domingo, 10 de julio de 2016

Hiperdulía mariana en la Alta Edad Media: un ejemplo en la iglesia de Santa María de la Peña de Brihuega. Razones litúrgicas y de estilo.

Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.

Correo electrónico: adorig@yahoo.es

A modo de presentación.

Entre la diversidad interpretativa de los dogmas, el cristianismo ha ido desarrollando, a lo largo de los siglos, diferentes manifestaciones de culto y veneración, entre ellos la denominada hiperdulía o veneración a la Virgen, madre del Hijo de Dios y dotada también de santidad. En los primeros siglos de la Edad Media, herederos aún de un importante legado cultural romano, no fueron fáciles de aceptar las concepciones rigurosas del dogma, ante un temor a la contaminación de los rituales paganos. Entre los siglos I al II parece que hubo ya una preferencia por el tema de la Virgen, a través de imágenes modestas, altares clandestinos, etc., pero la implantación de un culto litúrgico es difícil de probar documentalmente antes de la paz de la Iglesia[1].
Entre los Concilios de Nicea, del 325, y el de Éfeso, en el 431, se proclamaron ya festividades en su honor, vinculadas a la Navidad, la Cuaresma y a otras celebraciones de más protocolo que se mantuvieron vigentes hasta finales del siglo VI. Y, finalmente, avanzado el siglo VII, la liturgia romana consagró ya un ciclo de fiestas marianas que tuvo larga duración en siglos posteriores.
¿Cómo entroncaron las devociones marianas en el mundo medieval peninsular?
La religiosidad medieval hunde sus raíces en lo popular y se nutre de las emociones y sentimientos surgidos en muchos siglos de convivencia entre minorías culturales, cristianos, judíos o musulmanes. En el caso del culto a la Virgen, el sentido devocional se hizo manifiesto en la iconografía y en la teología que los representantes eclesiásticos   quisieron asegurar con fundamentos válidos las exigencias de la repoblación, la asistencia litúrgica y otros objetivos de la religión.
Una forma de expresión de las creencias estuvo desde muy temprano enraizada con los fenómenos milagrosos que se divulgaron con más profusión desde el siglo XIII.  Existe una amplia elaboración de textos y doctrinas en las que se trata este devocionismo, desde los escritos de Berceo, las Cantigas del Rey  Sabio y demás.
En este contexto no puede obviarse el fenómeno de las peregrinaciones y los traslados de población que iba  buscando tierras más seguras en medio de años complejos y de escasos recursos económicos para las gentes humildes. Como escribiera Raymond Ouserl,  se daba entre las gentes un deseo de alcanzar la salvación y el consuelo a su vida precaria a través de la fe. El ejercicio de la religión y su cobijo por medio de la institución eclesiástica era una interesante vía de seguridad. Para llegar a Dios, existían otros caminos, ente los que figuraban los santos y la Virgen[2]. La construcción de ermitas, pequeñas iglesias y, más adelante, catedrales serán el punto de referencia espacial y la base de expansión de las tierras y su jurisdicción. El culto a la Virgen forma parte también de su configuración física, a través de iglesias con advocación directa a María, o en capillas, oratorios, templetes y altares laterales dentro de toda su estructura.

El rito mozárabe y su vínculo a la divulgación del culto a la Virgen.

Muchos estudios sobre la Edad Media coinciden en señalar que el concepto de “mozárabe” se ha utilizado con demasiada gratuidad, puesto que no se constata la presencia de este grupo cristiano hasta cerca del año 1000. Como consecuencia de las relaciones entre esas comunidades cristianas y los nuevos dominadores musulmanes se configuraron formas de expresión cultural, sobre todo en el arte de los siglos X y XI, que se han ido vinculado al conjunto de obras asociadas a estos mozárabes. Como señalara Bango Torviso[3], en un tiempo de compleja convivencia entre culturas, los cristianos solían confundirse, sobre todo en las manifestaciones artísticas de su tiempo, con el conjunto de producciones hispano árabes.
Para ser fieles a lo histórico, entre los cristianos que huyeron del dominio musulmán a causa de las persecuciones, se dio la necesidad de marcar unos límites de repoblación, de los que la construcción de pequeñas iglesias fue sirviendo para definir áreas de ocupación fundamentales para siglos siguientes. En ese sentido, la política de consolidación de los reinos hispanos utilizó como uno de sus objetivos el levantamiento de estos edificios religiosos.
Por iniciativa  del Papa Gregorio VII y contando con el apoyo de la esposa de Alfonso VI  comenzó esa “política europeizante de tipo eclesiástico” con cierta dificultad dado que Alfonso VI estaba muy comprometido con los súbditos castellanos y leoneses fieles a las tradiciones visigodas. Al implantar el rito romano, hubo ciertas resistencias territoriales pero finalmente la reforma cuajó y se reforzó con la llegada de obispos cluniacenses. Por otra parte, había que unificar los dominios ocupados por las taifas musulmanas. En Toledo existía una gran masa popular mozárabe y en el año 1085 entró en la ciudad, y concedió una tregua transitoria al ritual visigodo.
En resumen, en medio de una situación política tan compleja, surgió el culto mariano tangible en el levantamiento de estas iglesias. Los arzobispos de Toledo eran devotos  a la Virgen María, proliferaban las imágenes y el relativo fanatismo entre los pobladores de estos lugares. Por su parte, los musulmanes eran iconoclastas y en el momento de exilio de la población mozárabe hacia el norte, parece que transportaban ocultamente sus imágenes o las escondían en lugares recónditos para su seguridad. Campo abonado para la explosión milagrera. El Padre Simón hizo su reflexión acertada al valorar este hecho en medio de una zona de paso del movimiento de grupos religiosos dentro de la Península, en el valle del Tajuña, zona fronteriza hacia las tierras del norte. En esos entornos rurales pudieron “ocultarse” estas imágenes y ser descubiertas “de manera casual”.
La liturgia visigoda mantuvo unos ritos formulados a partir del siglo V, que fueron abolidos en el XI y vueltos a recuperar en el XVI en algunas zonas. Adoptados por estos grupos mozárabes, aportaron elementos nuevos, como las advocaciones marianas. Algunas características llamaban la atención, como la celebración de la misa, que no poseía canon fijo, sino formada por partes movibles agrupadas en torno al relato de la institución, clasificadas en la Illatio o Prefacio, el Vere Sanctus, enlace entre el Sanctus y el relato de la Institución, y el Post Pride que sigue a la Consagración.
Con la reforma citada cambiarían las prácticas litúrgicas, se iba a producir una reorganización de las diócesis y su jerarquización, sobre la posesión de una Sede Primada. A partir del Concilio de Burgos, del año 1086, se extendió abiertamente el ritual y cambiaron también los estilos. En estudios de Bango Torviso se manifiesta cómo la minoría étnica mozárabe se convirtió en su conservadora, siendo su nombre el que iba a calificar todas las manifestaciones culturales de tradición preislámica, desde la liturgia al arte[4]. La difusión de las formas religiosas contribuyó así a adoptar el rito romano y se dio paso al uso de determinados espacios de culto, donde todo el instrumental de la misa, junto con los demás elementos iconológicos complementaban la liturgia de la época.

Santa María de la Peña: Razones históricas o mitos.

Imagen publicada en la página de la Asociación para el fomento de la cultura en Brihuega y su comarca. (Patrimonios desaparecidos, del puño de José Luis García de Paz.(gentesdebrihuega.wordpress.com)
Las llamadas taifas que surgieron en territorio peninsular a partir del siglo XI estuvieron gobernadas por dinastías hispano musulmanas. La de Toledo comprendía una amplia zona entre el valle del Tajo y del Guadiana, rica para la vida agrícola, ganadera y comercial. En ella fueron ubicándose las principales villas amuralladas, con alcázares y torreones, ejemplos de valor estratégico y que, a su vez, sufrirían las incursiones cristianas. Consta que en la villa de Brihuega existió una quinta fortificada al disfrute del rey Alí Maimóm, sobre un antiguo núcleo de población mozárabe: “en una pequeña planicie, cimentada de rocas tobosas, encajada entre dos pequeños barrancos… orlada con el título de villa histórico-monumental… conocida como “Jardín de la Alcarria, no solo por la abundancia y jugosidad de sus vegas, sino por el cuidado que sus moradores tuvieron siempre de todo su entorno”[1].
El sistema de repoblación y colonización de las tierras ocupadas por los reyes musulmanes, en este caso, marcado por las formas señoriales, conllevaba también cambios administrativos y jurídicos de algunos patrimonios, que atrajeron el interés de los monarcas y de las órdenes religiosas.

Leyenda y construcción.

