su caso, a la fabricación de ciertas armas para la defensa.
La relación natural con los elementos fundamentales que dan sentido al planeta acaba finalmente por conceder al fuego un papel decisivo a la hora de configurar diferentes interpretaciones sobre los orígenes del hombre. Como señalara Victoria Mora, “las propiedades benéfico-destructoras del fuego, unidas a la misteriosa naturaleza etérea de su llama, lo convierten en un símbolo con un enorme potencial metafórico”. Y en eso hace su aparición el ser más rebelde y astuto de este mundo, el Prometeo portador del fuego para luego ser devorado por su propia codicia.
De forma tradicional se ha considerado siempre el área del Próximo Oriente como foco donde se produce el tránsito entre las culturas que usaban la piedra como base instrumental y las que inician su sustitución por utensilios de metal, entre los 5000 /3000 a. C. Pero con los avances en la datación y arqueología actuales la cosa es más compleja, y aparecen indicios antiguos, como este de Cayönü, dentro de un contexto pre cerámico, o la zona de los Balcanes, en la Europa oriental.[2]
Muchos ejemplos podemos encontrar en la diversidad de culturas y grupos que marcan el paso del Neolítico a la Edad de los Metales.[3] Parece ser que los semitas se aprovecharon pronto de sus experiencias y el bronce se empleaba en Caldea y en Elam miles de años antes que en Europa.
Los sumerios se mantuvieron durante mucho tiempo en la creencia de ser sabedores de por qué sucedían ciertas cosas extrañas en la naturaleza.  Concedieron un valor fundamental a los métodos de adivinación para interpretar lo desconocido así como el uso de la magia. Sus avances en este campo aparecen ligados al uso del metal entre otros avances. Muchos objetos lo testimonian: estatuillas, cascos, armas, adornos de cobre, oro, plata, una nueva sociedad industrial y comerciante de la que fueron reflejo ciudades del reino de Sumer.
¿Cómo fue el descubrimiento de la metalurgia? A través de la fusión accidental de ciertos carbonato de cobre –malaquita y azurita-  que eran utilizados como objetos de adorno. El trabajo de metal pudo ser en un primer momento una labor de simple martillado sobre cobres nativos, pero no adquirió verdadero sentido hasta que no se empleó la fundición. Con esta técnica el artesano puede conseguir el diseño deseado con la simple elaboración de un molde de arcilla. Al enfriarse, el metal adquiere gran dureza y resistencia y así fue sustituyendo al resto de materiales en la fabricación de armas y útiles.
Según un teórico proceso evolutivo, cobre, oro y plata serían los metales más empleados en la primera fase del desarrollo metalúrgico, y luego se perfeccionó el sistema al pasar a la extracción a partir de minerales menos puros o mediante su mezcla con otros, como el estaño. La aleación nueva, cobre /estaño, dará lugar a un nuevo metal, bronce, que además de tener un punto de fusión más bajo que el cobre, posee al enfriarse una mayor resistencia y dureza.
La metalurgia del cobre también está presente en las primeras culturas egipcias desde la época tinita, cuando se fijaron los diferentes sistemas cosmogónicos y las tradiciones mitológicas; salvo que supieron atribuir a los animales y otras fuerzas de la naturaleza facultades o características menores de los humanos, no así la inteligencia como se verá en el mundo clásico.
Y, cómo no, del uso de esos recursos habría de surgir el imperioso afán por demostrar la superioridad, siendo así una constante a lo largo de los tiempos entre todas las culturas de cualquier punto del planeta. Entre los siglos XVIII al XVI a. de C. hicieron su aparición los hicsos en este espacio geográfico, tribus guerras, donde se mezclan ya los elementos semitas y los indoeuropeos, portadores de dos piezas fundamentales en el ejercicio de la fuerza: las armas de bronce y los carros de guerra tirados por caballos.
Desde el IV milenio a de C. la actividad minera y el tráfico de metales se concentra en las islas Cicladas hasta que surge el foco principal de Creta. La transformación económica y cultural se registra desde el periodo llamado minoico antiguo, hacia el III milenio a. de C. con la aparición del cobre. A partir del 2250 a. de C comienza un importante movimiento de pueblos invasores por el Mediterráneo, los aqueos, que desde las estepas del Caspio o quizás desde el Báltico se lanzan en su expansión, acompañados de sus carros de caballo y sus armas de bronce. La isla de Creta acoge un volumen importante de inmigrantes que traían técnicas avanzadas, como la soldadura.  Así la isla se convirtió en productora de un bronce de gran calidad formado por nueve partes de cobre y una de estaños y lo exportó a todos los países vecinos.  Pero en esta madurez política y cultural, la historia nos deja testimonio de cómo para los cretenses seguían estando presente las fuerzas de los dioses a través de la naturaleza asociada e integrada en la vida de los humanos.
Pero eran tiempos de invasiones y expansión. La civilización micénica, junto con otras ciudades del Peloponeso, acabaría por desbordar el poder de los cretenses.  Por el resto del continente se hacía notar la presencia de los indoeuropeos y en este contexto se escenifica la guerra de Troya. La emigración hacia el Mediterráneo toca su fin y hace su aparición el pueblo dorio, armado ya con el hierro. Estos dorios que atravesaron el mar, tomaron las principales islas y llegaron a asentarse hasta las costas de Asia Menor. Ellos fueron los que “salvaron la civilización cretomicénica” y en contacto con la base cultural de los semitas en las regiones de Asia, se vieron en la necesidad de una toma de conciencia sobre los orígenes de su mundo. “Abandonada la mitología asiática, cuyas divinidades habían poblado, bajo diversos nombres, el panteón de todos los pueblos del Oriente mediterráneo, asignaron a los poderes celestes un papel más relacionado con las contingencias humanas, realizando una verdadera metamorfosis de los dioses”.[4]
La necesidad de materias primas genera de inmediato su comercio y los movimientos de gentes. Así se expanden ideas y culturas de unas áreas a otras a través de circuitos más o menos estables, como el del estaño, que recorría el Mediterráneo y el Atlántico hasta Escandinavia. Resulta imposible aquí referir el amplio espacio de expansión de esta etapa en uso del metal por lo que algunos lugares de mucha relevancia quedan para otros estudios. Solo quiero reflejar que también en los territorios de la Península Ibérica se desarrolló un fuerte avance del uso de la metalurgia, en la época del Bronce Final, y que surgieron importantes focos de producción, aunque el conocimiento de estos metales existía desde mucho antes, aproximadamente desde el 1600 a. de C. Por otra parte, es bien sabido el interés de los fenicios, en su proceso de colonización y búsqueda de materias primas, y cómo desde Cartago pasarían a fundar ciudades en el territorio peninsular; hechos también recogidos en las descripciones y relatos de la guerra de Troya, entre otros. Es posible que fueran ellos los que introdujeran la metalurgia siguiente del hierro y un nuevo proceso de fabricación con el torno de alfarero.
Esta forma de “supervivencia” de unos dioses que los hombres adaptaron a su propio desarrollo es lo que realmente da sentido a los mitos antiguos: la forma en la que los griegos explicaron la conquista de la naturaleza por el hombre. Y así fue, en primer lugar el mito de Prometeo, el robo del fuego, y se sucedió el de Hefestos y la ciencia para el desarrollo de la técnica, y Atenea, y Ceres y todos los demás con los que el hombre griego se convertía en el centro del universo y la medida de todas las cosas. En conclusión, el bronce hizo posible que una nueva arma, la espada cortante, diera otro carácter a la lucha hombre a hombre. Algunos conceden un origen oriental a la espada; los griegos pudieron adquirirla de los fenicios. El primitivo nombre griego es parecido al árabe, seifun.  En la Odisea se alude al tráfico de armas de los fenicios con los griegos, y en la Iliada, los guerreros delante de Troya usan armas arrojadizas pero aprecian ya como un tesoro sus espadas, algunas de ellas obra de los dioses y don especial que hacen éstos a sus héroes favoritos. ¿Se induce de ellos un modelo de organización social así como todo un arte de la guerra? No cabe duda. ¿Nos dan los mitos referencias que nos puedan permitir esta comparación? Por supuesto que, la lectura de un mito o relato en el que aparece un dios de estos, como Vulcano, muy trabajador, con su taller, tal como lo retrató en su “fragua” Velázquez, conlleva entender todo un repertorio de objetos complementarios en la vida del hombre. Martillos, punzones, rascadores, hoces para la agricultura, junto con los adornos y demás piezas. Muchas representaciones de dioses llevan objetos y símbolos asociados a este metal que es el hilo conductor de ese nuevo modo de vida.

 BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES CONSULTADAS
AA VV.: Los Orígenes. Historia Universal. Tomo I. Salvat, 2004.
J.M. PAREDES GROSSO.: El Jardín de las Hespérides. Los orígenes de Andalucía en los mitos y leyendas de la Antigüedad. Sucesores de Rivadeneyra S.A. Madrid 1985.
A. AYMARD y J. AUBOYER.: Oriente y Grecia Antigua. Historia de las Civilizaciones. Ediciones Destino. Barcelona. 1985. Vol I.
T.CHAPA y G. DELIBES.: La edad del Bronce: El Calcolítico. Ediciones Nájera. Madrid 1994.
P.LEVI.: Grecia. Cuna de Occidente. Ediciones Folio. Madrid 1992.
M. V. MORA GÓMEZ.: El hombre antes y después del fuego de Prometeo: entre antropología y mitología. https://rua.ua.es/dspace/bitstream.
FRAZER.: Mitos sobre el origen del fuego. ALTA FULLA. Barcelona. 1986.





[1] Véase interesante estudio de Pedro Gómez García: La estructura mitológica según Leví Strauss. Teorema. Madrid, 1976. (referencia al artículo en: http://pedrogomez.antropo.es/articulos/1976-La-estructura-mitologica-en-Levi-Strauss.
[2] Para un estudio profundo del proceso evolutivo de las culturas prehistóricas y de la Edad de los Metales, sin duda, la obra básica es Gordon Childe:  El origen de las civilizaciones. Fondo de Cultura Económica. 1996.
[3]  Diversas fuentes refieren el Tubal bíblico, el Tabal asirio o Tibarenoi griego, hijo de Jafet y nieto de Noé, al que la tradición señala como inventor de los metales. Diccionario de la Biblia. Herder 2005.  Véase página: https://es.wikipedia.org
[4] Fernan de Vismes:  Historia de la civilización. Espasa Calpe. Madrid 1989. Vol. I.

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