Planta de Santa Sofía |
Justiniano llevaba con ímpetu su actividad en varios campos:
restauración del Imperio, puesta al día del derecho (recopilación de un
código), buscar una unidad religiosa y política en el territorio: un Dios, un
emperador, una iglesia. Aparte de lo obvio, se encargó personalmente, según
dicen las leyendas, de la arquitectura, en especial, como principio y modelo,
de Santa Sofía; la iglesia de la santa sabiduría.
Según Procopio de Cesarea, cronista oficial del emperador,
Justiniano es directamente inspirado por Dios y se siente artífice instrumento
de la divinidad para concebir y dar conclusión a la Gran Iglesia, y lo
considera autor activo de la construcción.
También cuenta este autor que Justiniano daba instrucciones
precisas ante dificultades técnicas o crematísticas. Todas estas actuaciones se
dan con intervención divina directa.
Haciendo un inciso sobre Procopio de Cesarea, es importante
decir que una de sus obras más importantes, la que aquí referimos, es “Los
Edificios” (1), aunque también escribió “Historia de las Guerras” y
la “Historia Secreta”.
“Los Edificios” describe todas las edificaciones y
restauraciones que se llevaron a cabo en el reinado del emperador Justiniano,
desde Constantinopla hasta la frontera oriental del imperio, y por occidente,
hasta Ceuta. Dado que la obra pudo publicarse entre los años 559 y 560, en ella
se describen los edificios que se construyeron o restauraron hasta el año 558.
Se divide en seis libros dedicados a distintas regiones del Imperio. En esta
obra se manifiesta el encargo del Emperador (sino el deseo) de una “crónica
oficial” sobre sus logros constructivos.
A los contemporáneos de Justiniano Santa Sofía debió
parecerles una locura; para las generaciones posteriores se convirtió en una
leyenda y un símbolo.
La “primera” Santa Sofía (gran Iglesia, Megalê Ekklêsia) fue
construida bajo el mandato de Constancio II, sucesor de Constantino. Era una
basílica con techumbre de madera que se consagró en el año 360 y se incendió en
el 404. La “segunda” Santa Sofía, reconstruida tras el incendio, fue consagrada
en el 415 y al igual que la anterior sucumbió pasto de las llamas en el 532 en
la insurrección de Nika. Por último, la Santa Sofía del emperador Justiniano se
consagró en el 537, solo cinco años después de su inicio sobre las cenizas de
su predecesora.
Planta de Santos Sergio y Baco |
De Aedificiis. Libro I, parte I. Del
original escrito en griego, traducido al latín y de este al español. Biblioteca
clásica Loeb. 1940.
Esta gran catedral del Imperio fue sufriendo
transformaciones, reconstrucciones, consolidaciones y añadidos hasta la misma
época de la conquista de la ciudad por las huestes otomanas capitaneadas por
Mehmet II, “El Conquistador”, la madrugada del martes 29 de mayo de 1453. Este
quedó tan admirado por la catedral que fue tomada como referencia para la
posterior producción arquitectónica del Imperio de la Sublime Puerta.
Describe Procopio de Cesarea, cronista del emperador
Justiniano, la iglesia consagrada en el 537 de la siguiente manera:
“…Por consiguiente, la iglesia se ha
convertido en un espectáculo lleno de belleza, sobrenatural para los que la
contemplan e increíble del todo para los que la conocen de oídas. Porque se
alza sobremanera hacia las celestes alturas, y como si estuviera fondeada entre
las demás edificaciones, se balancea y se sitúa por encima del resto de la
ciudad, embelleciéndola, porque es una parte de ella y, por otra parte,
ufanándose de ello, porque perteneciendo a la ciudad y superándola surge de tal
modo que, desde ella se divisa la ciudad como si de una atalaya se tratara.”
La genialidad de Santa Sofía reside en que no se pareció en
nada a lo construido anteriormente. Eso sí, estaba hecha con elementos comunes
de la época, pero nunca combinados de igual manera. Básicamente se trataba de
un edificio de planta basilical coronado por una cúpula central.
A lo largo de los tiempos se ha hecho multitud de
apreciaciones sobre su fisionomía, pero la que hay que descartar de plano es la
que la define como un edificio de “planta centralizada”. Esta definición es muy
común, acaso debido al análisis poco escrupuloso de la obra. Edificio de planta
centralizada sería su contemporáneo San Vital, en Rávena, o la iglesia de los
Santos Sergio y Baco, también en Constantinopla.
