Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia
del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.
Correo electrónico: adorig@yahoo.es
A modo de presentación.
Entre la diversidad interpretativa de los
dogmas, el cristianismo ha ido desarrollando, a lo largo de los siglos,
diferentes manifestaciones de culto y veneración, entre ellos la denominada
hiperdulía o veneración a la Virgen, madre del Hijo de Dios y dotada también de
santidad. En los primeros siglos de la Edad Media, herederos aún de un
importante legado cultural romano, no fueron fáciles de aceptar las
concepciones rigurosas del dogma, ante un temor a la contaminación de los
rituales paganos. Entre los siglos I al II parece que hubo ya una preferencia
por el tema de la Virgen, a través de imágenes modestas, altares clandestinos,
etc., pero la implantación de un culto litúrgico es difícil de probar
documentalmente antes de la paz de la Iglesia[1].
Entre los Concilios de Nicea, del 325, y el
de Éfeso, en el 431, se proclamaron ya festividades en su honor, vinculadas a
la Navidad, la Cuaresma y a otras celebraciones de más protocolo que se
mantuvieron vigentes hasta finales del siglo VI. Y, finalmente, avanzado el
siglo VII, la liturgia romana consagró ya un ciclo de fiestas marianas que tuvo
larga duración en siglos posteriores.
¿Cómo entroncaron las
devociones marianas en el mundo medieval peninsular?
La religiosidad medieval hunde sus raíces en lo
popular y se nutre de las emociones y sentimientos surgidos en muchos siglos de
convivencia entre minorías culturales, cristianos, judíos o musulmanes. En el
caso del culto a la Virgen, el sentido devocional se hizo manifiesto en la
iconografía y en la teología que los representantes eclesiásticos quisieron
asegurar con fundamentos válidos las exigencias de la repoblación, la
asistencia litúrgica y otros objetivos de la religión.
Una forma de expresión de las creencias estuvo desde
muy temprano enraizada con los fenómenos milagrosos que se divulgaron con más
profusión desde el siglo XIII. Existe
una amplia elaboración de textos y doctrinas en las que se trata este
devocionismo, desde los escritos de Berceo, las Cantigas del Rey Sabio y demás.
En este contexto
no puede obviarse el fenómeno de las peregrinaciones y los traslados de
población que iba buscando tierras más
seguras en medio de años complejos y de escasos recursos económicos para las
gentes humildes. Como escribiera Raymond Ouserl, se daba entre las gentes un deseo de alcanzar
la salvación y el consuelo a su vida precaria a través de la fe. El ejercicio
de la religión y su cobijo por medio de la institución eclesiástica era una
interesante vía de seguridad. Para llegar a Dios, existían otros caminos, ente
los que figuraban los santos y la Virgen[2]. La
construcción de ermitas, pequeñas iglesias y, más adelante, catedrales serán el
punto de referencia espacial y la base de expansión de las tierras y su
jurisdicción. El culto a la Virgen forma parte también de su configuración
física, a través de iglesias con advocación directa a María, o en capillas,
oratorios, templetes y altares laterales dentro de toda su estructura.
El rito mozárabe y su vínculo a la divulgación del culto
a la Virgen.
Muchos estudios
sobre la Edad Media coinciden en señalar que el concepto de “mozárabe” se ha
utilizado con demasiada gratuidad, puesto que no se constata la presencia de
este grupo cristiano hasta cerca del año 1000. Como consecuencia de las
relaciones entre esas comunidades cristianas y los nuevos dominadores
musulmanes se configuraron formas de expresión cultural, sobre todo en el arte
de los siglos X y XI, que se han ido vinculado al conjunto de obras asociadas a
estos mozárabes. Como señalara Bango Torviso[3],
en un tiempo de compleja convivencia entre culturas, los cristianos solían
confundirse, sobre todo en las manifestaciones artísticas de su tiempo, con el
conjunto de producciones hispano árabes.
Para ser fieles a lo histórico, entre los cristianos
que huyeron del dominio musulmán a causa de las persecuciones, se dio la
necesidad de marcar unos límites de repoblación, de los que la construcción de
pequeñas iglesias fue sirviendo para definir áreas de ocupación fundamentales
para siglos siguientes. En ese sentido, la política de consolidación de los
reinos hispanos utilizó como uno de sus objetivos el levantamiento de estos edificios
religiosos.
Por
iniciativa del Papa Gregorio VII y
contando con el apoyo de la esposa de Alfonso VI comenzó esa “política europeizante de tipo
eclesiástico” con cierta dificultad dado que Alfonso VI estaba muy comprometido con los súbditos
castellanos y leoneses fieles a las tradiciones visigodas. Al implantar el rito
romano, hubo ciertas resistencias territoriales pero finalmente la reforma
cuajó y se reforzó con la llegada de obispos cluniacenses. Por otra parte,
había que unificar los dominios ocupados por las taifas musulmanas. En Toledo
existía una gran masa popular mozárabe y en el año 1085 entró en la ciudad, y
concedió una tregua transitoria al ritual visigodo.
