jueves, 7 de abril de 2016

La adivinación etrusca en la Antigua Roma II



Por: Antonio Justo Patallo, Licenciado en Historia, especializado en Historia Antigua y Máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de Madrid.

Correo electrónico: antoniojusto@hotmail.com

La figura de los arúspices


Los arúspices son los grandes especialistas en el arte de la adivinación, es decir, de la aruspicina. Como conocedores de la disciplina etrusca tenían acceso a los libros sagrados y aplicaban con precisión las técnicas de la adivinación. El aprendizaje de estas técnicas estaba reservado a los miembros de las familias nobles etruscas que eran quienes recibían esta formación. De esta forma la aruspicina estuvo vinculada desde el comienzo a la clase aristocrática, excluyéndose a las clases populares. Posteriormente surgieron charlatanes entre la plebe de Roma que afirmaban ser arúspices, llegando a afirmar Cicerón, poniendo en boca de Catón el Viejo, que dos arúspices de este tipo no podían mirarse sin reírse. Pero mientras se desprestigiaba a estos charlatanes, a los arúspices verdaderos de origen noble se les tenía un gran respeto y consideración tanto en la sociedad etrusca como en la romana.

Las profecías de los arúspices por lo general según se observa en los textos parecen ser influenciadas por el origen aristocrático de los propios arúspices. En los libros sagrados de Vegoia que Tarquitio Prisco tradujo al latín en tiempos de Cicerón se amenazaba con condenas de los dioses a quienes no respetasen las propiedades, probablemente haciendo alusión a las reformas agrarias que algunos tribunos de la plebe como los hermanos Tiberio y Cayo Sempronio Graco promovieron en Roma desde finales del siglo II a. C. Esta ideología se asocia inevitablemente con la clase aristocrática a la que pertenecían los arúspices, enfrentada a las clases populares.

Como se puede observar en las fuentes también era frecuente que numerosos fenómenos fueran interpretados por los arúspices como señales del peligro de un poder personal sobre Roma, que haciendo una clara alusión a la monarquía de un rey sería una grave amenaza para la clase aristocrática a la que pertenecían los arúspices. Estas advertencias eran muy frecuentes sobre todo en la crisis final de la República, como se observa en la Farsalia del poeta Lucano cuando el arúspice Nigidio Fígulo partidario de Pompeyo anuncia la pérdida de libertad de Roma cuando acabe la guerra civil, dando a entender que se refiere a la llegada de un poder monárquico o individual en la persona de Julio César.

Los arúspices también sirvieron a figuras carismáticas que aspiraban a ejercer un poder personal al margen del senado, como fue el caso sobre todo de los generales romanos. En este sentido el arúspice quizás más famoso fue Spurinna, adivino personal de César que le advirtió de los peligros que le acechaban durante las idus de marzo. Otros generales romanos contaron también con arúspices, como fue el caso del dictador Sila, cuyo adivino personal Postumio le anunció una victoria sobre los samnitas. Ya en la época imperial los propios emperadores también contaron con sus arúspices personales hasta casi el final del Imperio, como se observa en la consulta a los arúspices durante la amenaza de los godos en el año 408.

Por lo general como se ha observado la figura de los arúspices parece condicionada por su condición aristocrática, que se remonta desde los tiempos más antiguos de las ciudades etruscas independientes. Su pertenencia a esta clase influenció en muchas de sus observaciones e interpretaciones de hígados, rayos o truenos. La función de los arúspices era de control social y político al servicio de los aristócratas, ya fueran reyes y nobles etruscos o bien generales y emperadores romanos. El saber de la disciplina etrusca se transmitió de padres a hijos a través de generaciones desde los tiempos de las ciudades etruscas hasta la época imperial romana.


