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La religión romana, reconocida erróneamente a nivel popular
como una fusión con la griega[1]
y sus divinidades, con sus supuestos y respectivos calcos latinos, resulta por
desgracia bastante desconocida incluso en algunos círculos académicos, quizá
porque hayan estado éstos más centrados en una evolución histórica y festiva
que en el propio desarrollo de la espiritualidad y las creencias, de la vida
religiosa romana, tanto a nivel personal como comunitario. Afortunadamente,
estas tendencias van cambiando y hoy día podemos encontrar buenísimos estudios
que profundizan en las raíces de la cultura romana, dando nuevos enfoques a
temas que se daban por conocidos.
La religión romana arcaica, como otras muchas, dio sus
primeros pasos en un entorno natural, cercano al animismo. El mundo está
plagado de divinidades, con funciones o misiones definidas, pero el pueblo
romano escoge y establece una relación con aquellas que le son propicias, en
una relación do ut des , <<yo
doy para que tú des>> que permite el buen desarrollo de las empresas que
Roma quiera llevar a cabo, siempre y cuando esta buena relación con la
divinidad, conocida como pax deorum,
no sea pervertida o interrumpida. En la época monárquica se instauraron los
primeros cultos oficiales, las fiestas y el calendario, así como los colegios
sacerdotales; y fue a lo largo de los siglos IV y III a.C. cuando la religión
romana, en contacto con la helénica, dio a sus divinidades forma humana, a la
par que algunas fueron asimiladas y otras fusionadas.[2] No
obstante, debe ser tenido en cuenta que, además de la religión oficial, donde
los encargados eran los sacerdotes, también a nivel privado cada romano era
libre de adorar a las divinidades que le gustase, siempre que respetase las
festividades y cultos de su comunidad.
Las divinidades populares, consideradas “secundarias”, no
sufrieron demasiado la helenización ni los cambios que sí tuvieron las
divinidades mayores. Paralelamente, tampoco éstas pequeñas han recibido la
misma atención. Estos dioses en su mayoría son divinidades abstractas que
representan valores o fuerzas naturales, y entre estos hay grupos que están
dedicados, por así decirlo, a las etapas vitales de los hombres. Una de las
etapas más importantes es, obviamente, la infancia, infantia, que transcurría en la mentalidad romana desde el
nacimiento hasta los siete años. Y no es de extrañar que hubiese numerosas
divinidades a este cargo, ya que la situación de un niño en Roma no era nada
sencilla: los índices de mortandad eran bastante altos, y además el niño no obtenía
la ciudadanía hasta la mayoría de edad, lo que conllevaba ciertos vacíos jurídicos.
A continuación veremos los nombres de las divinidades
romanas dedicadas a la etapa de la infancia, sus misiones y algunos de sus
cultos y/o tradiciones.
En el vientre materno:
Consivio (cuya raíz significa sembrar) era un dios, desdoblado de Jano[3], que
abría las puertas a la fecundación de un ser humano.
Alemona era una divinidad que alimentaba (alere) al niño dentro de la madre, para
que éste naciese fuerte y sano. La diosas Nona y Décima protegían al niño y a
la madre en el octavo y noveno mes de embarazo – pues los romanos hacían
cálculo inclusivo, de ahí que sus nombres presenten una numeración superior.
Nacimiento:
Un dios llamado Diéspiter, posteriormente identificado con
Júpiter y absorbido por éste, era el encargado de traer al recién nacido. Una
divinidad llamada Génita Mana, identificada con Mania[4], la
diosa de los Manes – las almas de los muertos, llamadas “los buenos” – presidía
tanto el buen nacimiento como la lejana muerte. Su animal sacrificial era el
perro. Lucina, identificada con la diosa griega Ilitía y luego asociada y
absorbida por la diosa Juno, protectora del matrimonio, cumplía con la misma
misión que su versión helena, presidiendo el alumbramiento.
