Por: Carmelo Morales Marcos. Licenciado en Geografía e historia por la
UNED; licenciado en Teoría de la Literatura por la Universidad Complutense de
Madrid; máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de
Madrid y doctorando en Ciencias de las Religiones por la Universidad
Complutense de Madrid.
1. Introducción
Immanuel Kant |
En
el presente trabajo voy a exponer parte del pensamiento moral y religioso de
Kant. Dividiré la exposición en dos partes: la primera, sobre las ideas de Kant
con respecto a la religión y la segunda, una relación con las ideas de lo
numinoso de Rudolf Otto. Lo haré así porque, como es bien sabido, el
pensamiento moral y religioso de Kant es amplísimo e inabarcable en tan
reducido espacio.
El
objetivo del presente trabajo es, por tanto, ver hasta qué punto es importante
la moral en la religión para Kant y si para él es posible que se sostenga una
religión sin su parte moral, pues en sus textos se vislumbra que esta es,
incluso, la única esencial en el fenómeno religioso.
Para
ello, seguiremos textos sacados de sus obras, sobre todo de La religión dentro de los límites de la mera
razón y Crítica de la razón práctica.
Intercalaremos estos textos con comentarios propios y con algún que otro texto
de Rudolf Otto.
En
la historia de la literatura universal existen pocos relatos como el del
sacrificio de Isaac que dejen sentir lo sorprendente del Absoluto y el temor de
la criatura ante su soberanía suprema. No es casual que fuese a partir de la Ilustración
cuando se planteó y se cuestionó con toda su fuerza la crisis general del texto
bíblico: el cuestionamiento de la lectura literal permitió establecer la
cuestión decisiva acerca del carácter real del hecho y, así, el significado
supuso un nuevo problema.
2. La religión dentro de los límites de la mera
razón moral en Kant
Kant
lo expresó magníficamente con un razonamiento difícil de refutar y bien
conocido: “Como ejemplo puede servir
el mito del sacrificio que Abraham, por mandato divino, quería llevar a cabo
inmolando y quemando a su único hijo, con el agravante de que el pobre niño,
sin saberlo, llevaba la leña. Abraham debería haber respondido a esta pretendida
voz divina<< que no debo matar a mi hijo es completamente cierto; pero
que tú, que te me apareces, seas Dios, de esto no estoy seguro, ni podría estarlo,
aunque esa voz resonase desde el cielo visible>>”[1].
Kant
dice a este respecto: “Esta terrible
voluntad se basa en documentos históricos y no es apodícticamente cierto. La
revelación ha llegado a él solo a través de los hombres y solo interpretada por
estos. Por lo tanto, es posible que aquí haya un error”[2].
Los
dos motivos de fondo de su razonamiento son, por un lado, que no es posible
demostrar con seguridad la realidad empírica de una revelación divina y, por
otro, que el contenido de cualquier revelación efectiva no puede contradecir
los principios de la moralidad auténtica. Kant duda de que sea Dios mismo quien
da esa orden a Abraham y sospecha que sea, más bien, una trampa demoniaca. Al
hacerlo, critica cualquier fe que se oponga a la injusticia, razonando que, si
aquí la muerte se justifica por la fe, en el caso de un inquisidor que quisiese
matar a alguien porque piensa que es agradable a Dios, también lo justificaría.
Después,
tanto Derrida en su obra Dar la muerte
como Kierkegaard en su obra Temor y
temblor dirán que la singularidad del acto de Abraham se encuentra en el
temor y temblor, o sea en el sacrificio y no en una razón apodíctica de la
razón. Autores modernos interpretan este acto no como Kant, como un documento
histórico, sino como la posibilidad de una justicia que mide el riesgo de una
injusticia. Kierkegaard, incluso, ve en el relato de Abraham el paradigma de la
fe: en su obra Temor y Temblor dice
que la fe comienza precisamente allí donde la razón termina. Por ello, es
posible afirmar que Derrida y Kierkegaard plantean una ética más allá del
deber. Hay que tener en cuenta que en la época de Abraham eran comunes los
sacrificios humanos. Pero es paradójico y choca con el mandamiento del decálogo
de “no matarás”.
En
las palabras de Kant sobre este relato se anunciaba un cambio de época en el
modo de comprender la revelación: por primera vez en la historia se ponen en
cuestión, de manera expresa y por motivos de principio, tanto la verdad literal
de todas las afirmaciones bíblicas como la realidad de los hechos empíricos que
servían de soporte a su significado religioso. Era el mayor desafío cultural
que tuvo que afrontar el cristianismo establecido, puesto que tocaba a la misma
raíz de su fundamento: la autoridad de la revelación bíblica. Era la crisis del
principio de la inspiración literal.
Otto
es de otra opinión. En su obra Lo santo
dice lo siguiente: “Hay que salir al
paso de un equívoco que puede conducir a una visión parcial e incorrecta, y es
la idea de que los predicados racionales apuran y agotan la esencia de la
divinidad”[3].
