miércoles, 2 de septiembre de 2015

El tipi: la pervivencia del espacio sagrado.

Por: Pietro Víctor Carracedo Ahumada. Doctorando en Ciencias de las Religiones UCM.

Correo electrónico: pietrocarracedo@gmail.com

Fotografía de Edward Curtis (1910)
Mucho, muchísimo tiempo ha, cuando el Mundo era tan nuevo que hasta las Estrellas eran oscuras, todavía era plano, muy plano. Chareya, el Anciano de lo Alto no podía ver la nueva y plana Tierra desde la oscuridad. Ni tampoco podía descender a ella, pues estaba muy lejos por debajo de él. Con una gran piedra practicó un agujero en el Cielo. Luego hizo bajar por el agujero grandes cantidades de Hielo y Nieve, hasta que se elevó una gran pirámide en la llanura. El Anciano de lo Alto bajó por el agujero (…) El Sol brilló a través del agujero del Cielo y empezó a derretir el Hielo y la Nieve. Hizo agujeros en ellos (…) y plantó los primeros Árboles. Ríos procedentes de la Nieve fundida regaron los Árboles y los hicieron crecer. A continuación, recogió hojas caídas de los Árboles y sopló sobre ellas. Se convirtieron en pájaros. Cogió un palo y lo rompió en pedazos. Del extremo más pequeño hizo Peces y los Animales, excepto el Oso pardo. Del extremo grande salió el Oso pardo, que fue señor de todos. Oso pardo era grande, fuerte y hábil. Cuando la Tierra era nueva, andaba sobre dos pies y empuñaba una gran maza. Tan fuerte era, que el Anciano de lo Alto tuvo miedo de la Criatura que había hecho. Así pues, para poder estar a salvo, Chareya ahuecó la pirámide de Hielo y Nieve, como un tipi. Allí vivió centenares de nieves. El Viejo Pueblo sabía que vivía allí, porque podían ver el humo que subía en espiral desde el agujero para el humo de su tipi. Cuando los extranjeros vinieron a nuestro país, el Anciano de lo Alto se marchó. Ya no sale humo del agujero para el humo”. [1]

Este mito Shasta[2] de la Creación era compartido por muchas de las tribus nativas de Norteamérica. Tal vez fuera porque no hacían grandes distinciones entre mito, leyenda, cuento e historia: todo es tradición, que ha de prolongarse, transmitirse y repetirse, pues la religión está conformada por todos y cada uno de los elementos. La relación del hogar con el Mundo y/o lo Sagrado no es exclusivo de estas culturas, sino que, más bien, cuesta encontrar en todo el globo una que no la establezca. No obstante, se analizará el tipi por ser el ejemplo en que la sencillez de su construcción guarda una de las de mayor complejidad religiosa.
Al igual que la gran variedad de tribus y clanes de nativos norteamericanos, también los hogares diferían según la zona. Los iroqueses del noreste construían casas alargadas; en la zona suroeste, los “pueblos de la tierra” –que creían que el hombre nació del barro- utilizaban adobe, y en la zona noroeste construían cabañas de cedro. El wigwam algonquino, cabaña piramidal a base de troncos, o el hogar de los ute, chozas de sauce y broza, recuerdan más al tipi, casa nómada por excelencia. Se considera inventada por tribus de los bosques, que utilizarían los propios troncos y el ramaje para sus primeras “paredes”, pese a ser posteriormente mucho más usada por las tribus de las praderas; el tipi es el prototipo de casa más antiguo, revivido por las necesidades migratorias de las comunidades ante épocas de sequía y la posterior llegada de los europeos. 
