Por: Jorge Mateos Enrich. Doctor por la Universidad Politécnica de Madrid.
Dibujo por Jorge Mateos Enrich. |
Aunque en el
artículo titulado “Las ramas del árbol del Islam II” se dio por concluido el
tema que empezó con el pretérito artículo de “Las ramas del árbol del Islam I”,
se ha estimado conveniente no cerrar los artículos definitivamente hasta
adjuntar una tercera entrega: “Las ramas del árbol del Islam III”.
La causa principal
de esta tercera entrega es, sin duda, tratar de adecuar la extensión y
complejidad de lo tratado, con el espacio literario disponible. Ello dejaba el
desarrollo de algunas facciones, credos, sectas etc. sin explicar lo
suficientemente. Creemos que con esta tercera entrega se podrá poner un broche
final más correcto.
Ya se vio que el
tronco se ramifica en dos ramas: la Sunní
y la Chií, y de ahí (como se plasma
en la ilustración, Fig.1) se completan ramas y hojas.
Hay que destacar
tres periodos básicos en el eje temporal de lo que se está tratando. El primer
periodo sería el correspondiente a los primitivos años del Islam (incluido el
periodo de la vida de predicación del Profeta). Este primer periodo sería el
llamado de los “Califas rectamente Guiados”: Abu Bakr, Omar, Utman y Alí.
A partir de este surgen las escisiones más definitorias de las escuelas
posteriores. Un segundo periodo, anómalo religiosamente, que sería el de las
dinastías Omeyas, encabezadas por Muawiya
y continuada por su hijo Yazid. Los Califas
habían sido los servidores de la religión, los Omeya sus amos. Y un tercero en
el que habría lugar a una vorágine de ramificaciones, que sería un periodo de
reflexión y de revisión religiosa con los Abasíes, donde se buscaba un nuevo
punto de partida.
En la época de los
Omeyas (mitad del siglo VII - mitad del siglo VIII) no era lo mismo el concepto
religioso y legal en Medina (Arabia) que en Kufa (Irak), los dos grandes
centros (junto con Damasco) de la vida espiritual y legal musulmana, tanto en
cuanto a “tradición” como a “modernidad”.
Insistiendo en que
el gran cisma se produce con Alí, marcamos
otro punto de revisión con la llegada de los Abasíes (año 750), destronando a
los Omeyas. Como decíamos (S. VIII) Medina permanecía fiel a los conceptos
tradicionales de la ley tribal árabe pero en Kufa, un medio predominantemente
persa y una sociedad cosmopolita, había otros métodos. El efecto de las leyes aplicadas diferían de
una ciudad a otra. Con el desarrollo del derecho escrito la escuela de Medina
se convirtió en la escuela malikí, y la escuela de Kufa en la escuela hanafí.
La creciente diversidad de doctrinas sería el rasgo más destacado de la
evolución jurídica en la segunda mitad del siglo VIII.
De nuevo, la
política abasí había respaldado la idea de que el califa era el servidor de la
ley, no su amo. Se trataba, pues, de “islamizar” la ley.
Esbozadas las
cuatro escuelas de derecho (malikí, hanafí, shafaí y hanbalí) en entregas anteriores, decir que el derecho
hanafí era el sistema oficialmente adoptado por el gobierno central abasí.
Aunque hubo
acercamientos y alejamientos entre las cuatro grande escuelas, actitudes
polémicas e intolerantes entre sí hasta el siglo IX, las cuatro fueron
consideradas ortodoxas en el islam Sunní.
El rasgo primordialmente distintivo, sin embargo, de las teorías legales malikí
y hanafí, oponiéndolas a la shafí y hanbalí, es su reconocimiento de las fuentes
suplementarias de la ley.
Es obvio que las
fuentes documentales son más extensas en la rama Sunní, debido sobre todo, al número de sus practicantes y a su
extensión geográfica. Pero esto no quiere decir que el islam no produjese
ramificaciones en la rama Chií,
netamente minoritaria, y más contenida geográficamente.
Volviendo al gran
cisma, vamos a fijar el recorrido a partir de ahí en ambas ramas. En el islam Sunní, la “cadena” de califas fue común,
hasta un momento, a la del islam Chií.
Ambas ramas consideran los califas inmediatamente posteriores a la muerte del
Profeta: Abu Bakr, Omar, Utman y Alí, como los “Rectamente Guiados”. No obstante, Alí fue considerado el primero para el
credo Chií, hecho que produjo es
desgajamiento del “gran tronco”.
En efecto, la
línea sucesoria Sunní siguió con el
califato de su hijo mayor Hassan.
