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Introducción
Los
sacrificios humanos están documentados en las antiguas religiones de Oriente,
pero eran excepcionales, y eran tan particulares que se tiene reparo en
llamarlos sacrificios. La teoría de los sacrificios humanos se extendió a
Israel, y cierto número de autores admiten no sólo que los israelitas paganizados
ofrecieron sacrificios humanos a divinidades extranjeras, no sólo que algunos
de ellos ofrecieron tales sacrificios a Yahveh, al que confundían con estos
dioses extranjeros, sino que en una época antigua y durante bastante tiempo el
yahvismo oficial conoció y hasta prescribió positivamente los sacrificios
humanos.
En
Israel los sacrificios humanos se relacionan con el molk, un rito religioso característico de la religión cananea,
continuado por otros pueblos de Oriente Próximo como los fenicios, los hebreos
y los púnicos. Se practicaba en honor al dios Molok y consistía en el
sacrificio por cremación de un hijo recién nacido en perfectas condiciones. Se
celebraba en un recinto al aire libre, diferenciado de templos y cementerios, y
las cenizas eran guardadas en vasijas y enterradas en el tofet. El rito procede del mundo semita y los hallazgos en el tofet de Cartago apoyaban la idea de que
el molk, como sacrificio cruento, era
conocido desde antiguo en Fenicia y desde allí se habría difundido por el
vecino Israel y el occidente fenicio-púnico, hasta Cartago y sus colonias.
Los sacrificios de niños
en las partes predeuteronómicas
Las
partes predeuteronómicas del Antiguo Testamento muestran con claridad que el
sacrificio de niños estaba catalogado como una ofrenda que a Yahveh se ofrecía
y que le complacía. También se dice que Yahveh podía renunciar al más grande de
los sacrificios, a lo que siempre tenía derecho. Pero esto no quiere decir que
lo aborreciera, o que pensase que las personas que decidían llevarlo a cabo
estuvieran cometiendo un hecho infame. Al contrario, a Yahveh le gustaba la
forma de pensar que da pie a que los hombres entreguen a sus seres más
queridos. En referencia a las narraciones basta con recordar la promesa de
Jefté y el sacrificio de Isaac.
Según
la promesa (Jueces 11, 30-40) Jefté promete que en caso de que alcance la
victoria sobre los amonitas ofrecería a Yahveh en holocausto el primero que
saliera de su casa a su llegada y al ver salir a su única hija mantiene lo
prometido con el consentimiento de ésta y cumple su promesa. Esta promesa se
relaciona con una posible costumbre de la Edad del Hierro de ofrecer
sacrificios humanos a cambio del éxito militar.[1]
Según
el sacrificio de Isaac (Gen. 22) es el mismo Yahveh el que exige a Abraham el
sacrificio de su único hijo, nacido en la vejez de su padre y por eso aún más
querido, pero que después se conforma con la voluntad de Abraham de llevarlo a
cabo y busca un animal para que sustituya al hijo prometiéndole una recompensa
gloriosa. La conclusión que impondría el relato sería que desde sus orígenes la
religión de Israel repudió los sacrificios humanos.[2]
Como
las narraciones más antiguas, también las palabras predeuteronómicas de los
profetas están libres de toda polémica acerca de los sacrificios de niños y
reconocen más bien el sentimiento piadoso que inspiran. Esto se admite en
primer lugar en Miqueas 6, 7. En el famoso relato de la disputa de Yahveh con
su pueblo (Mi. 6, 1-8) que si no es de Miqueas es de su contemporáneo Isaías
que tocaba temas de su tiempo, un israelita asustado por la acusación de Yahveh
le ofrece de entre todas las ofertas de sacrificios que estaban indicadas para
poder conciliarse con él a su primogénito:
¿Acaso
se complacerá Yahveh en miles de carneros, en miríadas de torrentes de aceite?
¿Entregaré mi primogénito por mi prevaricación? ¿El fruto de mi vientre por el
pecado de mi alma? (Mi. 6, 7)
Lo
mismo que como hizo en las otras ofertas, Yahveh rechaza también esta oferta de
sacrificio y demanda como oferta única: la justicia, el amor y la pureza. Pero
esto no significa un ultraje a las ofertas de sacrificio que hacen los fieles y
sobre todo descarta el descrédito de las mismas. De la disposición de cada una
de las contribuciones dentro del sacrificio con la ofrenda de niños como clímax
final, hay que suponer el hecho que se los consideraba como lo peor de todo,
pero sin embargo se valoraba mucho la actitud espiritual que llevaba a realizar
tales sacrificios y también Yahveh la valoraba. Pero efectivamente Yahveh no
reclamaba tal sacrificio sino que pedía devoción y pureza.
