Por:
Jorge Mateos Enrich, Doctor por la Universidad Politécnica de Madrid.
Si tuviéramos que
asimilar el islam, sin más, a un gran árbol, podríamos decir que consta de un
tronco principal del que se bifurcan dos grandes ramas, de las que, a su vez, surge
un tupido ramaje en cada una. Obviamente este árbol debería tener unas raíces
que son substrato que le dio vida.
Aunque esta sea
una forma muy simplista para abordar un enrevesado y complejo mundo de
relaciones, injerencias y exclusiones, bien podría servir como esquema de
encaje general de partida. La explicación pormenorizada del comportamiento de
un organismo vivo, creciente y cambiante no es tarea fácil. El islam es un
complejo mundo de ortodoxias, herejías, escuelas, tendencias, sectas, etc.
También es algo que se implanta sobre diversos pueblos y diversas regiones del
planeta, obviamente con sus especificidades y contradicciones, con sus
peculiaridades y sus localismos. En cualquier caso, estamos hablando de “algo”
practicado por 1.500 millones de personas repartidas por todo el globo.
Comúnmente se
admite que el islam es una de las tres grandes religiones monoteístas, junto
con el cristianismo y el judaísmo. Ya esta primera aseveración pudiera ser muy
categorista. ¿Por qué? El islam no es una religión en sí misma. Carece de
dogmas y de una jerarquía como las que tienen el cristianismo y el judaísmo.
Carece también de intermediarios entre el individuo y el dios. El islam es algo
que se hace, es un modo de vida. El islam es la obediencia y la sumisión a
Dios.
Al ser la más
joven de las tres grandes religiones monoteístas (las religiones del “libro”),
ciertamente podemos afirmar que aquí aparece una notable relación entre las
tres, entre ellas y con la aportación o referencia de otras más antiguas.
El sustrato de
algo es una acumulación de capas que se van superponiendo de forma continua
para crear un medio, es decir, en nuestro caso este sería el medio que
posibilita el enraizamiento del árbol.
La noche de los
tiempos se pierde en religiones politeístas, en infinidad de deidades, de
figuras, de objetos de adoración. En esto radica la peculiaridad básica del
islam: en el monoteísmo. En religiones anteriores en el tiempo observamos, por
ejemplo, como en el zoroastrismo, Zoroastro veía el drama del universo
encarnado en dos divinidades: no una, ni miles, solo dos. Ormuz encarnaba el
principio del bien y Ahrimán el principio del mal. Los zoroastras persas
rechazaban las estatuas, la imaginería y los iconos religiosos.
En el budismo la
religión empieza en el momento en que Gautama recibe la iluminación bajo el
árbol del loto.
Confucio articuló
una filosofía más que una religión. La esencia de sus enseñanzas se condensa en
la buena conducta en la vida, el buen gobierno del Estado, el cuidado de la
tradición, el estudio y la meditación. Todas las personas están sujetas a la voluntad del Cielo que es la
realidad primera, la fuente máxima de moralidad y de orden.
Por su parte
árabes y judíos eran semitas y remontaban su ascendencia hasta Abraham (y pasando
por él a Adán). Los árabes consideraban que descendían de Ismail, hijo de
Abraham y de Agar, su segunda esposa. Las historias que comúnmente se asocian
al Antiguo Testamento formaban parte también de la tradición árabe. Aunque la
mayoría de los árabes eran por entonces (antes de islam) politeístas, los
judíos se habían mantenido absolutamente monoteístas.
El cristianismo
irrumpió en todo este universo y , además, casi en regiones compartidas por el
politeísmo romano y el monoteísmo judío. La base del cristianismo radica no
tanto en el nacimiento de Jesús como en su muerte y resurrección.
Visto pues, de
forma somera, los elementos de los que se pudo nutrir el islam y sobre los que
empieza a crecer, daremos un paso más para ver cómo a partir de una semilla
empieza a crecer el gran árbol.
Mahoma debió nacer
entre el 567 y el 572 en La Meca y pertenecía a la tribu de los Qurayshíes, la de mayor poder de dicha
ciudad, pero carecía de estatus por ello ya que pertenecía a uno de los clanes
más pobres de la tribu, el de Banu Hasim.
A los cuarenta años de edad adquirió la costumbre de retirase periódicamente a
una cueva de las montañas a meditar. Allí, según la tradición, es cuando se le
aparece el arcángel Gabriel y empieza a revelarle lo que posteriormente
formaría el corpus del libro sagrado: el Corán. Había nacido una nueva
religión. El gran árbol empezaba a desarrollarse.
Mahoma fue un
profeta, pero también fue un jefe guerrero. Extendió la nueva religión tanto
predicando como a golpe de sable. Le cabe el honor de haber conseguido la
unificación de las distintas tribus de Arabia y el de extender una religión
monoteísta en un mundo politeísta.
