Espejos y
cuadrados mágicos en el Islam medieval, Parte 1
Por: Ivan Ruiz Larrea. Máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de Madrid.
Correo electrónico: ruizlarrea@hotmail.com
En esta primera entrega abordaremos la cuestión
de los espejos mágicos para más adelante, en una entrega posterior, continuar
con el artículo refiriéndonos a los cuadrados mágicos y completando con la bibliografía
utilizada.
Desde la tradición islámica podemos rastrear un
gran interés por la magia a partir sus comienzos. Dichos comienzos, son vistos
por algunos autores como momentos en los que la confusión entre grupos de
judíos, musulmanes, y cristianos, es difusa, por lo que la influencia de dichos
grupos, su simbiosis originaria y sus préstamos en prácticas e intereses, nos
llevan a una difícil distinción en lo que se refiere a lo auténtico y único de
una tradición. Es por ello que mediante las prácticas de unos grupos y otros
podemos entrever prácticas comunes.
Nuestro trabajo no va a indagar en lo común de
dichas prácticas, sino que se va a centrar en las que se recogen desde la
tradición islámica, a pesar de que consideramos que apuntar a dicha comunión,
tan común en las cuestiones mágicas, es necesario, para poder destacar el valor
transversal que el estudio de la magia adquiere en lo que se refiere a los
préstamos producidos de unas confesiones a otras. La labor interdisciplinar del
estudio de las religiones, queda, en los estudios de magia, resaltada por estas
características intrínsecas a la propia disciplina. Podemos valorar mejor los
préstamos interculturales, las influencias y los aspectos compartidos, así como
los aspectos únicos de cada religión desde dicho estudio.
La tradición musulmana y la magia. El reflejo
como analogía de la magia lícita.
A diferencia del cristianismo que rechaza los
aspectos mágicos y astrológicos (aunque tenga normalizadas ciertas prácticas no
vistas como tales), la magia en el Islam goza de cierto reconocimiento que, no
sin algunas dificultades, hacen que sea visto como una práctica incluida dentro
del normal funcionamiento doctrinal y práctico.
Además de su vinculación con el judaísmo y con
este de la astrología babilónica, encontramos influencias en la magia islámica
desde diversos orígenes. Podemos destacar la influencia de la cultura india, la
persa y la helenística, también desde el neoplatonismo, el gnosticismo, el
mazdeísmo, y de figuras a las que se les atribuyeron obras de magia como
Ptolomeo, Aristóteles, Platón, Zósimo, la escuela Pitagórica, el profeta Idris
(Hermes)…
Para entender la proliferación de la magia en
el mundo islámico debemos tener diversos factores en cuenta, entre los que se
encuentran la herencia mencionada y la habitual presencia de este tipo de
prácticas en el entorno del mundo islámico. A esto hay que añadir la
inseguridad social de la época, la observación de ciertos hechos inexplicables
en la naturaleza, como podía ser la generación de ciertos animales “de forma
espontánea”. La astrología también estaba muy difundida (tenemos grandes
ejemplos como los de Al-Kindi, Al-Farabi, Ar-Razi) y constituía el método
adivinatorio por excelencia.
El mundo mágico queda entroncado con la mística
y las prácticas de sufíes dentro de las corrientes suníes, y goza de mayor
popularidad en la vertiente chií. Realiza esa doble función que parece
contradecirse, y que caracteriza la cuestión mágica dentro de las religiones.
Por un lado sirve como sistema alternativo de vivencia social, como protección
de resistencia contra el poder, que, en el desarrollo del mundo sufí les
permitió permanecer al margen del poder de la administración califal o del
gobierno de turno, al igual que en el entorno chií daba cierto poder de
resistencia sobre el amplio dominio suní. Pero a su vez el control del mago
(sufí o líder chií, principalmente) realiza un control social, como élite
religiosa que representa dentro de su contexto interno.
Así la figura del Imam dentro del chiísmo, como
la figura del sabio sufí, quedan revestidas de cierto poder, a la vez que gozan
de cierta protección contra el mayor poder político de las élites suníes. La
tradición suní será más crítica con el uso de la magia, pero no por ello dejará
de practicarla.