En resumen, en medio de una situación política tan
compleja, surgió el culto mariano tangible en el levantamiento de estas
iglesias. Los arzobispos de Toledo eran devotos
a la Virgen María, proliferaban las imágenes y el relativo fanatismo
entre los pobladores de estos lugares. Por su parte, los musulmanes eran
iconoclastas y en el momento de exilio de la población mozárabe hacia el norte,
parece que transportaban ocultamente sus imágenes o las escondían en lugares
recónditos para su seguridad. Campo abonado para la explosión milagrera. El
Padre Simón hizo su reflexión acertada al valorar este hecho en medio de una
zona de paso del movimiento de grupos religiosos dentro de la Península, en el
valle del Tajuña, zona fronteriza hacia las tierras del norte. En esos entornos
rurales pudieron “ocultarse” estas imágenes y ser descubiertas “de manera
casual”.
La liturgia visigoda mantuvo unos ritos formulados a
partir del siglo V, que fueron abolidos en el XI y vueltos a recuperar en el
XVI en algunas zonas. Adoptados por estos grupos mozárabes, aportaron elementos
nuevos, como las advocaciones marianas. Algunas características llamaban la
atención, como la celebración de la misa, que no poseía canon fijo, sino
formada por partes movibles agrupadas en torno al relato de la institución,
clasificadas en la Illatio o Prefacio, el Vere Sanctus, enlace entre el Sanctus
y el relato de la Institución, y el Post Pride que sigue a la Consagración.
Con la reforma citada cambiarían las prácticas
litúrgicas, se iba a producir una reorganización de las diócesis y su
jerarquización, sobre la posesión de una Sede Primada. A partir del Concilio de
Burgos, del año 1086, se extendió abiertamente el ritual y cambiaron también
los estilos. En estudios de Bango Torviso se manifiesta cómo la minoría étnica
mozárabe se convirtió en su conservadora, siendo su nombre el que iba a
calificar todas las manifestaciones culturales de tradición preislámica, desde
la liturgia al arte[4].
La difusión de las formas religiosas contribuyó así a adoptar el rito romano y
se dio paso al uso de determinados espacios de culto, donde todo el instrumental
de la misa, junto con los demás elementos iconológicos complementaban la
liturgia de la época.
Santa María de la Peña:
Razones históricas o mitos.
Imagen publicada en la página de la Asociación para
el fomento de la cultura en Brihuega y su comarca. (Patrimonios desaparecidos,
del puño de José Luis García de Paz.(gentesdebrihuega.wordpress.com)
|
Las llamadas taifas que surgieron en territorio
peninsular a partir del siglo XI estuvieron gobernadas por dinastías hispano
musulmanas. La de Toledo comprendía una amplia zona entre el valle del Tajo y
del Guadiana, rica para la vida agrícola, ganadera y comercial. En ella fueron
ubicándose las principales villas amuralladas, con alcázares y torreones,
ejemplos de valor estratégico y que, a su vez, sufrirían las incursiones
cristianas. Consta que en la villa de Brihuega existió una quinta fortificada
al disfrute del rey Alí Maimóm, sobre un antiguo núcleo de población mozárabe:
“en una pequeña planicie, cimentada de
rocas tobosas, encajada entre dos pequeños barrancos… orlada con el título de
villa histórico-monumental… conocida como “Jardín de la Alcarria, no solo por
la abundancia y jugosidad de sus vegas, sino por el cuidado que sus moradores
tuvieron siempre de todo su entorno”[1].
El sistema de repoblación y colonización de las
tierras ocupadas por los reyes musulmanes, en este caso, marcado por las formas
señoriales, conllevaba también cambios administrativos y jurídicos de algunos
patrimonios, que atrajeron el interés de los monarcas y de las órdenes
religiosas.
Leyenda y construcción.
Siendo rey de la taifa de Toledo Al- Mamún, su
hija, conocida como Elima, ocupó un enclave fortificado o castillo, cuidada por
los servicios del criado Ponce, apodado Cimbre. En ese paraje, la infanta mora
admiraba las profundas creencias del criado que pudo iniciarla en los misterios
de la fe cristiana. Pero, un “hecho
milagroso, la aparición de la Virgen de la Peña” obligó a tomar cartas en
el asunto al canónigo de Toledo encargado de conservar el culto mozárabe, lo
que llevó a la edificación de una ermita y al resguardo de la imagen a los pies
del castillo como preparativo para la conversión. Aliado a su vez de Alfonso
VI, rey leonés, consta que permitió entonces levantar una ermita en el lugar
donde la leyenda narra la supuesta aparición de la Virgen a esta infanta mora.
