miércoles, 7 de enero de 2015

El oráculo de Edipo Rey como expresión del panorama ideológico de Sófocles.

Por: Kenneth Zapata, Filólogo Clásico de la Universidad de Costa Rica

Correo electrónico: kennezv@gmail.com

Edipo y la esfinge de Gustave Moreau.
1984. Museo Metropolitano de New York.
Cuando en la literatura clásica griega se habla de religiosidad suele venir a la mente la figura de Sófocles. Ciertamente, sus tragedias han significado a lo largo de siglos una expresión del conflicto entre la esfera divina y la esfera humana, notablemente indefensa ante los designios de los dioses y la inevitabilidad del destino.
No obstante, también debemos tomar en cuenta que dicha religiosidad sofoclea, que responde, aún con sus respectivos matices, a valores tradicionales de la cultura griega, entra en conflicto en su época, el siglo de Pericles, con las nuevas corrientes filosófico-políticas de la primera sofística, las cuales, finalmente, terminarán por imponerse o al menos dar el tono general en el futuro de la política ateniense (Rodríguez Adrados, 1966).
De hecho, como intentará demostrarse en esta pequeña intervención, se podrían interpretar ciertos recursos de las tragedias de Sófocles como expresión de  su pensamiento religioso particular opuesto a las crecientes ideas racionalistas  y antropocéntricas de la primera sofística que tanto caracterizó a la democracia ateniense del siglo de Pericles (Rodríguez Adrados, 1966). Expresar este choque de las ideas acerca de la relación entre religiosidad y estado en el recurso del oráculo de Edipo Rey, enmarcándolo en el panorama ideológico de Sófocles es el principal objetivo del presente ensayo.
Quizá, como primer paso en la demostración lo más importante sea poner en el escenario los puntos de vista que más podrían preocupar a Sófocles desde su posición tradicional.
Como primer punto debemos recordar que con los presocráticos se da una distinción entre phýsis nómos (Naturaleza y convención) que termina por significar, en el desarrollo sofístico de la oposición en el panorama al que se enfrenta Sófocles, la distinción entre lo inamovible y universal y lo estrictamente artificial o convencional. Dicha distinción trasladada al campo ético, político y religioso, que son los campos que realmente interesan a los sofistas, terminan por dar pie, quizá como reacción extrema a los postulados de Parménides y sus seguidores, a un relativismo o subjetivismo en el que no hay valores o verdades universales e inamovibles, sino que, como enseñaban los sofistas los fundamentos de la retórica, todo puede ser digno de ser alabado o reprobado en función del sujeto, una convención social, etc. Nos situamos entonces en el ámbito de los valores o verdades meramente discursivas, cuyo valor estriba en su capacidad de persuasión:
Estamos entrando en un mundo en el que no solo lo dulce y lo amargo, lo caliente y lo frío, existen meramente en la creencia, o por convención, sino también la justicia y la injusticia, lo bueno y lo malo. Las dudas acerca del orden y la estabilidad del mundo físico en su conjunto, y el destronamiento de la divinidad en favor del azar y la necesidad natural como causas, fueron suscitadas por los defensores de la relatividad de las concepciones éticas y llegaron a constituir la base de su argumentación. Para comprobar que fue así, no necesitamos más que dirigir la mirada hacia adelante, al lapso de tiempo en que Platón salió a la palestra contra ellos: para combatir sus molestas teorías morales se vio obligado a construir toda una cosmogonía en la que se otorgaba el primer lugar a la inteligencia y a la intencionalidad consciente. (Guthrie, 1988, p.68)

Ciertamente dicha visión relativista y antropocéntrica se encuentra sobre todo condensada en la afirmación de uno de los más célebres sofistas, además de uno de los más cercanos a Pericles y por esto más determinantes para Sófocles, Protágoras: “el hombre es medida de todas las cosas, tanto del ser de las que son, como del no ser de las que no son” (Teeteto, 152a)
Como puede observarse, la afirmación de Protágoras es a un mismo tiempo relativista y antropocéntrica. Ahora bien, el planteamiento del hombre como medida debe ser entendido a la vez como un principio racionalista. La relatividad en vez de quitar valor a la capacidad humana exalta su capacidad de juicio, pues al no haber una verdad inalterable, es el individuo quien por medio de su criterio debe poder argumentar en torno a sus propios intereses y los de la ciudad los caminos que conduzcan a mejores consecuencias futuras.  Está confianza en la racionalidad va acompañada de la fe que tiene el propio sofista en el mejoramiento y desarrollo humano, un mejoramiento ético y político basado en el discurso, un mejoramiento no fundamentado en los criterios de verdad o falsedad sino en función de consecuencias éticas. (Cañas, 2008)
También, de los anteriores postulados de la sofística podemos notar una cuestión más, que quizá sea la más determinante a la hora de entender la oposición de Sófocles a algunos planteamientos, esto es que se ha borrado de la intervención en el mundo a los dioses, pues el relativismo ha llevado ya sea  a negar la existencia “real” de los dioses al señalarlos como parte del nómos o convención humana o a suspender el juicio respecto a estos[1].
Ahora bien, si hemos dicho todo esto acerca de Protágoras y la primera sofística en general, es para contextualizar correctamente posiciones realmente opuestas en ciertos aspectos que acontecen en el llamado siglo de Pericles. Especialmente nos interesa ahora ver un planteamiento específico en torno a un recurso literario de una de las tragedias más conocidas, incluso en la antigüedad: los oráculos en Edipo Rey de Sófocles, quien como se extrae de Rodríguez Adrados (1966) fue un autor que incluso combatió posturas que aún no habían sido formuladas teóricamente pero que preveía y observaba en el funcionamiento diario de la polis.

