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Tabla de maldición encontrada en Britania |
Los
nudos tienen una clara interpretación de atar, sujetar, anudar, etc. diferentes
objetos, individuos, circunstancias… pero en ocasiones se vuelve un elemento
con poder propio que puede afectar, voluntariamente o no, a aquello que ate.
Ante todo, cuando se da este tipo de recurso en el ámbito mágico-religioso, nos
encontramos ante las denominadas prácticas homeopáticas, siguiendo la definición
de Frazer[i] y su
ley de semejanza –aunque su ley de contacto tendrá algo que decir a este
respecto–.
El
nudo mágico como tal no tiene por qué ser un anudado de hilo, cuerda o
cualquier otro material, también puede ser algo que permita una sujeción, desde
un común pisapapeles hasta enunciar el acto sin llevarlo a cabo. Esta evolución
de pensamiento, de progresiva separación del nudo mismo a otras posibilidades,
se podrá ir observando en los ejemplos que se enunciarán a lo largo de este
artículo, si bien modificará su significado primero o lo mantendrá inmutable
según las circunstancias de cada sociedad. Me centraré especialmente en el
mundo euro-mediterráneo antiguo, pese a incluir algunos ejemplos más actuales
en los casos en que se considera interesante analizar la evolución del elemento
mágico y su pervivencia. Para terminar esta pequeña introducción, quiero señalar
que en la mentalidad antigua –y hoy día aún en la popular– está muy presente la
idea de una vinculación de todos y cada uno de los elementos constituyentes del
universo. Del mismo modo que la astrología afirma que los astros afectan a los
nacidos bajo sus signos, por estar “unidos” a ellos, otros dirían que lo están
todos los seres vivientes, y aquellos, que la naturaleza nos reúne a todos. En
definitiva, los antiguos tienen mucho más presente y le dan más importancia a
cualquier anudamiento de lo que podremos darle nosotros a algo que consideramos
un elemento muy vulgar.
¿Dónde
encontramos las primeras manifestaciones de nudos
mágicos en el entorno a tratar? El hecho de enrollar, entrelazar, retorcer,
etc. con fines mágicos homeopáticos parece tener manifestaciones muy tempranas,
ya en la prehistoria según algunos especialistas en arte (S. Giedion, E.Ripoll)
que se basan en las pinturas en que aparecen manos aparentemente cruzadas, figuras
cruzando los dedos o meandros marcados con los dedos, delimitando contornos,
como marcas de posesión. También ha habido menciones a las primeras prendas
trenzadas, en una asociación de las primeras redes de caza y pesca como
elementos positivos, a pesar de que estas cumplen una función excesivamente
práctica. ¿Podría ser que en el hilado, aunque en principio una ocupación
femenina, surgiese la visión mágica y protectora propiamente dicha del
anudamiento en las primeras prendas y bisutería?
Runas del Futhark nórdico asociadas a los nudos mágicos.
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Desconocemos
en qué momento cobra el nudo la importancia necesaria como para convertirse en
un tabú o en una necesidad, pero tenemos ejemplos de ello en muchas culturas
distintas. Principalmente, el nudo como práctica mágica puede tener fines
positivos y benefactores o negativos y maléficos, según el uso que se haga de
él. Sin embargo, también por sí mismo el nudo puede tener poder mágico (la
δύναμις de la que hablaban los griegos).
1. La
magia de anudar físicamente
En
la antigüedad euro-mediterránea encontramos muchas referencias a anudamientos y
encadenamientos al hablar de diferentes fenómenos, casi siempre en situaciones
mágico-religiosas o de carácter inmaterial. Si bien el mundo grecorromano, base
de la cultura occidental, es el que más cambios ha producido en la
interpretación de esta práctica mágica, también aquí podremos encontrar
ejemplos variados de la literalidad de la magia del anudamiento.
Para empezar tenemos la relación propia del cuerpo mismo con el anudamiento.
