Por: Miguel Morata Mora
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mimorata.mmm@gmail.com
Introducción
No se puede al hablar del culto imperial
separar la cuestión religiosa de la política. Es por ello por lo que para la
mejor comprensión de este tema lo primero que debemos observar es el contexto anterior
al ascenso de Augusto al poder. El objetivo que aquí nos presentamos es ver
cómo la aparición del culto imperial responde, no solo a una apetencia
política, sino a un proceso derivado del contexto social, político y religioso.
Cuando las guerras civiles concluyeron
con la victoria de Octavio sobre Antonio quedó una Italia desolada por siglos
de guerras. Desde que Aníbal puso en jaque a Roma, las tierras itálicas
tuvieron pocos descansos para recuperar su nivel de producción, algunas
regiones dejaron de ser habitadas y la crisis demográfica acentuaba la crisis
agraria que sumada a las insaciables ansias de poder de algunos miembros del
orden senatorial dejaron exhausta a la población. En este entramado aparecieron
personas de diversa condición que reclamaban más contramedidas a la corrupción
y ayudas para el pueblo, indiferentemente si fueron movidos por un verdadero
altruismo o por ansias de gloria. Sin duda el hecho más revolucionario fue la
aparición de los homines noui
(hombres nuevos), en cuanto al orden senatorial, pues resultarán ser una pieza
fundamental en el puzle
político-religioso. Al ser personas que no son reconocidas socialmente por su
ascendencia sino que por sus méritos personales, han logrado formar parte de la
élite política, rechazan todas las tradiciones religiosas y supersticiosas de
una cada vez más desfasada y corrupta oligarquía senatorial.
Tras la guerra de Yugurta ocurrida a
finales del siglo II a.C. comenzará el periodo de las guerras civiles, un
momento histórico de gran convulsión que dejará una profunda huella en la
historia de Roma. Es interesante comprobar que tras la guerra entre Mario y
Sila aparecen dos bandos políticos, uno seguidor de las políticas silanas y
otro de las marianas; tras la guerra entre César y Pompeyo, todos parecen ser o
cesarianos o pompeyanos; y en la guerra civil surgida del segundo triunvirato
ocurrirá lo mismo entre Antonio y Octaviano. El nexo guerra-política-guerra se
hace evidente. Para Clausewitz la guerra es un instrumento político, la
continuación de las relaciones políticas gestionadas por otros medios.
Foucault, por su parte, invierte esta proposición afirmando que en realidad la
política es la continuación de la guerra por otros medios, que se trata de las
secuelas de la guerra precedente[1].
A lo que queremos llegar con esto es a la observación de cómo la guerra y otros
actos violentos tienen una gran capacidad para transformar las ideas y las
conductas de los pueblos hasta el punto, como veremos, de cambiar el sentido
religioso, pues en nuestra opinión el nacimiento del culto imperial tiene su
raíz en la crisis y en la guerra.
Hay otros cambios significativos que
tendremos que tener en cuenta. Años atrás, la victoria era considerada una
recompensa divina por la pietas de
los romanos[2]; se consideraban un pueblo
de gran piedad y que los dioses se lo habían recompensado con la victoria y la
supremacía mundial. En consecuencia los triunfos de Roma eran entendidos como triunfos
divinos[3].
Con las guerras civiles la victoria comenzó a verse como consecuencia de la uirtus y de la felicitas del general, de su valor, su talento militar y su fortuna[4].
Esto no significa que desapareciese de la cosmovisión romana el factor
religioso de la victoria, sino que el individuo ganó importancia frente a la
comunidad. En un periodo en el que el pueblo ha dejado de lado a los dioses,
sus templos y sus ritos, ya no es la comunidad la que puede lograr salvarse, es
un individuo de gran piedad el que debe permitir a Roma pagar sus deudas con
los dioses. Este individuo será Octaviano[5].
El
heredero de César
Julio César marcó toda una época. Fue el
primer hombre que logró que el pueblo romano se uniese tan unánimemente a su
ambiciosa voluntad. Tal es así que la propia plebe se tomó la venganza por su
muerte[6],
porque bien sabía el pueblo que su propio bienestar residía en el bienestar de
su dictador. Tanta fue la cantidad de gente que fue a
honrar a César tras su muerte que se decidió no establecer un orden a los
oferentes para que pudiesen llegar desde cualquier parte de la ciudad. Se
realizaron, aparte de las numerosas ofrendas realizadas por parte del ejército
y la plebe, procesiones y cánticos funerales en su honor. Los judíos, afirmó
Suetonio, llegaron a reunirse alrededor de la pira durante varias noches
consecutivas[7]. Sabemos por una carta de
Cicerón[8]
que de entre la plebe surgió un personaje llamado Mario, un bandido que levantó
un altar sobre el lugar en el que fue incinerado César y se estableció allí
como cabecilla de un grupo que trató de seguir vengando su muerte. Fue detenido
y ejecutado el 13 de abril del 44 a.C., casi un mes después de la muerte del
dictador. En el funeral se leyó en público el decreto senatorial que lo
divinizaba.
Es muy importante tener en cuenta este
tipo de acontecimiento: el político, puesto que depende del pueblo para
mantenerse en el poder, adaptará a él su discurso aunque ello genere una
contradicción interna del mismo. Durante la crisis de la República este hecho
será una constante en la política romana. Ya en los los tres últimos años de la
vida del dictador, a César se le dedicaron estatuas, altares, Lupercales y un
flamen, desarrollándose así un culto a su persona que, en vida, lo igualaba a
los dioses[9].
Hubiese sido lógico que los asesinos de un dictador con pretensiones divinas
tratasen de anular el culto establecido para eliminar posibles problemas
derivados de su recuerdo, pero tal fue la fuerza con la que respondió el pueblo
que para poder salvarse a sí mismos tuvieron que dejarse vencer por las
tensiones sociales del momento, tensión alimentada por el hecho de que uno de
los cónsules, Antonio, era completamente cesariano y el otro, Dolabela, se
movía más por ambición que por lealtad.
Cuando, tras ser leído el testamento de
César en la casa de Antonio, Octavio fue adoptado como sucesor del dictador comenzó
una rivalidad que estará presente en la vida política de los próximos
veinticinco años[10]. Desde un primer momento
se escuchan rumores de que Octaviano pretendió asesinar a Antonio en un
atentado[11]. A finales del 44 la
rivalidad entre ambos es tal que se convierte en un asunto público que obliga a
la élite senatorial a situarse en un bando o en otro. Por regla general, se
situarán al lado de Octaviano huyendo del castigo jurado por Antonio contra los
enemigos de César.
En principio Octaviano parece no saber
muy bien lo que hacer. Le pide múltiples consejos a Cicerón, según nos ha
transmitido el orador[12],
incluso le pide que salve de nuevo a la República, propuesta que Cicerón no se
ve en posición de aceptar en un momento en el que todo el Senado se haya
aterrorizado por la sombra de Antonio[13].
Lo que sí podemos ver en Octaviano
es la prontitud con la que se quiso mostrar como heredero legítimo de César
financiando un templo dedicado a su culto y un ejército de veteranos que
fácilmente pudo tener a su favor por su nombre y su dinero para combatir a su
rival principal. Todo ello mostraba al pueblo y al Senado su piedad filial y,
por tanto, consolidaba su situación frente a Antonio[14].
Posteriormente, cuando asociado con Antonio derrote a los asesinos de César,
dedicará un templo en Roma a Marte con la advocación de Ultor, vengador[15].
Según
nos transmite Salustio, tras la batalla de Perusa escogió a trescientos
prisioneros de entre los dos órdenes, ecuestre y senatorial y los sacrificó
como víctimas durante las idus de marzo ante un altar erigido al Divino Julio.
La elección de este número no es gratuita. Se trata de un número fundamental en
la política romana, el Senado siempre ha estado compuesto durante la República
por trescientos individuos o por un múltiplo del mismo número. Esta cantidad los
romanos la explicaban en un mito en el que se aseguraba que la fundación de la
Urbe se produjo por un asentamiento de cien gens
latinas reunidas en una tribu. Más adelante se unió la tribu Sabelia con otras
cien gens, y por último entraron otras cien gens de elementos diversos. Cada
una de estas trescientas gens tenían un pater
familias, el miembro más experimentado de la gens y por general el mayor de todos en edad, pues ello lo investía
de auctoritas. Aquellos trescientos
ancianos, senex, conformaron los
miembros del Senatus original[16].
Sea cierta o no el relato recogido por Salustio es una clara evidencia de la
imagen piadosa que reinaba en torno a Octaviano hacia su padre adoptivo.
Muertos ya todos los asesinos de César y
los posibles herederos de su poder, la flagelada Italia despertó de la
pesadilla sufrida durante las guerras civiles, pero las cicatrices no curarían en
seguida. Campos, pueblos y templos quedaron abandonados por toda la península.
Octavio, quien se acababa de convertir en el único poder en Roma era el
portador de todas las esperanzas de la plebe de poder vivir en paz y en
abundancia.
Fuentes
literarias
EUTROPIO; Breviario,
Ed. Gredos, Madrid, trad. Emma Falque
CICERÓN; Cartas,
v.2 (A Ático II), Ed. Gredos, Madrid, trad. Miguel Rodriguez-Pantoja Márquez
Id;
Cartas, v.4 (A Familiares II), Ed.
Gredos, Madrid, trad. Ana-Isabel Magallón García
SALUSTIO; Guerra de
Jugurta, Ed. Gredos, Madrid, trad. Bartolomé Segura Ramos
SUETONIO; Vida de los
doce Césares, Ed. Juventud, Barcelona, trad. Vicente López Soto
VELEYO PATÉRCULO; Historia
Romana, Ed. Gredos, Madrid, trad. Mª Asunción Sánchez Manzano
Fuentes
contemporáneas
ENGELS,
Friedrich (2010): El origen de la familia, la propiedad privada
y el estado, Biblioteca Pensamiento Crítico (Público), Barcelona, primera
edición.
GÓNZALEZ, Julián
(2015): “El culto a Augusto
Vivo y la Devotio Popular: el origen del culto imperial”, Onoba, pp.16-24, Universidad de Huelva
LANGA, Alfredo
(2013): La economía política de la guerra, Icaria Editorial, Barcelona.
LE GLAY, Marcel
(2002): Grandeza y caída del Imperio Romano, Cátedra, Madrid, primera
edición
MARTIN, Régis F.
(1998): Los doce Césares. Del mito a la realidad, Aldebarán Ediciones,
Madrid, primera edición española
MONTERO,
Santiago (2010): “Augusto y los
puentes: ingeniería y religión”, de Naturaleza
y religión en el Mundo Clásico: Usos y abusos del medio natural (MONTERO,
Santiago; et CARDETE, Mª Cruz eds.), Signifer Libros, Madrid.
SOLÍS, Javier
(2012): “Adoración
corporativa y culto imperial. Cuando lo ‘privado’ invado lo ‘público’.”, Antestería, Nº1, pp. 371-378,
publicación online disponible en: https://www.antesteria.es/n1-2012.html
[1] Langa 2013: 64-65
[2] González 2015: 17
[3] Ogilvie 1995: 142
[4] González 2015: 17
[5] Ogilvie 1995: 143-144
[6]
Suet. Jul. 85
[7] Suet. Jul. 84
[8]
Cic. Att. XIV, 6, 1
[9] Martin 1998: 310
[10]
Suet. Jul. 83
[11]
Cic. Fam. XII, 23, 2
[12]
Cic. Att. XVI, 8, 2
[13]
Cic. Att. XVI, 11, 6
[14]
Martin 1998: 311
[15]
Suet. Aug. 29
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