Santa Sofía es la culminación de todo lo anterior y al mismo
tiempo una concepción que revoluciona las formas del Bajo Imperio y crea un
espíritu nuevo característico de Bizancio y que inspirará formas arquitectónicas
fuera de sus fronteras. La práctica totalidad de las mezquitas otomanas de
Estambul responden en mayor o menor medida al modelo de Santa Sofía. El
arquitecto otomano Mimar Sinán, arquitecto oficial del sultán Solimán “El
Magnífico”, inspiró sus mezquitas en la Iglesia, incluso intervino en varias
fases de su reparación y consolidación. La Shezade Mehmet, La Suleimaniye y,
por último, la Selimiye de Edirne fueron una continua búsqueda de la superación
en grandeza de la cúpula de Santa Sofía. Fue en su última obra, la mezquita del
sultán Selím en Edirne donde consiguió igualar, sino superar, el radio de la
cúpula de Santa Sofía (aproximadamente 31 metros), hecho del que también se
vanaglorió.
Cuentan las crónicas que el número
de operarios que trabajaban al tiempo en la obra era una cifra mágica: diez
maestros con cien alarifes cada uno, o sea 10.000 personas en total. Aunque el
arquitecto jefe era un tal Ignacio, los planos le fueron revelados a Justiniano
por un ángel del Señor. Es evidente que esto no es más que leyenda. Es sabido
que los autores Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto fueron los que
realizaron los planos y la posterior traza del edificio. Cabría preguntarse si,
a su vez, estos les fueron revelados por el mismísimo Emperador, cosa que
parece inviable cuando no carente de sentido.
Los exorbitantes gastos de la mano
de obra, una pieza de plata diaria por operario (se habla de 45.200 libras de
plata), agotan las arcas, cuando se ha llegado a la segunda galería y falta por
acometer la bóveda. A instancias de un ángel, el questor y el prefecto de la
ciudad acuden a donde les ha indicado el ángel, el suburbio de Hébdomon, y
encuentran un tesoro que saca a Justiniano del apuro. La construcción se
completa tras ocho años y diez meses de obras a lo que hay que sumar el tiempo
de acopio de materiales. En cualquier caso, antes, cuando ya se puede consagrar
la iglesia (año 537) Justiniano exclama al entrar en el recinto:
“Salomón;
te he vencido”
La Gran Iglesia es percibida desde
el primer momento como el símbolo de la perennidad de la imagen imperial
(encarnada, claro, en Justiniano) y de la civilización bizantina. Cinco siglos
después de la construcción esta idea sigue en pleno vigor, como se observa en
el mosaico del vestíbulo meridional, donde Constantino y Justiniano aparecen
ofreciendo a la virgen el uno su ciudad y el otro su iglesia.
La compleja estructura y dimensiones
gigantescas del templo (una excepción del arte bizantino), constituyen una
unidad arquitectónica, decorativa, ritual e ideológica indisoluble y, como tal,
percibida y vivida por todos los que allí se congregan en la liturgia y
ceremonial, desde el emperador y el patriarca hasta el último de los fieles.
El mayor problema de Santa Sofía
está en sus dimensiones. Los arquitectos bizantinos tenían gran experiencia en
la construcción de cúpulas, pero una cúpula de 31 metros de diámetro (unos 100
pies bizantinos) y, aún más, una cúpula de este tamaño que no apoya sobre muros
sólidos sino que está “suspendida en el aire” es algo que nunca se había hecho
antes. Este hecho marca una clara diferencia con las cúpulas occidentales
Ese prodigio fue llevado a cabo no
por arquitectos en sentido estricto, sino por un matemático y un geómetra y
astrónomo, Antemio de Tralles e Isidoro de Mileto, ambos de origen griego.
(3). Es adecuado decir que Santa Sofía
se trató más de una obra de constructores que de arquitectos. El conocimiento y
el valor de la construcción y la ingeniería lo hicieron posible.
También es justo decir que ningún
arquitecto de la época podía haber calculado, ni aún aproximadamente, los
empujes generados por una cúpula de este tamaño construida en mampostería.
Antemio e Isidoro vieron la
importancia que tenía la precisión. El plano de cimentaciones fue llevado a
cabo con toda exactitud, y todos los
elementos de apoyo, es decir, los pilares fueron construidos con piedra.