En la antigüedad los bailes y ceremonias –ambos, pues generalmente van unidos–
se llevaban a cabo, a veces, mediante una unión de los miembros, en parejas o
grupos en corros. Tenemos testimonios del valor mágico de este tipo de danzas
no sólo por la formación de un círculo –no hace falta explicar el valor
circular–, sino también por el hecho de cerrar el lugar, el fuego, el conjuro,
las plegarias… En la literatura clásica tenemos ejemplos del tipo: ¡Anudemos
un coro…![ii], que en este caso
cantan las Erinias antes de disponerse a torturar a Orestes por la muerte de su
madre. Tenemos también los ejemplos de los bailes tradicionales de diferentes
regiones europeas en las que “atarse” al bailar es norma.
El acto de abrir o cruzar las piernas ha ido cambiando
sus connotaciones a lo largo de la historia de la magia. En el mundo
grecorromano se consideraba funesto que una mujer embarazada cruzara las
piernas, pues el feto podría, directamente, no nacer, mientras que para
protegerse de las inquinas de los enemigos era efectivo cruzar brazos o
piernas. Parece curioso que la psicología corporal moderna interpreta el cruce
de brazos automáticamente con decisión o defensa, y hacerlo con las piernas
parece indicar seguridad. Las manos, por otra parte, siempre han sido un
elemento mágico, sobre todo de carácter defensivo, ya desde la antigüedad
prehistórica. Parece por tanto digno de mención su valor apotropaico, sobre
todo el cruzar los dedos de diversas maneras, como la higa (poner el pulgar
entre el índice y el corazón) contra el mal de ojo y cualquier tipo de
brujería; o cruzar los dedos índice y corazón con el mismo fin, gesto que pervive
hoy día para preservar y atraer la suerte a los propósitos.
Tyet
o Nudo de Isis.
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Del
nudo como objeto mágico tenemos testimonios como los de Plinio, quien dice que
los nudos se utilizaban como herramienta sanadora en las enfermedades de la ingle:
a un hilo de araña se le hacían siete o nueve nudos, y se mencionaban al
deshacerlos nombres de viudas. Tampoco es extraño incluso hoy día, sobre todo
en los pueblos mediterráneos, encontrar algo anudado a una escultura de una
divinidad (más actualmente a un santo) para rogarle por el cumplimiento de una
petición… aunque a nivel popular, realmente se crea que el santo en cuestión
cumple su parte del trato con el fin de ser liberado. El poeta Virgilio[iii] nos
da ejemplos de magia amorosa, contándonos que para atraer al amado Dafnis, una
joven anuda tres veces una cuerda; también en este poeta, pero en La Eneida, relata
cómo Dido se desciñe los vestidos pero se desata una sola sandalia mientras
ejecuta un ritual mágico previo a su suicidio: de esta manera, busca librarse
del amor por Eneas, pero a la par mantiene atado al troyano[iv].
Asimismo hay hechizos egipcios que implicaban anudar una cuerda o hilo tres
veces, simbolizando, además numéricamente, la detención del infinito, del
tiempo, de una situación…
Por
otra parte, los fineses contaban con hechiceros que mediante tres nudos enviaban
el viento a los marineros (el primero leve, el segundo fuerte, y el tercero,
huracán) según los desataban, pues se creía que en tales cuerdas estaba el
viento encerrado. Hay textos letones que expresan los poderes de estos magos
vecinos siempre en relación con una cuerda “mágica”, casi como atributo propio
de los hechiceros.
Los
nudos en la vestimenta eran en el mundo antiguo cosa que requería de gran
atención, pero aún hoy día en ciertas regiones se guardan de olvidar su función.
