Por:
Pietro Viktor Carracedo Ahumada
Correo
electrónico: pietrocarracedo@gmail.com
Máscara africana de la región de
Lulua, en Congo. Brooklyn Museum.
|
Incluso a día de
hoy, son las religiones del libro y aquellas culturas que formaron parte del
pasado del mundo occidental las que reciben más atención. La reivindicación
indígena y cultural de distintas comunidades ha logrado avances importantes
para evitar el desconocimiento global, pero debemos preguntarnos si esta
ignorancia es propiciada a voluntad de las sociedades modernas o si realmente
contienen algún componente que impide que lleguemos a poder estudiarlas al
mismo nivel. Aceptando que sea un poco de ambas, fijémonos en las dificultades
que entrañan estas religiones, consecuentemente menos analizadas. Es el caso de
la religión africana, mejor dicho, religiones, pues cada etnia, tribu, poblado
o familia tiene una serie de creencias y rituales bien diferenciados. He aquí uno de los problemas, la falta de
aparente unidad a nivel cultural, y, por tanto, de una clasificación de
divinidades, mitologías y actos clasificables a la manera habitual de los
estudios modernos, unido a una mayoritaria ausencia de textos, que sumen en la
ignorancia de un patrimonio cultural que, a su vez, debe ser divisible por cada
grupo.
Marcel Cardaire
(1954) hablaba de la religión africana como una “religión de la tierra”, pues
la naturaleza y el mundo tienen casi más peso en su cultura que el propio
hombre. Sin embargo, muy pocas narraciones extraordinarias se preocupan de la
creación del mundo como tal, sino que empiezan con la aparición del hombre, a
veces modelado de arcilla, según los dogón de Mali, otras veces surgido de
cañas o plantas, en Mozambique, y otras, la divinidad los crea o “los vomita”,
como la serpiente-dios a los primeros hombres – espíritus, identificados con el
sol y la luna, los cuales a su vez engendraron a los hombres que abandonan el
tiempo mítico y comienzan el tiempo histórico, en el relato de los vendas de
Limpopo.
Éstos antepasados
míticos no eran ya divinos, pero sí tenían ciertas características especiales,
entre ellas la androginia – pues consideran que la dualidad es el equilibrio –
y la inmortalidad, perdida por distintos motivos: los bassas de Camerún cuentan
que la divinidad Lolomb advirtió a los hombres de no dormir, pues la muerte se
abría paso a través del sueño, pero éstos no soportaron las fatigas y al
acostarse por primera vez la muerte entró en el mundo. Los masais de Kenia y
Tanzania cuentan que en verdad Dios
reveló a un hombre sabio, Le-eyo, las palabras sagradas para evitar la muerte,
y le ordenó que las pronunciase al primer difunto de su tribu. Un niño de un
conocido lejano murió y Le-eyo desobedeció la orden de la divinidad, de modo
que cuando murió otro niño, ésta vez su propio hijo, y pronunció las palabras, éstas ya no
tuvieron efecto. En otras ocasiones, la
divinidad efectúa una creación más manual, como a la que acostumbramos en
nuestras culturas, dando vida a plantas, animales y hombres, y colocándolos en
la tierra, la cual abandonará cuando descubra que su última creación, los
humanos, no son precisamente perfectos. Según los bessé de Costa de Marfil,
fueron los hombres quienes optaron por distanciarse de Dios para ser más
libres. Dios envió entonces un camaleón con el mensaje de que tras la muerte
habría resurrección y un lagarto con el mensaje de que los hombres serían
mortales, pero el lagarto llegó antes y los hombres sólo recibieron la noticia
fatídica de su mortalidad. Sobre la situación de estos antepasados respecto a
la divinidad, las versiones van desde una vida feliz y libre de sufrimientos a
una esclavitud de la que era necesario escapar.
La primera
creación de los hombres suele ser fallida. Por ejemplo, los awkas, pigmeos de
Gabón, explican que la divinidad modeló varios humanos de distintas arcillas,
más claras y más oscuras, los repartió por la tierra y les ordenó vivir allí.