Siendo rey de la taifa de Toledo Al- Mamún, su hija, conocida como Elima, ocupó un enclave fortificado o castillo, cuidada por los servicios del criado Ponce, apodado Cimbre. En ese paraje, la infanta mora admiraba las profundas creencias del criado que pudo iniciarla en los misterios de la fe cristiana. Pero, un “hecho milagroso, la aparición de la Virgen de la Peña” obligó a tomar cartas en el asunto al canónigo de Toledo encargado de conservar el culto mozárabe, lo que llevó a la edificación de una ermita y al resguardo de la imagen a los pies del castillo como preparativo para la conversión. Aliado a su vez de Alfonso VI, rey leonés, consta que permitió entonces levantar una ermita en el lugar donde la leyenda narra la supuesta aparición de la Virgen a esta infanta mora.
Su levantamiento oscila en torno a los años 80 del siglo XII, o incluso antes. Entre los años 1166 y 1180, cuando se aprueban los Estatutos del Cabildo de Párrocos de la villa, pudieron levantarse algunas iglesias con sillares de cantería, órdenes de columnas y fórmulas abovedadas. Esta iglesia se ubicaba en punto clave de la roca donde la tradición hablaba del hallazgo de la virgen, con una perspectiva ideal hacia el valle del Tajuña. En el Inventario de la Provincia de Guadalajara se cita una iglesia del siglo XIII, de tres naves, con pilares compuestos y arcos apuntados transversales y los formeros de medio punto. Bóvedas de crucería, coro alto en los pies sobre bóveda de arco carpanel, torre a los pies de dos cuerpos, portada sencilla con escudo del Cardenal Tavera…en el interior se conserva la imagen de la Virgen de la Peña en camarín del siglo XIII”.  No podemos describir en profundidad las transformaciones de su conjunto que se dieron hasta el siglo XVI, así como partes que fueron desapareciendo hasta las últimas actuaciones del siglo XX.
En los años que marcan el reinado de Fernando I, entre el 1035 y el 1065, se suponen las primeras manifestaciones totalmente románicas en la plástica mobiliar de los reinos cristianos. Y, entre finales del XI y comienzos del XII se desarrollaron los trabajos de cantería que fundamentaron la teoría románica de todas las construcciones, siendo sus principales mecenas Alfonso VI, Doña Urraca, Sancho Ramírez I y Alfonso el Batallador.
Se abandonan progresivamente las estructuras murarias articuladas de los siglos precedentes para adoptar paramentos dinamizados con líneas geométricas y decorados con esculturas de revestimiento. Los templos se ajustan a esquemas abovedados, fachadas animadas, y todo su conjunto cumple las funciones religiosas y simbólicas, a su vez, como trasposición de la Jerusalén Celeste.
La nueva liturgia prescinde de la compartimentación anterior que exigía la presencia del sacrarium, el coro, lugares para catecúmenos, penitentes, aislamiento de los fieles y otros matices. Ahora se tiende a la división por sexos y al uso de pórticos para los penitentes, pero el interior será cada vez más uniforme, ampliando la nave principal y volteando las bóvedas. Hay además un nuevo sentido al edificio como elemento físico dentro del medio: la iglesia rural se rodeaba de tierras ad cibarium, constituyendo la dote patrimonial y el sustento del personal eclesiástico. Las iglesias de las ciudades, aunque modestas en contingente humano, cambiarán unas tierras por otras, organizarán los atrios para las actividades religioso-populares y quedarán enmarcadas dentro del recinto de las villas.
Pero, son también tiempos de conflicto entre cristianos y musulmanes. Es frecuente encontrar el lugar del culto, la iglesia, en partes elevadas y algo aisladas del conjunto de la villa, o dentro de los muros del recinto fortificado, para su defensa.
Se tiende al modelo basilical, sin que el crucero sobresalga de las colaterales, con ábsides rectos o en hemiciclo, con sus naves compartimentadas en cuadrícula y muros con resaltes. Pero, hay más dinamismo en los vanos, se incluyen columnas, las cornisas se ornan con relieves, etc.
En conclusión, Santa María de la Peña fue una iglesia pensada en el estilo románico en cuanto al aspecto formal de sus muros exteriores, en el uso de columnas en el espacio interior, o en los relieves que decoran los capiteles de la parte posterior de este templo, junto con otros componentes que, debido a reformas posteriores se destruyeron y perdieron, sobre todo en el siglo XVI, asumiendo así el influjo de estilos siguientes y los lexemas de transición.

Bibliografía 

Fuentes de consulta bibliográfica recomendadas

1.       García Villoslada, Ricardo.: Historia de la Iglesia en España. Biblioteca de autores católicos. 1979.
2.       Bango Torviso, Isidro.: Siglo y medio de la cultura material de la España cristiana desde la invasión. Musulmanes y cristianos determinantes de una justificación” históricocutura”l que no cesa. Universidad Autónoma de Madrid. Anales de Historia del Arte 2012. Vol. 22.
3.       Ouserl, Raymond.: Peregrinos, hospitalarios y templarios. La Europa románica. Ediciones Encuentro. Madrid. 1986.
4.       Simón Pardo, J.: Estampas briocenses. Guadalajara 1987.
5.       Ballesteros San-José, Plácido.: Historiografía y visión histórica de la Alcarria Baja en la Edad Meda durante los siglos XVI al XX. Revista WAD-AL-HAYARA. 1991. Nº 18.





[1] García Pérez, J.M.: Los orígenes históricos del cristianismo. Ediciones Encuentro S.A. 2011
[2] VITOR,T.: Image and Pilgrimage in Crhistian Culture.
[3] BANGO TORVISO, I.: Siglo y medio de la cultura material de la España cristiana desde la invasión. Musulmanes y cristianos determinantes de una justificación” históricocutura”l que no cesa. Universidad Autónoma de Madrid. Anales de Historia del Arte 2012. Vol. 22.
[4] BANGO TORVISO, I.: obra citada.
[1] SIMÓN, J.: villa de Brihuega. Revista WAD-AL-HAYARA. 1991. Nº 18.

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