domingo, 8 de mayo de 2016

La concepción divina de Santa Sofía en Constantinopla I



Por: Jorge Mateos Enrich, Doctor por la Universidad Politécnica de Madrid.

El edificio que es ahora museo de Santa Sofía en Estambul fue mezquita en su tiempo y basílica cristiana en su origen. En el año 537 fue consagrada y celebró su primera misa para el emperador Justiniano.

Si bien el monumento en sí fue una obra artística y arquitectónica sin parangón, no es menos destacable todo el proceso de gestación y construcción de la basílica. Santa Sofía no es tanto la materialización de una idea, acaso de una obsesión, como el empeño y la constancia de su mentor y promotor: Justiniano.

Es una obra rodeada de misterio, de magia, de superación. Es una obra inspirada directamente por Dios y revelada al Emperador.

Pero antes de abordar  causas,  cómos y  porqués hay que retrotraerse en el tiempo y relatar algunos aspectos históricos para la comprensión global de la construcción de Santa Sofía, cuáles fueron sus antecedentes y en qué obras se inspiró.



Imperio Bizantino


Hacia el 476 los rasgos del Imperio Bizantino han fraguado y son explícitos. Se trata de un imperio extenso, culto y de regiones de larga tradición en el uso de la escritura, de la reflexión filosófica y de la disputa teológica. La lengua dominante es el griego y mantiene el vigor de las instituciones y de la cosa pública.

Es un imperio romano y es un imperio cristiano. Desde mediados del siglo V el patriarca de Constantinopla se convertirá, prácticamente, en un Papa de Oriente.

El momento de máximo esplendor del Imperio Bizantino se da con Justiniano I, que recuperará la hegemonía en el Mediterráneo. En tiempos de Justiniano se había conseguido una tregua que permitió a este sus conquistas por el Mediterráneo Occidental y un corto periodo de dominio sobre gran parte del imperio antiguo.

Recreación de Constantinopla



Constantino

Hablemos primeramente de Constantino, que fue quien trasladó la capital del Imperio a Constantinopla: la “Nueva Roma”.
La guerra civil entre Constantino y Majencio fue también, como ocurre en estos casos, una guerra en la que los elementos religiosos toman partido. Al menos los elementos políticos buscaron aliados religiosos: este seguía la fe de su familia, el mitraísmo, pero la actividad anticristiana de Majencio produjo la reacción de una alianza con los cristianos, financiera e ideológica. Casi una quinta parte de la población del imperio, los cristianos, formaban un sólido apoyo y su religión había recibido la influencia de la filosofía griega que le confirió un soporte intelectual que la hacía apta para las personas cultas. Su final oposición al pagano Licinio le empujó aún más al cristianismo y, al hacerse cristiano él mismo, desaparecía el formidable impedimento de la adoración del emperador como divinidad.
Su hábil política fue reunir en Nicea a los obispos en asamblea (325), presidirla y convertirse en árbitro de la mayor cuestión que dividía entonces a la grey cristiana, es decir la doctrina de Arrio y al resolverla en un sentido convirtió a la Iglesia en una institución imperial más, con el emperador a su cabeza. Finalmente culminó la operación construyendo otra Roma.
La vieja Roma seguía siendo demasiado pagana para la nueva situación; el cristianismo legalizado en primer lugar (Edicto de Milán 313) pasó a ser religión protegida y finalmente fue creencia oficial, política y administrativamente y, por ello, Roma no era un lugar cómodo para las instituciones religiosas.
La ciudad de Constantino estaba sobre un solar griego, su lengua era el griego, plazas y calles estaban adornadas con innumerables estatuas griegas traídas de toda la Hélade y tenía una no pequeña ventaja ideológica, era una ciudad completamente construida desde el principio totalmente cristiana.
El apoyo unánime de la jerarquía cristiana exigía, además del jurídico y económico, un correlato monumental: hubo que ceder edificios oficiales para los nuevos cultos y administración y donde no los había adecuados se construyeron nuevos. Y debían ser espaciosos, suntuosos y ricos según la elevada posición del representante de la Iglesia Cristiana que era la más elevada del Imperio; y así fue construida ad libitum, y cedido para uso religioso, el tipo de edificio civil polivalente que era la basílica.
Tras el Edicto de Milán surgió la necesidad de crear una nueva construcción que albergase las necesidades del nuevo culto. Como ya se ha referido el ejemplo que tenían era el de las basílicas romanas que aunque eran edificios civiles se podían adaptar bien a las necesidades de la religión cristiana.
La basílica paleocristiana es un edificio de planta axial terminado en un ábside, esto tenía el inconveniente de no tener un espacio central. Es pues en los edificios palaciegos donde hay que buscar el origen del edificio de planta central con cúpula que aparecerá en el espacio bizantino posteriormente. Los grandes complejos imperiales romanos contenían estructuras de este tipo, como las salas octogonales de la Domus Aurea de Nerón (año 64), o también la sala octogonal de la Domus Augusteana de Domiciano (año 92). Ambas salas estaban rematadas con cúpulas con óculo.
El templo de Minerva Médica en Roma es un modelo más desarrollado (año 300). A estos se les añadían nichos cuadrados y circulares. Este esquema evolucionó y se plasmó en edificios como el Palacio de Antíoco (año 416).
Un edificio clave en todo este proceso es el llamado Octágono Dorado de Antioquia construido en época de Constantino (Iglesia de la Divina Armonía) entre 327 y 341. Este edificio se adelantó 200 años a Santos Sergio y Baco, Santa  Irene  y a Santa Sofía.