La era musulmana
empieza en el año 622, es el momento de la Hégira o huida de Mahoma de La Meca
a Yatrib (Medina), cuando descubre un complot para asesinarle. Posteriormente
entrará en La Meca al mando de su ejército y la someterá definitivamente. Se
había creado la umma o comunidad de
creyentes.
Las causas de la
rápida expansión del islam pueden ser múltiples, pero una de ellas puede ser su
“sencillez” y la clara aplicación de sus preceptos. Estamos ya en el gran tronco
del árbol del islam.
El islam se basa
en cinco preceptos que son los llamados pilares. Estos son los siguientes. El
primero sería el Tawhid o la unidad
de dios. En efecto, la enseñanza más importante y fundamental del profeta
Mahoma es la creencia en la Unidad de Dios. “No hay ninguna deidad más que
Dios” (Allah). Esta frase es la base del islam, su fundamento y su esencia.
El siguiente precepto
es el Salat o la oración. El islam
prescribe el rezo cinco veces al día. La cadencia de las oraciones es la
siguiente: fayir (mañana o primeras
horas de la mañana), zuhr (mediodía),
asr (tarde), magrib (ocaso) y, por último, isha
(noche). Aparte, estaría la obligación de la llamada oración Yuma (la oración de los viernes en la
mezquita, coincidente con el medio día). Cuando el islam se bifurque, las
distintas formas que adquiere el rezo según los distintos credos será también
la propia de cada uno.
El tercero es el
llamado Sawm al-Ramadan o el ayuno en
el mes del Ramadán. En este mes los musulmanes han de abstenerse de comer,
beber y de tener relaciones sexuales desde el amanecer a la salida del sol. El
Ramadán es el noveno mes del calendario lunar islámico.
El cuarto es el Zakat o limosna purificadora prescrita.
Esta limosna debe ser pagada por cada musulmán libre, hombre o mujer, que tiene
la cantidad requerida de riqueza.
El último sería el
Hayy o peregrinación a La Meca. Este
es un precepto que no obliga sino puede ser realizado por motivos económicos o
de salud.
A la muerte del
profeta Mahoma, el árbol del islam se empieza a retorcer y aunque no de manera
definitiva se va bifurcando el gran tronco, único hasta ahora, ya en dos ramas.
Una más imponente, la Sunní, y otra
más incipiente, la Chií.
Al morir Mahoma
sin haber nombrado sucesión, se produce la consiguiente disparidad de opiniones
entre partidarios de unos y otros para suceder al difunto. En cualquier caso,
ya apuntó Mahoma que él sería el último profeta. Parecía que la opción más
clara sería que el sucesor fuese alguien de su sangre. Este era el caso de Alí,
primo y yerno (casado con Fátima) de Mahoma. Pero no fue así y el sucesor fue
un amigo y seguidor del profeta: Abu Bark. Los seguidores de Alí fueron
llamados Chiíes, palabra que en árabe significa “partidarios”, y siempre han
estado convencidos de que Alí fue el único sucesor legítimo de Mahoma. En
cualquier caso, a los seis meses de este hecho ya se había cerrado la fisura,
pero el gran tronco ya se había desgajado definitivamente.
Abu Bark asumiría
el título de “califa”, que significa “segundo” en la escala de mando o
“suplente”. Sería el primero de los llamados “califas rectamente guiados”. Sería
sucedido por Omar, otro de los amigos de Mahoma. Omar era un gran estratega
militar y contribuyó, en mucho, a la extensión del Imperio Musulmán.
El tercer califa
fue Otmán, sobrino segundo de Mahoma, que tomó posesión del cargo a la edad de
sesenta y ocho años. Era casto y modesto incluso antes de su conversión.
También poseía una gran riqueza ya que era un aristócrata Omeya, aunque esto no
era motivo de descalificación para el desempeño de su cargo ni fue motivo de
recelos por sus seguidoes. Cuando Otmán tomó posesión del cargo, la comunidad
islámica era un gobierno que controlaba un vasto territorio. A él le
correspondía gestionar esta expansión. Un gran proyecto que llevó a cabo
durante la primera mitad de su califato fue la elaboración definitiva del
Corán.
Otmán fue
asesinado por contrarios a sus modos políticos. Sobre todo por favorecer a los
omeyas y entre ellos a su primo Muawiya, gobernador de Damasco.
Era el momento de
nombrar un nuevo califa. Ahora, por fin, todos los pensamientos se dirigieron
al candidato que había sido relegado una y otra vez, el hombre al que algunos
habían llamado siempre el legítimo sucesor del profeta: Alí, el yerno de
Mahoma.
Muawiya empezó a
ganar peso político y militar y realmente no estaba interesado en la “pureza”
de las enseñanzas de Alí. Se extendieron revueltas y se plantearon dos frentes:
los partidarios de Alí y los de Muawiya. En la llamada “Batalla del Camello”,
con Aisha, la mujer de Alí en su contra, se fraguó la escisión definitiva. Sin
embargo no hubo enfrentamiento, se pactó la paz.