La palabra tipi procede del Lakota ti-pi, “lugar-vivir”, es decir, casa, hogar. El propio origen del tipi es sagrado, como invención divina. Sagrada debe ser asimismo su construcción a manos humanas: sus elementos siempre han de ser naturales, madera y pieles[3]. La mujer era la encargada de reconocer en el territorio el lugar más apropiado para la elevación del hogar. Se conforma de siete u ocho[4] largos palos, - la longitud y el número dependen del tamaño de tipi deseado, aquí se habla de un tipi familiar medio-, y su construcción se inicia con tres o cuatro – siempre números simbólicos, como los puntos cardinales, o los cuatro mundos navajos[5]- , que se disponen en triángulo o círculo y se atan en la parte superior. Uno de los huecos siempre será más amplio, ya que dará lugar a la puerta del tipi, que estará siempre orientada hacia el Este. Tiene gran valor simbólico, ya que, durante la construcción del mismo, se habrá de partir de este punto para ir colocando con orden preciso los demás soportes de la estructura, recreando el entrar y salir del hogar, el nacer y renacer en él cada día, cuando se viva y se duerma en él, al igual que el Sol, que los despertará en esa dirección, en una visión práctica de la estructura. Uno o dos palos más, se reservan para, cuando se haya extendido la piel sobre el tipi –previamente atada al último palo de la construcción- sostener las solapas para el humo. Estos palos se hunden en la tierra y se atan con clavijas para sujetar toda la casa; suelen colocarse de tal manera que formen un triángulo con el palo de la entrada, al igual que se procuraba al comenzar la construcción. La forma final que se obtiene es cónica o piramidal. Un agujero en lo alto permitirá la entrada de luz y la salida del humo. Exactamente igual que la primera casa, el tipi del Anciano de lo Alto.
Las pieles que se usan para recubrir el tipi estarán decoradas con imágenes y símbolos de la familia a la que pertenezca, de las historias míticas relacionadas con la misma, o la visión que se tuvo en sueños de cómo debía ser esta casa. Hay símbolos recurrentes casi de obligada representación, pues una cubierta pintada resulta inútil si no está unida a una transferencia religiosa. Un símbolo común es el de la espiral, repetido en la mayoría de las tribus: suele situarse cerca o en la misma entrada del tipi. Es un símbolo del sol y de la renovación del mundo. Es común la representación geométrica: los dibujos en zigzag evocan el agua- a veces líneas rectas-, las montañas o el propio tipi; un triángulo invertido hace supuesta mención a la femineidad. El círculo se relaciona con el mundo, con su bóveda celeste y el refugio, más allá de la tierra, también abovedado, con el sol, o con el propio suelo redondo del tipi, que, como se verá más adelante, guarda mucho valor religioso. Varios círculos de colores podían representar el granizo o las estrellas. Una cruz, generalmente en la parte alta, simboliza el lucero del alba, o la mariposa nocturna, relacionada con las visiones oníricas. La representación de animales tradicionales no está sujeta a patrones artísticos ni culturales, sino que busca casi exclusivamente simbolismo, de modo que lo que para nosotros podría resultar una deformación de las formas naturales para ellos guarda el secreto de la incomprensión humana frente a esos seres míticos sagrados. Si se da una recreación naturalista, se busca el valor religioso de la Creación. Una franja oscura en la parte inferior y otra en la superior reflejan la tierra, el agua, y el cielo. Así, representan el Mundo en sí mismo: se pintan los astros y seres como el Pájaro Trueno o la Serpiente del Cielo[6] en la parte alta, y abajo el paisaje, los animales y los hombres. Los colores, mezcla de pigmentos naturales y sebo, guardaban también un significado especial: el rojo se relaciona con la tierra y a la vez con las mujeres y la vida. El amarillo con el sol, las cosechas, y los bisontes - pues se extraía de la hiel de los mismos. El azul con el cielo y el agua. El blanco con las nieves y los rayos y truenos. El negro era un color de luto que también se podía relacionar con la tierra. El verde, extraído de hierbas y raíces, era evidentemente relacionado con el mundo natural. En el interior del tipi también podían incluirse dibujos, más relacionados con la historia de la familia o acontecimientos importantes, siendo frecuente además la representación de sueños y visiones: para los indios de las praderas, el interior del tipi condicionaba la vida de su dueño, si éste era agradable por dentro, el dueño estaría feliz; si representaba sus visiones, tendría más claridad en sus decisiones y mejor conexión con lo sagrado. Por ello mismo el tipi del hechicero o chamán de la tribu siempre se hallaba decorado exclusivamente de elementos sagrados como mitos, historias del pueblo y referencias naturales. 
Fotografía de Rebecca Dorbis (2013),
Reserva de Pies Negros, al norte de Montana. 