Aún cuando era caliza local, bastante blanda, no quedaba sujeta a la
contracción y elasticidad de ladrillo con
mortero.
La estructura exterior cuya función
estática era bastante secundaria se hizo delgada (80 centímetros de espesor),
pero aún en ella se utilizaron grandes bloques de piedra hasta una altura de
unos 7 metros. Las dificultades empezaron cuando la estructura se elevó hasta
el arranque de los arcos principales.
Queda claro que el edificio empezó a
deformarse mientras se construía. Cuando se llegó a la cúpula el espacio a
cubrir se había extendido más de lo que se había estimado. No obstante la
cúpula quedó terminada, aunque no duró más de 20 años. Resquebrajada por una
serie de terremotos que sacudieron la capital entre el 553 y el 557, se hundió
definitivamente en el año 558. En cualquier caso parece ser que el hundimiento
se produjo no por falta de soportes laterales sino por fallo de los cimientos
debido a que la roca sobre la que se alzaban los pilares era de periodo
Devónico y sufrió flujo plástico. La cúpula original, según fuentes históricas,
era cerca de 7 metros más baja y elíptica, 2 metros más ancha de norte a sur
que de este a oeste, esto es, más ancha en la dirección de los arcos torales.
Tras el hundimiento del año 558, los arcos meridional y septentrional fueron
ensanchados progresivamente por el intradós desde las impostas hasta la clave y
se construyó una cúpula más alta, esencialmente la que hoy se conserva. Partes
de ella cayeron y fueron reparadas en siglos sucesivos (trece de los cuarenta
nervios en el 989 y otros trece en 1346), pero el diseño de Isidoro El Joven no
fue alterado sensiblemente.
La misteriosa penumbra que hoy reina
en Santa Sofía, solo interrumpida en las primeras horas de la mañana y en las
últimas de la tarde por oblicuos rayos de sol, se debe a que las ventanas
fueron tapiadas progresivamente y a que se han perdido muchos mosaicos. Los
tímpanos también se han reconstruido y se han eliminado ventanas.
Si consideramos las vicisitudes
sufridas por Santa Sofía en el curso de los casi quince siglos de su existencia,
su estado de conservación es poco menos que milagroso. El respeto que los
turcos han demostrado hacia este templo y las periódicas reparaciones (la
última llevada a cabo entre 1847 y 1849 por los arquitectos suizos Gaspar y
José Fossati) han contribuido a ese feliz resultado.
Hoy resulta difícil obtener una
buena vista de su conjunto; los pesados contrafuertes que apoyan en el edificio
por todos lados, los mausoleos de los sultanes, los cuatro minaretes, por no
hablar del lamentable enlucido de cemento y pintura amarillenta (luego morada)
con que se ha embadurnado el aparejo de ladrillo, distraen nuestra atención de
las formas arquitectónicas. El exterior es muy pesado y siempre lo fue, ya que
en el siglo VI la iglesia estaba rodeada por estructuras secundarias.
Bibliografía.
● CESAREA, PROCOPIO DE. Los Edificios.
Col. Estudios Orientales. Universidad de Murcia. 2005
● CORTES ARRESE, MIGUEL. Elogio de Constantinopla.
Col. Estudios. Universidad de Castilla la Mancha. 2004
● EGEA, JOSE M. Relato de cómo se
construyó Santa Sofía. Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y chipriotas.
Granada .2003
● MATEOS ENRICH, JORGE. Persistencia
de Santa Sofía en las Mezquitas de Estambul. Ed. ACCI. Madrid. 2014
Notas:
(1). Los Edificios. Estudios
orientales, vol. 7. Miguel Periago Lorente. Univ. Murcia. 2005. Los Edificios
fue escrito en 545 y publicado sobre el 560. El libro fue encargado por el
mismo Justiniano. Procopio de Cesarea (Cesarea.500 - Constantinopla 562) fue
cronista del general Belisario y escribió, también, Historia de las Guerras y
la Historia Secreta. Procopio no conoció personalmente a Justiniano hasta, al menos
550. La presente traducción es la única hecha directamente al español del
original en griego.
De Aedificiis. Libro I, parte I. Del
original escrito en griego, traducido al latín y de este al español. Biblioteca
clásica Loeb. 1940.
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