Esto enervó a los partidarios de Alí, sus chiíes. Este se encontraba… ¿negociando?
¿Con Muawiya, la viva imagen del materialismo anti musulmán? ¿Qué clase de
encarnación, mimada por Dios, era Alí de una verdad que Alá guiaba? El acuerdo
con el enemigo decepcionó a una parte de sus seguidores, los partidarios más
radicales, que se separaron de él. Se los llamó kharijitas, “los que partieron”. Estaba aflorando una nueva rama en
una de las ramificaciones del gran árbol del islam.
Los kharijitas ya no consideraron “digno” a
Alí. Consideraban que nadie nacía con el don del liderazgo, y la mera elección
no podía convertir a alguien en califa. En el año 40 D.H. un joven kharijita asesinó a Alí. Con la muerte
de Alí concluyó la primera era de la historia islámica. Los historiadores
musulmanes dieron en llamar Califas Rectamente Guiados a los cuatro primeros
líderes que siguieron a Mahoma.
El árbol del islam
ya había desarrollado un fuerte tronco central y dos grandes ramas se
bifurcaban de él. A su vez las ramas de
estas empezaban a desarrollarse con fuerza.
El chiismo cobró
fuerza definitiva con la masacre del pequeño ejército de Hussein, hijo menor de
Alí, a las puertas de la ciudad irakí de Kerbala (año 62 D.H.) a manos del
ejercito de Yazid, hijo de Muawiya. El abrazo apasionado a la causa de Alí se
convirtió en un fuego incontrolado: el Chiísmo.
A Alí le dieron otro título. Dijeron que era el imam. Cuando Hussein murió mártir en Kerbala, la idea de “imán”
pasó a convertirse en un rico concepto teológico que satisfacía unas ansias
religiosas que las doctrinas dominantes de la época desatendían.
La doctrina al
uso, tal como la articularon Abu Bark y Omar, decía que Mahoma era estrictamente
un mensajero que daba una serie de instrucciones sobre cómo vivir. La
importancia religiosa de Mahoma estaba, únicamente en su sunna, en el ejemplo que dio con su modo de vida, un ejemplo que
otros podían seguir si querían vivir en la gracia de Dios. A las personas que
aceptaban esta doctrina se dio en llamarlas al final “suníes”, y hoy
constituyen el 90% de la comunidad musulmana. Los “chiíes”, por el contrario,
pensaban que no se podían hacer merecedores del cielo solo con esfuerzo. Para
ellos las instrucciones no bastaban. Querían creer que la orientación directa
de Dios seguía llegando al mundo, a través de alguna persona elegida que podía
introducir a los creyentes en la gracia salvadora del alma. Adoptaron la
palabra imam para designar a esta
persona confortadora. Su presencia en el mundo mantenía abierta la permanente
posibilidad del milagro. Para los chiíes en Kerbala se produjo un milagro: el
del martirio de Hussein. Hoy los chiíes de todo el mundo conmemoran el
aniversario de la muerte de Hussein con una jornada de duelo catártico. Se
representa a Hussein en el papel de una figura redentora a una escala
apocalíptica. Con su martirio, Hussein obtuvo un lugar junto a Dios, y el
privilegio de interceder por los pecadores. Creer en Hussein no podía dar
dinero, poder, fortuna ni amor, pero podía llevarte al cielo: este era el
milagro.
Para terminar esta
primera parte del artículo, y dejando el desarrollo de las distintas escuelas,
sectas y demás aspectos del islam, y su consiguiente relación con el “gran
árbol”, sentaremos bases que nos harán comprender el desarrollo del “ramaje”
del mismo.
Se puede afirmar
que la ley que rige a la sociedad musulmana es la Sharia. Sharia significa
literalmente “sendero” o “camino”. Esta es, a su vez, un compendio de cinco
elementos. El Corán, libro sagrado o
de las revelaciones. Los Hadizes, dichos
del Profeta y actitudes de su vida
cotidiana. La Qiya, el razonamiento
analógico. La Ijma, el consenso de la
comunidad. La Ijtihad, el pensamiento
libre e independiente basado en la razón. Este último es uno de los aspectos
más discutidos, controvertidos y polémicos en las distintas escuelas del Islam.
Es obligado hacer referencia a estos elementos para explicar el crecimiento y
desarrollo del islam.
La interrelación
de unas y otras, sus peculiaridades y su interpretación dará lugar a la segunda
parte del presente artículo.
Bibliografía.
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ANSARY, Tamin (2011); Un destino desbaratado. La historia universal vista por el Islam, RBA.
Barcelona
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BÜYÜKÇELEBI, Ismail (2006); El Islam como un modo de vida, The Light Inc, New Jersey.
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KAVANAGH, Alfred G. (2010); Irán por dentro, José J. de Olañeta, Barcelona
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VERNET, Juan; (2001); Los orígenes del Islam, El acantilado, Barcelona
·
WAINES, David (2008); El Islam, Akal, Madrid
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