Pero la última estatua, la suya, le había quedado más pequeña, y para compensar
esto les otorgó otros dones como la fuerza y la astucia. Otras veces la unión
sexual de la divinidad con la tierra fue defectuosa y por ello los seres
terrestres acarrean imperfecciones. También Dios puede decidir abandonar su
creación por otros quehaceres mayores. Este distanciamiento de Dios es, por una
parte, necesario, pues los africanos consideran que una divinidad “humana” es
absurda, pues se encontraría atada a la necesidad, pero por la otra entraña la
dificultad de contactar con ella, por lo que se recurre a los intermediarios,
los demiurgos o los propios antepasados a los que Dios les dio la misión de dar
buen fin a la tarea que él dejó incompleta. Éstos adquieren distintas
apariencias en su imaginario: desde tener la piel blanca, el color del más
allá, a ser genios[1]
culpables de posesiones, pasando por seres monstruosos[2]. Sus misiones
consisten en terminar al hombre otorgándole sus habilidades, como la música, o
ayudarles de manera directa ofreciéndoles dones sólo conocidos por la
divinidad, como el fuego y la forja. Por ello los herreros tienen un papel
importante en la sociedad africana, en cuanto a su dominio de un poder divino.
También son responsables de transmitir o llevar a cabo las peticiones de los
humanos, como la lluvia.
Todo
acontecimiento celeste y terrestre se encuentra interrelacionado. Por ello no
se desestima que una petición o acción de los hombres pueda recibir respuesta
del mundo celeste. Pero para ello, hay que desarrollar un lenguaje especial,
religioso, que en verdad permita la comunicación con la divinidad.
Las máscaras
suelen estar fabricadas con elementos naturales, vegetales y animales, mas no
tienen poder por sí mismas. Su función es ocultar la identidad del que ejecuta
determinada danza, evitando las posibles consecuencias del contacto con el
mundo divino, pues nada recae sobre el individuo. Lo mismo ocurre en el caso de trajes
ceremoniales y maquillaje ritual. El rojo es asociado a la sangre, la vida, las
emociones positivas y la realeza. El amarillo tiene igualmente un valor
positivo. Verdes y azulados son relacionados con la naturaleza. El blanco es el
color del luto, por pertenecer al más allá, y el negro tiene implicaciones
positivas como contrario del blanco, pero también negativas como la oscuridad y
la incertidumbre. En cuanto a las danzas y el resto de rituales, se suele
hablar de “drama”. Esto es así porque a menudo se trata de representaciones
religiosas de ciertos mitos o historias simbólicas, en un lenguaje universal
para el mundo celeste y el terrestre, si bien se prestan atención a muchísimos
detalles numerológicos: por ejemplo en el áfrica occidental, entre los números
sagrados, 3 y 4 simbolizan al hombre ya la mujer respectivamente, y su suma, 7,
simboliza una pareja y por tanto, una vez más, el mundo divino en su perfección
dual. Así, el 8 puede simbolizar una familia, ya que son la pareja y el
descendiente, etc. ; gestuales y de movimiento: los círculos indican un ciclo,
la vida o el tiempo, a la vez que algo permanente, y un cruce de líneas indica
un punto de partida; la izquierda y la derecha, asociadas a lo masculino y lo
femenino[3],
al este y al oeste o al norte y al sur… y otras muchas abstracciones que sólo
tienen significado para aquél que desde su nacimiento ha estado inmerso en una
cultura en la que todo tiene un sentido profundo antes que superficial.
La vida religiosa del Hombre Negro
Iniciación juvenil en Malaui,
previa a la circuncisión. Por Steve Evans.
|
Los africanos
tienen una consciencia muy fuerte del Yo. La palabra en sí misma implica un
conocimiento personal y una relación con el entorno. Pero dentro de esta
concepción individual, la concepción de pertenencia a una sociedad es aún más
fuerte e importante, de modo que su espíritu es divisible no sólo en su mente y
sus sentimientos, o en la vida ofrecida por la divinidad, sino también a otro
nivel, indisociable, donde ésta es compartida por la comunidad, y más aún con
sus parientes, descendientes, y antepasados.
