Prácticas mágicas judías en la Antigüedad tardía
El caso del Sefer ha-Razim
Por: E. Macarena García
García, Máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de
Madrid e investigadora predoctoral FPU
Cuando hayas entrado en el país que Yahveh, tu Dios, te
otorga, no aprenderás a imitar las abominaciones de aquellas naciones. No ha de
hallarse en ti quien haga pasar a su hijo o su hija por el fuego, quien
practique la adivinación, agorero por las nubes, adivino, mago, quien obre
encantamiento, consultor de espectros u oráculos, o evocador de muertos; pues
constituye una abominación para Yahveh el hombre que hace tales cosas.[1]
La problemática
de las prácticas mágicas y adivinatorias a las que se enfrenta el pueblo judío
desde su entrada en la tierra prometida puede hallarse ya plasmada en las
palabras de Deuteronomio que citamos como apertura. A lo largo de las páginas
de la Biblia hebrea nos encontramos con la denuncia de prácticas idolátricas y
falsos profetas de los que el pueblo es instado a alejarse. Sin embargo, la
denuncia de estas prácticas en la Biblia no hace sino confirmar que se llevaban
a cabo y suponían una fuerte amenaza, pues ¿acaso habría necesidad de denunciar
algo que no está teniendo lugar?
Hasta el pasado
siglo, la magia había sido considerada por los investigadores como una
manifestación minoritaria de dudosa valía, ligada al pueblo llano, la incultura
y la superstición. Sin embargo, la investigación actual ha constatado cómo a
partir del s. IV a.e.c. existe un continuum en todo el Oriente
helenizado (y, posteriormente, en el Occidente con la expansión romana, la
llamada oikoumene mediterránea) de prácticas mágicas que poco tienen que
ver con la clase social o el nivel de cultura: se trata de rituales muy
concretos a través de los cuales el hombre satisface sus necesidades, sus
problemas más inmediatos, gracias a la intercesión de seres intermedios –
ángeles o demonios – o la interpretación de sueños y augurios. Con una visión
vital del universo, han de seguirse unas instrucciones precisas, conocidas tan
sólo por los técnicos cualificados, para someterse a las leyes de la simpatía y
del contagio. Esto lleva a un servicio pagado que no puede permitirse toda la
sociedad, sino precisamente las capas más altas, “aquellas de mayor cultura y
religiosidad,” lo que desmonta esta idea tradicional de “la magia popular” o
“la magia de los incultos.”
Sin embargo,
hemos de tener cuidado: al utilizar la palabra “magia,” se tiende a perder el
concepto de qué entendía la sociedad a la que estudiamos como prácticas mágicas
y a suplantarlo por nuestro propio punto de vista: una definición etic y
no emic de la magia en la Antigüedad Tardía. Por ello, en esta entrada,
al hablar de “magia” lo haremos como sinónimo de “poder ritual:” una serie de
procedimientos rituales en busca de una respuesta efectiva a los males del
hombre en este mundo de manera inmediata, prácticas paralelas – que no
contrapuestas – a la religión oficial.
Además, debemos
tener en cuenta también que al hablar de “magia judía” se hace referencia a una
serie de rituales practicados por judíos, para un público o clientela tanto
judía como no judía, y cuya procedencia no es estrictamente judía. Es muy
difícil saber en la Antigüedad Tardía qué grupo religioso o cultural ha creado
un ritual mágico, dado que, en toda esta oikoumene mediterránea, los
manuales mágicos son muy parecidos unos a otros y se caracterizan por el
sincretismo, siendo frecuente la mezcla de elementos de magia egipcia o
mesopotámica con conceptos y fórmulas judías y griegas.
Tomemos como
ejemplo uno de los manuales mágicos que el judaísmo nos ha transmitido: el Sefer
ha-Razim o Libro de los Secretos. Se trata de un breve documento de
unas 800 líneas, datado entre finales del s. III y principios del s. IV e.c. y
caracterizado por un hebreo midrásico[2] con gran cantidad de
préstamos griegos.
