martes, 2 de junio de 2015

Memoria y Olvido en la literatura arcaica. La invocación a la Musa en Homero

Por: Kenneth Zapata, Filólogo Clásico de la Universidad de Costa Rica

Correo electrónico: kennezv@gmail.com

Las Musas griegas.
Al inicio de la Ilíada y la Odisea de Homero encontramos quizá uno de los rasgos más característicos de la literatura arcaica: la invocación a la Musa para iniciar el canto o el poema:

Háblame Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. (Od. I, 1 ss.)
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de los héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves –cumplíase la voluntad de Zeus- desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles. (Il, I, 1 ss.)
El hecho de que se produzca esta invocación, este llamado a la divinidad no es en lo absoluto gratuito, ni un simple artilugio retórico destinado a captar la atención de un público, sino un rasgo esencial que a su vez revela el mito, lo enmarca y señala la práctica poética. El primer hecho a señalar acerca de esta invocación es su lugar privilegiado en el poema: lo abre, es el primer paso en un canto, anuncia el canto a la vez que le da una legitimidad. Podríamos decir que más que una función estrictamente formal, la invocación en Homero cumple una función ritual si se quiere, cuestión que se confirma por la constante presencia en sus obras de dicha invocación.
Lo que hemos dicho anteriormente conduce nuestro problema a un nuevo camino: si bien es cierto la invocación ocupa un lugar de apertura en la obra ¿cuál es la función como elemento mítico que cumple dentro de la misma? Pues bien, según creemos, la invocación a la Musa ocupa dicho lugar como garante de la memoria y la legitimidad de lo narrado como verdadero, elevando la obra en un estatuto ontológico superior. Como ya ha demostrado Detienne (1983) el concepto de verdad en la poesía griega arcaica no se pone en duda nunca, en un mismo acto el poeta inspirado enuncia el canto al lado de su carácter de verdad. Esto convierte a la verdad en un acto performativo, un acto del habla. Basta que el poeta enuncie su canto para que al mismo tiempo diga la verdad. Esto se debe principalmente a que la configuración misma de la verdad es totalmente diferente de la que será formulada el siglo IV por la filosofía, aquí no se trata de la correspondencia entre el discurso y el objeto del que trata ni tampoco de la concordancia de un juicio con otro conjunto de juicios, sino que la verdad se nos presenta como una Aletheia, esto es una ausencia de olvido, es decir, la memoria misma. (Detienne 1983)
Esta identificación entre lo que es la memoria y lo que es la verdad no debe extrañarnos demasiado. En primer lugar debemos tomar en cuenta que la sociedad griega arcaica estaba sustentada mayormente sobre una tradición oral y sólo tardíamente adopta la forma de una tradición escrita, lo que tenía como resultado en la antigüedad que la memoria tuviera incluso un estatuto religioso dentro de dicha sociedad (López 2012). El poeta es el depositario de la memoria, y por lo tanto en este sentido de la verdad.
Lo que anteriormente hemos mencionado se haya confirmado en un hecho para nada casual, pues la propia genealogía de las Musas señalada por Hesíodo nos informa de su relación estrecha con la Memoria y el principio racional u ordenador que es Zeus:

A ellas, como olvido de males y remedio de preocupaciones, las engendró, uniéndose al padre Crónida, Mnemósine, que reina en las colinas de Eleuter. (Teog. v. 53)

Del anterior pasaje podemos notar esencialmente dos cosas: por un lado la unión entre el principio de la memoria encarnado en Mnemósine y el principio ordenador y racional que significa Zeus para todo el sistema teogónico griego. En segundo lugar se puede observar desde el inicio la constante tensión que habrá entre la Musa y el Olvido, tensión que se mantiene entre el discurso y el silencio: la Musa canta aquello que es digno de ser recordado, ergo una verdad; la mentira por otra parte, se plantea como una oposición al canto, es decir un silencio. Dicho de otra forma, el canto es lo que inmortaliza al ser humano. En una tradición puramente oral y en la cual el ser humano queda subsumido en una especie de subexistencia después de la muerte, la única forma de trascendencia recae en el canto, es decir en perpetuarse en la memoria de los hombres, pero aún más allá, de perpetuarse en una memoria más perfecta y eterna que la de los hombres, a saber, de las divinidades, las Musas. De hecho la existencia entera de los hombres puede ser concebida en función del canto:

Pero entra y siéntate en esta silla, cuñado, que la fatiga te oprime el corazón por mí, perra y  por la falta de Alejandro; a quienes Zeus nos dio mala suerte a fin de que a los venideros les sirvamos de asunto para sus cantos (Il VI, 355)

Asimismo el canto es un principio ético, el actuar para ser recordado, y ser recordado mediante alabanzas y no por reproches,  es una constante en el actuar de los héroes homéricos y constituye uno de los hechos centrales del heroísmo:

Pensé matar a mi padre con el agudo bronce; mas alguno de los inmortales, calmó mi cólera, haciendo que a mi corazón se representara la fama que tendría yo entre los hombres y los muchos baldones que de ellos recibiría a fin de que no fuese llamado parricida entre los aqueos. (Il, IX, 352 aprox. ss.)
           