El nacimiento se concibe como la muerte en el más allá, y la muerte como
el nacimiento allí. Un ser humano no está completo hasta que no llega a estos
puntos, y el tiempo y espacio preparatorios son la vida en la tierra. Desde el
nacimiento, el africano se encuentra dentro de un mundo imbuido en lo numinoso
mediante actos religioso y sociales. El propio nombre en ocasiones es asignado
al recién nacido atendiendo a qué posible antepasado se haya reencarnado,
estableciendo una identificación que guiará el modo de proceder del niño en el
futuro. Pero no se tiene exclusivamente este nombre, sino que se puede tener
una larga lista de ellos, que hable de parientes, de la tribu, de la situación,
de la festividad y sobre todos ellos, hay un nombre secreto. En boca de L.V.
Thomas (1975), éste es el que fija los límites de la intimidad. Los nombres son
los que otorgan poder sobre las cosas, y por ello este nombre no debe ser
revelado. En cuanto a los apellidos, que definen incuestionablemente el carácter
de la familia, llevan asociados un mito o historia que marca la forma de ser y
el camino que ha de tomar el alma, pues implican también ciertas prohibiciones
rituales. El conjunto familiar suele estar asociado a un tótem, equiparando al
hombre con cualquier otro animal sobre la tierra, pero también hay un tótem por
cada clan o tribu, que más que ofrecerle sus características animales,
presenta una vez más una historia
asociada.
Los actos
religiosos se desarrollan a la par que la vida de los hombres. Durante algún
tiempo, muchos de estos ritos fueron considerados iniciáticos, usando una
terminología no demasiado adecuada, basándose exclusivamente en el secretismo,
como ocurría en las sociedades antiguas o las sectas modernas. Además de esto, todo el mundo conoce quién
está o no en ciertos ritos, por lo que más que secretos son cerrados a todos
aquellos que no tienen la obligación de cumplirlos. En la mentalidad africana,
estos ritos de “iniciación” eran más bien entendidos como ritos de pasaje, pues
para ellos, uno sólo llega a iniciarse en el camino de la vida, en un continuo
esfuerzo por alcanzar la sabiduría[4].
Además, el secretismo es en verdad desconocimiento, por parte aquellos
estudiosos de mayoría occidental que no tienen la base cultural ni cultural
necesaria a este respecto. El resto de
ritos así entendidos en verdad son considerados de entrada o salida de un grupo
social. Véase que éstos coinciden con las etapas importantes de la vida:
nacimiento, salida de los dientes, pubertad, matrimonio, nacimiento de un hijo,
menopausia (en el caso de las mujeres) y muerte. Estos cambios se simbolizan
mediante pruebas o instrucciones de lo que viene a continuación.
En el nacimiento,
lo primordial es identificar al antepasado reencarnado y separarlo del mundo de
los muertos al que pertenece. En el caso de la dentición, indica el paso de
comenzar a pertenecer a la tribu, como un ser pensante y útil para la
comunidad.
En la pubertad, la
circuncisión o la ablación, cuya función es eliminar lo femenino del hombre, el
prepucio, y lo masculino de la mujer, el clítoris, u otras transformaciones del
cuerpo, como perforaciones o decoraciones con discos, varias veces evitadas a
través de sacrificios simbólicos. Es distinto el caso de los eves, en Togo,
pues el paso a la vida adulta se prepara con un retiro donde se les instruye en
lo que será su nueva misión en la comunidad y la familia. Cuando se trata de
alguien relacionado con la divinidad, al salir del retiro, que a veces se
realiza en alguna localización concreta y/o aislada[5], se
entiende que ésta ha muerto como “humana” y resucitado con sus plenas
capacidades. Una vez allí pueden identificar tanto su vocación como su
verdadero nombre, que pueden cambiar, aunque todo siempre bajo la atenta mirada
de padres o adivinos, que en realidad limitan estas elecciones a las
capacidades o la casta. El caso más difícil es, evidentemente, ser intermediario de los dioses, pues
requiere una preparación exhaustiva a la que muy pocos tiene acceso.