Se ha demostrado que la ropa con cruces y nudos, pliegues, etc. adquiría para
los antiguos un significado especial, mágico, por la oferta de protección que
presenta. Los cinturones, fajas, etc. de la antigüedad son uno de los elementos
más testimoniados con valor mágico-religioso, tanto en el mediterráneo como
entre los celtas o el Oriente medio: el sostén de Afrodita o el velo de Ino
Leucotea en las narraciones homéricas, que ofrecen magia amorosa y protectora,
respectivamente;[v]
el ceñidor de los reyes o personajes importantes de la Biblia[vi], que
tenía en el propio rito judío cierto valor religioso. Coinciden estos objetos en que confieren
nuevas fuerzas o poderes a su propietario, una vez este lo ha anudado a su
cuerpo. Y del mismo modo que los cinturones, también los broches y cierres de
las prendas podrán adquirir un valor mágico cuando más allá de la estética
quede asociado, decorado o no, con una divinidad o elemento sobrenatural.
Ejemplos de ellos hay en los broches de la Hispania antigua, que además tenían
una decoración astral de círculos concéntricos y cruzados, o entre los pueblos
nórdicos, donde se ha querido ver en los motivos decorativos de la ropa
símbolos rúnicos escondidos.
Cabe
citar también que los cabellos, muy susceptibles de ser trenzados y anudados,
adquieren también un valor mágico. A veces sencillamente son la fuente del
poder, en casos como el de Sansón o Niso, el padre de Escila, quien tenía un
mechón dorado o purpúreo que su hija cortó para que su amado Minos triunfara,
ya que aquél mechón era la fuente de su suerte y sus victorias. Otras veces
debe propiciarse la magia mediante los peinados. En numerosas culturas podía
averiguarse la edad, situación o el rango social de un individuo en base a lo
complejo de su peinado: durante mucho tiempo las cabezas de las jóvenes
casaderas pasaron por épocas de mucho trabajo, mientras que en ambientes
religiosos el cabello debe ir suelto y sin adorno, preferiblemente, o tener
adornos sobrios, aunque por otros motivos, ocultos.
Y
es que, como ya se dijo, el anudamiento no siempre es positivo. Véase el caso
del Flamen Dialis, sacerdote de Júpiter, y su mujer Flaminica, quienes no
podían llevar ropa con ningún tipo de nudos, si bien debían ir completamente
tapados. Tampoco podían llevar brazaletes o anillos, y mientras que el hombre
debía llevar cabello y barba recortados bajo un gorro, la mujer debía en
ocasiones abandonar su habitual peinado trenzado en cono, para no arreglarse lo
más mínimo, pues se pensaba que todo esto ayudaba a no “atarle” a su condición
terrenal y así no molestar en sus actos religiosos. Incluso tenían prohibido
caminar bajo parras y otras plantas del estilo, pues los zarcillos de éstas
contaban como nudos.
Merece
la pena indicar que en muchas regiones rurales el anudamiento de las prendas
guarda aún especial sentido. En ciertas zonas de España, Italia o Rumanía
existe aún la tradición entre la gente de los pueblos de evitar que la mortaja
tenga nudos –es posible, también, que se cosa ropa nueva sin anudar para este
propósito–; no atan los cordones de los zapatos del muerto y evitan el uso de corbatas
y demás accesorios que requieran de algún tipo de nudo: hasta el cabello es
peinado repetidas veces para evitar enredones. El objetivo de este tipo de
actos es evitar que el difunto o su alma queden atados a este mundo
terrenal-material y por tanto, no puedan descansar en paz o molesten a los
vivos. Asimismo se aseguran de desatar cualquier nudo posible, o le incluyen un
lazo en la mano o en la muñeca, deshecho el nudo, a los difuntos que han dejado
atrás esposo o esposa, para que éstos queden libres y puedan volver a
casarse.
Se puede asociar estas tradiciones del nudo a
ciertas costumbres europeas medievales, que a su vez beben de tradiciones
paganas. Existía en el Medievo la creencia de que un lazo anudado por algún
envidioso podía ser causante del impedimento de consumación y embarazo de una
recién casada, por lo que se procedía preventivamente a desenrollar todos los
nudos y lazos existentes, se quitaban cerrojos y abrir puertas y ventanas en el
momento del parto, incluso, para facilitar la llegada del bebé… esta situación
se repetía en los últimos momentos del difunto, pero con una finalidad
evidentemente distinta.