El
planteamiento hacia los sacrificios de niños es aquí parecido al de Gen. 22: de
por sí un testimonio de verdadera piedad que ha perdido el derecho a existir.
La diferencia entre las antiguas narraciones del Pentateuco y la proclamación
de los profetas preexílicos es que el narrador afecto a un culto piadoso
considera necesario sustituir el sacrificio del niño por un animal, mientras
que el profeta predica la religión como está planteada libremente.
Las
leyes antiguas certifican y completan la imagen que se daba a las narraciones
predeuteronómicas y a las palabras de los profetas, en las que se expone el
sacrificio de los niños como si fuera un legítimo mandamiento de Yahveh, por lo
menos potencialmente. Sin embargo en las leyes se habla solamente de la
obligación general a entregar el primogénito que entonces estaba en vigor y
casos como los que vienen en Jueces 11, 30-40; Gen. 22; Mi. 6, 1-8, en los que
un padre ofrece para el sacrificio a su hijo primogénito (Miqueas 6, 7) o que
Yahveh exija la entrega del hijo único como un pago especial (según Gen 22) y
que Yahveh reclame la ofrenda del hijo único como mérito especial no se han
tomado en consideración. Lo uno es imposible al lado de lo otro. Si al
primogénito se le consideraba propiedad de Yahveh bajo todos los conceptos, no
cabe pensar en una oferta voluntaria de este sacrificio ni en una reclamación
divina especial. Pero si los conceptos llevados a la práctica se excluyen
recíprocamente en realidad siguen estando juntos y uno condiciona al otro.
El
sacrificio del primogénito no ha sido nunca una costumbre general en Israel
como lo fue para los animales sin lugar a dudas. En las narraciones de los
patriarcas, donde se habla mucho de los primogénitos, no se expone nunca la
idea de que pertenecieran a Yahveh, y en Gen. 22 el deseo que Yahveh tiene por
el sacrificio de Isaac es una excepción clara que excluye la presencia de una
obligación general de entregar al primogénito. Lo mismo indica el libro de
Jueces y Samuel. De David, que tuvo varias mujeres y se habla de varios
primogénitos, ninguno de ellos le fue ofrecido a Yahveh para sacrificio, y
tampoco se indica en ninguna parte que hubiera existido la obligación para
ello. Como muestran Gen. 22; Jueces 11, 30-40; Mi. 6, 1-8, no existe ni la
menor duda de que este sacrificio especialmente duro y por ello también
especialmente meritorio del primogénito se le haya ofrecido a Yahveh solamente
en algunas ocasiones, bien sea porque el mismo Yahveh lo demandaba, o bien sea
porque un padre afligido y abrumado por unas circunstancias tremendamente
negativas se lo hubiera ofrecido voluntariamente.
De
la época en que las leyes más antiguas no demandaban para Yahveh solamente el
sacrificio del animal que hubiera nacido el primero, sino que a menudo a los
primogénitos de los hombres, se presenta claramente una expansión que se puede
comprender fácilmente por la posibilidad potencial de ese sacrificio, ya que va
desde la demanda de animales hasta la demanda de personas. Una expansión que
por lo menos es eficaz, en cuanto tiene como resultado el rescate del
primogénito a través de la sustitución de un animal pero que por lo demás se
queda en teoría.
Estas
demandas generales de los primogénitos y las de los casos especiales del
ofrecimiento del hijo primogénito u otro niño no se excluyen las unas a las
otras. Lo mucho que se ajusta una a la otra se observa más bien porque
solamente las leyes más antiguas que estaban vigentes en la época en la que se
realizaba el sacrificio esporádico de un niño en el culto de Yahveh contenían
la demanda de los primogénitos.
Las
leyes más recientes como las del Deuteronomio y la Ley de Santidad, que
proceden de una época en la que se luchaba en contra de cualquier posibilidad
que pudiera llevar a los sacrificios de niños, no hacen referencia a ellos ni
siquiera con una sola palabra, y más tarde cuando la lucha está decidida y un
retroceso hacia las costumbres desechadas resulta impensable, el código
sacerdotal de Yahveh reclama nuevamente a los primogénitos para desviar la
obligación de los israelitas de tener que entregarlos a los sacerdotes por una
parte, y por la otra desviar el derecho de Yahveh hacia los servicios de los
levitas.
Por
esta razón es por lo que se relacionan la demanda de los primogénitos para Yahveh
que estaba respaldada por la ley y el consentimiento de los sacrificios de
niños en su culto, y el Deuteronomio y la Ley de Santidad renunciaron a esa
demanda porque podía haberse entendido como una justificación de los
sacrificios de niños, atenuada por la posibilidad u obligación de anularla y
todos sus esfuerzos para desterrar estos sacrificios hubieran sido
obstaculizados.