Su levantamiento oscila en torno a los años
80 del siglo XII, o incluso antes. Entre los años 1166 y 1180, cuando se
aprueban los Estatutos del Cabildo de Párrocos de la villa, pudieron levantarse
algunas iglesias con sillares de cantería, órdenes de columnas y fórmulas
abovedadas. Esta iglesia se ubicaba en punto clave de la roca donde la tradición
hablaba del hallazgo de la virgen, con una perspectiva ideal hacia el valle del
Tajuña. En el Inventario de la Provincia de Guadalajara se cita una iglesia del siglo XIII, de tres naves,
con pilares compuestos y arcos apuntados transversales y los formeros de medio
punto. Bóvedas de crucería, coro alto en los pies sobre bóveda de arco
carpanel, torre a los pies de dos cuerpos, portada sencilla con escudo del
Cardenal Tavera…en el interior se conserva la imagen de la Virgen de la Peña en
camarín del siglo XIII”. No podemos
describir en profundidad las transformaciones de su conjunto que se dieron
hasta el siglo XVI, así como partes que fueron desapareciendo hasta las últimas
actuaciones del siglo XX.
En los años que marcan el reinado de Fernando I,
entre el 1035 y el 1065, se suponen las primeras manifestaciones totalmente
románicas en la plástica mobiliar de los reinos cristianos. Y, entre finales
del XI y comienzos del XII se desarrollaron los trabajos de cantería que
fundamentaron la teoría románica de todas las construcciones, siendo sus
principales mecenas Alfonso VI, Doña Urraca, Sancho Ramírez I y Alfonso el
Batallador.
Se abandonan progresivamente las estructuras
murarias articuladas de los siglos precedentes para adoptar paramentos
dinamizados con líneas geométricas y decorados con esculturas de revestimiento.
Los templos se ajustan a esquemas abovedados, fachadas animadas, y todo su
conjunto cumple las funciones religiosas y simbólicas, a su vez, como
trasposición de la Jerusalén Celeste.
La nueva liturgia prescinde de la compartimentación
anterior que exigía la presencia del sacrarium,
el coro, lugares para catecúmenos, penitentes, aislamiento de los fieles y
otros matices. Ahora se tiende a la división por sexos y al uso de pórticos
para los penitentes, pero el interior será cada vez más uniforme, ampliando la
nave principal y volteando las bóvedas. Hay además un nuevo sentido al edificio
como elemento físico dentro del medio: la iglesia rural se rodeaba de tierras ad cibarium, constituyendo la dote
patrimonial y el sustento del personal eclesiástico. Las iglesias de las
ciudades, aunque modestas en contingente humano, cambiarán unas tierras por
otras, organizarán los atrios para las actividades religioso-populares y
quedarán enmarcadas dentro del recinto de las villas.
Pero, son también tiempos de conflicto entre
cristianos y musulmanes. Es frecuente encontrar el lugar del culto, la iglesia,
en partes elevadas y algo aisladas del conjunto de la villa, o dentro de los
muros del recinto fortificado, para su defensa.
Se tiende al modelo basilical, sin que el crucero
sobresalga de las colaterales, con ábsides rectos o en hemiciclo, con sus naves
compartimentadas en cuadrícula y muros con resaltes. Pero, hay más dinamismo en
los vanos, se incluyen columnas, las cornisas se ornan con relieves, etc.
En conclusión, Santa María de la Peña fue una
iglesia pensada en el estilo románico en cuanto al aspecto formal de sus muros
exteriores, en el uso de columnas en el espacio interior, o en los relieves que
decoran los capiteles de la parte posterior de este templo, junto con otros
componentes que, debido a reformas posteriores se destruyeron y perdieron,
sobre todo en el siglo XVI, asumiendo así el influjo de estilos siguientes y
los lexemas de transición.
Bibliografía
Fuentes de consulta
bibliográfica recomendadas
1. García Villoslada, Ricardo.: Historia de la Iglesia en España. Biblioteca de
autores católicos. 1979.
2.
Bango
Torviso, Isidro.: Siglo y medio de la cultura material de la España
cristiana desde la invasión. Musulmanes y cristianos determinantes de una
justificación” históricocutura”l que no cesa. Universidad Autónoma de Madrid.
Anales de Historia del Arte 2012. Vol. 22.
3.
Ouserl, Raymond.:
Peregrinos, hospitalarios y templarios. La Europa románica. Ediciones
Encuentro. Madrid. 1986.
4.
Simón
Pardo, J.: Estampas briocenses. Guadalajara 1987.
5.
Ballesteros
San-José, Plácido.: Historiografía y visión histórica de la Alcarria Baja
en la Edad Meda durante los siglos XVI al XX. Revista WAD-AL-HAYARA. 1991. Nº 18.
[1] García Pérez, J.M.: Los orígenes históricos del
cristianismo. Ediciones Encuentro S.A. 2011
[2] VITOR,T.: Image and
Pilgrimage in Crhistian Culture.
[3] BANGO TORVISO, I.: Siglo y medio de la cultura
material de la España cristiana desde la invasión. Musulmanes y cristianos
determinantes de una justificación” históricocutura”l que no cesa. Universidad
Autónoma de Madrid. Anales de Historia del Arte 2012. Vol. 22.
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