jueves, 7 de abril de 2016

Arquitectura barroca española: La interpretación del espacio religioso en el s. XVII



Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia del Arte por la  Universidad Autónoma de Madrid.



Detalle de la topografía de Madrid.
En el siglo XVII, el lugar donde el creyente encuentra su sitio para la manifestación tangible de sus creencias, es el templo. Por tanto, el espacio que lo define debe ser apto para la adoración y la contemplación. Dentro de los objetivos inmediatos del Concilio de Trento estaba también la reforma de las órdenes religiosas. Pese a las dificultades políticas y económicas de esta centuria, surgieron diversas empresas religiosas encabezadas por capuchinos, carmelitas, ursulinas, jesuitas y otras más. En este aspecto, fue el Papa Paulo III quien aprobó la creación de las nuevas órdenes.


Introducción


Se considera que las directrices para la concepción del espacio sagrado vinieron marcadas por los modelos jesuíticos, cuyo desarrollo arquitectónico, marcado por la defensa religiosa, concibió un modelo estricto: la iglesia congregacional, de nave de salón, inspirada no solo en los ensayos italianos del siglo XV, sino en las iglesias del Languedoc, Cataluña y Valencia, como ya señalara la historiadora Virginia Tovar Martín.[1]

La España de Felipe IV asume una primera etapa constructiva que prioriza por razones de Estado obras en el Alcázar, Plaza Mayor, Cárcel de Corte y Real Sitio del Buen Retiro. Estas empresas absorben la mayor parte del presupuesto de la Hacienda Real y las nuevas órdenes religiosas que se fundaron a comienzos del siglo, tardarían en ver concluidas sus obras.


Espacio religioso y espacio arquitectónico.


Se toma como partida las trazas del maestro Mayor Pedro Sánchez que, junto al arquitecto Francisco Bautista, plantearon el modelo de espacio aprobado por la Contrarreforma, que se plasmaría en la iglesia del Colegio Imperial de la orden jesuita hacia 1630. Pero, los valores y las señas de identidad de nuestros artífices hispanos, que aprendieron del legado herreriano y demostraron su personalidad y espíritu crítico, nos sorprendieron con proyectos e iniciativas que demostraron  una importante actitud renovadora.


El modelo jesuítico interpretaba el espacio del templo a través de una planta de salón, con capillas comunicadas entre sí, crucero insertado en su estructura longitudinal, la cúpula como elemento rotundo en la comunicación entre el espacio para los fieles y la zona sagrada de la consagración litúrgica. Sorprende con interés cómo nuestros maestros experimentaron fórmulas claramente enmarcadas en un nuevo fin: “la insistencia por acotar el eje longitudinal comprimiéndolo en un área muy corta respecto al ancho de la nave”. Con  este sistema se conseguía, al menos, una primera solución al objetivo planteado en el primer barroco, la síntesis de las estructuras  centrales y longitudinales.[1]
Para comprender la importancia del espacio de culto en este contexto del Barroco, nos surge una reflexión: ¿a qué se ve obligado el fiel cuando entra en el lugar del culto? Desde los primeros siglos de la Edad Media, sabemos que la basílica establece una estructura jerárquica y articulada del espacio que es coincidente con el mandato eclesiástico (un espacio direccional, dirigido hacia un punto focal que se marca por el altar mayor, bajo el templete). En un sentido único, no obstante, se determina también la categoría individual para el acercamiento a la liturgia y para la espiritualidad individual. La distribución de zonas laterales, Evangelio y Epístola, junto con el papel ejercido por los elementos formales del lenguaje arquitectónico, y las consecuentes zonas del  crucero, presbiterio y ábside consiguen la congregación de los fieles para la oración. Si seguimos otros procesos históricos y de estilo, a lo largo de la Edad Media y del Renacimiento, salvando  los cambios de técnica y de formas, podemos considerar que esa concepción ha variado poco.
Miguel Ángel Buonarrotti, así como los otros maestros de la segunda mitad del siglo XVI, aportaron ya una nueva interpretación de ese espacio, de tal manera que se abría el campo de experimentación para lograr la unión de los dos criterios: la obediencia y disciplina del fiel dentro de la iglesia y su posibilidad de sentir la magnificencia del universo creado por la obra de Dios, a través del espacio centralizado.