El libro está
estructurado en siete secciones de tamaño desigual, correspondientes al motivo
de los siete cielos o firmamentos, además de un prólogo en el que se indica la
historia de la transmisión de estos conocimientos del ángel Raziel a Noé para
salvarle del diluvio y, tras éste, a través de las diferentes generaciones
bíblicas hasta Salomón.
El propio nombre
del ángel Raziel hace referencia a lo oculto: Raziel significa literalmente “el
misterio de Dios,” y aparece también como revelador de secretos en el Sefer
Raziel ha-Mal’aj o Libro del ángel Raziel, siendo en esta ocasión
Adán el receptor del conocimiento. Por lo tanto, se trata de una figura
conocida tanto por la literatura rabínica como por la mística.
Por su parte, la
identificación de Salomón como último receptor ilustre de este libro de
misterios tampoco es baladí. Dada la caracterización bíblica de Salomón como el
sabio por excelencia, este personaje sufrirá una paulatina evolución a lo largo
de los siglos. De este modo, en el siglo I e.c. aparece caracterizado como
exorcista en un breve salmo de Qumrán,[3] siendo su
figura poco a poco enriquecida con rasgos helenísticos hasta su identificación
como mago, tal y como observamos en este libro. Se trata de una característica
propia del poder ritual judío: Salomón, David, Moisés o Abraham aparecen como
líderes del pueblo y a la vez magos, combinando el poder político (sobre la
humanidad) con el poder mágico (sobre los espíritus, ángeles y demonios),
dualidad que no aparece en otras grandes figuras de la Antigüedad tardía de
otras culturas (como, por ejemplo, Simón Mago o Dárdano) y que constituye uno
de los pocos rasgos distintivos del poder ritual judío respecto a otras
culturas y religiones.
Como esquema
general, tras la localización de cada cielo le sigue la descripción de sus
subdivisiones: los nombres de los ángeles que contiene ese cielo,[4] su aspecto, funciones, para
qué se les puede invocar, los ritos necesarios para ello, el tiempo adecuado en
que deben realizarse, la invocación propiamente dicha (el texto, el “conjuro,”
a veces perdido) y, en ocasiones, informaciones adicionales sobre el ritual, su
modificación o inversión del efecto. Con estas acciones, lo que se pretende es tener
acceso – principalmente – a la curación (entendida generalmente como
exorcismo), el control de los elementos naturales (lo que se puede relacionar
con las cosechas: el bienestar, el dinero) y el poder (por las referencias al
gobierno y a la guerra).
Por ejemplo, en
los manuales mágicos, la acción de atar o encadenar se entiende como un método
de control y sometimiento, atestiguado ya en la primera y más antigua magia
egipcia: las ligaduras efectuadas a una figura o estatuilla pequeña hacen que,
mediante la ley de la simpatía, al igual que se actúa sobre el objeto simbólico,
también se actúe sobre el sujeto real a quien se quiere controlar.
Las listas de
ángeles que nos proporciona el Sefer ha-Razim constituyen no sólo una
curiosidad cosmológica, sino que tienen su lugar justificado en este manual
mágico gracias al poder de la palabra: saber el nombre de algo permite al
hombre conocerlo y controlarlo. Recuérdese, por ejemplo, el relato de Génesis
2, en que el hombre nombra a los animales y con ello, se sitúa por encima del
resto de la creación. Se trata de un primer paso antes de la invocación a estos
seres, o a alguno de ellos en concreto, en busca de un resultado visible en
este mundo.
Una vez hechas
todas estas aclaraciones, veamos pues un ejemplo concreto de ritual mágico del Sefer
ha-Razim, un conjuro para contemplar el carro solar durante la noche:
Y si deseas mirar el sol durante la noche [mientras] va por
el viento del norte, purifícate [durante] tres semanas de días de todo alimento
,y de toda bebida, y de toda cosa impura, y sitúate en la vigilia de la noche,
en la hora tercera, cubierto con ropajes blancos, y pronuncia el nombre del sol
y el nombre de los ángeles que lo conducen durante la noche veintiún veces, y
di: “Yo os conjuro, [a] los ángeles que revoloteáis por el aire del cielo, por
aquel que ve pero no es visto, por el rey que descubre todos los misterios y ve
todos los secretos, por ’El, que conoce qué [hay] en las tinieblas. Y él transforma
las sombras en mañana, e ilumina la noche como el día, y todos los secretos
ante él se aclaran como el sol, y no hay nada imposible para él. En nombre del
rey santo que camina sobre las alas del viento, en las letras del nombre
revelado (el Tetragrámaton) que fue descubierto a Adán en el jardín del Edén,
[por] el gobernador de los astros, el sol y la luna, [quienes] se inclinan ante
él como esclavos ante sus señores; por el prodigioso nombre de ’El, yo os
conjuro, quienes me haréis conocer este gran milagro que yo deseo, y veré el
sol en su esplendor en la esfera de su carro, y no habrá nada oculto que no
comprenda, y lo veré hoy por completo, y le pediré mi deseo, y hablará conmigo
como habla cualquier hombre con su compañero, y me contará los misterios de los
arcanos, y me dará a conocer los secretos, y no me dañará ningún mal.”
Y cuando termines de hablar, escucharás el estruendo de un
trueno en el borde del norte y verás [algo] como una chispa saliendo, y
brillará la tierra ante ti. Y después de que lo veas, entonces te inclinarás y te
prosternarás, y rezarás esta oración: “Alaba al que sale por el oriente:
Helios, el marinero (el bueno), supremo jefe, el digno de fe, tú que de antaño
te has erigido como poderosa rueda, rectora del universo, amante de su padre,
Señor, enviado de brillante luz, soberano comandante. Hago caer, yo, Fulano,
hijo de Fulano, mi súplica ante ti, que te aparezcas ante mí sin [causarme] miedo,
y te me descubras sin [causarme] terror, y no se me oculte ninguna cosa, y me
cuentes en verdad todo lo que yo pido.”[5]
Un requisito
básico para que los rituales funcionen es el necesario estado de pureza inicial,
concepto de gran importancia en las prácticas rituales (tanto las calificadas
como magia, como las incluidas en la religión oficial) de cualquier cultura. En
esta línea, las instrucciones iniciales para la preparación de este ritual
concreto incluyen ciertas prácticas de purificación como la abstinencia de
comida y bebida, y la prohibición de contacto con elementos impuros durante
tres semanas.[6]
Una vez pasado este tiempo, el sujeto ha de pronunciar un determinado número de
veces el nombre del sol y de los ángeles en un tiempo determinado (en la
vigila de la noche, en la tercera hora) y ataviado con unas ropas concretas
(cubierto con ropajes blancos).
Tras este ritual
preparatorio, el sujeto escuchará el estruendo de un trueno, tras el cual debe
prosternarse y entonar una oración dirigida a Helios, el sol.[7] Se trata de una prueba palpable
del sincretismo imperante en los manuales mágicos de la Antigüedad Tardía: una
oración a un dios pagano (como emisario del Dios supremo) en el seno de un
texto judío, sin ningún tipo de censura o reparo religioso.[8]
La finalidad de
este conjuro es la obtención de sabiduría oculta. Y en él hay un rasgo que
llama la atención especialmente por no ser elemento común o frecuente en los
conjuros del Sefer ha-Razim: la súplica a la divinidad para que esta
revelación de secretos no venga acompañada de terror ante lo desconocido, lo
incomprensible, lo superior al hombre; en definitiva, lo que en terminología de
Otto podemos denominar como el mysterium tremendum de lo numinoso.
