El oráculo de Edipo Rey como
expresión del panorama ideológico de Sófocles.
Por: Kenneth Zapata, Filólogo
Clásico de la Universidad de Costa Rica
Correo electrónico:
kennezv@gmail.com
Edipo y la esfinge de Gustave Moreau. 1984. Museo Metropolitano de New York. |
Cuando en la literatura
clásica griega se habla de religiosidad suele venir a la mente la figura de
Sófocles. Ciertamente, sus tragedias han significado a lo largo de siglos una
expresión del conflicto entre la esfera divina y la esfera humana, notablemente
indefensa ante los designios de los dioses y la inevitabilidad del destino.
No obstante, también debemos
tomar en cuenta que dicha religiosidad sofoclea, que responde, aún con sus
respectivos matices, a valores tradicionales de la cultura griega, entra en
conflicto en su época, el siglo de Pericles, con las nuevas corrientes
filosófico-políticas de la primera sofística, las cuales, finalmente,
terminarán por imponerse o al menos dar el tono general en el futuro de la
política ateniense (Rodríguez Adrados, 1966).
De hecho, como intentará
demostrarse en esta pequeña intervención, se podrían interpretar ciertos
recursos de las tragedias de Sófocles como expresión de su pensamiento
religioso particular opuesto a las crecientes ideas racionalistas y antropocéntricas
de la primera sofística que tanto caracterizó a la democracia ateniense del
siglo de Pericles (Rodríguez Adrados, 1966). Expresar este choque de las
ideas acerca de la relación entre religiosidad y estado en el recurso del
oráculo de Edipo Rey, enmarcándolo en el panorama ideológico de
Sófocles es el principal objetivo del presente ensayo.
Quizá, como primer paso en la
demostración lo más importante sea poner en el escenario los puntos de vista
que más podrían preocupar a Sófocles desde su posición tradicional.
Como primer punto debemos
recordar que con los presocráticos se da una distinción entre phýsis y nómos (Naturaleza
y convención) que termina por significar, en el desarrollo sofístico de la
oposición en el panorama al que se enfrenta Sófocles, la distinción entre lo
inamovible y universal y lo estrictamente artificial o convencional. Dicha
distinción trasladada al campo ético, político y religioso, que son los campos
que realmente interesan a los sofistas, terminan por dar pie, quizá como reacción
extrema a los postulados de Parménides y sus seguidores, a un relativismo o
subjetivismo en el que no hay valores o verdades universales e inamovibles,
sino que, como enseñaban los sofistas los fundamentos de la retórica, todo
puede ser digno de ser alabado o reprobado en función del sujeto, una
convención social, etc. Nos situamos entonces en el ámbito de los valores o
verdades meramente discursivas, cuyo valor estriba en su capacidad de
persuasión:
Estamos entrando en un mundo
en el que no solo lo dulce y lo amargo, lo caliente y lo frío, existen
meramente en la creencia, o por convención, sino también la justicia y la
injusticia, lo bueno y lo malo. Las dudas acerca del orden y la estabilidad del
mundo físico en su conjunto, y el destronamiento de la divinidad en favor del
azar y la necesidad natural como causas, fueron suscitadas por los defensores
de la relatividad de las concepciones éticas y llegaron a constituir la base de
su argumentación. Para comprobar que fue así, no necesitamos más que dirigir la
mirada hacia adelante, al lapso de tiempo en que Platón salió a la palestra
contra ellos: para combatir sus molestas teorías morales se vio obligado a
construir toda una cosmogonía en la que se otorgaba el primer lugar a la
inteligencia y a la intencionalidad consciente. (Guthrie, 1988, p.68)
Ciertamente dicha visión
relativista y antropocéntrica se encuentra sobre todo condensada en la
afirmación de uno de los más célebres sofistas, además de uno de los más
cercanos a Pericles y por esto más determinantes para Sófocles, Protágoras: “el
hombre es medida de todas las cosas, tanto del ser de las que son, como del no
ser de las que no son” (Teeteto, 152a)
Como puede observarse, la
afirmación de Protágoras es a un mismo tiempo relativista y antropocéntrica.
Ahora bien, el planteamiento del hombre como medida debe ser entendido a la vez
como un principio racionalista. La relatividad en vez de quitar valor a la
capacidad humana exalta su capacidad de juicio, pues al no haber una verdad
inalterable, es el individuo quien por medio de su criterio debe poder
argumentar en torno a sus propios intereses y los de la ciudad los caminos que
conduzcan a mejores consecuencias futuras. Está confianza en la
racionalidad va acompañada de la fe que tiene el propio sofista en el
mejoramiento y desarrollo humano, un mejoramiento ético y político basado en el
discurso, un mejoramiento no fundamentado en los criterios de verdad o falsedad
sino en función de consecuencias éticas. (Cañas, 2008)
También, de los anteriores
postulados de la sofística podemos notar una cuestión más, que quizá sea la más
determinante a la hora de entender la oposición de Sófocles a algunos
planteamientos, esto es que se ha borrado de la intervención en el mundo a los
dioses, pues el relativismo ha llevado ya sea a negar la existencia
“real” de los dioses al señalarlos como parte del nómos o
convención humana o a suspender el juicio respecto a estos[1].
Ahora bien, si hemos dicho
todo esto acerca de Protágoras y la primera sofística en general, es para
contextualizar correctamente posiciones realmente opuestas en ciertos aspectos
que acontecen en el llamado siglo de Pericles. Especialmente nos interesa ahora
ver un planteamiento específico en torno a un recurso literario de una de las
tragedias más conocidas, incluso en la antigüedad: los oráculos en Edipo Rey de
Sófocles, quien como se extrae de Rodríguez Adrados (1966) fue un autor que
incluso combatió posturas que aún no habían sido formuladas teóricamente pero
que preveía y observaba en el funcionamiento diario de la polis.