En el anterior texto podemos observar el principio operante de la fama en la Areté arcaica. En efecto, Memoria, Verdad y Excelencia están intrínsecamente ligadas dentro del individuo al punto de conformar una unidad moral del mismo. A saber un individuo es recordado por su excelencia y ésta Memoria lo constituye en una Verdad. Asimismo, una Verdad refiere necesariamente a una Memoria la cual está ligada a un acto o a un individuo excelente.
De lo anterior podemos extraer según creemos un atributo esencial a todo mito el cual es su característica de ser un fundamento epistemológico. Al mismo tiempo todo mito por definición es ilustre no en un sentido moral moderno sino más bien en un sentido artístico es decir digno de ser cantado. No en vano siglos después quedará una reminiscencia de esto en Aristóteles que cuando menciona al mito relacionado en el sentido del argumento de una tragedia recomienda explícitamente a un grupo de familias por ser éstas las más destacadas de las otras.
El mito observado desde esta perspectiva de Memoria, Verdad y Olvido es el material mismo de la actividad poética en la antigüedad. El Aedo, a menudo adjetivado como divino se convierte en constructor de verdades pues el don de la Musa a éste individuo es el contenido verdadero materia prima para la forma que él trabaja. (Dodds, 1960) La actividad poética se convierte en una actividad de énfasis y omisiones lo que pone al poeta en una posición de poder privilegiada pues él está en posesión de la verdad y desde esa posesión puede dar gloria e ignominia a los hombres.
Un ejemplo de lo precedente lo encontramos en La Odisea (VIII vv.  62 y ss.) En el que se nos presenta al Aedo Demódoco a quien las Musas excitan un canto que celebra “La gloria de los guerreros con un cantar cuya fama llegaba entonces al anchuroso cielo”. El aedo es el maestro de la verdad, es el privilegiado que canta el mito, es decir un saber incuestionable, lo que lo pone en un plano entre lo divino y lo humano que termina por categorizar a los personajes-artistas de los mitos, en especial aquellos que tienen que ver con el dominio de la palabra o con la música, en un espacio de sabiduría que permite incluso el encantamiento de diversos seres. Circe y Orfeo  son dos tipos de personajes que cantan asociados con poderes sobrenaturales.
Otro ejemplo muy interesante, que merece una mención muy especial por lo que significa para nuestro trabajo, lo constituyen las sirenas  quienes incluso llegan a constituir una especie mimesis de las Musas (Lins, 2000). En efecto ellas, a pesar de ser a menudo presentadas como maléficas, son personajes cantantes asociadas a una especie de omnisapiencia en cuanto constituyen una memoria de todos los acontecimientos y como tales pueden enseñar a los hombres sus conocimientos:

¡Ea célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! Acercate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca; sino que se van todos de recrearse con ella, sabiendo más que antes; pues sabemos cuántas fatigas padecieron en la vasta Troya  argivos y teucros, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuanto ocurre en la fértil tierra. (Od. XII, 184-192)

Así es como a partir de la Memoria depositada en las Musas y en el aedo se va desarrollando toda una serie de manifestaciones en el mito  relacionadas con la actividad de ambos: el canto, la palabra, el conocimiento que en fondo comparten el principio de partir de una verdad incuestionable en cuanto es una verdad que surge en el momento mismo de manifestarse el principio de la memoria en discurso, es decir a la hora de surgir una mitología, entendiendo en esto la unión del principio epistemológico producto de la Memoria y el discurso, principio ordenado surgido de Zeus. En este sentido decimos que todo mito es memoria y es verdad y la Musa y su invocación es el punto de partida que posibilita dicho mito, la Musa aparece en el mito para revelar un canto, para inspirar un conocimiento. La Musa, la memoria ordenada, señala el mito en cuanto el mito es un saber que posibilita todo saber. Es el fondo epistemológico incuestionable en el que se sustenta toda ciencia. Por eso la memoria y el olvido, como contraparte, están en el fondo del mito arcaico griego y fue objeto del mito mismo.

Bibliografía
  
Detienne, M. (1983). Los maestros de la verdad en la Grecia Arcaica. Barcelona: Taurus.
Dodds, E. (1960). Los griegos y lo irracional.Madrid: Alianza Universidad.
Hesíodo. (2000). Teogonía. Trabajos y días. Escudo. Certamen. (A. Martín, & M. Martín, Trads.) Madrid: Alianza.
Homero. (2000). Ilíada. (L. Segalá, Trad.) Madrid: Jorge A. Mestas.
Homero. (2000). La Odisea. (L. Segala, Trad.) México: Purrúa.
Lins, J. (2000). As musas ensinam a mentir (Hesíodo, Teogonia, 27-28). Ágora. Estudos Clássicos em Debate, 7-20.

López, R. (2012). El mito griego con razón. Homero y Hesíodo en el orígen de la filosofía. Rev. Medicina y Humanidades, 60-76.

No hay comentarios:

Publicar un comentario