Según unas fuentes este abdicó a favor del omeya Muawiya, según otras se apartó voluntariamente del califato a
cambio de algunas prebendas. No obstante Alí
tenía otro hijo: Hussein, ya
mencionado en los anteriores artículos (sacrificio de Kerbala). A partir de
aquí las dos ramas tuvieron diferentes cadenas. Después de Muawiya, su hijo Yazid
tomó las riendas del califato, pasando posteriormente a Walid I, Hisham, Al-Mansur, Harum al Rashid (“el bien guiado”)…siguiendo,
así, su propio camino. Los sunníes tenían califas, los chiíes imanes.
Por otro lado el
Chiismo consideró a Alí (Alí ibn Abu Talib) como su primer imán,
y sucesivamente a sus hijos Hassan y Husseín. Posteriormente siguió la línea
consanguínea con Alí ibn Hosseín,
Mohammad ibn Alí y en sexto lugar a Jaffar
ibn Mohammad Sadeq. Nos detenemos en el sexto imán chií por que tiene una
importancia capital, ya que a partir de aquí surgiría otra bifurcación en la
rama Chií.
Aunque hay más
ramas, quizá las más importantes del credo Chií
sean las de los septimanos y las de
los duodecimanos, esto es, la de los
seguidores del séptimo y las del duodécimo imanes, completamente divergentes. A
partir de los septimanos surgieron los Ismailitas, mientras que los
duodecimanos están a la espera de la reaparición del imán oculto, el Mahdi (el que hace el número 12 y que
desapareció en el 864), momento en que llegará el Juicio Final.
Se tratará da
aclarar, a partir de aquí, estas nuevas “ramas” y las consecuencias que
tuvieron en el “árbol”. Es evidente que todos estos vaivenes son inseparables
de asuntos políticos, religiosos, territoriales, o personales.
El sexto imán Jaffar ibn Mohammad Sadeq, tal vez el
mayor teólogo dogmático del chiísmo ortodoxo, había designado como sucesor a su
hijo Ismail, pero un día lo encontró
en estado de embriaguez y decidió revocar su decisión, nombrando a su hermano Musa (Musa ibn Jaffar) para sucederle en
el imanato como séptimo imán. Esto condujo a un cisma cuyas consecuencias
históricas, religiosas y políticas serían trascendentes para la historia del
islam.
Evidentemente los
chiíes duodecimanos no reconocieron las pretensiones de Ismail (Ismail ibn Jaffar)
de convertirse en imán y lo ignoraron, llevando la línea de sucesión al último
imán, el duodécimo: Mohammad ibn al
Hassan, el “Imán oculto”. Pero los partidarios de Ismail se negaron a reconocer esta anulación.
Lo que le sucedió
al propio Ismail es objeto de
discusión. Algunas fuentes aseveran que murió y fue enterrado por su propio
hermano. Sin embargo, diversos partidarios de Ismail refutaron estas historias, afirmado que no estaba muerto. De
hecho llegaron a decir que, cinco años después fue visto en Basora y que había
adquirido poderes milagrosos. Los que apoyaban los derechos de Ismail y sus descendientes recibieron el
nombre de “ismailíes” o “ismailitas”. Dada la importancia del imán para el
credo de los chiíes, esta disputa sobre quién podía ser el imán legítimo
condujo inevitablemente a profundas divisiones entre los propios chiíes.
Como se ha dicho
las consecuencias de este nuevo cisma fueron trascendentes. En lo político, los
ismailíes conseguirían crear varios
reinos independientes, tales como la poderosa dinastía Fatimí en Egipto, los carmatas que fundaron el estado de
Bahrein y los nizaríes, más conocidos
como la “Secta de los Asesinos”, cuyo
centro de operaciones estaba en Alamut, un conjunto de fortalezas cercanas a la
ciudad de Ghazvin (noroeste de Irán). En el aspecto ideológico fueron los
herederos del gran debate intelectual entre distintos grupos religiosos que
tuvo lugar en el Bagdad de los siglos IX y X.
A pesar de que los
abasíes llegaron al poder con la ayuda de algunos chiíes, el hecho de que
asumieran la autoridad en el mundo musulmán tuvo poco efecto en cuanto a
favorecer la causa de este grupo. Hubo varias rebeliones contra ellos los
propios abasíes, no solo por cuestiones religiosas o de interpretación de la
ley, sino por las propias cuestiones del gobierno. Pero no solo los chiíes se
rebelaron contra ellos, algunos grupos sunníes hicieron lo propio. Estamos
hablando de estallidos de violencia y de guerras intelectuales.