En el caso del
matrimonio, se efectúan dramas[6]
y fiestas que simulan el intercambio de familia, mas nunca se realiza un corte
respecto de la una o la otra, es decir, la mujer, si entra en la familia del
marido, no por ello deja de pertenecer a su padre y a su madre, y viceversa en
los regímenes matrilineales. Al nacer un
niño, hay un nuevo cambio de grupo social, pues ahora son padres y tienen otras
ocupaciones. En la menopausia de la mujer, el caso es el contrario, pero no por
ello sus hijos pierden nada: simplemente, han cumplido su misión sagrada de
procrear y continuar el linaje. Por este motivo, la esterilidad era uno de los
problemas más graves a nivel social, y requería de rituales específicos,
regeneradores, de reparación o de curación, como se verá más adelante.
Los funerales
implicaban el nacimiento en el más allá, como ya se dijo, pero a la vez, era un cambio social, pues se pasaba a
pertenecer al grupo de los antepasados. Antiguamente los cadáveres no eran
enterrados hasta pasados varios meses, como tiempo preparatorio para los vivos
y para el difunto. Su retorno sólo se contempla mediante la reencarnación o la
posesión, elemento que se analizará en el apartado acerca del esoterismo.
Bailarines Zulúes frente a su poblado. Por Hein Waschefort |
En la vida
tradicional africana el laicismo es nulo y toda situación tiene su parte
sagrada. Aparte de las etapas vitales, son necesarios otros muchos ritos que, a
pesar de que en cada poblado tiene una ejecución diferente, son comunes en el
conjunto del continente. Los ritos de regeneración son necesarios habida cuenta
de la concepción cíclica del tiempo sagrado[7], de modo
que cuando ocurre alguna desgracia – guerras, epidemias, sequías… - se puede
retornar a un punto anterior y positivo, mediante un drama ritual que
recree ese momento. Un ejemplo singular es la sustitución de un rey, personaje
de cierta importancia religiosa, cuando éste es anciano y ya no puede hacerse
cargo de sus responsabilidades, ya sea física o mentalmente. Para imponer un
nuevo rey joven, se dramatiza su rejuvenecimiento. Siempre se tiene en cuenta, no obstante, que
el orden y el caos deben perseguirse el uno al otro, y por ello en el tiempo
intermedio de la muerte, real o no, de un monarca a su sustitución debe
respetarse el vacío y el desorden, las luchas, etc., que pueden surgir, pues
esto no hace más que alentar la necesidad de recuperar una figura que instaure
orden de nuevo.
Parecidos a estos
son los ritos de reparación, que buscan arreglar aquello que rompe el orden
cósmico establecido, y que tienen cierta relación, a su vez, con los de
curación, ya que la enfermedad interrumpe el curso habitual de la vida. Una
parte de estos rituales tienen por objeto solucionar un error cometido por los
propios hombres, de ahí la importancia de conocer y respetar las prohibiciones
establecidas: siguiendo con el ejemplo del rey, suele ser una figura sagrada y
por tanto no debe quedar constancia de sus acciones humanas, por lo que éstas
se desarrollan siempre a escondidas. Hay también prohibiciones para el grupo en
conjunto, como las que impiden que se tomen ciertos alimentos, por considerarse
sagrados o maléficos; injuriar y maldecir, pues no se desestima el poder de la
palabra, así como entrometerse en un rito al cual no se está invitado; tabúes
sexuales que impiden el contacto entre ciertos grupos sociales o familiares,
etc. Para todos estos casos hay prescritos rituales de reparación o
purificación, cercanos a los de curación en sus aspectos más mundanos. Uno debía purificarse, por ejemplo, tras la
muerte de algún ser querido, en especial de la pareja, pero también cuando
había cometido un error, aunque éste fuese involuntario. Cualquier infracción
puede extenderse al conjunto de la comunidad, o al lugar en cuestión donde
sucedió, por lo que debe “limpiarse” todo aquello que pueda verse afectado con
la máxima presteza. La más común es la purificación por el fuego, el agua y el
humo, pero también podían ejecutarse dramas rituales que representasen la
no-infracción, como si ésta nunca hubiera llegado a cometerse.