Algunos autores contrarios a los sufíes como
puede ser el escritor medieval Abd al-Latif al-Baghdadi denunciarán ciertas
prácticas de los sufíes (como Suhrawardi, Ibn Sina, o Jabir in Hayyan) como no
tan lícitas, denunciándoles de practicar ciertos ritos de magia negra para
curar ciertas enfermedades o ciertos hechizos (como podía ser el uso de ojos
humanos para el mal de ojo). También encontramos detractores de la magia dentro
de grupos de teólogos, que aludirán, por ejemplo, a que Abraham cambió su
afición por las estrellas por su adoración a Dios.
Otro de los aspectos a destacar es la
importancia que la magia (sihr) cobra en los avances de la ciencia, con la que
se mezcla y confunde en gran medida. Lo oculto se hizo parte integral de la
cultura islámica, en parte desde las ciencias. Los sabios astrónomos y
científicos musulmanes de la Edad Media, combinan sus conocimientos físicos y
matemáticos con conocimientos astrológicos y mágicos, siendo así que no existe
una raya divisoria entre las prácticas mágicas y las ciencias de la naturaleza.
Los avances técnicos serán utilizados indistintamente para uso
técnico-científico así como mágico-adivinatorio.
En esta mezcla entre los distintos saberes
también se unen arte y ciencia, ética y medicina, estética y arquitectura, con
la magia y el esoterismo. En lo que se refiere a nuestro estudio, la simetría,
moderación o i⁽tidāl es el concepto que aborda esta cuestión.
La simetría es la esencia de la belleza. En su fuerte herencia neoplatónica, el
Islam acogerá estas cuestiones sobre la forma y sus proporciones, y el espejo,
motivo de nuestro estudio, ejemplifica esta cuestión. Su uso, así como las
cuestiones derivadas de las propiedades refractantes de su superficie, darán
lugar a toda una suerte de cuestiones relativas a sus aplicaciones. El espejo
refleja lo que se ve y lo que no se ve. Muestra lo interno y lo externo del
hombre, y como objeto que se sitúa en los márgenes de lo visible y lo
invisible, también saca a la luz lo divino y lo demoníaco.
Su poder, recogido en tantas culturas, es
importante, al conectar el más allá con la realidad presente, pudiendo hacer de
conexión entre el pasado, el presente y el futuro, y sitúan al espejo dentro de
los instrumentos que permiten el acceso al inframundo.
Sus propiedades físicas que permiten aprehender
la forma, pero no la esencia del objeto, nos sitúan en las características
filosóficas de estos instrumentos ópticos.
La mística del espejo es claramente aludida en
múltiples valores musulmanes que constituyen su imaginario. El mundo es el
espejo de Dios, la belleza no está nunca ausente del espejo. El mismo profeta
Mohammed actúa como espejo en el que el creyente y el no creyente se reflejan
en su pura naturaleza. El corazón será visto como un espejo, que siendo bien
pulido se hace capaz de percibir la luz de Allah. La luna ejemplifica bien esta
labor de reflejo de la verdad, que el Islam simboliza en su idea mística del
reflejo especular.
El uso de este instrumento simboliza, pues, la
mística de la luz divina, y su reflejo en el hombre y en las cosas, al hacerse
partícipes de dicho reflejo, contiene cierta sacralidad que las hace
irrepresentable, en cuanto partícipes de lo divino. Es por ello que la
representación del hombre, que participa de dicha luz, queda restringida en la
ética de la labor artística. La obra pictórica es contemplada con lupa por los
censores de la ortodoxia, siendo así que cualquier representación de dicha
iluminación divina (con el objeto iluminado que funciona como espejo que
refleja dicha luz), puede pecar de intentar competir con la belleza única, que
emana del foco original de dicha luz. Hasta la regulación de las sombras en la pintura
será tenido en cuenta.[1]
El artista, el poeta,[2] se convierte a través de
su obra, en un posible hereje, al intentar emular, en un acto diabólico, la
belleza que sólo la luz creativa de Dios puede realizar. La representación
pictórica es vista como un juego peligroso que puede intentar competir con la majestuosidad
divina.
La caligrafía es así consagrada como un arte
legítimo, que expresa en la belleza de sus líneas caligráficas y en la estética
de sus letras, la esencia de lo referido, que las formas pictóricas tienen
vedado expresar, por lo poco sutil de su labor. Si la belleza no es vista como
reflejo de lo divino, será vista como demoníaca, como máscara de Satán.