Aparte de esto,
una amenaza de menor calibre contra los abasíes fue la que generaron los
duodecimanos. Convencidos estos de la llegada de un redentor (el Mahdi), desarrollaron un
martiriológico en torno a algunos de sus imanes que habían sido asesinados a
causa de su fe. Sin embargo, su actitud relativa al concepto de Mahdi era en esencia pasiva. En
contraste con esta manera pasiva de aceptación del destino, los ismailíes, asumieron
un papel mucho más enérgico y evangelizador que los duodecimanos, que eran más
ortodoxos y reservados. Decir que los ismailíes consideraban a su séptimo imán
como “su” Mahdi y que creían que
debían preparar la situación para el regreso de este mediante su intervención
activa.
Los sunníes, y de
hecho algunos chiíes duodecimanos, se oponían radicalmente a los ismailíes. Las
exigencias de estos fueron ampliamente rebatidas por sus enemigos. Al final,
las amenazas formuladas contra los que se negaban a aceptar las pretensiones de
Ismail y de los seguidores de su
línea llegaron a ser demasiado peligrosas, por lo que el mismo Ismail, el séptimo imán de los
ismailíes, se vio obligado a esconderse. Así el imanato quedó oculto, aunque
durante el siglo siguiente, más o menos, el cargo de imán, según los ismailíes,
pasó de uno a otro entre individuos que eran sucesores de Mahoma, pero en
secreto.
A partir de
entonces, los ismailíes se vieron obligados a asumir una actitud de secretismo
estricto en sus planteamientos, tanto con respecto a su religión como a su
actitud evangelizadora.
A partir de aquí
las actuaciones de estos estuvieron envueltas en el secretismo y en el misterio.
Los ismailíes
argumentaban que el Corán no debía leerse como una serie de afirmaciones
literales, sino que había un margen amplio para la interpretación, esto es,
hablaban de interpretar significados ocultos. Significados que solo ellos eran
capaces de hacer. Para muchos musulmanes sunníes ortodoxos esto era anatema,
pues eran contrarios a la interpretación. El modo en que los ismailíes
interpretaban los significados ocultos del Corán (conocidos como batin) exageró aun más las diferencias.
Los nuevos conversos ismailíes tenían que pasar por un a “ceremonia” de
iniciación antes de poder acceder a dichos significados ocultos. El hecho del
secretismo llevó a que durante la última parte del siglo VIII y a lo largo del
IX, la capacidad de los ismailíes para mantener su actividad de manera
continuada fue realmente escasa.
No obstante sus
“misioneros” (d´ai) encontraron
terreno abonado en muchas zonas de Oriente Medio, Persia y Siria para la
implantación de sus creencias, aun en los años oscuros. Hubo que esperar hasta
la segunda mitad del siglo IX para que los ismailíes comenzaran a emerger de
sus escondites secretos y salieran a la luz, coincidente con las tensiones
sociales en el Imperio abasí.
A mediados del siglo
X los abasíes estaban en franco declive. Una dinastía chií procedente de
Persia, los buyies, se estableció en Bagdad, algo que acabó de manera
definitiva con el dominio abasí. Estos buyies eran chiíes duodecimanos, más
moderados que los ismailíes.
Los ismailíes
también tuvieron que observar en su seno varios movimientos radicales como los
qarmatas o los drusos, procedentes estos de la secta Darazi. Sin embargo, un
nuevo grupo estaría a punto de aparecer, y era el que mayor marca dejaría en
los historiadores, sobre todo occidentales, era la secta de los “Asesinos”…
Hemos
profundizado, en este último artículo de la serie, en la rama Chií del gran
árbol, esperando que la trilogía haya aportado los suficientes datos al neófito
para una comprensión algo más precisa de un complejo e intrincado organismo
que, aun hoy día, sigue bullendo de actividad.
Con esta entrega
se ha completado la historia del islam en sus tres primeros siglos de
desarrollo, pero el árbol ha seguido creciendo y dasarrollándose de forma inminente
hasta los albores del siglo XXI.
Bibliografía.
·
ALFRED G. KAVANAGH. Irán
por dentro. La otra historia. Ed. TIERRA INCÓGNITA. 2010.
·
ANSARY, TAMIN. Un destino
desbaratado. La historia universal vista por el Islám. Ed. RBA. 2011.
·
NOEL J. COULSON. Historia
del derecho islámico. BIBLIOTECA DEL ISLAM CONTEMPORANEO. Ed. BELLATERRA. 2000
·
W.C. BARTLET. Los
Asesinos. Ed. CRÍTICA. 2006.
·
YALALUDDIN AS-SUYUTI. Los
Primeros Califas del Islam. Ed. MADRASA 2007.
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