Cuando pensamos en
la antigua religión romana, y en la relación de los propios romanos tanto a nivel
individual como institucional con esta misma religión, tendemos a juzgar
equivocadamente que, por tener su sociedad algunas particularidades tan
diferentes a las del Medievo y a las de la Edad Moderna, y más en común con las
de nuestro tiempo (existencia de populares corrientes filosóficas racionales,
mentalidad sexual muy abierta...), eran tanto similares a nosotros
religiosamente, como institucionalmente en una concepción laica y diferenciada entre
su estado y su religión, y también socialmente, con un alto número de ateos o
agnósticos no practicantes. Sin embargo, el estudio de la realidad religiosa
romana nos presenta un marco muy diferente al actual, dominado por un principio
universal, y es el de que la población de la Antigüedad clásica, aunque fuese
muy racional en algunos aspectos, no dejaba de ser por ello profundamente religiosa,
y en el caso particular de Roma, extremadamente supersticiosa. Un elemento que
no podemos pasar por alto si queremos entender algunas de las principales
dinámicas sociales que formaban su mundo.
Pero, por muy
religiosos que fuesen los romanos, muchos elementos de su política y su sociedad
tampoco podrían entenderse si no reconocemos en primer lugar las diferencias de
su religión tradicional con respecto a las principales religiones monoteístas
de la actualidad. La religión romana carecía de un compendio de normas morales
estrictas y de un clero independiente, si bien en Roma existían escuelas,
normas y una cierta jerarquía sacerdotal, lo común era que cualquier persona que
organizara un rito religioso tuviera la condición de sacerdote,
independientemente de cualquier tipo de ordenamiento y quedando su conducta
limitada en la mayoría de los casos al procedimiento litúrgico. Esta condición
evitó que en Roma ocurriesen los mismos conflictos de competencias entre la
jerarquía religiosa y la política que en la Europa de la Edad Media y Moderna.
Pues, aunque en términos actuales catalogaríamos al Imperio Romano como
confesional, las funciones religiosas no correspondían a una institución
independiente, sino que quedaban en manos de unos sacerdotes que eran al mismo
tiempo administradores y funcionarios del Estado Romano, supervisados por el
líder de esta religión, el Pontífice Máximo (un término posteriormente
reciclado por el cristianismo), que fue hasta su disolución en tiempos de
Teodosio I, el mismo emperador y líder político de Roma.
Estos
sacerdotes-funcionarios públicos se encargarían de gestionar los cultos estatales
de la religión o, más específicamente, la buena relación entre el Estado y sus
dioses protectores tradicionales. Pero la religión romana no se reducía sólo a
la relación de los poderes públicos con sus dioses estatales, existía además un
gran número de importantes dioses alegóricos y protectores de diversas facetas
de la vida diaria y la religiosidad de los individuos humildes de Roma giraba
más en torno a aquellas divinidades menores relacionadas con el ámbito privado
y familiar, siendo su lugar de culto el espacio doméstico y cumpliendo en este
caso las funciones sacerdotales los patriarcas de cada familia o gens, de donde provendría el termino
gentil, originalmente aplicado a los miembros de la religión romana.
Si
bien aún remarcando estas importantes diferencias entre la antigua religión
romana y las actuales religiones monoteístas, no podemos obviar la gran
similitud entre ambas en otro aspecto religioso muy importante: el del
procedimiento litúrgico. Muchos de los ritos, fiestas, vestuario, imagen y
forma de devoción desarrollados por la religión romana evocan grandes
similitudes con los cultos cristianos; esto se debe parcialmente a que cuando
el cristianismo se vio implantado sobre los pueblos que practicaban estas
religiones paganas ancestralmente estructuradas, a las nuevas formas de
devoción y liturgia les fue más sencillo adaptarse a aquellas que habían
existiendo previamente, bajo el fin práctico de resultar familiares a ojos del
pueblo aunque la teología que trasmitieran fuese completamente diferente,
cambiando pues la forma y no el modo de proceder de la religión. Sin embargo,
esta no es la única razón para su similitud. Franz Cumont, en su obra Las religiones orientales y el paganismo
romano, hace hincapié en un muy catastrofista alegato, en lo poco que
realmente sabemos sobre la antigua liturgia romana por las pocas fuentes primarias
sobre la misma que nos han llegado, conservándose únicamente algunas fórmulas
místicas y fragmentos de himnos citados por autores de la época, muchos
paganos, pero también cristianos[1]:
"No sabemos cómo rezaban los antiguos, no podemos
penetrar en la intimidad de su vida religiosa, y por ello nos resultarán
desconocidas determinadas profundidades del alma antigua. Si un feliz azar nos
devolviese algún libro sagrado de finales del paganismo, las revelaciones que
nos aportaría asombrarían al mundo, pues comprenderíamos esos misteriosos
dramas, cuyos actos simbólicos conmemoraban la pasión de los dioses, podríamos
compartir con los fieles sus sufrimientos, lamentarnos por su muerte y
participar en las alegrías de su retorno a la vida. Se hallarían mezclados en
estas vastas recopilaciones ritos arcaicos que perpetuaban oscuramente el
recuerdo de creencias en desuso y fórmulas tradicionales, concebidas en una
lengua envejecida y que apenas se comprendía, junto con las ingenuas oraciones
imaginadas por la fe de los primeros tiempos, santificadas por la devoción de
los pasados siglos y como ennoblecidas por todas las alegrías y las penas de
las pasadas generaciones. Se podría leer a la vez estos himnos en los que la
reflexión filosófica se traducía en suntuosas alegorías, o se humillaban ante
la omnipotencia de lo infinito, poemas de los que sólo determinadas efusiones
de los estoicos, que celebraban el fuego creador y destructor, o se entregaban
plenamente a la divina Fatalidad, pueden darnos hoy en día alguna idea."[2]
Gran parte de los
ritos que conocemos nos han llegado probablemente deformados o reinterpretados
a través de obras secundarias que nada tenían que ver en algunos casos con la
religión (imitaciones hechas en los coros de las tragedias, parodias de los
cómicos y plagios de los redactores de encantamientos), en este sentido los
autores cristianos y particularmente los juicios, que la primitiva Iglesia hizo
de las prácticas paganas populares con el fin eliminarlas o readaptarlas, han
acabado siendo de gran importancia para conocer algunos detalles de la antigua
religión.