El suelo circular del tipi, como antes se dijo, recuerda a la Madre Tierra, al Mundo; es una demostración del conocimiento del sagrado ciclo de la naturaleza. La apertura superior del tipi abre un camino al Mundo Celeste, que se une a la Tierra en una manifestación sagrada. El humo se convierte en el pilar central y divino de la casa. Los postes son caminos dispuestos para que el hombre alcance la comunicación sagrada, con el Gran Espíritu, en comunión con la Tierra y el Cielo a un tiempo. La imagen del poste-camino al Cielo, que es común en muchas culturas, aquí se entiende por su valor natural: los árboles de los que se extrajeron guardan el valor sagrado de su crecimiento hacia lo alto, de su renovación cíclica estacional, de su extracción de la tierra por la Divinidad. Las pieles representan el valor de la vida y el mantenimiento de la misma por su protección y calor, manifestación del respeto y ayuda entre hombres y animales, que pervive aun estando estos últimos muertos. El orden de las pertenencias en el interior del tipi era muy importante: las pertenencias de hombres y mujeres se colocaban en uno y otro lado del tipi, al igual que los lechos y los cubrecamas. Mantas y esteras se alinean rodeando los bordes, como asientos comunes, que aíslan de las corrientes inferiores y delimitan aún más el espacio. Los objetos sagrados o de los antepasados se colocaban siempre al fondo del tipi, tras el fuego central, a veces protegidos por un palo que los separaba del resto de la estructura del hogar. Delante de este rincón, pero también detrás del fuego, era habitual la quema de incienso y hierbas en una suerte de pequeños altares. El fuego se situaba en el centro del tipi. Se escarbaba un poco en la tierra, se creaba un círculo con piedras y se preparaba la fogata, para la cual existía la costumbre práctica y religiosa de añadir los leños formando radios en la circunferencia, como si se tratase de una rueda, principalmente cuatro, por los puntos cardinales, añadiéndose más si el clima lo requería. Estos leños se hundían en la tierra por la noche para evitar la extensión del fuego y recuperar ascuas al día siguiente; este intento de preservación y recuperación del fuego guarda su valor religioso dentro de la circunferencia como un recuerdo de que el Sol renacerá. De la parte superior de los palos de la estructura se colgaban pellejos con líquidos o alimento, u otras pertenencias. El hecho de situarlas arriba no sólo tenía una visión funcional, sino religiosa: lo que la divinidad ha proporcionado se sitúa en la “zona” de la divinidad, hasta hacer uso de ello. Cuando un indio buscaba respuestas a través de visiones divinas y se retiraba a un lugar apartado un tiempo, llevaba consigo un hato sagrado con ciertas pertenencias y al echarse a dormir lo colgaba en la parte superior, pues entendía que la respuesta venía precisamente de “lo alto”.
Los elementos naturales de los que se construía hacían del tipi una “continuación” de la naturaleza. Por tanto, la vida en el tipi tenía el mismo valor religioso que cualquier otro acto en el Mundo natural, inundado de lo sagrado. El dueño se sentaba siempre al fondo derecho del tipi[7], y los miembros varones de la familia o los invitados de este sexo se situaban también a la derecha del espacio. Para las mujeres se reservaba el lado izquierdo del tipi. En las reuniones, la disposición siempre era circular, y el fuego tenía un importante carácter religioso en la misma, por lo que cruzar entre éste y el dueño o el chamán se convertía en un hecho reprobable. Generalmente uno se unía a las reuniones avanzando por detrás de los presentes. El movimiento en el interior del tipi procuraba hacerse siempre en el sentido de las agujas del reloj, por el valor que supone el movimiento de izquierda a derecha en el ciclo solar[8] y de renacer de la naturaleza. En esta misma dirección se iban sentando los miembros familiares por orden según la estructura familiar[9]. Los invitados debían permanecer de pie hasta que se les indicara un lugar donde sentarse, entendido como su aceptación en el hogar. Asimismo, la puerta del tipi abierta era un indicativo de que cualquiera podía entrar en él. Cerrada, era necesario pedir permiso y no actuar hasta recibirlo. En ciertas ocasiones donde los propietarios no debían ser molestados –lutos, rituales de enfermedad, etc.- se cruzaban palos en la entrada; esto guardaba el significado religioso de que el “círculo” o “espiral” de la vida cotidiana era interrumpida por algún acontecimiento importante. Había tipis o cabañas especiales para ciertos momentos, como la menstruación femenina o la “cabaña de sudar”.
