Por: Miguel
Morata Mora
Correo
electrónico: mimorata.mmm@gmail.com
Augusto y la religión
El
gobierno de Augusto estuvo investido de una gran religiosidad que, según el
pueblo romano, llevó la paz al imperio. Algunos autores afirman que Augusto
tomó conciencia de que el control de la plebe, del ejército y de la política no
era suficiente para hacer que su sistema perdurara por lo que se sirvió de la
religión para reforzar su prestigio. Así, el nacimiento del culto imperial fue
un proceso largo, meditado y planificado por el propio princeps[1][2].
En el presente trabajo nos situamos bajo la opinión de que, desde un profundo
sentido de misión religiosa, Augusto pretendía dar a Roma un nuevo y esplendoroso
comienzo, reflejo de los tiempos de Eneas y Rómulo, un comienzo en el que,
mediante la piedad a los dioses, pudiera purgar las faltas cometidas en el
pasado.[3]
De esta
manera, Augusto se presenta como restaurador, no solo de la República, sino
también de la pietas primigenia del
pueblo Romano, plasmada por Virgilio en el pius
Aeneas, su ancestro mítico. Son los discursos los que mantienen a las
élites en el poder, las derrocan e imponen otras nuevas, y este discurso de
Augusto ha ganado frente al de un Antonio masacrado por las fuentes: que gusta
de la proscripción indiscriminada, del autoritarismo senatorial y del lujo
oriental. Quedaron de esta forma representados como fuerzas antagónicas:
Octaviano escogió como su dios personal y protector a Apolo, dios de la belleza
y la mesura, frente al dios del exceso y el desorden, el Nuevo Dioniso, Antonio
como él mismo se autoproclamó. El culto a Apolo será alentado durante el
principado. Se construirá en el Palatino un templo dedicado a él. Apolo hasta
entonces fue considerado un dios de adivinación y curación, para Augusto era un
dios de la paz y de la civilización que representaba todo lo que es nuevo y
próspero[4].
Impulsó
también el culto a Marte, no solo, tal y como antes dijimos, como vengador de
César, sino como padre de Rómulo, el progenitor de Roma. Fueron muchos los
templos renovados, reparados y reconstruidos por Augusto, pero aparte de los de
Apolo y Marte, la agradable paz y la guerra justa, hubo otro culto en el que es
importante reparar, y es en el culto al Divino Julio. Augusto sabía que el
pueblo lo veía como un hombre cercano al ámbito divino y parecía que no le
gustaba rechazar los halagos que le hacían, pero sabía que proclamarse
oficialmente como una divinidad le traería problemas. El propio César fue un
ejemplo. Pero aquel ya tenía esos honores, por lo que perfectamente pudo
nombrarse, sin dañar demasiadas sensibilidades, Diui filius[5].
Esos fueron los comienzos oficiales de la religión de Augusto.
Una
religión no puede ser impuesta a una sociedad debido a su naturaleza: la unión
“religada” con los antepasados basada en la adoración de los ancestros y las
divinidades cósmicas sempiternas. Esto es llevado a cabo mediante el uso de objetos
y vestimentas similares o idénticos a los que utilizaban los antepasados (o los
mismos) durante los rituales heredados de aquellos, e incluso en los mismos
lugares en los que antaño se realizaban. La religión, por tanto, se convierte
en un elemento altamente tradicional dentro de una sociedad. La imposición ex nihilo de una serie de cultos y/o
creencias solo puede causar tensiones sociales y políticas internas dentro de
los estados dando pie al advenimiento de crisis de mayor calibre. Para que una
religión o culto pueda ser oficializado es necesario que haya una amplia base
social que la secunde. Teniendo esto en cuenta, se nos antoja pensar que el
hecho de que Augusto fuese considerado un personaje divino no era solo una
estrategia política de legitimación del poder imperial, sino una auténtica
certeza popular a causa de los beneficios generales que su llegada al poder
provocó en la sociedad romana.
Nada
pueden pedir los hombres a los dioses y nada pueden los dioses conceder a los
hombres, ningún deseo concebir ni realizar que felizmente César después de su
vuelta a Roma no presentara al estado, al pueblo romano y al mundo.[6]
Pero la moderatio política de Augusto le
prohibía en vida cualquier aspiración a la divinización. Bien parece ser que el
princeps mostraba su rechazo a que
hubiese en Roma templos dedicados a su persona[7].
Cuando inició su vida pública rechazaba abiertamente la monarquía y la
divinización. En una carta escrita por Décimo Bruto a Cicerón en mayo del 43
a.C.[8]
exponía aquel al preclaro orador una conversación que ocurrió entre un
personaje del que poco sabemos, Segulio Labeón, y Octaviano. En esta
conversación comenzaron a hablar sobre Cicerón; Octaviano afirmó que no tenía
nada en contra del orador a excepción de unas palabras que pronunció contra él,
afirmando que un hombre joven debe ser alabado, honrado y elevado al cielo.