Sófocles: afirmación de la esfera divina. El caso de Edipo Rey

Antes que todo, debemos decir que ya de por sí un oráculo, es decir una respuesta divina, supone ciertamente de entrada la valoración por parte de Sófocles de dos esferas fundamentales: la esfera divina y la humana. Ahora bien, lo que supone de verdad una diferencia respecto a la posición sofística,  es el hecho de que la esfera humana esté supeditada a los designios de una esfera divina que es por definición real, es decir que pertenece a la phýsis, que es universal, inamovible, necesaria y, por lo tanto, inevitable.
Un ejemplo, por lo demás bastante conocido lo supone el destino de Edipo en la tragedia Edipo Rey.  El héroe, un experto descifrador de acertijos además, pues ya había salvado a Tebas al resolver el acertijo de la Efigie, intenta salvar al pueblo de la peste averiguando quién mató a Layo, anterior rey. No obstante, Edipo está marcado por un destino que le convierte precisamente en el  asesino de su padre y esposo de su madre, expresado precisamente en un oráculo de Apolo del que intenta huir, precipitando más bien su cumplimiento:

(…) Febo me despidió sin atenderme en aquello por lo que llegué, sino que se me manifestó anunciándome, infortunado de mí, terribles y desgraciadas calamidades: que estaba fijado que yo tendría que unirme a mi madre y que traería al mundo una descendencia insoportable de ver para los hombres y que yo sería asesino del padre que me había engendrado (Edipo Rey, vv. 788-794)

Como se puede observar en la obra, el destino es inevitable. De hecho, como señala Cabello (2012), los oráculos en Edipo Rey, cumplen esencialmente tres funciones: la de representar a la divinidad en la escena, en esta obra Apolo, para acelerar o desencadenar la acción y la de caracterizar a los personajes en torno a su relación con los oráculos. De entre las tres funciones, pareciera precisamente que la idea de inevitabilidad esta intensamente ligada al hecho de que cada intervención del oráculo va acelerando la acción y develando el hecho no sólo de que los oráculos tienen validez y se cumplen, sino que hace ya mucho tiempo atrás se han cumplido (Cabello 2012)
Además debemos notar que en el caso de los oráculos predictivos en la pieza dramática el lenguaje empleado por Apolo y sus servidores para transmitir el oráculo es sumamente ambiguo. Ahora bien, según se puede observar, ni esto es gratuito, ni es en sí mismo un acto de mala voluntad de los dioses. Antes bien, se podría sugerir que lo que interesa al autor trágico aquí es recalcar la propia naturaleza humana. Edipo no interpreta bien sencillamente porque su excesiva confianza en la razón propia lo ciega ante el hecho de que la divinidad sabe algo que él no sabe, hay un orden que él no entiende, hay un ritmo universal (Kitto, 1939), una Ley no escrita que solo el sufrimiento le hará entender.
Así pues, a una época en la que el pensamiento se caracterizaba en su mayoría por un relativismo generalizado, en las que incluso las nociones más elementales de la democracia tradicional podrían ser puestas en duda por medio del lenguaje, Sófocles utiliza un recurso, una forma esencialmente hecha del lenguaje que es inamovible, un recurso cerrado para el héroe, un sistema que crea destinos que no se pueden evitar: eso es un oráculo y ese es el impacto que, como se ha intentado argumentar aquí, Sófocles intenta generar sobre su época.
Aún Sófocles va más allá, pues como ha expuesto Rodríguez Adrados (1966) el propio ideal heroico sofocleo supone una transformación respecto a ciertas ideas tradicionales de la aristocracia ateniense, pues los valores de nobleza y justicia dejan de pertenecer a la phýsis de la persona y pasan, moralizados los conceptos, a formar parte del carácter. Esto, sin embargo, no implica la noción de que la virtud pueda ser esencialmente enseñada, sino que el héroe sólo cede en su carácter, normalmente excesivamente confiado de sí, por medio del sufrimiento.
Como observamos, no interesa a Sófocles una conciliación de la esfera humana y divina, sino exponer, con la crueldad que esto pueda significar para el héroe, el orden o ritmo con la que suceden los hechos humanos, oponiendo a las comunes ideas sofistas de relatividad y azar las de orden y Ley.

Bibliografía

Cabello, M. (2012). Hablar enigmáticamente: función y forma de los oráculos en Edipo Rey. Archivum, 59-78.
Cañas, R. (2008). Ética y política en los sofistas. San José: Editorial UCR.
Guthrie, W. (1994). Historia de la filosofía griega (Vol. III). Madrid: Gredos.
Kitto, H. (1961). Greek tragedy (Tercera ed.). Londres: Routledge.
Platón. (1988). Diálogos (Vol. V). Madrid: Gredos.
Rodríguez Adrados, F. (1966). Sófocles y el panorama ideológico de su época. En H. Lloyd-Jones, M. Fernández-Galiano, F. Rodríguez Adrados, & A. Tovar, Estudios sobre la tragedia griega (págs. 77-104). Madrid: Cuadernos de la "Fundación Pastor".
Sófocles. (2000). Tragedias. (A. Alamillo, Trad.) Madrid: Gredos.




[1] Cf. Teeteto 162d.

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