Desmontar un tipi tenía por supuesto su ritual, sin embargo, lo sagrado no es sino la tierra misma sobre la que se camina y se va a asentar de nuevo. El valor de la construcción del tipi sólo es importante en cuanto a posicionarlo sobre terreno sagrado. Las migraciones por motivos mayores como una duradera sequía o la persecución de los bisontes se podían llegar a entender como de decisión divina, como una prueba para el pueblo, una experiencia religiosa en busca de un nuevo “hogar”, si bien la tierra toda lo era. El problema mayor se produjo con la llegada de los europeos, porque no era la Divinidad quien les indicaba dónde situarse, sino otros hombres. Tras comprender la concepción blanca de la propiedad del terreno, los primeros pactos no se hicieron esperar, aunque, como es bien sabido, éstos fueron quebrantados rápidamente. La casa portátil, por tanto, obtenía un nuevo valor como símbolo del exiliado. Se reunió a los nativos en apenas el 10% del territorio original. La creciente oposición al abandono de sus tierras por los nativos conllevó fuertes represiones militares y migraciones forzadas a pie de hasta 500 km a través de montaña y desierto. La casa portátil se convierte en una necesidad y en un símbolo de la pertenencia “real” a la tierra por la que se mueven, y posteriormente, la pertenencia a la “raza india nativa” de una manera pseudo-unitaria que hubiera costado un poco más entender cuando cada pueblo disponía de un territorio vasto y delimitado por los intercambios culturales y la propia naturaleza.
En 1825 el gobierno estadounidense halló una solución a la llamada “cuestión india”: la creación de una Nación India al oeste del Mississippi[10], lugar donde habían sido malamente reunidos los pueblos supervivientes. La propuesta se llevó a cabo en 1834, pero apenas duró hasta 1907. Se consolidó entonces la promesa que hicieron a los nativos de “permitirles permanecer en sus tierras”, creando las reservas[11], extendidas por todo el país, en los diferentes territorios de los pueblos indios. Durante todo este período se llevaron a cabo prácticas tales como escuelas para indios, para introducirlos en la cultura blanca, prohibiéndoles lengua y religión propias, cambiando sus ropas y tradiciones… La mayoría acabaron con una profunda crisis de identidad cultural. Los nativos establecen el fin de su cultura con el fin de la Danza de los Espíritus – un movimiento para reavivar el espíritu indígena, utilizado como excusa por los blancos para el desarme preventivo y la represión violenta- el 29 de Diciembre de 1890, en el enfrentamiento fatal de Wounded Knee. Desde entonces, continuar con el tipi como hogar podría parecer pura parafernalia.
La conservación del vestuario, de las artes tradicionales y la casa no son tan importantes como el mantenimiento de la conciencia de la relación con el Mundo. La espiritualidad india crece con la crisis de la ruptura de sus formas de vida. No consideran que lo sagrado y sus ciclos se alteren por su situación, sino que lo enmarcan en ello. ¿Por qué continuar entonces con su forma de vida tradicional –vista casi como primitiva- si es la espiritualidad lo más importante? ¿Acaso no basta con el sentimiento de grupo, o con rituales enmarcados en su cultura y su historia? De seguro atraerían a muchos hacia los movimientos nativistas. Pero no es eso lo que interesa, aunque grupos como El Camino Rojo busquen este tipo de integración sociocultural. En general, no quieren que sus tradiciones pasen a ser historia en un museo, ni convertirlas para gusto del hombre blanco. Hay que mantener la tradición viva con el pueblo vivo. En palabras de un anciano lakota de nombre Matthew King – apodo que ya demuestra su inmersión en el mundo moderno - : “Llevamos aquí millones de años. Dios nos dio leyes para organizar nuestro pueblo. No podemos cambiarlas. Nosotros (los seres humanos) no podemos hacer leyes.”[12] Sin embargo, sí que se transmite la cultura nativa a través de la literatura, la música, el cine y el teatro, por todo el mundo, con marcado valor reivindicativo.