Continuó diciendo, según esta noticia, que no permitirá que nadie lo elevase al
cielo, actitud que no continuará tras su ascenso al poder. En una carta privada
suya transmitida por Suetonio afirmaba: “mi benignidad me conducirá a la gloria
celestial”[9]. Algunos
emperadores posteriores tomaron medidas para frenar el culto privado a ellos
mismos. Era una práctica permanente pero sin llegar a resultar una persecución
excesiva. Tiberio y Claudio intentaron detener el proceso levemente,
posiblemente para calmar al Senado y no pecar de adulatio. Sin embargo, desconocemos hasta qué punto este rechazo
aparente fue ciertamente efectuado[10]. Divino
pero humano, Augusto sería divinizado en vida de facto, pero no de iure.
Para ello habrá que esperar hasta su defunción.
Existían,
sin embargo, otros recursos para aproximarse a los dioses sin proclamarse uno
de ellos. Uno de los más importantes ya comentado anteriormente fue la
denominación de Diui filius. Otra de
gran importancia era el nomen Augusti,
concedido por el Senado el 13 de enero del 27 a.C., que está etimológicamente
asociado con el verbo augeo, hacer
crecer. En la antigüedad, que aún no existía un método etimológico, pensaban
que podía ser una palabra derivada de auctus
(participio de augeo), de augur o de auium gestus o gustus. En
cualquier caso, la palabra augustus
ya se utilizaba para hablar de monumentos y objetos sagrados[11].
De esta manera su persona quedó santificada, bendecida por los dioses. Sabemos
también por el testimonio de Suetonio que fue iniciado en los misterios
eleusinos a Deméter[12],
ello le investiría de un poder sagrado al ser conocedor (gnostós) de cuanto hay
más allá de la muerte.
La
conferencia de paz entre Octavio y Antonio que dio lugar al segundo triunvirato
se hizo por mediación de Lépido en una isla del río Lavinio, en las cercanías
de Módena. Por entonces Lépido era Pontífice Máximo; él cruzó primero el
puente, llegó a la isla y, tras inspeccionar que todo estaba en orden, se
aproximaron allí Octavio y Antonio. Allí se trató la paz y los dos bandos
enfrentados quedaron sacramente unidos[13]. Lépido
continuó en el cargo de Pontífice Máximo por su escrupuloso respeto de las
convenciones, evitando así que Augusto lo destituyese. Cuando Lépido murió en
el año 12 a.C., Augusto fue ascendido por fin al puesto máximo de la jerarquía
religiosa[14].
Para Augusto tenía una gran importancia este cargo, posiblemente por la gran
carga simbólica que tenía el puente en la antigüedad. Las aguas de los ríos
eran sagradas y por tanto los puentes eran considerados elementos prácticamente
sacrílegos: imponían un yugo a la divinidad del río, herían el subsuelo
estableciendo contacto con las potencias infernales y unían dos orillas que por
naturaleza deberían estar separadas, generando la paz entre dos polos
enfrentados. Por ello los puentes estaban decorados con elementos profilácticos
de carácter mágico-simpático como bucráneos o falos. La entrada del puente era
lo que daba prestigio a los sacerdotes pontífices; este sacerdocio era, pues,
lo mínimo a lo que Augusto podía aspirar[15]
junto al título de Pater Patriae, que
le fue concedido de forma unánime en el año 2 a.C. por el Senado y el pueblo de
Roma[16].
Con él, Augusto fue reconocido finalmente como patrón del estado. Al igual que
el pater familias era la figura
principal de la domus, el princeps se convirtió en el patrón de
una estructura superior. Esta reformulación implicó la entrada de Augusto en el
culto doméstico de los lares[17].
Antes de
comenzar a ver la situación del culto en época de Augusto, debemos fijar
algunos términos. En toda religión podemos ver tres tipos de ritos:
comunitarios, familiares y personales; y dos tipos de caracteres: privado y público.
En Roma solo los ciudadanos podían participar en los ritos públicos, que eran
ejecutados por sacerdotes funcionarios. La no participación por parte de un
ciudadano en estos ritos, especialmente en los comunitarios y los familiares,
podía poner en evidencia al individuo y a su gens. Los ritos privados, los cuales tienden a ser en la mayor
parte de los casos familiares y personales, no tenían fronteras jurídicas por
lo que podían ser realizados por personas de cualquier condición, incluidos los
esclavos. Este modelo lo conocemos como religión cívica[18].
No creemos
que haya habido un único epicentro en el surgimiento del culto imperial. De
hecho, sabemos que no había un ritual establecido, por lo que en cada provincia
se realizaba de manera distinta atendiendo a las tradiciones locales y
sincretismos de la zona. En ciertas ciudades de Oriente existieron misterios
imperiales[19].
Entre las primeras ciudades griegas en construir complejos dedicados a su
nombre estuvieron Éfeso, Nicea, Pérgamo, Nicomedia, Afrodisia y Nisia;
Segóbriga y Tarraco en Hispania, y las colonias fundadas por Augusto por todo
el Imperio por estar beneficiadas directamente por el princeps[20].