La asimilación de la adivinación etrusca en la religión romana


Ya desde los tiempos de la República la adivinación etrusca tuvo una gran influencia en la religión romana. La disciplina etrusca suscitó desconfianza en un primer momento sobre todo por su origen extranjero y se asociaba con la superstición, pero con la integración de Etruria en el mundo romano esta visión cambiaría progresivamente. Desde el siglo IV a. C. las ciudades etruscas independientes habían dado los primeros pasos para sistematizar la doctrina de la adivinación contenida en los libros sagrados. En el siglo III a. C, tras la incorporación de Etruria a Roma comenzó la actividad de los arúspices etruscos en la vida pública romana, pero sería sobre todo a partir del siglo II a.C. cuando la aruspicina sería aceptada plenamente en Roma.

La influencia de la adivinación etrusca destacó entre los augures romanos. Las prácticas de interpretación del vuelo de las aves tienen su origen en la adivinación etrusca y los libros sibilinos es probable que también sean de procedencia etrusca[1]. Mientras que entre pueblos como los griegos y los judíos se practicaba una adivinación natural, inspirada o directa en la que el sacerdote o profeta recibía la inspiración divina, en otros pueblos como los babilonios y los etruscos tuvo una mayor aceptación una adivinación indirecta o inductiva basada en la interpretación de señales[2]. A través de los etruscos, los romanos adoptaron este tipo de adivinación y rechazaron la adivinación natural que se practicaba en Grecia por medio de los oráculos, siendo una excepción los libros sibilinos que fueron considerados por los romanos de origen extranjero al ser proporcionados por los oráculos de la sibila de Cumas, ciudad de la Magna Grecia del sur de Italia donde las sibilas eran profetisas griegas. Según la tradición estos libros serían entregados por la sibila al rey etrusco de Roma Tarquinio el Soberbio.

Durante la crisis final de la República, Cicerón en su tratado sobre la adivinación hace una crítica sobre esta que se asocia a la superstición frente a la adivinación de la religión. Esta distinción de superstición frente a religión que establece Cicerón se debe a las nuevas corrientes filosóficas y cultos orientales que empezaban a llegar a Roma como consecuencia de la crisis de la religión tradicional romana. En este contexto la adivinación etrusca fue objeto de críticas por parte de Cicerón pero solo cuando se entendía como una superstición que amenazaba la estabilidad de la religión romana y las creencias tradicionales. Por ello Cicerón prefiere la adivinación indirecta heredada de los etruscos a la adivinación natural de los griegos (Div. 2.72).

Cicerón también informa de que hacia el año 154 a. C. el senado romano tomó medidas para recopilar todo el saber de la disciplina etrusca y para que un número de jóvenes etruscos de familias nobles se formaran en la disciplina para preservar estas prácticas (Div. 1.92). Desde entonces la relación del senado romano con los arúspices fue de colaboración, sobre todo en el periodo de la crisis final de la República. Como miembros de la clase aristocrática, los arúspices colaboraron con el senado romano y favorecieron a la facción de los optimates frente a la de los populares. La disciplina etrusca fue tan respetada en Roma que se aceptó a los arúspices dentro de la élite sacerdotal romana. En el siglo I a. C. se difundió más la disciplina etrusca en la sociedad romana a partir de la traducción de sus libros sagrados al latín en diversas obras.

Durante todo el Imperio la adivinación etrusca alcanzó un gran desarrollo. Augusto ordenó guardar los libros de Vegoia en el templo de Apolo del Palatino, seguramente influenciado por los nuevos cultos que llegaban a Roma, y creó un colegio de arúspices que sería impulsado sobre todo por Claudio. Este emperador fue un eminente etruscólogo que destacó por su gran conocimiento de la religión etrusca y según Tácito en un discurso reivindicó que la disciplina etrusca de la adivinación se conservara por considerarla como algo propio de Italia, para hacer frente a lo que veía como supersticiones extranjeras que empezaban a llegar a Roma (Anales, 11.15). Por otro lado, en las colonias y municipios los arúspices se integraron en las estructuras funcionariales romanas

Durante el siglo II la aruspicina experimentó cierto declive pero los emperadores y el senado romano siguieron recurriendo a los servicios de los arúspices. En el siglo III se intentó darle un nuevo impulso a la disciplina etrusca e incluso se dice que Diocleciano quizás desencadenó su persecución contra los cristianos debido a la influencia de sus arúspices[3]. En el siglo IV el emperador Constantino, a pesar de poner fin a las persecuciones y favorecer el cristianismo, no dudó en recurrir también a los servicios de los arúspices y reguló sus actividades. Los sucesores de Constantino tomaron medidas en contra de la aruspicina pero el emperador Juliano volvería a autorizar la consulta a los arúspices. Finalmente con Teodosio y sus sucesores se puso fin a las prácticas de los arúspices y se ordenó quemar sus libros sagrados, pero la fama de la adivinación etrusca no desaparecería y llegaría hasta autores bizantinos posteriores.


