Por: Jorge Mateos Enrich, Doctor por la Universidad Politécnica de Madrid.
El edificio que es ahora museo de Santa Sofía en Estambul fue mezquita en
su tiempo y basílica cristiana en su origen. En el año 537 fue consagrada y
celebró su primera misa para el emperador Justiniano.
Si bien el monumento en sí fue una obra
artística y arquitectónica sin parangón, no es menos destacable todo el proceso
de gestación y construcción de la basílica. Santa
Sofía no es tanto la materialización de una idea, acaso de una obsesión,
como el empeño y la constancia de su mentor y promotor: Justiniano.
Es una obra rodeada de misterio, de
magia, de superación. Es una obra inspirada directamente por Dios y revelada al
Emperador.
Pero antes de abordar causas,
cómos y porqués hay que
retrotraerse en el tiempo y relatar algunos aspectos históricos para la
comprensión global de la construcción de Santa
Sofía, cuáles fueron sus antecedentes y en qué obras
se inspiró.
Imperio Bizantino
Hacia el 476 los rasgos del Imperio Bizantino han
fraguado y son explícitos. Se trata de un imperio extenso, culto y de regiones
de larga tradición en el uso de la escritura, de la reflexión filosófica y de
la disputa teológica. La lengua dominante es el griego y mantiene el vigor de
las instituciones y de la cosa pública.
Es un imperio romano y es un imperio cristiano.
Desde mediados del siglo V el patriarca de Constantinopla se convertirá,
prácticamente, en un Papa de Oriente.
El momento de máximo esplendor del Imperio
Bizantino se da con Justiniano I, que recuperará la hegemonía en el
Mediterráneo. En tiempos de Justiniano se había conseguido una tregua que
permitió a este sus conquistas por el
Mediterráneo Occidental y un corto periodo de dominio sobre gran parte del
imperio antiguo.
Recreación de Constantinopla |
Constantino
Hablemos primeramente de Constantino, que fue quien
trasladó la capital del Imperio a Constantinopla: la “Nueva Roma”.
La guerra civil entre Constantino y Majencio fue
también, como ocurre en estos casos, una guerra en la que los elementos
religiosos toman partido. Al menos los elementos políticos buscaron aliados
religiosos: este seguía la fe de su familia, el mitraísmo, pero la actividad
anticristiana de Majencio produjo la reacción de una alianza con los
cristianos, financiera e ideológica. Casi una
quinta parte de la población del imperio, los
cristianos, formaban un sólido apoyo y su religión había recibido la influencia
de la filosofía griega que le confirió un soporte intelectual que la hacía apta
para las personas cultas. Su final oposición al pagano Licinio le empujó aún
más al cristianismo y, al hacerse cristiano él mismo, desaparecía el formidable
impedimento de la adoración del emperador como divinidad.
Su hábil política fue reunir en Nicea a los obispos
en asamblea (325), presidirla y convertirse en árbitro de la mayor cuestión que
dividía entonces a la grey cristiana, es decir la doctrina de Arrio y al
resolverla en un sentido convirtió a la Iglesia en una institución imperial
más, con el emperador a su cabeza. Finalmente culminó la operación construyendo
otra Roma.
La vieja Roma seguía siendo demasiado pagana para
la nueva situación; el cristianismo legalizado en primer lugar (Edicto de Milán
313) pasó a ser religión protegida y
finalmente fue creencia oficial, política y administrativamente y, por ello,
Roma no era un lugar cómodo para las instituciones religiosas.
La ciudad de Constantino estaba sobre un solar
griego, su lengua era el griego, plazas y calles estaban adornadas con
innumerables estatuas griegas traídas de toda la Hélade y tenía una no pequeña
ventaja ideológica, era una ciudad completamente construida desde el principio
totalmente cristiana.
El apoyo unánime de la jerarquía cristiana exigía,
además del jurídico y económico, un correlato
monumental: hubo que ceder edificios oficiales para los nuevos cultos y
administración y donde no los había adecuados se construyeron nuevos. Y debían
ser espaciosos, suntuosos y ricos según la elevada posición del representante
de la Iglesia Cristiana que era la más elevada del Imperio; y así fue
construida ad libitum, y cedido para
uso religioso, el tipo de edificio civil polivalente que era la basílica.
Tras el Edicto de Milán surgió la necesidad de
crear una nueva construcción que albergase las necesidades del nuevo culto.
Como ya se ha referido el ejemplo que tenían era el de las basílicas romanas
que aunque eran edificios civiles se podían adaptar bien a las necesidades de
la religión cristiana.
La basílica paleocristiana es un edificio de planta
axial terminado en un ábside, esto tenía el inconveniente de no tener un
espacio central. Es pues en los edificios palaciegos donde hay que buscar el
origen del edificio de planta central con cúpula que aparecerá en el espacio
bizantino posteriormente. Los grandes complejos imperiales romanos contenían
estructuras de este tipo, como las salas octogonales de la Domus Aurea de
Nerón (año 64), o también la sala octogonal de la Domus Augusteana de
Domiciano (año 92). Ambas salas estaban rematadas con cúpulas con óculo.
El templo de Minerva Médica en Roma es un
modelo más desarrollado (año 300). A estos se les añadían nichos cuadrados y
circulares. Este esquema evolucionó y se plasmó en edificios como el Palacio
de Antíoco (año 416).
Un edificio clave en todo este proceso es el
llamado Octágono Dorado de Antioquia construido en época de Constantino
(Iglesia de la Divina Armonía) entre 327 y 341. Este edificio se adelantó 200
años a Santos Sergio y Baco, Santa
Irene y a Santa Sofía.
La planta central pasó de los palacios a
los mausoleos paganos y de estos a los Martirya a través de los cuales
se introdujo en la arquitectura religiosa cristiana. Pero en este esquema de
difusión se produjeron numerosas excepciones, sobre todo en Siria, donde muchas
iglesias de planta central y poligonal presentan nichos y exedras sin ser
específicamente Martirya.
El origen de este tipo de planta es
palaciego y romano pero su uso en edificios cristianos surgió en Siria en un
momento en el que en Constantinopla aún se construían basílicas, es decir, a
finales del siglo V y principios del VI.
Las iglesias con cúpula y planta central
de Constantinopla, cuya aparición precedió en algunos años a la llegada de
Justiniano en el 527, tendrían así sus orígenes tanto en edificios palaciegos
de Constantinopla como en las iglesias sirias.
En Bizancio no fue hasta la época de
Justiniano que la planta centralizada y la cubierta de cúpulas o abovedada se
convirtieron en los elementos más característicos del arte bizantino.
Los antecedentes podríamos encontrarlos
en la ciudad de Gerasa (actual Jordania) en el siglo II, en donde aparecen
pechinas y arcos torales. Pechinas conformadas como triángulos curvilíneos y
trompas como bovedillas semicónicas.
La originalidad bizantina, y la
cubierta, no se entendió como algo estático, sino como un organismo dinámico en
el que los empujes de la cúpula central se contrarrestan con otras cúpulas
secundarias que, a su vez, transmiten los suyos a otra serie de cúpulas más
pequeñas que descansan en los muros, reforzados o no, por contrafuertes
exteriores.
Los elementos constructivos en Roma eran
la fábrica de piedra, el hormigón y la armadura de ladrillo, mientras que en
Bizancio predominaba la fábrica de ladrillo.
Lo único que tendrían en común los
procesos constructivos es que ambos se quieren liberar de la sujeción de las
obras auxiliares y de las instalaciones provisionales.
Esta búsqueda de la economía es una
tendencia inherente al buen sentido práctico.
En Roma la bóveda es un monolito hecho
de materia plástica que exige un molde, mitad ladrillo, mitad armadura de
madera. El ladrillo permanece embebido y contribuye a la resistencia. En suma,
el procedimiento occidental incorpora a la bóveda la mayor parte del molde que
soporta.
El procedimiento oriental consiste en
abovedar sin cimbras, esto es, elevar las bóvedas en el espacio sin soporte de
ningún tipo. No es una variante del método romano, es un sistema bien distinto,
de origen asiático. El arte de construir se
plegaba a este cambio, se transformaba, helenizó los tipos asiáticos y
encontró, en estos tipos, transformado, su verdadero renacimiento.
El arte bizantino representa el carácter
griego actuando en una sociedad semiasiática, sobre elementos tomados de la
vieja Asia.
Justiniano
Justiniano ascendió oficialmente al
trono el primero de abril de 527. Fue nombrado coemperador con su tío Justino
(518-527), quien debido a su carencia de la cultura necesaria para el cargo y
la administración necesitó la ayuda de su sobrino. Justiniano era un hombre
inteligente, diplomático, sagaz y buen
organizador, entregado incansablemente a los asuntos de gobierno y
profundamente consciente de los deberes de su alto rango y posición cerca de
Dios. Redujo y reorganizó la administración, y emprendió la ardua labor de
legislador eficaz. Un gran renovador necesitaba serlo también en las
construcciones, y fueron sus construcciones grandiosas (impresionantes para los
súbditos orientales), originales y apoyadas en la vieja tradición romana lo más
nuevo y atrevido que nadie hubiera imaginado.
Así se generaliza una concepción
arquitectónica nueva, rompe con la basílica y concibe un nuevo espacio para el
culto religioso: se genera un edificio sobre una planta cuadrada central con
las cubiertas abovedadas y la planta central cubierta con cúpula. Los cuatro
grandes pilares que sostiene la cúpula son los elementos fundamentales,
acompañados, para el resto, de las dos columnatas que dividen las naves
laterales.
Bibliografía.
· CESAREA, PROCOPIO DE. Los
Edificios. Col. Estudios Orientales. Universidad de Murcia. 2005.
· CORTES ARRESE, MIGUEL. Elogio
de Constantinopla. Col. Estudios. Universidad de Castilla la Mancha. 2004.
· EGEA, JOSE M. Relato de cómo
se construyó Santa Sofía. Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y
chipriotas. Granada .2003.
· MATEOS ENRICH, JORGE.
Persistencia de Santa Sofía en las Mezquitas de Estambul. Ed. ACCI. Madrid.
2014.
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