¿Qué papel juega el tipi en las sociedades nativas modernas? El valor del hogar en la sociedad actual ha cambiado notablemente. El hogar ha perdido su importancia religiosa como lugar donde uno crece, aprende y vive, y el abandono es una señal de madurez e independencia de la familia, que también carece ya de su valor religioso. La formación de una familia no guarda significación en la mayor parte de la sociedad, al igual que el cambio de casa es puramente práctico. Pues bien, entre los nativos, el tipi es el recuerdo de la vida anterior, donde la familia se une. El asentamiento en el suelo recuerda que la tierra es el verdadero hogar del hombre. Su forma redonda recuerda los ciclos naturales y la eternidad de esta verdad. Su forma piramidal elevada rememora la contemplación del cielo, que sigue maravillando al hombre y da cuenta de su falta de humildad. Encontrarse dentro del tipi ofrece la posibilidad de entender el mundo de manera diferente, es una atmósfera nueva y antigua, aislante del pobre mundo moderno. La luz que entra por el agujero para el humo demuestra que para el hombre hay un camino marcado que, como el Sol, debe seguir cursos naturales. El humo de la fogata redonda recuerda que hay algo más allá de la posesión de cosas materiales, cosas que los antiguos sabían y que se han olvidado. La propia construcción de un tipi demuestra al hombre moderno el valor del esfuerzo propio en la vida. Los nativos agradecen el tipi como hogar transportable que les ha permitido llevar consigo también lo divino, pues, a sus ojos, se ha convertido en el último espacio sagrado que resta a los hombres para la comprensión del Mundo.  

Bibliografía

Berman, Franz. Indios nativos de Norteamérica. Iberlibro. Ultramar editores. Barcelona. 1997
Brown, Dee. Enterrad mi corazón en Wounded Knee. Círculo de Lectores. Barcelona, 1990.
Hungry Wolf, Adolf. Costumbres y leyendas de los indios pieles rojas. Archivo de tradiciones populares. José J. de Olañeta, Editor. Barcelona. 1982.
La vida en el tipi. Archivo de tradiciones populares. José J. de Olañeta, Editor. Barcelona. 1982.
Vestido indio tradicional. Archivo de tradiciones populares. José J. de Olañeta, Editor. Barcelona. 1982.
Rubio Hernansaenz, Luis (y otros) El cine sobre pieles y su verdadera historia. Cacitel S.L. Madrid. 2003.
Taylor, Colin F, Vida de los nativos americanos. Libsa. Madrid. 1996
Simon J. Ortiz, El poder de la tierra. Cuentos indios norteamericanos. (Antología). Montesinos. Barcelona. 1988
Vinezor, Gerald, Literatura india nativo-americana (texto bilingüe. Trad. Clara Isabel Polo) Taller de estudios norteamericanos de la Universidad de León, 1996.
Zimmerman, Larry, Indios norteamericanos: creencias, rituales y espíritus de la tierra y el cielo. Círculo de Lectores, Debate. Culturas de la Sabiduría. Barcelona. 1996.





[1] Versión castellana extraída de Hungry Wolf, A. Leyendas contadas por los ancianos. Archivo de tradiciones populares.
[2] Tribu situada en la actual región de California.
[3] La introducción de tejidos modernos alteró esta idea, que entre algunos grupos fue muy criticada.
[4] El siete es un número mágico-religiosos compartidos por la mayoría de las tribus.
[5] Siguiendo la tradición navaja, los Seis Seres primigenios emprendieron una ascensión por tres mundos donde hallaron situaciones conflictivas, la última de las cuales finalizó con una terrible inundación, donde quedó solamente un pedazo de tierra rodeado por las aguas que, al secarse, permitieron la existencia del mundo actual.
[6] Seres míticos responsables de las tormentas del Cielo.
[7] No sólo el más cálido, sino también el lugar de honor junto al elemento sagrado.
[8] La tierra gira de oeste a este, no son las estrellas las que se mueven entorno a nosotros.
[9] El concepto de “familia” occidental queda muy corto. No era necesario compartir tipi ni sangre para ser familia, la propia tribu al completo tenía este valor. Se sabe de casos de cautivos a los que se les dio el honor de ser considerados “primos” de sus captores.
[10] Su extensión habría de cubrir los actuales estados de Kansas, Oklahoma y partes de Wyoming, Nebraska y Colorado.
[11] Se calcula que actualmente un 50% de los nativos habita en reservas. El gobierno estadounidense ofrece incentivos para la “integración”, mientras el gobierno canadiense tiende a establecer acuerdos, considerando lícito el reclamo basado en la ocupación tradicional.
[12] La supervivencia de los sagrado, Zimmerman, L. Indios Norteamericanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario