Por: Antonio Justo Patallo, Licenciado en Historia, especializado en Historia Antigua y Máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de Madrid.
Correo electrónico: antoniojusto@hotmail.com
La figura de los arúspices
Los
arúspices son los grandes especialistas en el arte de la adivinación, es decir,
de la aruspicina. Como conocedores de la disciplina etrusca tenían acceso a los
libros sagrados y aplicaban con precisión las técnicas de la adivinación. El
aprendizaje de estas técnicas estaba reservado a los miembros de las familias
nobles etruscas que eran quienes recibían esta formación. De esta forma la
aruspicina estuvo vinculada desde el comienzo a la clase aristocrática,
excluyéndose a las clases populares. Posteriormente surgieron charlatanes entre
la plebe de Roma que afirmaban ser arúspices, llegando a afirmar Cicerón,
poniendo en boca de Catón el Viejo, que dos arúspices de este tipo no podían
mirarse sin reírse. Pero mientras se desprestigiaba a estos charlatanes, a los
arúspices verdaderos de origen noble se les tenía un gran respeto y consideración
tanto en la sociedad etrusca como en la romana.
Las
profecías de los arúspices por lo general según se observa en los textos
parecen ser influenciadas por el origen aristocrático de los propios arúspices.
En los libros sagrados de Vegoia que Tarquitio Prisco tradujo al latín en
tiempos de Cicerón se amenazaba con condenas de los dioses a quienes no
respetasen las propiedades, probablemente haciendo alusión a las reformas
agrarias que algunos tribunos de la plebe como los hermanos Tiberio y Cayo
Sempronio Graco promovieron en Roma desde finales del siglo II a. C. Esta
ideología se asocia inevitablemente con la clase aristocrática a la que
pertenecían los arúspices, enfrentada a las clases populares.
Como
se puede observar en las fuentes también era frecuente que numerosos fenómenos
fueran interpretados por los arúspices como señales del peligro de un poder
personal sobre Roma, que haciendo una clara alusión a la monarquía de un rey
sería una grave amenaza para la clase aristocrática a la que pertenecían los
arúspices. Estas advertencias eran muy frecuentes sobre todo en la crisis final
de la República, como se observa en la Farsalia
del poeta Lucano cuando el arúspice Nigidio Fígulo partidario de Pompeyo
anuncia la pérdida de libertad de Roma cuando acabe la guerra civil, dando a
entender que se refiere a la llegada de un poder monárquico o individual en la
persona de Julio César.
Los
arúspices también sirvieron a figuras carismáticas que aspiraban a ejercer un
poder personal al margen del senado, como fue el caso sobre todo de los
generales romanos. En este sentido el arúspice quizás más famoso fue Spurinna,
adivino personal de César que le advirtió de los peligros que le acechaban
durante las idus de marzo. Otros generales romanos contaron también con
arúspices, como fue el caso del dictador Sila, cuyo adivino personal Postumio
le anunció una victoria sobre los samnitas. Ya en la época imperial los propios
emperadores también contaron con sus arúspices personales hasta casi el final
del Imperio, como se observa en la consulta a los arúspices durante la amenaza
de los godos en el año 408.
Por
lo general como se ha observado la figura de los arúspices parece condicionada
por su condición aristocrática, que se remonta desde los tiempos más antiguos
de las ciudades etruscas independientes. Su pertenencia a esta clase influenció
en muchas de sus observaciones e interpretaciones de hígados, rayos o truenos.
La función de los arúspices era de control social y político al servicio de los
aristócratas, ya fueran reyes y nobles etruscos o bien generales y emperadores
romanos. El saber de la disciplina etrusca se transmitió de padres a hijos a
través de generaciones desde los tiempos de las ciudades etruscas hasta la época
imperial romana.
La asimilación de la adivinación
etrusca en la religión romana
Ya
desde los tiempos de la República la adivinación etrusca tuvo una gran
influencia en la religión romana. La disciplina etrusca suscitó desconfianza en
un primer momento sobre todo por su origen extranjero y se asociaba con la
superstición, pero con la integración de Etruria en el mundo romano esta visión
cambiaría progresivamente. Desde el siglo IV a. C. las ciudades etruscas
independientes habían dado los primeros pasos para sistematizar la doctrina de
la adivinación contenida en los libros sagrados. En el siglo III a. C, tras la
incorporación de Etruria a Roma comenzó la actividad de los arúspices etruscos
en la vida pública romana, pero sería sobre todo a partir del siglo II a.C.
cuando la aruspicina sería aceptada plenamente en Roma.
La
influencia de la adivinación etrusca destacó entre los augures romanos. Las
prácticas de interpretación del vuelo de las aves tienen su origen en la
adivinación etrusca y los libros sibilinos es probable que también sean de
procedencia etrusca[1].
Mientras que entre pueblos como los griegos y los judíos se practicaba una
adivinación natural, inspirada o directa en la que el sacerdote o profeta
recibía la inspiración divina, en otros pueblos como los babilonios y los
etruscos tuvo una mayor aceptación una adivinación indirecta o inductiva basada
en la interpretación de señales[2]. A
través de los etruscos, los romanos adoptaron este tipo de adivinación y
rechazaron la adivinación natural que se practicaba en Grecia por medio de los
oráculos, siendo una excepción los libros sibilinos que fueron considerados por
los romanos de origen extranjero al ser proporcionados por los oráculos de la sibila
de Cumas, ciudad de la Magna Grecia del sur de Italia donde las sibilas eran
profetisas griegas. Según la tradición estos libros serían entregados por la
sibila al rey etrusco de Roma Tarquinio el Soberbio.