Algunos ejemplos de modernidad del Barroco español

Todas las investigaciones en el campo de la Historia del Arte de este periodo coinciden en reconocer el avance de la arquitectura del siglo XVII en este nuevo deseo por conseguir  la interactuación de los dos espacios, longitudinal y central.
 Modelos significativos fueron, en este tiempo, la planta de la capilla de San Isidro en la iglesia de San Andrés en Madrid: al elegir la fórmula de dos cuadrados concatenados se establece una conexión con la cabecera de la iglesia de San Andrés, que se separa de la capilla por medio de un gran arco de medio punto, idéntico al que separa los dos espacios continuos. En síntesis, el conjunto longitudinal ha engendrado la sucesión de organismos centrales. El efecto está logrado: persuadir y dominar al espectador, efecto al que contribuyen también los elementos interiores de ornamentación y envoltura general del espacio.
En la iglesia de las Comendadoras de Santiago, la cruz se inscribe en un cuadrado y a uno de los lados se añaden capillas, mientras que los otros quedan fundidos entre las estancias accesorias de la iglesia y el convento[2].

De una forma progresiva y bajo planteamientos intelectuales bien formados en el conocimiento  racional de la arquitectura, la aportación más importante de nuestro Siglo de Oro estuvo en la ingente producción del arquitecto Juan Gómez de Mora, en una larga carrera como Trazador Mayor, Maestro Mayor de las Obras Reales y de la Villa de Madrid, en pocos años, desde 1612 a 1615. En su intervención para el convento de las monjas Bernardas  de Alcalá de Henares, donde por primera vez se aplicaba el modelo de planta oval con capillas elípticas y cuadrangulares alternadas, encontramos la experimentación más sabia de nuestro arte en la combinación de dos movimientos contrapuestos, el central y el longitudinal, “tratando el espacio como un sistema abierto que carece de antecedentes en la arquitectura hispana”.[1]
El estudio de las obras a lo largo de su proceso vital nos deja también una herencia valiosa en la obra de aquellos que, no solo llevados por la vocación formativa, sino por un sentimiento religioso profundo supieron combinar el ejercicio de la fe con la pasión por la arquitectura. Buen ejemplo de ello dieron hombres de la talla del Hermano Bautista o de Fray Lorenzo de San Nicolás, uno de los arquitectos más significativos del siglo XVII. Sirva de ejemplo el testimonio presente de alguna de sus realizaciones, como la parte que subsiste del antiguo Convento de la Concepción Real, que perteneció a las monjas de la Orden Calatrava,  trasladadas  de una localidad de Guadalajara a la Corte de Felipe IV.  En la actualidad este edificio solo contiene parte de lo que fue el conjunto general de la edificación conventual. Pero, en lo que hemos venido señalando en esta reseña, vemos otro testimonio de ese concepto de espacio intermedio entre los planes basilicales y el plan central.
Dejando al margen otras diversas motivaciones que contribuyeron a la elaboración de la arquitectura religiosa, en estos modelos citados y muchos más sirvieron al objetivo principal del espíritu religioso que impregnó  la cultura  de la Contrarreforma en su afán por unir en el lugar del culto, a la vez, la defensa del dogma y el cobijo de los fieles.

BIBLIOGRAFÍA

TOVAR MARTÍN, V.: Arquitectos madrileños de la segunda mitad del siglo XVII. Instituto de Estudios Madrileños. Tomo XVIII. Madrid 1975.
TOVAR MARTÍN, V.: Juan Gómez de Mora(1586-1648).Museo Municipal de Madrid. 1986.
CORELLA SUÁREZ, M.P.: Arquitectura religiosa de los siglos XVII y XVIII en la provincia de Madrid (Estudio y documentación del partido judicial de Getafe) Biblioteca de Estudios Madrileños. Tomo XXIV. C.S.I.C. 1979.
VALBUENA-BRIONES, A.: El Barroco. Arte. Thesaurus. Tomo XV. Centro Virtual Cervantes. 1960.
http://manuelblasdos.blogspot.com.es/2011/10/las-comendadoras-de-santiago.html





[1]hhttp://www.artehistoria.com. De Antonio, T.:” Gómez de Mora y la sistematización del lenguaje arquitectónico”.  




[1] TOVAR MARTÍN, V.: op. Cit. Página 37.
[2] el antecuerpo de las capillas se relaciona con la fachada, propia de un templo longitudinal,,, mientras que en el interior, cada brazo absidial está compuesto por dos tramos, uno de cañón con arcos de refuerzo y el de cierre semiesférico. Los machones se achaflanan en la zona central del cuadrado  para hacer descansar sobre las pechinas trapezoidales la inmensa cúpula encamonada con linterna”. Tovar Martín, op cit, p.60





[1] TOVAR MARTÍN, V.: “Arquitectos madrileños de la segunda mitad del siglo XVII”. Instituto de Estudios Madrileños. 1975. Tomo XVIII, pp36 y ss.

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