Los
nudos en estos últimos casos se presentan como algo más externo, que afecta sin
embargo directamente a los de su alrededor. La necesidad de realizar el nudo no
es personal, lo cual vuelve el acto mágico más peligroso, pues uno puede
desconocer su existencia pero sí recibir el efecto. En todo caso, lo lógico es realizar
el nudo concienzudamente, como cuando en pueblos de Rusia se arrojan redes
sobre los recién casados y los umbrales de las casas para atrapar todo lo malo
antes de que les toque. Esta función apotropaica se repite en los actos de
anudar hilos de lana u otro material que se haya poseído en otro objeto, que recibirá
el daño: hay varios relatos de la Grecia popular en que un sacerdote anuda
hilos rojos en un árbol, para que el enfermo sane y el árbol absorba la
enfermedad. Del mismo modo, el morţişor búlgaro, blanco y rojo, se anuda pasada
la primera quincena de marzo a una rama de un árbol frutal para que con la
primera flor venga también la suerte al portador, asociando en este caso la
pulsera con un bien personal.
Y hablando de pulseras llegamos al mundo amulético, pues estas son elementos
externos, no necesariamente creados por el portador, pero con poder en sí
mismo, por lo que su presencia, externa se puede convertir en algo mucho más
personal. No sólo cuentan como nudo
mágico porque se llevan anudadas en las muñecas o las manos, sino por sus
formas, de las cuales las más apreciadas son las enrevesadas y complejas
–talismanes celtas, con trenzados infinitos y cerrados, que simbolizan la
continuidad del tiempo y el mundo. Pulseras y collares trenzados encontramos
desde época muy temprana, y se han relacionado estrechamente con las
decoraciones de la cerámica o la piedra en que trenzas o formas zigzagueantes
que aparecen casi desde sus primeras manifestaciones, -si bien no es
comparable, ya que a menudo se ha hablado de simbolismos como el mar o las
montañas para este tipo de representaciones geométricas. En cualquier caso, el
trenzado en la bisutería, por llamarla de alguna manera, puede guardar algún
valor mágico en cuanto a que hoy día en algunas zonas sigue teniendo ese
sentido, al interpretar que un trenzado de tres o cuatro cuerdas, de diferentes
colores, ofrecen tal o cual suerte basándose en patrones mágicos
numérico-cromáticos. Además, también se consideraba que portar nudos encima, ya
fuera como amuleto o en bisutería, atraía la suerte y protegía de todo mal.
Para hablar de amuletos propiamente dichos
nos detendremos en Egipto. En Egipto los términos para referirse a los amuletos
eran meket, nehet o sa, que son palabras derivadas de diferentes
verbos que significan “proteger”. Aquí encontramos el llamado Lazo o Nudo de
Isis, Tyet. Realizado en jaspe rojo o cualquier material de este color,
o en su defecto de oro o recubierto de oro, este amuleto, que representa un
nudo con los extremos cayendo a ambos lados, simboliza la sangre y la fuerza
mágica de Isis, diosa hechicera por excelencia, y otorgaba protección a su
portador. Al menos así se ha interpretado a raíz de su asociación con el
capítulo CLVI del Libro de los Muertos. Se han encontrado generalmente en
ambientes funerarios, pues se colocaban al cuello del difunto para su bienestar
en el Más Allá. También existía la costumbre de sumergirlo en agua o perfumes,
mientras se recitaban los versos del Libro de los Muertos[vii], y
podrían incluirse aquí los collares funerarios dorados.
El Ankh o cruz egipcia, que es símbolo de la vida y
muy utilizado como amuleto ya desde la antigüedad, ha sido presentado por
algunos estudiosos –pues aún se desconoce a qué se intenta asemejar su forma–
como un posible nudo, o dos piezas unidas en el cuello, un cruzado…como fuere,
atribuir al amuleto su poder a causa de la unión mediante nudo; por esto baste
solo mencionarlo pero no incluirlo en este listado de ejemplos.
En Roma tenemos un ejemplo básico: la bulla, el
saquito con un amuleto en su interior que los niños debían portar hasta la
madurez para protegerles de todo mal. En el caso de los celtas tenemos el llamado Huevo de Serpiente, que cita Plinio[viii],
amuleto en el cual se entrelazaban numerosas serpientes, normalmente recubierto
de oro o dorado, en el que los druidas y poderosos confiaban casi ciegamente,
con la creencia de que aquél que poseyera tal artilugio saldría vencedor en
cualquier cosa que se propusiera. Es oportuno recordar que en el mundo celta
las serpientes aparecían prácticamente en casi todos los amuletos, pues
simbolizaban Vida, Tiempo, y si tenían cuernos, una de las formas del dios
Cernunos, divinidad de la naturaleza.
2.
La
reinterpretación del nudo. Otras formas, mismo fin.
La idea de atadura no puede ceñirse exclusivamente al acto en sí. El
hombre encontrará el camino para “encadenar” el mundo a su antojo sin necesidad
de anudamiento alguno.
Si podían crearse nudos con cuerda, y también tallándolos, ¿por qué no
crearlos dibujándolos? En el mundo antiguo hay representaciones aisladas con
nudos, una de ellas, por ejemplo, en la extraña piedra que se encontró en
Delfos, donde puede verse un relieve de líneas que se entrecruzan y anudan
(¿vegetación?), y de la que aún no se ha podido decir mucho salvo que
seguramente tenía carácter mágico.
En el mundo nórdico, las runas Othalaz, Gebo, Dagaz e Ingwaz están
relacionadas en su visión mágica-mántica con nudos: la primera, como símbolo de
propiedad privada, a la protección de la misma; la segunda, simboliza un
cruce/encuentro o un lazo, como runa de la amistad; la tercera, cerrada como un
lazo, simboliza una recuperación (normalmente de salud o riqueza). Por último,
Ingwaz se relaciona con una detención del tiempo o de los hechos, ya que se
entiende como un nudo, tal cual, en el enfrentamiento, según algunos, de dos
runas Kenaz (< del derecho, > del revés), que ante todo son símbolos de
apertura.
Si ciertos animales tienen características mágicas y hasta son
representados con tales fines, ¿podría alguno ser utilizado para un hechizo de
anudamiento? Sin duda. Véase el caso de los búhos o del torcecuello, que
menciona Píndaro[ix], que eran utilizados o
imitados con diferentes artilugios en las prácticas mágicas o en la poesía
amorosa para encadenar, vigilar o recuperar al amante, ya que igual que giran
el cuello hacia un lado, luego rápidamente recuperan la postura normal.
Y del mismo modo que un amuleto, no necesariamente con la misma forma
del nudo, implicaba ya una atadura, otros objetos pueden ser utilizados con el
mismo fin, aunque no con las mismas intenciones.
Las figuras
de cera, barro... sean quizás la segunda interpretación en este
sentido más literal de la magia. No en vano desde antiguo una representación de
cualquier tipo o material de una divinidad o démon cobraba ya especial valor.
Por tanto, tampoco es extraña la aparición de amuletos que representan a tal o
cual divinidad o genio para tener protección, entendiendo que se encerraba en
tal objeto una pequeña parte de su esencia y, por tanto, de su poder. Algunas prácticas
mágicas aseguraban atar un poder sobrenatural, en la actualidad generalmente mediante
un santo cristiano, pero en el mundo antiguo judío, como se puede ver en el
Libro de los misterios, había fórmulas y técnicas para coaccionar a los seres
celestiales, amenazándolos con no soltarlos hasta recibir lo solicitado,
generalmente mediante el anudamiento de una prenda. Se ha pasado de petición a
exigencia. Y si podían ser encadenados seres
sobrenaturales, ¿qué impedía, pues, llevar a cabo prácticas mágicas con figuras
mortales?