Sófocles: afirmación de la
esfera divina. El caso de Edipo Rey
Antes que todo, debemos decir
que ya de por sí un oráculo, es decir una respuesta divina, supone ciertamente
de entrada la valoración por parte de Sófocles de dos esferas fundamentales: la
esfera divina y la humana. Ahora bien, lo que supone de verdad una diferencia
respecto a la posición sofística, es el hecho de que la esfera humana
esté supeditada a los designios de una esfera divina que es por definición real,
es decir que pertenece a la phýsis, que es universal, inamovible,
necesaria y, por lo tanto, inevitable.
Un ejemplo, por lo demás
bastante conocido lo supone el destino de Edipo en la tragedia Edipo
Rey. El héroe, un experto descifrador de acertijos además, pues ya
había salvado a Tebas al resolver el acertijo de la Efigie, intenta salvar al
pueblo de la peste averiguando quién mató a Layo, anterior rey. No obstante,
Edipo está marcado por un destino que le convierte precisamente en el
asesino de su padre y esposo de su madre, expresado precisamente en un
oráculo de Apolo del que intenta huir, precipitando más bien su cumplimiento:
(…) Febo me despidió sin
atenderme en aquello por lo que llegué, sino que se me manifestó anunciándome,
infortunado de mí, terribles y desgraciadas calamidades: que estaba fijado que
yo tendría que unirme a mi madre y que traería al mundo una descendencia
insoportable de ver para los hombres y que yo sería asesino del padre que me
había engendrado (Edipo Rey, vv. 788-794)
Como se puede observar en la
obra, el destino es inevitable. De hecho, como señala Cabello (2012), los
oráculos en Edipo Rey, cumplen esencialmente tres funciones: la de
representar a la divinidad en la escena, en esta obra Apolo, para acelerar o
desencadenar la acción y la de caracterizar a los personajes en torno a su
relación con los oráculos. De entre las tres funciones, pareciera precisamente
que la idea de inevitabilidad esta intensamente ligada al hecho de que cada
intervención del oráculo va acelerando la acción y develando el hecho no sólo
de que los oráculos tienen validez y se cumplen, sino que hace ya mucho tiempo
atrás se han cumplido (Cabello 2012)
Además debemos notar que en el
caso de los oráculos predictivos en la pieza dramática el lenguaje empleado por
Apolo y sus servidores para transmitir el oráculo es sumamente ambiguo. Ahora
bien, según se puede observar, ni esto es gratuito, ni es en sí mismo un acto
de mala voluntad de los dioses. Antes bien, se podría sugerir que lo que
interesa al autor trágico aquí es recalcar la propia naturaleza humana. Edipo
no interpreta bien sencillamente porque su excesiva confianza en la razón
propia lo ciega ante el hecho de que la divinidad sabe algo que él no sabe, hay
un orden que él no entiende, hay un ritmo universal (Kitto, 1939), una Ley no
escrita que solo el sufrimiento le hará entender.
Así pues, a una época en la
que el pensamiento se caracterizaba en su mayoría por un relativismo
generalizado, en las que incluso las nociones más elementales de la democracia
tradicional podrían ser puestas en duda por medio del lenguaje, Sófocles
utiliza un recurso, una forma esencialmente hecha del lenguaje que es
inamovible, un recurso cerrado para el héroe, un sistema que crea destinos que
no se pueden evitar: eso es un oráculo y ese es el impacto que, como se ha
intentado argumentar aquí, Sófocles intenta generar sobre su época.
Aún Sófocles va más allá, pues
como ha expuesto Rodríguez Adrados (1966) el propio ideal heroico sofocleo
supone una transformación respecto a ciertas ideas tradicionales de la
aristocracia ateniense, pues los valores de nobleza y justicia dejan de pertenecer
a la phýsis de la persona y pasan, moralizados los conceptos,
a formar parte del carácter. Esto, sin embargo, no implica la noción de que la
virtud pueda ser esencialmente enseñada, sino que el héroe sólo cede en su
carácter, normalmente excesivamente confiado de sí, por medio del sufrimiento.
Como observamos, no interesa a
Sófocles una conciliación de la esfera humana y divina, sino exponer, con la
crueldad que esto pueda significar para el héroe, el orden o ritmo con la que
suceden los hechos humanos, oponiendo a las comunes ideas sofistas de
relatividad y azar las de orden y Ley.
Bibliografía
Cabello, M. (2012). Hablar enigmáticamente: función y
forma de los oráculos en Edipo Rey. Archivum, 59-78.
Cañas, R. (2008). Ética y política en los
sofistas. San José: Editorial UCR.
Guthrie, W. (1994). Historia de la filosofía
griega (Vol. III). Madrid: Gredos.
Kitto, H. (1961). Greek
tragedy (Tercera ed.). Londres: Routledge.
Platón. (1988). Diálogos (Vol. V).
Madrid: Gredos.
Rodríguez Adrados, F. (1966). Sófocles y el panorama
ideológico de su época. En H. Lloyd-Jones, M. Fernández-Galiano, F. Rodríguez
Adrados, & A. Tovar, Estudios sobre la tragedia griega (págs.
77-104). Madrid: Cuadernos de la "Fundación Pastor".
Sófocles. (2000). Tragedias. (A.
Alamillo, Trad.) Madrid: Gredos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario