Por
Miguel Morata Mora
Correo
electrónico: mimorata.mmm@gmail.com
Pintura rupestre. |
No
podemos, sin duda alguna, conocer a las divinidades prehistóricas mediante
testimonios escritos, pero existen otras herramientas que nos permiten tener
una idea general de la religiosidad prehistórica, pues la escritura no es la
única manera de expresión que tiene el homo
sapiens. Ahora vamos a buscar cuándo comenzaron las divinidades a ser
representadas. Los lugares en los que encontraremos la información más
interesante serán los santuarios
rupestres de la zona franco-cantábrica y del Sáhara central y oriental, en las
estatuillas de piedra que se hallan por toda Eurasia, y otras producciones
plásticas de culturas de Oceanía, América y Siberia.
Según
José Luis de Beas (1) pueden ser definidos cinco periodos culturales en el arte
prehistórico basándose para ello en el carácter mágico-simpático de las
representaciones (puesto que el objeto de la pintura es captar y plasmar la
esencia de un ente, tanto el ente como su representación comparten la misma
esencia, lo cual implica que si la representación es atacada ya mediante su
destrucción o por medio de conjuros, estas agresiones afectarán por igual al
ente representado). En un primer momento en las grutas sólo se plasma al animal
siguiendo un proceso ritual preparatorio para la consecutiva caza. El hombre no
se representa a sí mismo por miedo a que este carácter mágico se vuelva contra
él; tampoco representaría a sus dioses por temor a su enfado. El siguiente
periodo se caracteriza por el mismo miedo y huye de representarse tal cual es,
pero lo hace mediante representaciones simbólicas por las que puede identificarse
sin perder su “ego”. Un tercer periodo el individuo vence el tabú reflejándose
a través de manos, pies y formas esquemáticas. El cuarto momento se define por
la simbolización de las divinidades mediante rayos de sol, círculos, halos,
etcétera, mientras que en el último periodo la divinidad ya es humanizada; es
decir que el hombre se identifica con la fuerza creadora ya sin miedo a ser
castigado por realizar y contemplar su representación.
La
alta cantidad de representación animal en el arte parietal europeo está
dominada por las representaciones de caballos y bisontes, los animales de los
que eran más dependientes para el sustento y el vestido de la comunidad.
Además, la grandeza y la potencia de estos animales encarnan la energía vital
del bosque. En cuanto a la figura humana existe un predominio de los elementos
femeninos. Se han encontrado ídolos femeninos desde los Pirineos hasta el lago
Baikal (Irkutsk, sur de Siberia) con unas formas que las caracterizan en las
cuales se acentúa todo lo alusivo a la feminidad y a la fecundidad: grandes
glúteos, pechos desbordantes y vulvas abiertas hasta el ombligo. Sobre ellas se
considera que pudieron ser figurillas iniciáticas para jóvenes (con una función
propiciadora de la caza) o instrumentos de magia simpática para las mujeres (con
la función de fertilidad y protección de la comunidad). Sin embargo la mayor
parte de los investigadores mantienen la hipótesis de que se trata de
Diosas-Madres, la encarnación suprema del espíritu reproductor, tanto humano
como animal (2). Esta hipótesis proviene de varias consideraciones que no
podremos analizar en el presente artículo, a excepción de una de ellas: la
habitualidad de las diosas propiciadoras de la fecundidad a los largo de toda
la antigüedad, la cual parece tener su origen en la prehistoria reciente, y
ésta, a su vez, tiene todos los visos de provenir del paleolítico. Una de las
más antiguas y famosas la encontramos en Çatalhöyük, una mujer con unas formas
similares a las antes mencionadas y que aparece flanqueada por dos grandes
felinos, lo cual muestra su carácter de Pótnia Therón, Señora de las fieras. Este término
designa a una serie de divinidades del entorno del Mediterráneo Oriental con
funciones de fertilidad, de un cierto carácter liminal y muy relacionadas con
la luna (3). En cada sistema cosmológico de la edad llegó a haber varias
divinidades de la fertilidad, cada una especializada en un ámbito distinto,
como Artemis, Deméter y Perséfone en Grecia e Isis, Sekhmet y Nut en Egipto.
Otra
gran potencia del paleolítico junto a las Grandes Diosas son los Señores de los
animales, divinidades que han podido ser reconstruidas gracias a las analogías
etnológicas. Son señores de los bosques, de la caza y, en ocasiones, del cielo.
El ejemplo más famoso de ello es el dios o hechicero de la gruta Trois Frères (Ariège, Francia) el cual
podría haber estado asociado con el trueno por una placa encontrada en el
santuario de La Roche, la cual, al ser girada atada a una cuerda, produce un
sonido similar al de un trueno. Se trata de un instrumento de gran simpleza que
ha sido encontrado en muy diversas culturas de todo el mundo y que sigue siendo
usado en ritos de iniciación australianos junto al didgeridoo (4). Parece haber
una evolución desde el paleolítico hacia neolítico en la concepción de la
divinidad, desde El señor de los animales de los antiguos cazadores, pasando
por el Padre celeste de los ganaderos, hasta la Tierra-Madre de los
agricultores, tres potencias que proceden desde el Paleolítico presididas por
la figura dominante de la Gran Madre (5).
Centremos
nuestra atención ahora en el Padre del cielo. Su relación con los pueblos
ganaderos podría ser debida a la función del cielo como guía para los pastores,
después vendrían las atribuciones de justicia y bondad. En algunos textos de la
antigua China se atribuía al Cielo el epíteto de Señor de las reses, y
posiblemente el título de Buen pastor también esté relacionado con el plano
celeste, sin embargo en el Código de Hammurabi, uno de los documentos más
antiguos en los que se referencia a este título, lo hace en clave político-social:
“He
exterminado a los enemigos del norte y del sur.
He apagado los combates.
He dado la felicidad al país.
He hecho pavonearse a los
sedentarios en los verdes pastos.
No he dejado que nadie los
molestase.
Soy el pastor salvador, cuyo cayado
es recto.
Mi benéfica sombra se extendió
sobre la ciudad.
He acogido sobre mi seno a las
gentes de Sumer y Acad.
Gracias a mi Protectora (Ishtar)
han prosperado.
No he cesado de gobernarlos en paz.
Gracias a mi
sabiduría los he amparado.” (6)
Por
otra parte nos encontramos que la Lista Real sumeria ora así: “Tras el diluvio
(todo) quedó nivelado, cuando la realeza descendió (de nuevo) del cielo, la
realeza estuvo en Kish” (7). Es decir que en verdad existe una interrelación
monarquía-cielo al igual que en China se da entre el Hijo del Cielo (emperador)
y Shang Di (Soberano del Cielo) o en el catolicismo entre el Vicario de Cristo
y Dios Padre.
De
los santuarios rupestres paleolíticos pasamos a las estructuras “especiales”
del Neolítico, así denominadas por los arqueólogos. Se trata de lugares de
culto comunitario (en los que no se excluye la posibilidad de realizar rituales
individuales) posiblemente regidos por un especialista religioso (8). Estos
centros generarían unos lazos de dependencia entre las comunidades del entorno
logrando una más rápida expansión cultural (9). Entre los centros más antiguos
y característicos se encuentra “El edificio del los cráneos” en Cayönü,
Turquía, donde se encontraron 500 esqueletos, de la mayoría de ellos sólo los
cráneos que posiblemente, debido a marcas de golpes y quemaduras, estuvieron
situados sobre estantes. También se encontraron unas lajas de piedra con restos
de sangre animal y humana. Y otro centro característico y de mayor renombre es
Göbleki Tepe, construidos con grandes megalitos en los que aparecen animales
tallados (10). Tenemos muchos lugares similares a estos dos ejemplos datados en
el Neolítico, pero desconocemos los tipos de prácticas rituales que en ellos se
dieron y con qué tipo de divinidades estaban asociados.
Tallas
de los megalitos de Göbleki Tepe.