Tenemos varios ejemplos también en Egipto;
citaré la historia de la conspiración contra Ramsés III, aunque se sabe del uso
de figuras desde la III hasta la XX dinastía. En esta historia los
conspiradores contaban con cierto individuo que tenía acceso a los libros
mágicos de la Biblioteca Real, y que hizo uso de los conjuros que allí
aparecían, entre los que se encontraba realizar figuras de cera u otros
materiales representando a ciertas personas cercanas al Faraón, para “atarlas”
y de esta manera impedir que le ayudaran, volviéndolas completamente inútiles.
Sin embargo, no pudo llevarse a cabo en condiciones puesto que la conspiración
fue descubierta.
Tenemos testimonios parecidos en Grecia,
pero asociados a figurillas de carácter amoroso, en que se representaba a un
varón o a una
mujer, o en ocasiones a ambos, arrodillado el suplicante-amado, apoyadas ambas en
una superficie sobre la cual se escribían los nombres de los amantes. También
hay figuras de madera y cera de Eros, denominadas Erotes, a las que se hacía
ofrendas y peticiones, y a las que en ocasiones se les ponía delante o ataba
algún objeto personal del amado o que hubiera tenido contacto con él, para que
el dios hiciera lo propio. Alejandro Magno, se cuenta[x],
recibió una caja con una recreación de las fuerzas enemigas encerradas en un
cofre, y se le dijo que de preservarlo bien cerrado para asegurarse siempre la
victoria sobre ellos.
En la Inglaterra e Italia medievales, según Frazer, se
echaban a la chimenea figuras talladas de los enemigos, no inmediatamente al
fuego, pero cerca, para que se derritieran o quemaran lentamente. Y no hay más que echar un vistazo al uso de
velas en la actualidad, que se utilizan en términos esotéricos no tanto para
“pedir a santos”, sino para “derretir” al amante o vencer al enemigo, del cual
se incluye normalmente una foto junto a la cera y se pronuncia su nombre en la
petición-conjuro.
El fenómeno, a pesar de conservar sus formas más evidentes hasta hoy
día, continuó evolucionando. Se deja un poco de lado la ley del similia similibus y otros objetos
adoptan la misión de los anudamientos. Los ejemplos más claros son las
defixiones latinas, tablas de diferentes materiales (aunque sólo se nos
conservan de plomo) con nombres o circunstancias escritas que se hundían en la
tierra tras patearlas, doblarlas y agujerearlas, para que ésta se las
“comiera”, y con ello, el portador del nombre que allí aparecía sufriera las
mismas desgracias. Las tabellae defixionum cuentan con el añadido de ser un
resto arqueológico real, no sólo mencionado en textos, de las cuales se han hallado
y publicado ya más de seiscientos, y se continúan descubriendo más. Se han
encontrado tablillas en todo el territorio romano, en Grecia y en Oriente
próximo, aunque se cree que esta práctica provenía directamente de los fenicios.
También entre los íberos y los celtas se llevaban a cabo prácticas semejantes,
si bien la costumbre había sido tomada, según parece, de los romanos: estos, no
obstante, no las enterraban siempre, sino que muchas veces hacían cumplir sus
conjuros arrojándolas al agua. La tablilla de Chamalières (Puy de Dôme)[xi],
encontrada en la llamada Fuente de las Rocas, un santuario galorromano, fechada
hacia el siglo I d.C. tiene un valor especial por estar escrita no en lengua
latina, sino ya en lengua autóctona. Estos conjuros continuarán en el
territorio europeo oriental, incluso, en época bizantina.