Aunque el curso actual
de la investigación de la religión romana se haya agotado por estas
limitaciones desde el punto de vista de las fuentes, existe otra base
documental, actualmente en ampliación, de obligatorio estudio para ampliar nuestros
limitados conocimientos sobre la religión romana y su proceder. Son estos los
crecientes hallazgos arqueológicos epigráficos e iconográficos descubiertos en
las ruinas de antiguos templos y en diferentes objetos de culto o exvotos que
los romanos empleaban en la manifestación material de diferentes aspectos de su
religión.
Estudiando estos
hallazgos conjuntamente con las fuentes secundarias podemos reconstruir mejor
algunos de los instrumentos y protocolos de culto de la antigua Roma. Sabemos
así, por ejemplo, que a la invocación de una determinada divinidad en un ruego
u oración debía acompañar sus epítetos y denominaciones menores y en ocasiones
su lugar de procedencia o, a veces, cuando el ejecutor quería asegurarse de ser
escuchado y temía haberse olvidado alguna apelación significativa del dios o
diosa determinado, añadía la siguiente fórmula: "sive quo alio nomine te apellari volveris" (o con cualquier
otro nombre que quieras ser llamado). También se empleaban fórmulas más
generales: "Invoco al dios responsable de..." o "y a todos los
otros dioses y diosas". Una vez llamado al dios, diosa o dioses
pertinentes, se pasa a concretar la plegaria. Para ello, los romanos solían
utilizar la acumulación de verbos de significado análogo dispuestos en estructuras
bipartitas o tripartitas, esto tenía como objetivo llamar la atención de los
dioses. Para justificar al dios o dioses escogidos y disfrutar de su
benevolencia los romanos solían nombrar las cualidades y aptitudes del dios o
nombraba alguna de sus actuaciones anteriores. De esa manera, queda demostrado
que el dios no ha sido llamado en vano y se insiste en que es plenamente
competente y que, por lo tanto, tiene la posibilidad de otorgar su favor si así
lo desea. Las peticiones que los romanos efectuaban a sus dioses abarcaban una
gran variedad, desde ruegos por la salud hasta canalizaciones del mal a una
persona odiada, pero siempre seguían una fórmula pactista, en la que la persona
ofrecía algo al dios al final del ruego (vino, miel, incienso, alimentos,
flores, construcción de un exvoto...) como pago a su cumplimiento.
Además del
complejo proceder verbal, estas fuentes nos transmiten la importancia del uso
de determinados gestos precisos en el momento de orar y realizar ofrendas; así
estaba prohibido cruzar los dedos y/o juntar las manos para orar. Si se reza a
dioses celestes se levanta la palma de la mano derecha, o las dos manos, abiertas
con los dedos juntos y la vista al cielo, y sus ofrendas se hacen siempre con
la mano derecha, arrojándolas sobre el fuego del altar para que la esencia de
lo ofrecido ascienda. En caso de orar a dioses terrestres se dirige la palma de
la mano derecha abierta al lugar al que pertenece la divinidad: un bosque, un
río, el mar... y sus ofrendas se hacen siempre con la mano derecha, vertiendo
los líquidos sobre el fuego o sobre el terreno. En cambio, si se reza a dioses infernales
o a los dioses Manes, se levanta la mano derecha con la palma hacia el suelo y
las ofrendas se realizan siempre con la mano izquierda, vertiendo los líquidos
sobre un agujero hecho en el suelo.
Los antiguos sacerdotes romanos
acompañaban también sus ceremonias con objetos de usos mágicos o teúrgicos,
algunos de los cuales tenían su origen en materiales empleados por las
tradiciones religiosas etruscas, de la cual los romanos extrajeron muchos
elementos, particularmente para los procedimientos adivinatorios de sus augures
estatales, siendo este el caso del lituus
o bastón augural empleado para la división del cielo en cuatro secciones sobre
las que interpretaban el vuelo de las aves salvajes.
• Franz
Cumont, Las religiones orientales y el
paganismo romano, Torrejón de Ardoz, 1987
• Santiago
Montero Herrero, Augusto y las aves. Las
aves en la Roma del Principado: prodigio exhibición y consumo, Barcelona
• E. R. Dodds, Paganos y cristianos en una época de
angustia, Madrid, 1975.
• E. Gibbon. Historia
de la decadencia y caída del Imperio Romano. Barcelona, 2012
• Carlos Sanchez, Cvltvs
Deorvum Paganismo y reconstruccionismo Hispano-Romano, http://cvltvsdeorvm.blogspot.com.es/2010/12/la-oracion-en-la-religion-romana.html
• AA. VV. (1992): Diccionario de la Religión
Romana, Madrid: Ed. Clásicas.
• OGILVIE, Robert M. (1995): Los romanos y sus
dioses, Madrid: Alianza
[1] Por
citar algunos ejemplos conservados, tenemos los escritos en honor a Isis
descubiertos en la isla de Andros. Los fragmentos de himnos en honor a Atis
conservados por Hipólito. Los tardíos himnos órficos (Abel: Orphica, 1883 y Mass: Orpheus, 1895) y fragmentos orientales
de los himnos gnósticos.
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