Por último, este conjuro
es prueba de que estamos ante un manual de magia escrito no para el público en
general, sino para un técnico en poder ritual, dado que las fórmulas que deben
pronunciarse se indican a modo de formulario estereotipado o prefijado, con
huecos a rellenar. De este modo, hacia el final del texto se indica “Yo,
Fulano, hijo de Fulano”, a fin de que el cliente, una vez que el técnico le
revele este ritual a cambio de pago, pueda sustituir “Fulano” por su nombre
propio en la invocación al sol.
Así pues,
podríamos concluir gracias al estudio de este ejemplo concreto, que las
prácticas mágicas del judaísmo en la Antigüedad Tardía responden a una
motivación concreta, de poder o control sobre el universo, y muestran un fuerte
sincretismo, como prueba la alusión a Helios. La gran cantidad de copias y
fragmentos encontrados de este libro contrasta con la falta de evidencias
arqueológicas que atestigüen la realización de estos ritos, lo que deja abierta
la cuestión sobre si estos rituales podrían haber sido más comunes que lo que tradicionalmente
se ha defendido.
Bohak, G., Ancient Jewish Magic. A History, Cambridge, 2008.
Cantera Burgos, F. y M. Iglesias
González, Sagrada Biblia, Madrid, 2003 (3ª ed.)
Keizer, L., Sepher Ha-Razim and its Traditions. An
Inquiry into the Interrelation of Jewish, Greco-Egyptian, and Chaldean
Magico-Mystic Practices in the Roman-Hellenistic Period, Santa Cruz, 1971.
Margalioth, M., Sepher Ha-Razim, Jerusalem,
1966.
Morgan, M. A., Sepher Ha-Razim. The Book of the
Mysteries, Chico, California, 1983.
Torijano, P. A.,
“El estudio de la magia en la Antigüedad tardía: Algunas consideraciones
prácticas”, Gerión, 18 (2000), pp. 535-547.
Sznol, S., “Sefer
ha Razim – El Libro de los Secretos. Introducción y comentario al vocabulario
griego”, Erytheia, 10.2 (1989), pp. 265-288.
[1] Deut 18,9-12a.
[2] Un tipo o clase de hebreo de época rabínica que encontramos
en los midrashim. Un midrash es una obra de exégesis o
interpretación bíblica que, más allá de un simple comentario, tiende a rellenar
lagunas del texto con elementos narrativos (hagadah) y legales (halajah).
[3] García Martínez, F., Qumran Cave 11. 11Q28, 11Q20-31,
Oxford, 1998, pp. 181-205.
[4] El número de estos ángeles asciende a nada menos que 700
en total. Sus nombres – algunos de ellos etimológicamente en consonancia con su
función – provienen tanto del hebreo como del griego, siendo unos pocos
conocidos gracias a los papiros mágicos griegos y, otros tantos, de procedencia
y significación oscura.
[5] Cuarto Cielo, líneas 43-65. La traducción al español de
este fragmento del Sefer ha-Razim es elaboración propia a partir del
texto hebreo de Margalioth, M., Sepher Ha-Razim, Jerusalem, 1966.
[6] Otra de las prácticas de purificación citada en el Sefer
ha-Razim es la purificación por inmersión. Se trata de una
práctica ritual muy frecuente en la cultura judía: recuérdense, por ejemplo,
los baños rituales en el mikvé a los que ha de someterse la mujer tras
la menstruación.
[7] Se trata de una oración original de este libro, sin
paralelos hasta la fecha en los papiros mágicos griegos ni ninguna otra fuente,
por lo que no hay una única reconstrucción, totalmente fiable, de este
fragmento. No obstante, en los papiros mágicos griegos es frecuente la
referencia al cosmos en los atributivos y epítetos de los dioses, incluyendo
también a Helios en un claro paralelo a PMag. VII, 529.
[8] Este sincretismo no se limita a los manuales mágicos de la
época, sino que es observable también en algunos hallazgos arqueológicos, como
las sinagogas bizantinas de Beth Alpha, Ḥammat Tiberias y Na‘aran (s. IV-VI
e.c.), cuya decoración incluye como motivo central un zodiaco con Helios como
centro de la rueda.
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