En muchos de estos casos existirá un círculo vicioso que, aparte de legitimar
al princeps en las provincias,
gastará los recursos humanos y elitistas de las mismas: el Imperator beneficia a las élites y a la ciudad, por ello el princeps recibe la fidelidad sagrada
mediante su culto, y vuelve a promocionar a sus élites como recompensa para que
le sigan dando su apoyo. De esta manera, Augusto se convierte en el patrón de
las ciudades al modo que vimos antes en el paso de pater familias al Pater
Patriae. Cuando con el paso de las generaciones las élites se desliguen de
sus ciudades y emigren a la Urbe, el vacío de poder será ocupado por el
ejército. Este proceso se dará especialmente en Occidente por la mayor cantidad
de colonias allí fundadas. En este sentido, el Oriente conservará en mejor sus
recursos y se podrá superar mucho mejor las épocas de crisis.
Una de las
explicaciones que se dan a la expansión de la visión del princeps como patrón del estado en el plano urbano se explica
mediante los esclavos de la casa imperial. Estos rendirían culto a los lares de sus patrones, en este caso a Augusto,
y, cuando eran manumitidos, continuaban con el culto en otros collegia, asociaciones y ciudades
pasando a ser el emperador parte esencial de los lares en los cultos familiares y comunitarios privados. Cuando un
culto de carácter privado tiene un fuerte seguimiento social, fácilmente podrá
pasar al ámbito público. Para que no se descontrolase la domus imperial, se vió en la obligación de imponer una regulación
de las leyes vinculadas a las festividades imperiales tanto privadas como
públicas[21].
Finalmente,
con la muerte de Augusto el Senado lo nombró deus y su culto se fortaleció en época de Tiberio:
Fue
enterrado en Roma, en el Campo de Marte y, a pesar de ser un hombre, fue
considerado merecidamente en muchos aspectos semejante a un dios.[22]
Como benefactor
y pacificador del Imperio fue considerado un gobernante bueno y justo con el
pueblo y por tanto sabio y santo. En la muerte que nos transmitió Suetonio hay
quienes ven el reflejo de la muerte ejemplar del filósofo: con los allegados y
amigos junto al lecho de muerte, y una muerte tranquila propia del estoicismo,
muy similar a la Sócrates, Séneca o Trasea Paeto.[23]
Bibliografía
Fuentes
literarias
Eutropio; Breviario,
Ed. Gredos, Madrid, trad. Emma Falque
Cicerón; Cartas,
v.2 (A Ático II), Ed. Gredos, Madrid, trad. Miguel Rodriguez-Pantoja Márquez
Id; Cartas,
v.4 (A Familiares II), Ed. Gredos, Madrid, trad. Ana-Isabel Magallón García
Salustio; Guerra
de Jugurta, Ed. Gredos, Madrid, trad. Bartolomé Segura Ramos
Suetonio; Vida
de los doce Césares, Ed. Juventud, Barcelona, trad. Vicente López Soto
Veleyo Patérculo; Historia Romana, Ed. Gredos, Madrid,
trad. Mª Asunción Sánchez Manzano
Fuentes
contemporáneas
Engels,
Friedrich (2010): El origen de la familia, la propiedad
privada y el estado, Biblioteca Pensamiento Crítico (Público), Barcelona, primera
edición.
Gónzalez,
Julián (2015): “El culto a
Augusto Vivo y la Devotio Popular: el origen del culto imperial”, Onoba, pp.16-24, Universidad de Huelva
Langa,
Alfredo (2013): La economía política de la guerra,
Icaria Editorial, Barcelona.
Le Glay, Marcel (2002): Grandeza y caída del Imperio Romano,
Cátedra, Madrid, primera edición
Martin,
Régis F. (1998): Los doce Césares. Del mito a la realidad,
Aldebarán Ediciones, Madrid, primera edición española
Montero,
Santiago (2010): “Augusto y los
puentes: ingeniería y religión”, de Naturaleza
y religión en el Mundo Clásico: Usos y abusos del medio natural (MONTERO,
Santiago; et CARDETE, Mª Cruz eds.), Signifer Libros, Madrid.
Solís,
Javier (2012): “Adoración
corporativa y culto imperial. Cuando lo ‘privado’ invado lo ‘público’.”, Antestería, Nº1, pp. 371-378,
publicación online disponible en: https://www.antesteria.es/n1-2012.html
[1] González 2015: 16
[2] Le Glay 2002: 129
[3] Ogilvie 1995, 143
[4] Ogilvie 1995: 145
[5]
Ogilvie 1995: passim
[6]
Vel. Pat. Hist. II, 89, 2
[7] Martin
1998: 311
[8]
Cic. Fam. XI, 20, 1
[9] Suet. Aug. 72, hablando
sobre el perdón de deudas en el juego.
[10]
Solís 2012: 374
[11]
Suet. Aug. 7
[12]
Suet. Aug. 93
[13] Montero 2010: 203
[14] Ogilvie 1995: 144
[15] Montero 2010: 199
[16] Suet. Aug. 58
[17] Solís 2012: 373
[18] Solís 2012: 372
[19] Le Glay 2002: 131
[20] González 2015: passim
[21] Solís, 2012: 377
[22] Eutropio, 8, 4.
[23] Martin 1998:130-131
No hay comentarios:
Publicar un comentario