Conclusiones


En este trabajo se ha pretendido ofrecer una visión de conjunto sobre la influencia de la adivinación etrusca en la antigua Roma, partiendo de la visión que tenían sobre la misma los autores romanos y cristianos, una visión que era de respeto por un lado pero que también podía ser de burla. El respeto procedía del prestigio de la disciplina etrusca durante la Antigüedad por la fama de sus libros sagrados y sus ritos de adivinación, mientras que la burla se debía a los falsos adivinos que eran considerados charlatanes que desprestigiaban la disciplina y contribuían a asociar estas prácticas a las falsas supersticiones, pero en el caso de los autores cristianos se buscaba atacar la disciplina por considerarla como un representante de la magia y del paganismo romano.

Las fuentes que tratan sobre la disciplina etrusca ofrecen detallada información sobre los rituales, los pasos que seguían los arúspices, los principales libros sagrados y los mitos. Todos estos elementos de la disciplina etrusca contribuyeron a darle ese prestigio del que gozó durante la Antigüedad en el mundo romano. La figura de los arúspices fue destacada y siempre colaboraron con el senado romano defendiendo los intereses de la aristocracia. Así, la disciplina etrusca en este sentido estuvo muy ideologizada por la política. Los arúspices ofrecerían también sus servicios tanto a los generales romanos durante la República como a los emperadores en el Imperio.

Al final la adivinación etrusca acabó siendo plenamente aceptada en el mundo romano y su fama fue tan grande que contribuyó enormemente a generar esa imagen de los etruscos como un pueblo de una gran religiosidad. Esta imagen se debe sobre todo a sus técnicas adivinatorias y a la fama que tuvieron en el mundo antiguo hasta el triunfo del cristianismo. También esa imagen de los etruscos como un pueblo enigmático, del que todavía a día de hoy se desconocen muchos aspectos como es el caso de su lengua que no está traducida, se debe en buena medida por su adivinación y los secretos que escondía y que sólo poseían los verdaderos arúspices, conocedores de las técnicas de una disciplina que era considerada entonces como una ciencia religiosa al alcance de unos pocos.


Bibliografía


Blázquez Martínez, J. M., “La religión etrusca”, en Historia de las religiones de la Europa antigua, Cátedra, 1994, pp. 19-102.

Espinosa Espinosa, D., “La adivinación en Roma: orígenes, fundamentación y crítica especulativa de su práctica”, en Polis: revista de formas e ideas políticas de la Antigüedad clásica, Nº 20, 2008, pp. 43-72.

Lara Peinado, F., Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma, Cátedra, 2007.

Martínez-Pinna Nieto, J., “Los etruscos y la adivinación”, en Sánchez León, M. L. (ed.), Religions del Món Antic 6. L´endevinació al món classic, 2007, pp. 51-88.

Montero Herrero, S., “La interpretación romana de las prácticas hepatoscópicas extranjeras”, en Gerión, Nº 13, 1995, pp. 155-168.

Montero Herrero, S., Política y adivinación en el Bajo Imperio Romano: emperadores y harúspices (193 d. C – 408 d. C.), Bruselas, 1991.





[1] J. Martínez-Pinna, op. cit., p. 53

[2] D. Espinosa, “La adivinación en Roma: orígenes, fundamentación y crítica especulativa de su práctica”, Polis: revista de formas e ideas políticas de la Antigüedad clásica, Nº 20, 2008, pp. 44-45.


[3] F. Lara Peinado, Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma, Ediciones Cátedra, 2007, p. 435.

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