Vamos
a ir viendo paulatinamente cómo entroncan los puntos de vista religiosos de
estos dos autores. Por un lado, tenemos a Kant, que afirma que no es posible
una doctrina religiosa sin una ley moral en la conducta, y por otro a Rudolf
Otto, que dice que los preceptos morales y racionales no agotan la esencia de
la divinidad, de lo santo. De momento no parece que exista tanta contradicción
entre los dos autores, porque según se puede observar las dos proposiciones son
compatibles: el primero afirma que no puede haber religión sin moral y el
segundo defiende que la moral no es lo único. Esto no es contradictorio, aunque
lo parezca. Seguimos con las ideas de Kant: “Jamás se puede probar inequívocamente la existencia de un ser cuando no
hay ninguna experiencia ni ninguna intuición que sean adecuadas a su concepto. Nadie
puede estar primeramente convencido, por una intuición cualquiera, de la
existencia del ser supremo; la fe racional tiene que preceder”[4].
He
elegido este pasaje del autor prusiano porque refleja muy bien lo que piensa
sobre el relato bíblico de Abraham. Cuando dice en su obra La religión dentro de los límites dentro de la mera razón que
“Nadie puede estar primeramente convencido, por una intuición cualquiera, de la
existencia del ser supremo y que tiene que prevalecer la razón” se puede
trasladar perfectamente a la afirmación que hace sobre el pasaje bíblico de
Abraham, cuando dice que este debía haber contestado “tú, que te me apareces, seas Dios, de esto no estoy seguro, ni podría estarlo,
aunque esa voz resonase desde el cielo visible”.
Lo
que trata de decir Kant es que por esta vía es imposible llegar a tener la
seguridad de Dios o de entender la divinidad y que sin embargo la vía de la ley
moral no da lugar a equívocos: “Los
hombres, conscientes de su impotencia en el conocimiento de cosas suprasensibles,
aunque conceden todo el honor a esa fe, no son fáciles de convencer de que la
aplicación constante a una conducta moralmente buena sea todo lo que Dios pide
de los hombres para que éstos sean súbditos agradables a él en su reino. No
pueden, por lo tanto, pensar para sí su obligación de otro modo que como el
estar obligados a algún servicio que han de hacer a Dios, en donde no importa
tanto el valor moral interior de las acciones como más bien el que son hechas a
Dios…. Deben saber que cuando cumplen sus deberes para con hombres, justamente
por ello ejecutan también mandamientos de Dios…. Y que además es absolutamente
imposible servir a Dios más de cerca de otro modo” [5].
Kant
sigue ahondando en la importancia de la buena conducta o conducta moral como
medio para acercarse más a Dios. Pero va más allá: “Todo lo que, aparte de la buena conducta de vida, se figura el hombre
poder hacer para hacerse agradable a Dios es mera ilusión religiosa y falso
servicio de Dios… Persuadirse de poder distinguir los efectos de la gracia de
los de la naturaleza (de la virtud), o incluso de poder producir en sí los
últimos mediante los primeros, es fanatismo. La ilusión de conseguir
mediante acciones religiosas de culto algo con respecto a la justificación ante
Dios es la superstición religiosa; así como la ilusión consistente en
querer hacerlo mediante el esfuerzo en orden a un supuesto trato con Dios es el
fanatismo religioso. Es ilusión supersticiosa querer hacerse agradable a Dios
por medio de acciones que todo hombre puede hacer sin que tenga que ser un
hombre bueno. Es llamada supersticiosa porque elige para sí simples medios de
naturaleza (no morales), los cuales por sí no pueden obrar absolutamente nada.
…De un chamán tungús al prelado europeo, que gobierna a la vez la iglesia y el
Estado, o (si en vez de a los jefes y dirigentes miramos sólo a los adeptos de
la fe según su propio modo de representación) entre el vogul, totalmente
sensitivo, que se pone de mañana la garra de una piel de oso sobre la cabeza
con la breve oración, y el sublimado puritano e independiente de Connecticut,
hay ciertamente una importante distancia en la manera, pero no en el principio
de creer; pues por lo que toca a éste pertenecen todos ellos a una y la misma
clase, a saber: la de los que ponen su servicio de Dios en aquello que en sí no
hace a ningún hombre mejor. Sólo los que piensan encontrar ese servicio
únicamente en la intención de una conducta buena se diferencian. Si lo piensan
como ser moral, entonces fácilmente se convencen por su propia Razón de que la
condición para conseguir el agrado de aquel ser ha de ser su conducta
moralmente buena, particularmente la intención pura como principio subjetivo de
ella. Pero el ser supremo quizá puede también querer ser servido, además, de un
modo que no puede sernos conocido por la mera Razón, a saber: mediante acciones
en las cuales, por sí mismas, no echamos de ver nada moral, pero que son
emprendidas por nosotros arbitrariamente, como dispuestas por él o bien
solamente para atestiguar nuestra sumisión hacia él. …Ahora bien, el hombre que
usa de acciones que por sí mismas no contienen nada agradable a Dios (moral)
como medios para conseguir la complacencia divina incondicionada en él y con
ello el cumplimiento de sus deseos, está en la ilusión de poseer un arte de
lograr un efecto sobrenatural por medios totalmente naturales; a tales intentos
se les suele llamar magia, palabra que, sin embargo (dado que lleva consigo el
concepto secundario de una comunidad con el principio malo, mientras .que aquellos
intentos pueden también ser pensados como por lo demás emprendidos, por un
malentendido, con una mira moral buena), queremos cambiar por la palabra, por
lo demás conocida, fetichismo” [6].