Las Carmentes eran una tríada de diosas de diversas
funciones que acabaron por ser reducidas a la protección del nacimiento y del
recién nacido. Se decía que Carmenta, la que da nombre a las tres, era la madre
o la esposa del rey Evandro, y que había enseñado múltiples artes al pueblo
latino, en relación con el habla y la escritura, así como se le atribuía el don
de la profecía (Carmen). Antevorta[5]
y Posvorta, sus dos hermanas, ayudaban durante el parto, profetizando el futuro[6]
del nacido, una cuando el niño venía de cabeza y la otra cuando lo hacía con
los pies por delante. Tenían un pequeño santuario junto a la Puerta Carmental,
y un Flamen Carmental encargado de su culto, en especial durante la celebración
de las Carmentales. Esta fiesta en honor
de Carmenta se celebraba los días 11 y 15 de enero, día en que compartía la
fiesta con sus hermanas. Se ofrecían sacrificios incruentos, ya que el
nacimiento no debe tener relación alguna con la muerte (por tanto, nada
“muerto”, como pieles, etc. podía entrar en el santuario). Ovidio en sus Fastos[7]
cuenta que la segunda fecha fue instaurada en señal de gratitud cuando las
matronas, tras haberse negado a tener hijos un tiempo, recuperaron el
privilegio de ser llevadas en carruaje.[8]
Durante el parto, la madre y sus comadronas invocaban a la
diosa Numeria para que todo fuese bien y se desarrollase rápidamente.
Vitumno era el dios que daba la vida (vita), entendida desde el momento del nacimiento, al recién nacido.
Levana era una divinidad que estaba presente en el acto
sagrado de elevar (levo) al recién
nacido hacia su padre, para que éste lo acepte en la familia. El pater familias tenía libre derecho de
aceptar o no a los hijos de su esposa, dejándolos expuestos, ya fuese por dudar
de su legitimidad o por malformación física, e incluso por no tener medios para
mantenerlo.
Se decía que en aquellas casas donde hubiese nacido un niño,
Silvano iría a interrumpir el sueño de la madre, por lo que la diosa Deverra (la que barre) e Intercidona (la que corta por la mitad), armadas con
una escoba y un hacha respectivamente, aguardaban a la entrada del hogar para
evitarlo. Pilumno, un dios agrícola que enseñó a moler el trigo a los hombres y
su hermano Picumno, descubridor de los abonos, ambos protectores de la
fecundidad y el bienestar de las cosechas, velaban por el recién nacido en unos
lechos que se preparaban en la habitación matrimonial especialmente para ellos.
Día lustral:
Al octavo o noveno día desde el nacimiento, se celebraba una
ceremonia purificatoria del nacido, donde pública y oficialmente se le imponía
el nombre (praenomen) y se le colgaba
al cuello una bula, amuleto que habría de llevar consigo hasta la mayoría de
edad – los diecisiete, momento en que los varones tomaban la toga virilis; o al casarse, en el caso
de las jóvenes. La diosa que presidía esta celebración, con sacrificios en el
hogar y regalos para los niños, era Núndina o Neuna Fata.
Primeros pasos:
La tríada de dioses Estalitino, Estatina y Estatino
enseñaban al niño a mantenerse en pie. La diosa Abeona protegía a los niños cuando
éstos, al aprender a andar, se alejaban (abeo)
de la madre, quien hasta ese momento los sujetaba para evitar su caída. Del
mismo modo Adeona, con significación paralela, ayudaba al niño a volver (adeo ) con ella. Iterduca protegía al
niño que por primera vez salía de casa, y Domiduca, como su nombre latino
indica, acompañaba a los infantes de vuelta a su hogar[9].
La diosa Cunina protegía del mal de ojo y las envidias a los
niños más pequeños, así como en su cuna. Cuba, por su parte, protegía al niño
cuando pasaba de ser acostado en la cuna a acostarse (cubo) en su propia cama.
Primeras palabras:
Vaticano o Vagitano era el encargado de abrir la boca del
recién nacido, para que emitiera los primeros sonidos. Farino era el dios de
los primeros balbuceos. Fabulino era el dios que enseñaba las primeras palabras
(fabulo - hablar) a los niños, y
Locucio las primeras frases. Numeria[10] les
enseñaba los números y a contar. Camena
- o las Camenas, ninfas identificadas a menudo con las musas -era la
encargada de enseñar a los niños la música e iniciarlos en el canto.
Crecimiento:
La diosa Rúmina ayudaba a los niños a mamar (ruma). Educa, también llamada Victa[11],
enseñaba a los niños a comer. Potica[12] o
Potua le enseñan a beber (poto).
