Memoria y Olvido en la
literatura arcaica. La invocación a la Musa en Homero
Por: Kenneth Zapata, Filólogo
Clásico de la Universidad de Costa Rica
Correo electrónico: kennezv@gmail.com
Las Musas griegas. |
Al
inicio de la Ilíada y la Odisea de Homero encontramos quizá uno
de los rasgos más característicos de la literatura arcaica: la invocación a la
Musa para iniciar el canto o el poema:
Háblame Musa, de aquel varón
de multiforme ingenio que después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo
peregrinando larguísimo tiempo, vio poblaciones y conoció las costumbres de
muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación
por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros
a la patria. (Od. I, 1 ss.)
Canta, oh diosa, la cólera del
Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y
precipitó al Hades muchas almas valerosas de los héroes, a quienes hizo presa
de perros y pasto de aves –cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se
separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles. (Il, I, 1
ss.)
El
hecho de que se produzca esta invocación, este llamado a la divinidad no es en
lo absoluto gratuito, ni un simple artilugio retórico destinado a captar la
atención de un público, sino un rasgo esencial que a su vez revela el mito, lo enmarca y señala la
práctica poética. El primer hecho a señalar acerca de esta invocación es su
lugar privilegiado en el poema: lo abre, es el primer paso en un canto, anuncia
el canto a la vez que le da una legitimidad. Podríamos decir que más que una
función estrictamente formal, la invocación en Homero cumple una función ritual
si se quiere, cuestión que se confirma por la constante presencia en sus obras
de dicha invocación.
Lo
que hemos dicho anteriormente conduce nuestro problema a un nuevo camino: si
bien es cierto la invocación ocupa un lugar de apertura en la obra ¿cuál es la
función como elemento mítico que cumple dentro de la misma? Pues bien, según
creemos, la invocación a la Musa ocupa dicho lugar como garante de la memoria y
la legitimidad de lo narrado como verdadero, elevando la obra en un estatuto
ontológico superior. Como ya ha demostrado Detienne (1983) el concepto de
verdad en la poesía griega arcaica no se pone en duda nunca, en un mismo acto
el poeta inspirado enuncia el canto al lado de su carácter de verdad. Esto
convierte a la verdad en un acto performativo, un acto del habla. Basta que el
poeta enuncie su canto para que al mismo tiempo diga la verdad. Esto se debe principalmente
a que la configuración misma de la verdad es totalmente diferente de la que
será formulada el siglo IV por la filosofía, aquí no se trata de la
correspondencia entre el discurso y el objeto del que trata ni tampoco de la
concordancia de un juicio con otro conjunto de juicios, sino que la verdad se
nos presenta como una Aletheia, esto
es una ausencia de olvido, es decir, la memoria misma. (Detienne 1983)
Esta
identificación entre lo que es la memoria y lo que es la verdad no debe
extrañarnos demasiado. En primer lugar debemos tomar en cuenta que la sociedad
griega arcaica estaba sustentada mayormente sobre una tradición oral y sólo
tardíamente adopta la forma de una tradición escrita, lo que tenía como
resultado en la antigüedad que la memoria tuviera incluso un estatuto religioso
dentro de dicha sociedad (López 2012). El poeta es el depositario de la
memoria, y por lo tanto en este sentido de la verdad.
Lo
que anteriormente hemos mencionado se haya confirmado en un hecho para nada
casual, pues la propia genealogía de las Musas señalada por Hesíodo nos informa
de su relación estrecha con la Memoria y el principio racional u ordenador que es Zeus:
A ellas, como olvido de males y remedio
de preocupaciones, las engendró, uniéndose al padre Crónida, Mnemósine, que
reina en las colinas de Eleuter. (Teog. v. 53)
Del anterior pasaje podemos
notar esencialmente dos cosas: por un lado la unión entre el principio de la
memoria encarnado en Mnemósine y el principio ordenador y racional que
significa Zeus para todo el sistema teogónico griego. En segundo lugar se puede
observar desde el inicio la constante tensión que habrá entre la Musa y el
Olvido, tensión que se mantiene entre el discurso y el silencio: la Musa canta aquello que es digno de ser
recordado, ergo una verdad; la mentira por otra parte, se plantea como una
oposición al canto, es decir un silencio. Dicho de otra forma, el canto es lo que inmortaliza al ser humano. En una
tradición puramente oral y en la cual el ser humano queda subsumido en una
especie de subexistencia después de la muerte, la única forma de trascendencia
recae en el canto, es decir en perpetuarse en la memoria de los hombres, pero
aún más allá, de perpetuarse en una memoria más perfecta y eterna que la de los
hombres, a saber, de las divinidades, las Musas. De hecho la existencia entera
de los hombres puede ser concebida en función del canto:
Pero entra y siéntate en esta silla,
cuñado, que la fatiga te oprime el corazón por mí, perra y por la falta de Alejandro; a quienes Zeus nos
dio mala suerte a fin de que a los venideros les sirvamos de asunto para sus
cantos (Il VI, 355)
Asimismo el canto es un principio
ético, el actuar para ser recordado, y ser recordado mediante alabanzas y no
por reproches, es una constante en el
actuar de los héroes homéricos y constituye uno de los hechos centrales del
heroísmo:
Pensé matar a mi padre con el agudo bronce; mas alguno de los
inmortales, calmó mi cólera, haciendo que a mi corazón se representara la fama
que tendría yo entre los hombres y los muchos baldones que de ellos recibiría a
fin de que no fuese llamado parricida entre los aqueos. (Il, IX, 352 aprox.
ss.)
En el anterior texto podemos observar
el principio operante de la fama en la Areté arcaica. En efecto, Memoria,
Verdad y Excelencia están
intrínsecamente ligadas dentro del individuo al punto de conformar una unidad
moral del mismo. A saber un individuo es recordado por su excelencia y ésta
Memoria lo constituye en una Verdad. Asimismo, una Verdad refiere
necesariamente a una Memoria la cual está ligada a un acto o a un individuo
excelente.
De lo anterior podemos extraer según
creemos un atributo esencial a todo mito el cual es su característica de ser un
fundamento epistemológico. Al mismo tiempo todo mito por definición es ilustre
no en un sentido moral moderno sino más bien en un sentido artístico es decir
digno de ser cantado. No en vano siglos después quedará una reminiscencia de
esto en Aristóteles que cuando menciona al mito relacionado en el sentido del
argumento de una tragedia recomienda explícitamente a un grupo de familias por
ser éstas las más destacadas de las otras.
El mito observado desde esta
perspectiva de Memoria, Verdad y Olvido es el material mismo de la actividad
poética en la antigüedad. El Aedo, a menudo adjetivado como divino se convierte
en constructor de verdades pues el don de la Musa a éste individuo es el
contenido verdadero materia prima para la forma que él trabaja. (Dodds, 1960)
La actividad poética se convierte en una actividad de énfasis y omisiones lo
que pone al poeta en una posición de poder privilegiada pues él está en
posesión de la verdad y desde esa posesión puede dar gloria e ignominia a los
hombres.
Un ejemplo de lo precedente lo
encontramos en La Odisea (VIII
vv. 62 y ss.) En el que se nos presenta
al Aedo Demódoco a quien las Musas excitan un canto que celebra “La gloria de
los guerreros con un cantar cuya fama llegaba entonces al anchuroso cielo”. El
aedo es el maestro de la verdad, es el privilegiado que canta el mito, es decir
un saber incuestionable, lo que lo pone en un plano entre lo divino y lo humano
que termina por categorizar a los personajes-artistas de los mitos, en especial
aquellos que tienen que ver con el dominio de la palabra o con la música, en un
espacio de sabiduría que permite incluso el encantamiento de diversos seres.
Circe y Orfeo son dos tipos de personajes
que cantan asociados con poderes sobrenaturales.
Otro ejemplo muy interesante, que
merece una mención muy especial por lo que significa para nuestro trabajo, lo
constituyen las sirenas quienes incluso
llegan a constituir una especie mimesis de las Musas (Lins, 2000). En efecto
ellas, a pesar de ser a menudo presentadas como maléficas, son personajes
cantantes asociadas a una especie de omnisapiencia en cuanto constituyen una
memoria de todos los acontecimientos y como tales pueden enseñar a los hombres
sus conocimientos:
¡Ea célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! Acercate y detén la
nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que
oyera la suave voz que fluye de nuestra boca; sino que se van todos de
recrearse con ella, sabiendo más que antes; pues sabemos cuántas fatigas
padecieron en la vasta Troya argivos y
teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuanto ocurre
en la fértil tierra. (Od. XII, 184-192)
Así es como a partir de la Memoria
depositada en las Musas y en el aedo se va desarrollando toda una serie de
manifestaciones en el mito relacionadas
con la actividad de ambos: el canto, la palabra, el conocimiento que en fondo
comparten el principio de partir de una verdad incuestionable en cuanto es una
verdad que surge en el momento mismo de manifestarse el principio de la memoria
en discurso, es decir a la hora de surgir una mitología, entendiendo en esto la
unión del principio epistemológico producto de la Memoria y el discurso,
principio ordenado surgido de Zeus. En este sentido decimos que todo mito es
memoria y es verdad y la Musa y su invocación es el punto de partida que
posibilita dicho mito, la Musa aparece en el mito para revelar un canto, para
inspirar un conocimiento. La Musa, la memoria ordenada, señala el mito en cuanto
el mito es un saber que posibilita todo saber. Es el fondo epistemológico
incuestionable en el que se sustenta toda ciencia. Por eso la memoria y el
olvido, como contraparte, están en el fondo
del mito arcaico griego y fue objeto del mito mismo.
Bibliografía
Detienne, M. (1983). Los maestros de la verdad en la
Grecia Arcaica. Barcelona: Taurus.
Dodds, E. (1960). Los griegos y lo irracional.Madrid: Alianza Universidad.
Hesíodo. (2000). Teogonía. Trabajos y días. Escudo.
Certamen. (A. Martín, & M. Martín, Trads.) Madrid: Alianza.
Homero. (2000). Ilíada. (L. Segalá, Trad.) Madrid:
Jorge A. Mestas.
Homero. (2000). La Odisea. (L. Segala, Trad.) México:
Purrúa.
Lins, J. (2000). As musas ensinam a mentir (Hesíodo,
Teogonia, 27-28). Ágora. Estudos Clássicos em Debate, 7-20.
López, R. (2012). El mito griego con razón. Homero y Hesíodo
en el orígen de la filosofía. Rev. Medicina y Humanidades, 60-76.
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