La planta central pasó de los palacios a los mausoleos paganos y de estos a los Martirya a través de los cuales se introdujo en la arquitectura religiosa cristiana. Pero en este esquema de difusión se produjeron numerosas excepciones, sobre todo en Siria, donde muchas iglesias de planta central y poligonal presentan nichos y exedras sin ser específicamente Martirya.
El origen de este tipo de planta es palaciego y romano pero su uso en edificios cristianos surgió en Siria en un momento en el que en Constantinopla aún se construían basílicas, es decir, a finales del siglo V  y principios del VI.
Las iglesias con cúpula y planta central de Constantinopla, cuya aparición precedió en algunos años a la llegada de Justiniano en el 527, tendrían así sus orígenes tanto en edificios palaciegos de Constantinopla como en las iglesias sirias.
En Bizancio no fue hasta la época de Justiniano que la planta centralizada y la cubierta de cúpulas o abovedada se convirtieron en los elementos más característicos del arte bizantino.
Los antecedentes podríamos encontrarlos en la ciudad de Gerasa (actual Jordania) en el siglo II, en donde aparecen pechinas y arcos torales. Pechinas conformadas como triángulos curvilíneos y trompas como bovedillas semicónicas.
La originalidad bizantina, y la cubierta, no se entendió como algo estático, sino como un organismo dinámico en el que los empujes de la cúpula central se contrarrestan con otras cúpulas secundarias que, a su vez, transmiten los suyos a otra serie de cúpulas más pequeñas que descansan en los muros, reforzados o no, por contrafuertes exteriores.
Los elementos constructivos en Roma eran la fábrica de piedra, el hormigón y la armadura de ladrillo, mientras que en Bizancio predominaba la fábrica de ladrillo.
Lo único que tendrían en común los procesos constructivos es que ambos se quieren liberar de la sujeción de las obras auxiliares y de las instalaciones provisionales.
Esta búsqueda de la economía es una tendencia inherente al buen sentido práctico.
En Roma la bóveda es un monolito hecho de materia plástica que exige un molde, mitad ladrillo, mitad armadura de madera. El ladrillo permanece embebido y contribuye a la resistencia. En suma, el procedimiento occidental incorpora a la bóveda la mayor parte del molde que soporta.
El procedimiento oriental consiste en abovedar sin cimbras, esto es, elevar las bóvedas en el espacio sin soporte de ningún tipo. No es una variante del método romano, es un sistema bien distinto, de origen asiático. El arte de construir se plegaba a este cambio, se transformaba, helenizó los tipos asiáticos y encontró, en estos tipos, transformado, su verdadero renacimiento.
El arte bizantino representa el carácter griego actuando en una sociedad semiasiática, sobre elementos tomados de la vieja Asia.

Justiniano

Justiniano ascendió oficialmente al trono el primero de abril de 527. Fue nombrado coemperador con su tío Justino (518-527), quien debido a su carencia de la cultura necesaria para el cargo y la administración necesitó la ayuda de su sobrino. Justiniano era un hombre inteligente, diplomático, sagaz y buen organizador, entregado incansablemente a los asuntos de gobierno y profundamente consciente de los deberes de su alto rango y posición cerca de Dios. Redujo y reorganizó la administración, y emprendió la ardua labor de legislador eficaz. Un gran renovador necesitaba serlo también en las construcciones, y fueron sus construcciones grandiosas (impresionantes para los súbditos orientales), originales y apoyadas en la vieja tradición romana lo más nuevo y atrevido que nadie hubiera imaginado.
Así se generaliza una concepción arquitectónica nueva, rompe con la basílica y concibe un nuevo espacio para el culto religioso: se genera un edificio sobre una planta cuadrada central con las cubiertas abovedadas y la planta central cubierta con cúpula. Los cuatro grandes pilares que sostiene la cúpula son los elementos fundamentales, acompañados, para el resto, de las dos columnatas que dividen las naves laterales.
 

Bibliografía.


· CESAREA, PROCOPIO DE. Los Edificios. Col. Estudios Orientales. Universidad de Murcia. 2005.

·  CORTES ARRESE, MIGUEL. Elogio de Constantinopla. Col. Estudios. Universidad de Castilla la Mancha. 2004.

·   EGEA, JOSE M. Relato de cómo se construyó Santa Sofía. Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y chipriotas. Granada .2003.

·  MATEOS ENRICH, JORGE. Persistencia de Santa Sofía en las Mezquitas de Estambul. Ed. ACCI. Madrid. 2014.



No hay comentarios:

Publicar un comentario