La pareja divina Osipágina y Osipago eran los encargados de
asegurar el endurecimiento de los huesos (ossa)
del niño, junto con la salida de los dientes. La diosa Carna era una divinidad
que compaginaba su misión agraria con la dedicación a los niños romanos, pues
es la diosa de la madurez física, tanto de los frutos como del cuerpo humano,
desarrollando los músculos y protegiendo los órganos vitales, a la par que
ayudaba en una buena alimentación. Ovidio[13] cuenta
que ella salvó al futuro rey de Alba, Procar, cuando fue atacado por las Estriges,
unas mujeres monstruosas que atacaban a los niños y devoraban sus entrañas,
momento en que le fue adjudicada ésta misión protectora. Las fiestas en su
honor tenían lugar el día 1 de junio, donde se ofrecía en sacrificio un puré de
habas y tocino, los alimentos que más fuerza otorgaban, según Macrobio[14],
por lo que ese día era llamado también “calenda de las habas”. Existía la
creencia de que quienes comiesen ese puré se libraría de dolores intestinales
todo el año.
Madurez intelectual:
Sentino era el primer dios en intervenir en la vida del
niño, otorgándole sentido, conciencia.
Pavencia[15]
era la divinidad encargada de defender al niño de los temores propios de la
niñez. Peta era una diosa que permitía que, poco a poco, el niño pudiese
demostrar voluntad propia. Prestana[16],
Polencia y Valencia daban fuerzas al niño para que llevase a cabo sus pequeños
cometidos y deseos. Volumna y Volumno eran una pareja de dioses destinada a
inspirar en los niños buena voluntad.
Puede deducirse de la relación anteriormente expuesta que la
mayoría de estos dioses conservan tal nivel de abstracción que incluso sus
nombres son inequívocamente indicadores de sus funciones. Por otra parte, es
una muestra más de que en toda cultura las grandes divinidades tienden a ser
progresivamente sólo controladoras de
grandes hechos, hasta cierto punto aislados de los humanos, y tanto el
imaginario como la tradición son los que acaban por hacerse un hueco en la vida
cotidiana, con divinidades secundarias, mensajeros o santos en otras culturas,
con los que la relación se manifiesta mucho más cercana.
Bibliografía:
Contreras Valverde, R. et al. Diccionario de la religión romana. Ediciones
Clásicas. Madrid 1992
Harlow, M. Ray, L.(ed.), Growing up and growing old in Ancient Rome:
a life course approach. Routledge, USA 2002
Sechi mestica, G. Diccionario Akal de mitología universal.
Ediciones Akal S.A. Madrid, 2007
Sevilla Conde, A. Morir
Ante Suum Diem. La infancia en Roma a través de la muerte, en Niños en la
Antigüedad. Estudios sobre la infancia en el mundo mediterráneo, Justel Vicente, D (ed.) Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2012
[1] Mejor sería decir, griegas, en plural, habida
cuenta de que nunca hubo en territorio griego, como en Roma, una “religión
estatal”.
[2] La asimilación de divinidades extranjeras,
aunque puede contarse a efectos de ganarse el favor divino de la región
conquistada, tenía también fines políticos.
[3] Divinidad encargada de la protección de los
pasos, puertas y comienzos.
[4] Era utilizada, a niVel popular, para asustar
a los más pequeños, como nuestro Coco o el Boogeyman.
[5] Otros apelativos suyos son Prosa, Pórrima o
Prorsa.
[6] Acerca del destino del recién nacido, se
hablaba de Fata scribunda, personificaciones del hado preescrito para él.
[7] Ov. Fasti, 1.461-586; 617-636
[8] Que se habían ganado al entregar sus joyas
para que Camilo pudiera pagar lo prometido al Oráculo de Delfos.
[9] Curiosamente también conducía, protectora del
matrimonio, a la novia al hogar del esposo.
[10] Con el mismo nombre que la diosa del
alumbramiento, pero, en principio, sin relación.
[11] O Edula, Edulia y Edusa.
[12] O Potica.
[13] Ov. Fasti 6.101-182
[14] Macrob. Sat. 1.12.31-33
[15] O Paventina.
[16] O Presticia.
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