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Se
han propuesto diversas lecturas según M. Verhoeven los animales esculpidos en
los pilares representan a las diversas comunidades del entorno. Por otra parte
la relación hombre-animal (sangre animal-sangre humana) podría representar la
oposición salvaje-doméstico, pero también macho-hembra, naturaleza-cultura,
muerte-vida y piedra-arcilla. En su opinión, estas sociedades estaban ligadas
desde el punto de vista simbólico a lo salvaje, a lo naturas, campo en el que
lo masculino es característico, mientras que en el mundo doméstico impera lo
femenino. Según este investigador en el paso del Paleolítico al Neolítico se
pueden subrayas cuatro principios fundamentales que marcarán la ideología y la
ritualidad del momento: la comunalidad para integrar al grupo y equilibrar la
presión social producida por el nuevo modo de vida; el simbolismo dominante,
son una importancia posiblemente relacionada con la domesticación; la
vitalidad, vinculada con la fecundidad y la fuerza vital; y por último la
relación hombre-animal, visible sólo en algunos testimonios. Además percibe
tres tipos de rituales: los individuales, representados por las figurillas
mágicas de las que antes hablamos; los domésticos, evidenciados por
enterramientos en contextos domésticos similares al “edificio de los cráneos”;
y para finalizar, los rituales públicos, los cuales se celebrarían en las
famosas estructuras “especiales” y estarían relacionados con los cuatro
conceptos señalados: comunalidad, simbolismo dominante, vitalidad y relación
hombre-animal (11).
Sea
cierta o no esta lectura, lo más importante para nuestro estudio es cómo van a
influir la existencia de los centros de culto en la configuración del mito, y
para poder verlo debemos volver a un periodo más avanzado, en el que la
formación del Estado se encuentre más avanzada y los centros religiosos
compitan por la supremacía religiosa, lo cual les garantizaría prestigio,
beneficios económicos y, por supuesto, poder. Existen múltiples casos de guerra
de cleros en la antigüedad; cada uno pretenderá elevar a su dios tutelar hacia
una posición más elevada del panteón. Esta lucha a veces va acompañada de
conquistas militares o desordenes sociales. De todos los ejemplos que vienen a
mi pensamiento son dos los que se me antojan, ambos en Babilonia.
Hammurabi
recibiendo la ley el poder real
por parte del dios Shamash.
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Cuando
Hammurabi, el representante de Marduk (dios de la ciudad de Babilonia), se hizo
con el poder de Mesopotamia, significó que Marduk había sido escogido por la
asamblea Anunnaki para encargarse de las funciones de Enlil y, como
consecuencia, Hammurabi era el encargado de estas mismas funciones en la tierra.
Vuelvo a citar el código:
“Cuando el
excelso Anu, rey de los Anunnaki, y Enlil, señor del cielo y de la tierra,
quienes
determinan los destinos del país, designaron a Marduk, el primogénito,
hijo de Enki,
para desempeñar las funciones de Enlil sobre todos los hombres,
lo hicieron
grande entre los Igigi, dieron a Babilonia su nombre supremo,
la hicieron
sobresalir [en grandeza] en el mundo, y colocaron con poder entre
nosotros un
rey permanente cuyas bases están [tan] firmemente asentadas como
[las del]
cielo y la tierra –entonces Anu y Enlil me llamaron para procurar el bienestar
del pueblo,
a mí,
Hammurabi, el obediente, príncipe temeroso del dios, para traer la justicia a
la tierra,
para
destruir al malo y al perverso, de manera que el fuerte no dañe al débil.
y que yo
pueda ascender como el sol sobre el pueblo pelinegro iluminando la tierra.” (12)
La
diosa sumeria Inanna, la Ishtar acadia, recibió un tratamiento similar al de
Enlil tras la conquista de Hammurabi. En su origen era una diosa de gran
importancia en la construcción de la sociedad y de la civilización. Es
portadora de los ME, los elementos característicos de la civilización,
tecnológicos, institucionales o simbólicos. Entre los ME los hay positivos y
negativos, pero su pérdida resultaría la caída de la civilización, lo cual está
enlazado con el su carácter de diosa de la polaridad sexualidad-guerra,
muerte-vida, eros-thánatos. Innana era, por tanto, una de las divinidades
centrales de los panteones sumerio y acadio, pero el estamento religioso
babilonio la apartó haciendo de ella una
divinidad celosa y hostil para centralizar por todos los medios posibles a
Marduk (13).
A
modo de conclusión:
En
el artículo anterior vimos como los mitos pudieron proceder de la experiencia del
entorno natural. Ahora bien, hay que tener en cuenta que estas normas generales
no se dan en todas las culturas, pues algunas se centran en unos aspectos
esenciales de cada componente de la realidad que a otras les pasan
desapercibidos. Para los egipcios, por ejemplo, la tierra es masculina, al
igual que la luna, mientras que el cielo es femenino, sin embargo los roles de
fertilidad y de guía social los portan otro tipo de divinidades más propias de
su entorno.
En
este artículo hemos visto como de la organización humana y social también pueden
generarse otros mitos que completen los anteriores. Pero incluso pueden llegar
a contradecir el orden natural. Puesto que la sociedad fue instituida por dioses
y reyes míticos primigenios así es como debe ser, bien hasta el fin de los
tiempos, bien hasta que a los dioses no les guste nada cómo funcionan las cosas
en la tierra. Si antes vimos que el mito emergía de la experiencia y en ella
encontraba su sustento, a partir de ahora es en la propia sociedad donde el
mito encontrará su soporte. Despido el artículo con un texto de ejemplo en la
cultura griega ateniense, la cual trataba de afirmar que el hombre no nacía de
la mujer, sino de la tierra por descendencia paterna (14):
“Del hijo no es la madre
engendradora, es nodriza tan solo de la siembre que en ella se sembró. Quien la
fecunda, ése es engendrador. Ella tan sólo -cual puede tierra extraña para
extraños- conserva el brote, al menos que los dioses la ajen. Y daré mis argumentos:
puede haber padre sin que exista madre, y muy cerca tenemos un testigo, la
propia hija de Zeus, rey del Olimpo, no fue gestada en las tinieblas de una
materna extraña, mas ¿qué dios podría dar a luz a un retoño semejante?” (15)
Bibliografía
Beas, J.L. (1976); “Algunos símbolos en la pictografía
de los pueblos primitivos” CuPAUAM, v.3, UAM Ediciones
FRANKFORT, H. y H.A.; WILSON, J.A & JACOBSEN T.
(); El pensamiento prefilosófico,
Fondo de Cultura Económica de España, Madrid
Lévêque,
P. (1997); Bestias, Dioses y Hombres: El
imaginario de las primeras religiones, Universidad de Huelva, Huelva
[traducción Teresa de la Vega]
Piquer Otero, A. (2015); “Polaridad
femenina en el texto bíblico. ¿Un modelo de alteridad arraigado en el mito del
Próximo Oriente antiguo?”, XIII
Simposio de la AEEHJ. Cáceres, 10-12/6/2015. (en web https://www.academia.edu )
Roux, G. (1987); Mesopotamia:
Historia política, económica y cultural, Ediciones Akal, Madrid
Rubio de Miguel, I. (2004); “Religión y procesos de
cambio en el Neolítico precerámico del Próximo Oriente”, Isimu, nº 7, UAM Ediciones
Notas
1 Beas, p. 103
2 Leveque, pp. 21-23
3 Sobre la luna, véase la primera parte de este
artículo.
4 Leveque, pp. 24
5 Ibid, p. 26
6 Apud Roux p. 226
7 Apud Roux p. 130
8
Existe cierta controversia sobre este término, pues para algunos autores es con
la aparición de las ciudades y los grandes centros del Neolítico cuando aparece
la maquinaria pre-estatal y con ella especialización. Cierto es que con el
tiempo aparecerá una mayor regulación del comercio y de las distintas
ocupaciones del estado (el funcionariado, es decir, los escribas), pero ello no
quita que no pudiese haber cierta especialización en el ámbito religioso en épocas
anteriores, pues los chamanes pueden cazar o pescar con facilidad, pero los que
pescan y cazan no pueden ser chamanes tan fácilmente, pues son los grandes
espíritus quienes los escogen.
9
Rubio de Miguel, pp. 134, 135
10
Ibid, pp.146, 147
11 Ibid, pp. 149, 150
12 CH I,44. Apud Frankfort pp. 253,254. La separación de los
versos en esta versión no corresponde con la del original.
13
Piquer, pp. 2,3
14
Cécrope, primer rey de Atenas, nació de la tierra, al igual, por tanto, que
todos los atenienses.
15
Esquilo. Euménides. vv. 655-670
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