Antes de permitir
que una infracción o error, o que llegue la enfermedad o el fallo de la
naturaleza, el hombre puede protegerse mediante rituales de protección, que
incluyen consagraciones, purificaciones previas, palabras concretas o la
imposición de una conciencia respecto del acto a realizar, véase al matar un
animal o una planta, tener en cuenta control y respeto, pues se está cubriendo
una necesidad y formando parte de un ciclo natural.
Pero no todo puede
quedar en manos de los humanos. Por ello son necesarios los sacrificios. La
sangre como fluido vital contiene la energía de los seres vivos, su espíritu, y
por tanto su parte útil del universo.
Sólo se efectúan sacrificios en ciertos momentos concretos e
inevitables, momentos culmen de la necesidad o presencia divina, por ejemplo un
cambio de gobernante o la fundación de una nueva ciudad, así como para suplicar
a la divinidad en épocas de escasez. Los animales escogidos para este fin
varían en cada región, pero se prefiere a los domésticos por considerarlos más
cercanos a los humanos, o por estar más humanizados al estar acostumbrados a
horarios y tareas propios de éstos. Los gallos son los más escogidos, no sólo
por practicidad, dado que es un animal barato de mantener, sino también porque
es un animal considerado sagrado por su anuncio de la llegada del día, y apropiado para la adivinación por su plumaje,
sus gestos y sus entrañas. Las ofrendas podían o no acompañar al sacrificio, y
estaban destinadas a aplacar las fuerzas divinas o a solicitarles ayuda, de
manera más delicada, mediante miel, leche, vino o cereales, en función de la
petición. Todos estos procesos eran llevados a cabo por las autoridades
competentes de la tribu, normalmente el patriarca o en casos más difíciles los
herreros o los curanderos. No había, como tal, sacerdocio fijo. Las mujeres
pueden ayudar pero en raras ocasiones, normalmente cuando alguna señal divina
indica su elección, llegan a desempeñar tal papel. Los actos rituales, siempre
teatralizados, culminaban en el altar, a veces artificial, como una cruz bien
dispuesta, o naturales, rocas o tocones poco manipulados. Bajo estos se sitúan reliquias u otras
ofrendas materiales, desde joyas a cráneos. Aparte de estos altares
específicos, por ejemplo entre los kissis existían altares personales, que cada
cual tenía en la parte trasera de su hogar para poder realizar sus peticiones y
justificaciones personales de manera privada tanto a genios o antepasados como
a Dios.
Ya para terminar
queda por hablar del esoterismo africano. Los africanos distinguen mucho entre
magia y brujería, siendo la primera positiva y social, y la segunda hostil y de
fines personales perversos. En definitiva, incompatibles, aparentemente, si
bien comparten muchas de sus técnicas, pero con finalidades diferenciadas. El mago actúa a la vista de todos mientras
que el brujo lo hace a escondidas.
Mientras que un mago es un ser completo, no así el brujo, que ya en su
origen muestra el desequilibrio que viene a traer. A menudo el mago es quien
debe identificar si hay algún brujo trastocando el buen curso de una tribu, y
lo señala con un poderosos amuleto, normalmente la cola de algún animal.