El uso y el poder de las letras serán también
recogidos dentro de esta corriente místico-esotérica, que dota de valor mágico
a los diferentes signos.
El Corán y los hadices serán observados con
lupa para legitimar lo permitido y lo prohibido (halal y haram) de las artes.
Se origina una idea del uso legítimo de la magia frente a un uso prohibido
(as-sihr al-halal y as-sihr al-haram).
Es decir, que se crean los conceptos y disposiciones para hablar de una magia
legítima islamizada.[3]
La escritura sobre magia queda justificada en
el propio Corán, así como su vínculo con el judaísmo,[4] y la preocupación por
dichos temas queda reflejado en las dos últimas suras apotropaicas del libro
sagrado.
Este tipo de magia lícita que caracterizará al
Islam queda indisolublemente unida a las prácticas místicas y al éxtasis,
convirtiéndose para algunos en la meta final e intrínseca, a la poesía y otros
artes. Aparecerán así diversas fórmulas y modos que regularán los usos mágicos.
En su Muqaddimah, Ibn Jaldun clasifica la magia
negra (él no habla de magia lícita pero sí distingue las acciones mágicas de
sufíes como lícitas, identificándola con la magia divina de los profetas) en
tres aspectos, todos ellos ilícitos:
La brujería, que utiliza fuerzas propias del
alma para influir en los elementos.
La que usa los talismanes gracias a la ayuda de
los planetas.
La que ejerce poder sobre la imaginación y que
es característica de los predistigitadores.
La magia islámica o sihr incluye en todos sus
aspectos, lícitos y prohibidos: la poesía, los trucos de manos, las propiedades
curativas de las plantas, las invocaciones a Dios para que asista a alguien,
las invocaciones a los jins o a los demonios o los espíritus de los planetas,
y, en ocasiones, el arte adivinatoria de la astrología. La adivinación (kihana)
busca la predicción de eventos futuros, pero no necesariamente cambiarlos,
mientras que la magia buscará cambiar el transcurrir de las cosas con la ayuda
de alguna fuerza sobrehumana.
Los espejos mágicos
Si bien es importante destacarlo, el motivo de
los espejos no queda reducido solo a la influencia del pensamiento místico,
desde el ámbito conceptual o alegórico.
El uso del espejo como elemento adivinatorio o
mágico lo podemos rastrear en diversas culturas, y su uso debió de pasar al
islam influido por las culturas que tenía alrededor. Es bien conocido el componente
mítico que tenía el espejo en Grecia.
También en el judaísmo encontramos referencias
diversas[5] al uso de espejos (como en
Ex 38,8). Las referencias del poeta persa medieval Hafiz de Shiraz, respecto
del uso de espejos, por parte del prior de los magos zoroástricos, nos aporta
un dato estimable para entender la mayor influencia de estas prácticas en el
islam chií.
“Lo vi
riendo, la copa de vino en su mano, portando en su espejo cientos espectáculos
diferentes”[6]
Una de las leyendas que se refieren a los
espejos mágicos, sirvió para desprestigiar la facción chií a partir del relato
suní. En dicha leyenda se cuenta como Dios dio a Adán un espejo mágico, que
permitía al primer hombre conocer todas las cosas, todos los secretos
cosmológicos (jafr). Dicha leyenda, contada por Tabari, continúa explicando
cómo dicho espejo pasa de mano en mano, por los diferentes líderes judíos,
hasta el rey Salomón, y, hasta un Rosh-Golah al final de la dinastía Omeya, que
se lo dará al califa Marwan. El califa destruirá dicho espejo para que no caiga
en manos de los demonios que intentan usurparlo. A pesar de ello, el espejo
caerá en manos de un chií, al que se lo arrebatará el segundo califa abasí
Ja´far al-Mansur, siendo castigado por el califa. Dicha historia trata de
mostrar lo ilegítimo de la acción chií, desprestigiando la idea de estos, en
torno a que su legitimidad proceda de la línea judía que entronca con los
grandes reyes del judaísmo, los exilarcas babilónicos y la autoridad del Imam
chií, desde la línea de Alí.[7] Estas y otras historias
nos hablan de un tiempo en el que entre judíos y musulmanes se confundía y mezclaba
el ámbito religioso.