Va
más allá, porque dice que, aparte de la buena conducta de vida, todo lo que se
figure el hombre poder hacer para hacerse agradable a Dios es mera ilusión
religiosa y falso servicio de Dios.
Aquí
vemos que su idea se radicaliza y va chocando con los postulados de Otto en su
obra Lo santo cuando dice: “¡Ojalá sirva de saludable acicate el observar
que la religión no se reduce a enunciados racionales!”[7].
Estoy
totalmente de acuerdo con Kant en cuanto a que en la religión lo más importante
es la moral y por tanto la buena conducta, pues únicamente de este modo la
religión puede conseguir que el mundo vaya a mejor. También estoy de acuerdo
con él en que no se debería aceptar ninguna religión que no vaya acompañada de
esta ley moral, porque de otra forma estarían justificadas las masacres e
injusticias de la inquisición o cualquier fanatismo religioso, como justificar
dar muerte al prójimo por una inspiración divina. Pero no estoy de acuerdo con
Kant en que todo lo que el hombre haga, aparte de una buena conducta, no va agradar
a Dios, porque pienso que el respeto, la admiración o el recogimiento interior
al orar es importante para Dios, pero Kant no le da importancia alguna (esto es
lo que Otto denuncia). Ahora, sí pienso como Kant en cuanto a que lo más
importante para la divinidad es la buena conducta, pero no lo único, como
parece decir Kant.
Supongamos
que todos los humanos del mundo estuviéramos adoctrinados por una religión que
no diese ninguna importancia a la Ley moral y que casi nadie practicase la
buena conducta, pero le diese mucha importancia al culto y a los sacrificios.
Ahora supongamos otro mundo paralelo donde no se practicase la adoración a la
divinidad, ni los sacrificios, pero que en dicha religión tuviese una
importancia vital la buena conducta, ¿Cuál de las dos religiones colaboraría
más al progreso de la humanidad?
Por
lo tanto, siguiendo con Kant, él distingue dos religiones, la histórica y
particular y la universal, esta última deducida de la Ley Moral inscrita en el
corazón de todo hombre: “El hombre
muestra la necesidad, operada moralmente en él, de pensar en relación a sus
deberes también un fin último como el resultado de ellos. Así pues, la Moral
conduce ineludiblemente a la Religión, por lo cual se amplia, fuera del hombre,
a la idea de un legislador moral poderoso en cuya voluntad es fin último (de la
creación del mundo) aquello que al mismo tiempo puede y debe ser el fin último del
hombre” [8].
También
podemos observar cómo un mismo término puede tener un significado muy distinto
para cada autor. Kant afirma que lo que nos conduce a los misterios santos es
la realización de la idea del fin último moral.
BIBLIOGRAFÍA:
-DERRIDA, J. (2006); Dar la muerte, Paidos Ibérica, Barcelona
-KANT, I. (1969); La religión dentro de
los límites de la mera razón, Alianza, Madrid
-KANT, I. (2005); Crítica de la razón práctica, FCE, México.
-KIERKEGAARD, S. (2005); Temor y
temblor, Alianza, Madrid
-OTTO, R; (1998). Lo Santo,
Alianza, Madrid
-STENDEBACH, F, J. (1996); Introducción
al Antiguo Testamento, Herder, Barcelona
[1]Clases magistrales de lecciones sobre la filosofía
de la religión de Immanuel Kant.
[2]
Kant, La religión dentro de los límites de la mera
razón, Alianza, 1969. 4ªparte 2ª sección, p. 182.
[3]
Otto,
Rudolf, Lo Santo. Alianza,
Madrid, 1998, 1 p.10.
[4]
Kant,
Crítica de la razón práctica. FCE,
México, 2005, p.164.
[5]
Kant, La religión dentro de los límites de la
mera razón, Alianza 1969. 3ª parte 1ª sección, 6, p. 104.
[6]
Kant, La religión dentro de los límites de la mera
razón, Alianza, Madrid 1969, 4ªparte. 2ª sección, 2. p. 166-174.
[7]
Otto,
Rudolf, Lo Santo. Alianza, Madrid, 1998, 2, p. 12.
[8]
Kant, Crítica de la razón práctica, FCE,
México, 2005, p. 154.
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