Durante
la crisis final de la República, Cicerón en su tratado sobre la adivinación hace
una crítica sobre esta que se asocia a la superstición frente a la adivinación
de la religión. Esta distinción de superstición frente a religión que establece
Cicerón se debe a las nuevas corrientes filosóficas y cultos orientales que
empezaban a llegar a Roma como consecuencia de la crisis de la religión
tradicional romana. En este contexto la adivinación etrusca fue objeto de críticas
por parte de Cicerón pero solo cuando se entendía como una superstición que
amenazaba la estabilidad de la religión romana y las creencias tradicionales.
Por ello Cicerón prefiere la adivinación indirecta heredada de los etruscos a
la adivinación natural de los griegos (Div.
2.72).
Cicerón
también informa de que hacia el año 154 a. C. el senado romano tomó medidas
para recopilar todo el saber de la disciplina etrusca y para que un número de
jóvenes etruscos de familias nobles se formaran en la disciplina para preservar
estas prácticas (Div. 1.92). Desde
entonces la relación del senado romano con los arúspices fue de colaboración,
sobre todo en el periodo de la crisis final de la República. Como miembros de
la clase aristocrática, los arúspices colaboraron con el senado romano y
favorecieron a la facción de los optimates
frente a la de los populares. La
disciplina etrusca fue tan respetada en Roma que se aceptó a los arúspices
dentro de la élite sacerdotal romana. En el siglo I a. C. se difundió más la
disciplina etrusca en la sociedad romana a partir de la traducción de sus
libros sagrados al latín en diversas obras.
Durante
todo el Imperio la adivinación etrusca alcanzó un gran desarrollo. Augusto
ordenó guardar los libros de Vegoia en el templo de Apolo del Palatino,
seguramente influenciado por los nuevos cultos que llegaban a Roma, y creó un
colegio de arúspices que sería impulsado sobre todo por Claudio. Este emperador
fue un eminente etruscólogo que destacó por su gran conocimiento de la religión
etrusca y según Tácito en un discurso reivindicó que la disciplina etrusca de
la adivinación se conservara por considerarla como algo propio de Italia, para
hacer frente a lo que veía como supersticiones extranjeras que empezaban a
llegar a Roma (Anales, 11.15). Por
otro lado, en las colonias y municipios los arúspices se integraron en las
estructuras funcionariales romanas
Durante
el siglo II la aruspicina experimentó cierto declive pero los emperadores y el
senado romano siguieron recurriendo a los servicios de los arúspices. En el
siglo III se intentó darle un nuevo impulso a la disciplina etrusca e incluso
se dice que Diocleciano quizás desencadenó su persecución contra los cristianos
debido a la influencia de sus arúspices[3].
En el siglo IV el emperador Constantino, a pesar de poner fin a las
persecuciones y favorecer el cristianismo, no dudó en recurrir también a los
servicios de los arúspices y reguló sus actividades. Los sucesores de
Constantino tomaron medidas en contra de la aruspicina pero el emperador
Juliano volvería a autorizar la consulta a los arúspices. Finalmente con
Teodosio y sus sucesores se puso fin a las prácticas de los arúspices y se
ordenó quemar sus libros sagrados, pero la fama de la adivinación etrusca no
desaparecería y llegaría hasta autores bizantinos posteriores.
Conclusiones
En
este trabajo se ha pretendido ofrecer una visión de conjunto sobre la
influencia de la adivinación etrusca en la antigua Roma, partiendo de la visión
que tenían sobre la misma los autores romanos y cristianos, una visión que era
de respeto por un lado pero que también podía ser de burla. El respeto procedía
del prestigio de la disciplina etrusca durante la Antigüedad por la fama de sus
libros sagrados y sus ritos de adivinación, mientras que la burla se debía a
los falsos adivinos que eran considerados charlatanes que desprestigiaban la
disciplina y contribuían a asociar estas prácticas a las falsas supersticiones,
pero en el caso de los autores cristianos se buscaba atacar la disciplina por
considerarla como un representante de la magia y del paganismo romano.
Las
fuentes que tratan sobre la disciplina etrusca ofrecen detallada información
sobre los rituales, los pasos que seguían los arúspices, los principales libros
sagrados y los mitos. Todos estos elementos de la disciplina etrusca
contribuyeron a darle ese prestigio del que gozó durante la Antigüedad en el
mundo romano. La figura de los arúspices fue destacada y siempre colaboraron
con el senado romano defendiendo los intereses de la aristocracia. Así, la
disciplina etrusca en este sentido estuvo muy ideologizada por la política. Los
arúspices ofrecerían también sus servicios tanto a los generales romanos
durante la República como a los emperadores en el Imperio.
Al
final la adivinación etrusca acabó siendo plenamente aceptada en el mundo
romano y su fama fue tan grande que contribuyó enormemente a generar esa imagen
de los etruscos como un pueblo de una gran religiosidad. Esta imagen se debe
sobre todo a sus técnicas adivinatorias y a la fama que tuvieron en el mundo
antiguo hasta el triunfo del cristianismo. También esa imagen de los etruscos
como un pueblo enigmático, del que todavía a día de hoy se desconocen muchos
aspectos como es el caso de su lengua que no está traducida, se debe en buena
medida por su adivinación y los secretos que escondía y que sólo poseían los
verdaderos arúspices, conocedores de las técnicas de una disciplina que era
considerada entonces como una ciencia religiosa al alcance de unos pocos.
Bibliografía
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Espinosa
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Bajo Imperio Romano: emperadores y harúspices (193 d. C – 408 d. C.),
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