Las
leyes deuteronómicas contienen la demanda del primogénito del hombre. En los
acontecimientos de la salida de Israel de Egipto se refleja esta demanda cuando
Yahveh dice a Moisés en Ex. 13, 2:
Conságrame todo primogénito; la primicia de
cualquier seno entre los hijos de Israel, trátese de hombre o de bestia, es
mía.
El
sermón que Moisés da a su pueblo en el pasaje 13, 11-15 se toma como una
determinación de llevar a cabo esta ley:
Y cuando Yahveh te haya conducido a la tierra del
cananeo, como juró a ti y a tus padres, y te la haya entregado, cederás a
Yahveh toda primicia de seno, y de todo primer parto del ganado que tengas, los
machos serán para Yahveh. Mas todo primer nacido del asno lo rescatarás
mediante un cordero, y si no lo quieres rescatar, lo desnucarás. Todo
primogénito de hombre, entre tus hijos, lo has de rescatar. Y cuando te
pregunte mañana tu hijo, diciendo: ¿Qué significa esto?, ¡le dirás!: Con mano
fuerte nos sacó Yahveh de Egipto, de la casa de esclavitud. Sucedió que,
habiendo puesto Faraón dificultades para dejarnos partir, Yahveh mató a todos
los primogénitos en el país de Egipto, desde el primogénito del hombre al
primogénito del ganado; por eso sacrifico yo en honor de Yahveh los machos de
toda primicia de seno y rescato todo primogénito de mis hijos.
La
demanda se lleva a las leyes de Sinaí en Ex. 34, 19-20:
Todo primer nacido es mío y toda primera cría macho
de tu ganado, ya mayor, ya menor; sin embargo, la cría primera de un asno la
rescatarás mediante un cordero, y si no la quieres rescatar, la desnucarás.
Rescatarás todo primogénito de tus hijos, y no comparecerás ante Mí con las
manos vacías.
Mientras
aquí en la demanda del primogénito las dos veces se hace referencia
expresamente a la sustitución de ésta por la de un sacrificio de animal, en el
libro de la alianza no se hace:
No retrasarás [la ofrenda de] tu troje colmada y
tus caldos; al primogénito de tus hijos me has de entregar. Igualmente harás
respecto [al primer parto de] tu torada y tu rebaño; siete días estará con su
madre y al octavo me lo darás. (Ex. 22, 28-29)
Como
la expresión verbal ordena claramente el mismo procedimiento para el primer
nacimiento humano que para el de un animal, está claro que afirma la
sustitución del sacrificio humano por un animal. Al niño se le sacrificará
solamente simbólicamente al octavo día, al mismo tiempo que al animal que le
sustituye, y es muy probable que la práctica de la circuncisión que se efectúa
al octavo día del nacimiento, que es usual en el judaísmo postexílico, y que
según Lucas 2, 21-23 también se le realizó a Jesús, esté relacionada con la
costumbre más antigua del sacrificio simbólico del primogénito.
De
todos modos del pasaje del libro de la alianza se deduce claramente la seriedad
con que se veía la obligación de entregar al primogénito en el Israel antiguo.
Esto testimonia claramente la conclusión que se ha sacado de los otros pasajes
más antiguos y es que el sacrificio de niños en el culto de Yahveh tenía
originariamente un terreno legal.
Bibliografía
Albertz,
R., Historia de la religión de Israel en
tiempos del Antiguo Testamento, vol.
1: De los comienzos hasta el final de la monarquía, trad. esp. de D.
Mínguez, Ed. Trotta, Madrid, 1999.
Eissfeldt,
O., “Molk como concepto del sacrificio púnico y hebreo y el final del dios
Moloch”, en Otto Eissfeldt, El Molk como
concepto del sacrificio púnico y hebreo y el final del dios Moloch, trad.
esp. de A. Wagner y K. Mansel, Centro de Estudios Fenicios y Púnicos, Madrid,
2002, pp. 45-86.
Ruiz
Cabrero, L. A., “El sacrificio semita de las primicias y el molk en Fenicia e Israel: problemática
de su difusión”, en J. Alvar; C. Blánquez; y C. G. Wagner (eds.), Formas de difusión de las religiones
antiguas, Ediciones Clásicas, Madrid, 1993, pp. 75-97.
Vaux,
R. de, Instituciones del Antiguo
Testamento, trad. esp. de A. Ros, Herder, Barcelona, 1985.
[1] L. A. Ruiz Cabrero, “El sacrificio semita
de las primicias y el molk en Fenicia
e Israel: problemática de su difusión”, J. Alvar; C. Blánquez; y C. G. Wagner
(eds.), Formas de difusión de las
religiones antiguas, Madrid, 1993., pp. 89.
[2] R. de
Vaux, Instituciones del Antiguo
Testamento, trad. esp. de A. Ros, Barcelona, 1985, p. 561.
Muy interesante. Felicidades.
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