Sólo queda la máxima abstracción, la palabra. Las defixiones son
ocupación del drómenos[xii], por lo que se
han hallado tablillas sin texto pero igualmente maltratadas. Es otra forma de
presentar “el nudo”, plantando en el mismo elemento los diferentes objetos que
quieren reunirse, ya que a menudo el texto escrito, según fue complicándose o
inscribiéndose la fórmula en primera instancia oral, incluye expresiones de “yo
ato, yo sujeto”, o la invocación a divinidades con epítetos claramente
relacionados: Ήρμης Κατóχος (Hermes el que sujeta) Con la llegada de los dioses a las fórmulas
mágicas, el individuo irá alterando en estas la primera persona por el
imperativo, para conferir más poder al acto mágico. Estas expresiones de
encadenamiento llegan a enunciarse de manera directa en verbos como atar,
anudar, sujetar, encadenar, etc., al menos hasta donde nos dejan ver de la
magia los escasos papiros recuperados y la literatura. En
los textos griegos mágicos no sólo se habla de encadenar a tal o cual
individuo, sino también de vincular –que no es exactamente lo mismo- y al mismo
tiempo, dentro de los propios conjuros, se encadenan las acciones y los
nombres, mediante palabras mágicas de difícil pronunciación o directamente
negando los espacios e intervalos: así, por la propia sucesión de palabras
poderosas, tiene lugar, como si de una cadena física se tratase, la consecución
del hechizo.
La evolución del nudo ha llegado hasta su
desaparición, en pos de su nombramiento. Pero su eficiencia mágica, en
cualquiera de sus formas, continúa incluso hoy día, a ojos de los practicantes
de magia, plenamente eficaz.
Notas:
[i] La rama dorada. Capítulo II: La magia simpatética, 1 Los principios de
la magia.
[ii] 14 Esquilo, Euménides, vv.30
[iii] Églogas VIII, vv.78-80.
[iv] Eneida,
vv.750-751
[v] Homero. Ilíada XIV, vv.
214-221 y Odisea V, vv,346-350.
[vi] Véase por ejemplo el caso del Rey David danzando en el Santuario
ataviado sólo con el ceñidor, o incluso en el apócrifo Testamento de Job, donde
éste regala cinturones divinos a sus hijas como el mayor de los dones.
[vii] Que dicen
así en su traducción inglesa en Egyptian Magic, de Sir Wallace Budge:The
blood of Isis, and the strength of Isis, and the words of power of Isis shall
be mighty to act as powers to protect this great and divine being, and to guard
him that would do unto him anything that he holdeth in abomination.
[viii] Naturalis Historia 29. 55 y ss.
[ix] Pítica IV, 214-219.
[x] Abu-Shâker, ibn al-Râhib, The
history of Alexander the Great.
[xi] Conservada hoy en el Museo de Clermont Ferrand.
[xii] Drómenos, el que actúa, y legómenos, el que habla, como
los dos agentes de la magia.
Bibliografía:
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Tablets and Binding Spells from the Ancient World.’ New York: Oxford University Press
Daímon
páredros, Magos y prácticas mágicas en el mundo mediterráneo. Aurelio Pérez
Jiménez, Gonzalo Cruz Andreotti (eds.) Ediciones clásicas. Mediterránea Nº9
Málaga. 2002
Derek Collins, Magic in the
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Frazer, J.G. La rama dorada. Fondo de cultura
económica México-Madrid-Buenos Aires. 1981.
La magie en Égypte: a la recherche d’une
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Magic and Ritual
in the Ancient World. Paul Mirecki, Marvin Meyer (eds.) Brill.
Leiden, Netherlanden. 2002
Religión, magia y mitología en la Antigüedad
clásica. Jose Luis Calvo Martínez (ed.) Biblioteca de estudios clásicos.
Granada. 1998
Religión, superstición y magia en el mundo
romano. Encuentros en la Antigüedad. Dep. Historia Antigua. Universidad de Cádiz. 1985
Sir Wallis
Budge. Egyptian Magic. Citadel Press. Carol of Publishing Group. Toronto. 1997.
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