Dentro de la
religión tradicional africana sólo puede entrar la magia. Sus leyes principales
guardan similitud con las del resto de culturas, resumiendo, lo semejante
afecta a lo semejante: lo negro atrae o aleja nubes negras, lo que se construye o destruye afecta al
propósito que se busca… No todo es tan sencillo, y también la técnica y la
actitud influyen en la buena ejecución de los actos mágicos. Volvemos a encontrar
aquí el modelo del psicodrama. Dentro de esto que llaman magia, muchos
identificarían lo que nosotros llamamos medicina, herbología o psicología, pero
la aplicación práctica de magia al entender que una enfermedad puede ser
causada por fuerzas divinas debe anular este pensamiento religiocentrista.
Muchos optan por llamar a la magia africana, pues, esoterismo, lo oculto, para
no caer en estas trampas del pensamiento occidental.
Algunos actos
relacionados con la magia son las posesiones, antes mencionadas. En efecto un
genio o antepasado puede hablar a través de un individuo humano, a veces
llegando al éxtasis temporal, otras, sumergiendo al individuo en la enfermedad
o estados catatónicos incurables. A veces son espíritus benéficos y otras
maléficos, a los cuales debe expulsarse mediante una serie de exorcismos.
Podríamos dividir las posesiones en dos tipos: deseadas y no deseadas. Cuando
se desean, no hay sufrimiento, pues el alma humana cede su lugar, pero cuando
no se desea y el espíritu irrumpe, el hombre se convierte en la “cabalgadura” o
“esposa” del genio, dios o antepasado, que domina sobre el alma humana. Sin
embargo, los mensajes que transmite suelen ser lo suficientemente claros. La
adivinación también es continua, y no necesariamente debe ser llevada por un mago. Los magos, al
fin y al cabo, han sido escogidos, ya por voluntad y señales divinas, bien por
sus dotes y han estudiado con un maestro las técnicas de manera precisa, pero
cualquiera puede tener un don particular sin especializarse en él. Algunos de
estos adivinos son intérpretes de los poseídos, otros se mueven mediante la
geomancia, la gemomancia, la teframancia, la astragalomancia, la zoomancia… Y
siempre se desarrollan a la vista de todos, pues de lo contrario, sería un
brujo el que obraría[8].También
en la manufactura de talismanes y amuletos participa toda la comunidad, para
conocer su uso y eficacia.
Tanto para ser
mago como para ser brujo se requiere de una iniciación y del aprendizaje bajo
un maestro, pero, muestra del sistema patriarcal, se reconoce que las mujeres
suelen caer más en la brujería, y que incluso pueden transmitir esos poderes a
sus descendientes. Los brujos, además de ese conjuro “genético”, tienen el
poder de la bilocación y la metamorfosis, aunque con ciertas restricciones,
adaptadas al poblado en que actúan y sus creencias sobre los animales puros,
impuros, más o menos humanos, etc. Sus objetivos suelen ser las almas o dobles
divinos de aquellos a los que conjuran, los cuales languidecen sin motivo
aparente. El brujo “devora” mientras que el mago “alimenta”. No sólo los magos
pueden intervenir contra un brujo: si su influencia es devastadora, los
sacerdotes pueden llevar a cabo exorcismos y purificaciones, y toda la
comunidad puede participar en su identificación y expulsión.
La figura del
chamán queda en un estadio semejante al del mago y no son pocos los estudiosos
que se han mareado buscando similitudes y diferencias para saber dónde
encuadrarlo. Un chamán, por ejemplo, establece una comunicación con la
divinidad a voluntad, y cuando vence a fuerzas procedentes de la brujería, se
hace más “poderoso”, pues absorbe estas energías. Sus conocimientos, por otra
parte, tienen una parte pública pero también misticismo y secretismo que no
coinciden siempre con el mago, pese a que su función social es indiscutible.
Pero hablar del chamanismo, que no es un ejemplo único de África sino de todas
las culturas conocidas, requeriría otro artículo.