Pero el ámbito de los espejos (mirʹāt), también
es visto dentro de la filosofía chií como un dilema ontológico, al situar el
problema de la aprehensión de la imagen sin la esencia del objeto. El tema del
espejo genera interés en el mundo musulmán medieval desde la magia, la
adivinación, la filosofía y también desde la ciencia y la técnica. Todo ello
está de una forma u otra interrelacionado.
Desde el ámbito más puramente
científico-técnico hay que destacar la importante labor traductora de los
estudiosos árabes, que, preocupados por rescatar los conocimientos griegos,
entorno al uso de espejos con fines militares (los famosos espejos ardientes de
Arquímedes), de comunicaciones, y otros usos prácticos, recuperaron diversos
escritos, sobre la fabricación y la física del espejo o catóptrica.[8] Dichas traducciones de
Diocles o Antemio fueron usadas tanto por magos y astrólogos como por
astrónomos y físicos:
“Deux
siѐcles avant notre ѐre, Dioclѐs invoquait l´efficacité de certains miroirs
pour illuminer les temples et pour marquer les heures”[9]
Otro escritor persa medieval, Nizām ad-Dīn
(Nezāmi), nos cuenta ciertas leyendas sobre el origen del espejo y de cómo
sorprendió este objeto en su encuentro con la cultura china, por parte de una
embajada de Al-Iskandar (Alejandro Magno), y nos menciona a Alejandro, como el
poseedor de un espejo mágico en el que aparecen los secretos del mundo. Dicho
“Alejandrom” habría sido inventado por el mismo Alejandro, originándose en esta
leyenda el primer espejo conocido.[10]
La adivinación a través del espejo, o
catoptromancia, se relaciona con la adivinación en la superficie del agua o
lecanomancia, a la que Ibn Jaldun se refiere como un tipo de adivinación de
segundo rango, en la que se miraba fijamente la superficie hasta que aparecía
una imagen, que informaba al adivino de qué hacer o qué saber. Mediante estas
técnicas en las que se interpretaban los patrones aparecidos en la superficie
del agua, del espejo, del aceite, o cualquier otra superficie brillante, se
aprendía la voluntad divina o se leía el futuro.[11]
Muchos de los espejos incluían en su lado
trasero un lema coránico o alguna palabra con funciones mágicas. También se
conservan cajas de espejos que servían de talismán. Muchos otros que nos han llegado
están grabados con cuadrados mágicos.
Podemos
ver un ejemplo de la importancia de los espejos, reflejos y luces en este
santuario chií de Shiraz.
Nota: La bibliografía correspondiente será expuesta en la segunda parte de esta investigación el próximo mes.
[1]
Bürgel, J. C. The Feather of
Simurgh: the “Licit Magic” of the Arts in Medieval Islam. New York
University Press, 1988. pp. 14
[2] Los poetas eran propagandistas políticos y se
les veía con poderes cuasi divinos, en algunos casos inspirados por los jins. Corán, 26.
[3] “Early in the history of Islam a magical world view started to evolve,
not one of black magic, but of the white, i.e., licit, religious, Islamicized
magic.” Bürgel, op.
cit. pág. 16
[4] El Corán, 2,102.
[5]
Trachtenberg, J. Jewish Magic and Superstition.
New York: Atheneum, 1987. Relata una práctica que consistía en escribir
tres veces el nombre de la persona deseada, en el envés de un espejo. Si se
dirigía el espejo a dos animales copulando se conseguiría el efecto deseado.
[6]
Referido en Bürgel, pág. 140.
[7]
Wasserström, S. M. Between Muslim
and Jew. The problem of Symbiosis under Early Islam. Princeton: Princeton
University Press, 1995pp 108-116.
[8]
Rashed, R. Les Catoptriciens
grecs. Vol. 1: Les miroirs
ardents. Paris: Les Belles Lettres, 2000. Pág. XVIIXVIII.
[9]Op. cit.
pp. XIV-XV
[10] En
Bürgel, op. cit. pág. 138 y siguientes
[11]
Savage-Smith, E. Magic and
Divination in Early Islam. Aldershot: Ashgate, 2004. Pág. XXXI
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