Influencias en la religión “tradicional”
Aquí se han podido
ver elementos muy generales, pero, por suerte, más o menos compartidos, de las
religiones tradicionales africanas. Pero también la palabra “tradicional” debe
ser revisada. África, sobre todo en su parte norte, ha sufrido las influencias
de otros muchos pueblos a lo largo de su historia, si bien el artículo se ha referido,
sobre todo a la llamada África negra.
Stamm (1995) llama a estas influencias “religiones importadas”.
Véase que ya los
egipcios habían tenido sus luchas con los pueblos centroafricanos, así como
relaciones comerciales hasta la época de los Ptolomeos y la ocupación romana.
Estos contactos provocaron ciertas fusiones que dieron lugar a templos
dedicados a divinidades egipcias en zonas bastante alejadas, así como otros
ritos calcados, como en el caso de los funerarios, con sus pirámides y ricos
enterramientos con figuras humanas, servidores del difunto, o las reinas
hermanas. Los judíos por su parte también comerciaron con los africanos y de su
religión quedan unos pocos vestigios, por ejemplo, en la observación del Sabbat
en algunas regiones, o en la conservación de la lengua gueze, con parte
semítica. También el cristianismo llegó a África - mucho antes que los colonos
europeos lo “impusiesen”- ya en el S. I, y su monacato fue impresionante.
Algunas de las creencias extendidas hasta hoy son por ejemplo que el Arca de la
Alianza fue entregada a los etíopes porque los judíos no reconocieron al Mesías
en la Iglesia Abisinia. El islam se abrió paso muy rápidamente en las zonas de
su dominio, quizás por ser el Corán un libro que aúna en uno la religión y la vida
social, aunque ha habido grandes divisiones espirituales debidas a los
componentes místicos del sufismo, a las hermandades y a los distintos
movimientos, como el wahabismo. Parte de los territorios de mayoría islámica y
del África subsahariana fueron después convertidos al catolicismo y el
protestantismo durante los siglos XVII y XVIII hasta la actualidad. A
posteriori se han desarrollado también iglesias mesiánicas, místicas y sectas,
que renuevan las creencias tradicionales africanas a través del animismo y el
milenarismo, sobre las tres religiones del libro, religiones puntuales como los
Testigos de Jehová o la Masonería… y otros cultos que buscan la recuperación
total del sentimiento religiosos africano pero no pueden evitar caer en otros
elementos conocidos de las demás religiones, o peor aún, en situaciones
políticas muy inestables.
Bibliografía
GONZÁLEZ ECHEVARRÍA, A: Invención y
castigo del brujo en el África Negra. Serbal, Barcelona, 1984.
MARCO, R: El árbol y la liana. Mundo
negro, Madrid, 1992
ROUMEGUERE – EBERHARDT, J: Pensamiento y
sociedad africanas, Cahiers de l’home, 1963.
STAMM, A.: Les religions africaines,
Presses Universitaires de France, 1995
THOMAS L.V.: La tierra africana y sus
religiones. Larousse université, 1975
ZAHAN, D: Religión, espiritualidad y
pensamiento africanos, Payot, 1970
[1] Estos “genios” podían ser antropomorfos,
fuerzas invisibles o apariencia semejante a la de los genios de oriente.
[2] Los Nommo, según los dogón, una pareja que a
partir de la cintura tenían cola de serpiente; los tres genios del río Níger,
en Mali: Togofobali, Boli y Sunkutu-Ba, quien por ejemplo tiene cuerpo de
serpiente, cuatro patas curvas y cabeza de macho cabrío.
[3] Una vez más, lo dual.
[4] Casi, podría decirse, adquieren una
“iluminación”.
[5] Como un santuario, ya sea en un terreno
natural o un recinto artificial.
[6] Como el rapto de la novia, común en otras
muchas culturas.
[7] Expresión popularizada por Eliade y aceptada
por su concreción ritual.
[8] Todas estas prácticas son ejecutables
igualmente por los brujos. El nombre que se le da es vudú fa o sikidy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario