El
tipi: la pervivencia del espacio sagrado.
Por: Pietro Víctor Carracedo Ahumada. Doctorando en Ciencias de las Religiones UCM.
Correo
electrónico: pietrocarracedo@gmail.com
Fotografía de Edward Curtis (1910) |
“Mucho, muchísimo tiempo ha, cuando el
Mundo era tan nuevo que hasta las Estrellas eran oscuras, todavía era plano,
muy plano. Chareya, el Anciano de lo Alto no podía ver la nueva y plana Tierra
desde la oscuridad. Ni tampoco podía descender a ella, pues estaba muy lejos
por debajo de él. Con una gran piedra practicó un agujero en el Cielo. Luego
hizo bajar por el agujero grandes cantidades de Hielo y Nieve, hasta que se
elevó una gran pirámide en la llanura. El Anciano de lo Alto bajó por el
agujero (…) El Sol brilló a través del agujero del Cielo y empezó a derretir el
Hielo y la Nieve. Hizo agujeros en ellos (…) y plantó los primeros Árboles.
Ríos procedentes de la Nieve fundida regaron los Árboles y los hicieron crecer.
A continuación, recogió hojas caídas de los Árboles y sopló sobre ellas. Se
convirtieron en pájaros. Cogió un palo y lo rompió en pedazos. Del extremo más
pequeño hizo Peces y los Animales, excepto el Oso pardo. Del extremo grande
salió el Oso pardo, que fue señor de todos. Oso pardo era grande, fuerte y
hábil. Cuando la Tierra era nueva, andaba sobre dos pies y empuñaba una gran
maza. Tan fuerte era, que el Anciano de lo Alto tuvo miedo de la Criatura que
había hecho. Así pues, para poder estar a salvo, Chareya ahuecó la pirámide de
Hielo y Nieve, como un tipi. Allí vivió centenares de nieves. El Viejo Pueblo
sabía que vivía allí, porque podían ver el humo que subía en espiral desde el
agujero para el humo de su tipi. Cuando los extranjeros vinieron a nuestro
país, el Anciano de lo Alto se marchó. Ya no sale humo del agujero para el
humo”. [1]
Este
mito Shasta[2]
de la Creación era compartido por muchas de las tribus nativas de Norteamérica.
Tal vez fuera porque no hacían grandes distinciones entre mito, leyenda, cuento
e historia: todo es tradición, que ha de prolongarse, transmitirse y repetirse,
pues la religión está conformada por todos y cada uno de los elementos. La
relación del hogar con el Mundo y/o lo Sagrado no es exclusivo de estas
culturas, sino que, más bien, cuesta encontrar en todo el globo una que no la
establezca. No obstante, se analizará el tipi por ser el ejemplo en que la
sencillez de su construcción guarda una de las de mayor complejidad religiosa.
Al igual que la gran variedad de tribus y clanes de nativos
norteamericanos, también los hogares diferían según la zona. Los iroqueses del
noreste construían casas alargadas; en la zona suroeste, los “pueblos de la
tierra” –que creían que el hombre nació del barro- utilizaban adobe, y en la
zona noroeste construían cabañas de cedro. El wigwam algonquino, cabaña
piramidal a base de troncos, o el hogar de los ute, chozas de sauce y broza,
recuerdan más al tipi, casa nómada por excelencia. Se considera inventada por
tribus de los bosques, que utilizarían los propios troncos y el ramaje para sus
primeras “paredes”, pese a ser posteriormente mucho más usada por las tribus de
las praderas; el tipi es el prototipo de casa más antiguo, revivido por las
necesidades migratorias de las comunidades ante épocas de sequía y la posterior
llegada de los europeos.
La palabra tipi procede del Lakota ti-pi,
“lugar-vivir”, es decir, casa, hogar. El propio origen del tipi es sagrado,
como invención divina. Sagrada debe ser asimismo su construcción a manos
humanas: sus elementos siempre han de ser naturales, madera y pieles[3]. La mujer era la encargada
de reconocer en el territorio el lugar más apropiado para la elevación del hogar.
Se conforma de siete u ocho[4] largos palos, - la
longitud y el número dependen del tamaño de tipi deseado, aquí se habla de un
tipi familiar medio-, y su construcción se inicia con tres o cuatro – siempre
números simbólicos, como los puntos cardinales, o los cuatro mundos navajos[5]- , que se disponen en
triángulo o círculo y se atan en la parte superior. Uno de los huecos siempre
será más amplio, ya que dará lugar a la puerta del tipi, que estará siempre
orientada hacia el Este. Tiene gran valor simbólico, ya que, durante la
construcción del mismo, se habrá de partir de este punto para ir colocando con
orden preciso los demás soportes de la estructura, recreando el entrar y salir
del hogar, el nacer y renacer en él cada día, cuando se viva y se duerma en él,
al igual que el Sol, que los despertará en esa dirección, en una visión
práctica de la estructura. Uno o dos palos más, se reservan para, cuando se
haya extendido la piel sobre el tipi –previamente atada al último palo de la
construcción- sostener las solapas para el humo. Estos palos se hunden en la
tierra y se atan con clavijas para sujetar toda la casa; suelen colocarse de
tal manera que formen un triángulo con el palo de la entrada, al igual que se
procuraba al comenzar la construcción. La forma final que se obtiene es cónica
o piramidal. Un agujero en lo alto permitirá la entrada de luz y la salida del
humo. Exactamente igual que la primera casa, el tipi del Anciano de lo Alto.
Las pieles que se usan para recubrir el tipi estarán
decoradas con imágenes y símbolos de la familia a la que pertenezca, de las
historias míticas relacionadas con la misma, o la visión que se tuvo en sueños
de cómo debía ser esta casa. Hay símbolos recurrentes casi de obligada
representación, pues una cubierta pintada resulta inútil si no está unida a una
transferencia religiosa. Un símbolo común es el de la espiral, repetido en la
mayoría de las tribus: suele situarse cerca o en la misma entrada del tipi. Es
un símbolo del sol y de la renovación del mundo. Es común la representación geométrica:
los dibujos en zigzag evocan el agua- a veces líneas rectas-, las montañas o el
propio tipi; un triángulo invertido hace supuesta mención a la femineidad. El
círculo se relaciona con el mundo, con su bóveda celeste y el refugio, más allá
de la tierra, también abovedado, con el sol, o con el propio suelo redondo del
tipi, que, como se verá más adelante, guarda mucho valor religioso. Varios
círculos de colores podían representar el granizo o las estrellas. Una cruz,
generalmente en la parte alta, simboliza el lucero del alba, o la mariposa
nocturna, relacionada con las visiones oníricas. La representación de animales
tradicionales no está sujeta a patrones artísticos ni culturales, sino que
busca casi exclusivamente simbolismo, de modo que lo que para nosotros podría resultar
una deformación de las formas naturales para ellos guarda el secreto de la
incomprensión humana frente a esos seres míticos sagrados. Si se da una
recreación naturalista, se busca el valor religioso de la Creación. Una franja
oscura en la parte inferior y otra en la superior reflejan la tierra, el agua,
y el cielo. Así, representan el Mundo en sí mismo: se pintan los astros y seres
como el Pájaro Trueno o la Serpiente del Cielo[6] en la parte alta, y abajo
el paisaje, los animales y los hombres. Los colores, mezcla de pigmentos
naturales y sebo, guardaban también un significado especial: el rojo se
relaciona con la tierra y a la vez con las mujeres y la vida. El amarillo con
el sol, las cosechas, y los bisontes - pues se extraía de la hiel de los
mismos. El azul con el cielo y el agua. El blanco con las nieves y los rayos y
truenos. El negro era un color de luto que también se podía relacionar con la
tierra. El verde, extraído de hierbas y raíces, era evidentemente relacionado
con el mundo natural. En el interior del tipi también podían incluirse dibujos,
más relacionados con la historia de la familia o acontecimientos importantes,
siendo frecuente además la representación de sueños y visiones: para los indios
de las praderas, el interior del tipi condicionaba la vida de su dueño, si éste
era agradable por dentro, el dueño estaría feliz; si representaba sus visiones,
tendría más claridad en sus decisiones y mejor conexión con lo sagrado. Por
ello mismo el tipi del hechicero o chamán de la tribu siempre se hallaba
decorado exclusivamente de elementos sagrados como mitos, historias del pueblo
y referencias naturales.
Fotografía de Rebecca Dorbis (2013), Reserva de Pies Negros, al norte de Montana. |
El suelo circular del tipi, como antes se dijo, recuerda a la
Madre Tierra, al Mundo; es una demostración del conocimiento del sagrado ciclo
de la naturaleza. La apertura superior del tipi abre un camino al Mundo
Celeste, que se une a la Tierra en una manifestación sagrada. El humo se
convierte en el pilar central y divino de la casa. Los postes son caminos
dispuestos para que el hombre alcance la comunicación sagrada, con el Gran
Espíritu, en comunión con la Tierra y el Cielo a un tiempo. La imagen del
poste-camino al Cielo, que es común en muchas culturas, aquí se entiende por su
valor natural: los árboles de los que se extrajeron guardan el valor sagrado de
su crecimiento hacia lo alto, de su renovación cíclica estacional, de su
extracción de la tierra por la Divinidad. Las pieles representan el valor de la
vida y el mantenimiento de la misma por su protección y calor, manifestación
del respeto y ayuda entre hombres y animales, que pervive aun estando estos
últimos muertos. El orden de las pertenencias en el interior del tipi era muy
importante: las pertenencias de hombres y mujeres se colocaban en uno y otro
lado del tipi, al igual que los lechos y los cubrecamas. Mantas y esteras se alinean
rodeando los bordes, como asientos comunes, que aíslan de las corrientes
inferiores y delimitan aún más el espacio. Los objetos sagrados o de los
antepasados se colocaban siempre al fondo del tipi, tras el fuego central, a
veces protegidos por un palo que los separaba del resto de la estructura del
hogar. Delante de este rincón, pero también detrás del fuego, era habitual la
quema de incienso y hierbas en una suerte de pequeños altares. El fuego se
situaba en el centro del tipi. Se escarbaba un poco en la tierra, se creaba un
círculo con piedras y se preparaba la fogata, para la cual existía la costumbre
práctica y religiosa de añadir los leños formando radios en la circunferencia,
como si se tratase de una rueda, principalmente cuatro, por los puntos
cardinales, añadiéndose más si el clima lo requería. Estos leños se hundían en
la tierra por la noche para evitar la extensión del fuego y recuperar ascuas al
día siguiente; este intento de preservación y recuperación del fuego guarda su
valor religioso dentro de la circunferencia como un recuerdo de que el Sol
renacerá. De la parte superior de los palos de la estructura se colgaban
pellejos con líquidos o alimento, u otras pertenencias. El hecho de situarlas
arriba no sólo tenía una visión funcional, sino religiosa: lo que la divinidad
ha proporcionado se sitúa en la “zona” de la divinidad, hasta hacer uso de
ello. Cuando un indio buscaba respuestas a través de visiones divinas y se
retiraba a un lugar apartado un tiempo, llevaba consigo un hato sagrado con
ciertas pertenencias y al echarse a dormir lo colgaba en la parte superior,
pues entendía que la respuesta venía precisamente de “lo alto”.
Los elementos naturales de los que se construía hacían del
tipi una “continuación” de la naturaleza. Por tanto, la vida en el tipi tenía el
mismo valor religioso que cualquier otro acto en el Mundo natural, inundado de
lo sagrado. El dueño se sentaba siempre al fondo derecho del tipi[7], y los miembros varones de
la familia o los invitados de este sexo se situaban también a la derecha del
espacio. Para las mujeres se reservaba el lado izquierdo del tipi. En las
reuniones, la disposición siempre era circular, y el fuego tenía un importante
carácter religioso en la misma, por lo que cruzar entre éste y el dueño o el
chamán se convertía en un hecho reprobable. Generalmente uno se unía a las
reuniones avanzando por detrás de los presentes. El movimiento en el interior
del tipi procuraba hacerse siempre en el sentido de las agujas del reloj, por
el valor que supone el movimiento de izquierda a derecha en el ciclo solar[8] y de renacer de la
naturaleza. En esta misma dirección se iban sentando los miembros familiares
por orden según la estructura familiar[9]. Los invitados debían
permanecer de pie hasta que se les indicara un lugar donde sentarse, entendido como
su aceptación en el hogar. Asimismo, la puerta del tipi abierta era un
indicativo de que cualquiera podía entrar en él. Cerrada, era necesario pedir
permiso y no actuar hasta recibirlo. En ciertas ocasiones donde los
propietarios no debían ser molestados –lutos, rituales de enfermedad, etc.- se
cruzaban palos en la entrada; esto guardaba el significado religioso de que el
“círculo” o “espiral” de la vida cotidiana era interrumpida por algún acontecimiento
importante. Había tipis o cabañas especiales para ciertos momentos, como la
menstruación femenina o la “cabaña de sudar”.
Desmontar un tipi tenía por supuesto su ritual, sin embargo,
lo sagrado no es sino la tierra misma sobre la que se camina y se va a asentar
de nuevo. El valor de la construcción del tipi sólo es importante en cuanto a
posicionarlo sobre terreno sagrado. Las migraciones por motivos mayores como
una duradera sequía o la persecución de los bisontes se podían llegar a
entender como de decisión divina, como una prueba para el pueblo, una
experiencia religiosa en busca de un nuevo “hogar”, si bien la tierra toda lo
era. El problema mayor se produjo con la llegada de los europeos, porque no era
la Divinidad quien les indicaba dónde situarse, sino otros hombres. Tras
comprender la concepción blanca de la propiedad del terreno, los primeros
pactos no se hicieron esperar, aunque, como es bien sabido, éstos fueron
quebrantados rápidamente. La casa portátil, por tanto, obtenía un nuevo valor
como símbolo del exiliado. Se reunió a los nativos en apenas el 10% del
territorio original. La creciente oposición al abandono de sus tierras por los
nativos conllevó fuertes represiones militares y migraciones forzadas a pie de
hasta 500 km a través de montaña y desierto. La casa portátil se convierte en
una necesidad y en un símbolo de la pertenencia “real” a la tierra por la que
se mueven, y posteriormente, la pertenencia a la “raza india nativa” de una
manera pseudo-unitaria que hubiera costado un poco más entender cuando cada
pueblo disponía de un territorio vasto y delimitado por los intercambios
culturales y la propia naturaleza.
En 1825 el gobierno estadounidense halló una solución a la
llamada “cuestión india”: la creación de una Nación India al oeste del
Mississippi[10],
lugar donde habían sido malamente reunidos los pueblos supervivientes. La
propuesta se llevó a cabo en 1834, pero apenas duró hasta 1907. Se consolidó
entonces la promesa que hicieron a los nativos de “permitirles permanecer en
sus tierras”, creando las reservas[11], extendidas por todo el
país, en los diferentes territorios de los pueblos indios. Durante todo este
período se llevaron a cabo prácticas tales como escuelas para indios, para
introducirlos en la cultura blanca, prohibiéndoles lengua y religión propias,
cambiando sus ropas y tradiciones… La mayoría acabaron con una profunda crisis
de identidad cultural. Los nativos establecen el fin de su cultura con el fin
de la Danza de los Espíritus – un movimiento para reavivar el espíritu
indígena, utilizado como excusa por los blancos para el desarme preventivo y la
represión violenta- el 29 de Diciembre de 1890, en el enfrentamiento fatal de
Wounded Knee. Desde entonces, continuar con el tipi como hogar podría parecer
pura parafernalia.
La conservación del vestuario, de las artes tradicionales y
la casa no son tan importantes como el mantenimiento de la conciencia de la
relación con el Mundo. La espiritualidad india crece con la crisis de la
ruptura de sus formas de vida. No consideran que lo sagrado y sus ciclos se
alteren por su situación, sino que lo enmarcan en ello. ¿Por qué continuar
entonces con su forma de vida tradicional –vista casi como primitiva- si es la
espiritualidad lo más importante? ¿Acaso no basta con el sentimiento de grupo,
o con rituales enmarcados en su cultura y su historia? De seguro atraerían a
muchos hacia los movimientos nativistas. Pero no es eso lo que interesa, aunque
grupos como El Camino Rojo busquen este tipo de integración sociocultural. En
general, no quieren que sus tradiciones pasen a ser historia en un museo, ni
convertirlas para gusto del hombre blanco. Hay que mantener la tradición viva
con el pueblo vivo. En palabras de un anciano lakota de nombre Matthew King –
apodo que ya demuestra su inmersión en el mundo moderno - : “Llevamos aquí
millones de años. Dios nos dio leyes para organizar nuestro pueblo. No podemos
cambiarlas. Nosotros (los seres humanos) no podemos hacer leyes.”[12]
Sin embargo, sí que se
transmite la cultura nativa a través de la literatura, la música, el cine y el
teatro, por todo el mundo, con marcado valor reivindicativo.
¿Qué papel juega el tipi en las sociedades nativas modernas?
El valor del hogar en la sociedad actual ha cambiado notablemente. El hogar ha
perdido su importancia religiosa como lugar donde uno crece, aprende y vive, y
el abandono es una señal de madurez e independencia de la familia, que también
carece ya de su valor religioso. La formación de una familia no guarda
significación en la mayor parte de la sociedad, al igual que el cambio de casa
es puramente práctico. Pues bien, entre los nativos, el tipi es el recuerdo de
la vida anterior, donde la familia se une. El asentamiento en el suelo recuerda
que la tierra es el verdadero hogar del hombre. Su forma redonda recuerda los
ciclos naturales y la eternidad de esta verdad. Su forma piramidal elevada
rememora la contemplación del cielo, que sigue maravillando al hombre y da
cuenta de su falta de humildad. Encontrarse dentro del tipi ofrece la
posibilidad de entender el mundo de manera diferente, es una atmósfera nueva y
antigua, aislante del pobre mundo moderno. La luz que entra por el agujero para
el humo demuestra que para el hombre hay un camino marcado que, como el Sol,
debe seguir cursos naturales. El humo de la fogata redonda recuerda que hay
algo más allá de la posesión de cosas materiales, cosas que los antiguos sabían
y que se han olvidado. La propia construcción de un tipi demuestra al hombre
moderno el valor del esfuerzo propio en la vida. Los nativos agradecen el tipi
como hogar transportable que les ha permitido llevar consigo también lo divino,
pues, a sus ojos, se ha convertido en el último espacio sagrado que resta a los
hombres para la comprensión del Mundo.
Bibliografía
Berman,
Franz. Indios nativos de Norteamérica. Iberlibro. Ultramar editores. Barcelona.
1997
Brown,
Dee. Enterrad mi corazón en Wounded Knee. Círculo de Lectores. Barcelona, 1990.
Hungry
Wolf, Adolf. Costumbres y leyendas de los indios pieles rojas. Archivo de
tradiciones populares. José J. de Olañeta, Editor. Barcelona. 1982.
La vida en el tipi. Archivo de tradiciones populares. José J.
de Olañeta, Editor. Barcelona. 1982.
Vestido indio tradicional. Archivo de tradiciones populares.
José J. de Olañeta, Editor. Barcelona. 1982.
Rubio
Hernansaenz, Luis (y otros) El cine sobre pieles y su verdadera historia.
Cacitel S.L. Madrid. 2003.
Taylor,
Colin F, Vida de los nativos americanos. Libsa. Madrid. 1996
Simon
J. Ortiz, El poder de la tierra. Cuentos indios norteamericanos. (Antología).
Montesinos. Barcelona. 1988
Vinezor,
Gerald, Literatura india nativo-americana (texto bilingüe. Trad. Clara Isabel
Polo) Taller de estudios norteamericanos de la Universidad de León, 1996.
Zimmerman, Larry, Indios norteamericanos:
creencias, rituales y espíritus de la tierra y el cielo. Círculo de Lectores,
Debate. Culturas de la Sabiduría. Barcelona. 1996.
[1] Versión castellana extraída de
Hungry Wolf, A. Leyendas contadas por los ancianos. Archivo de tradiciones
populares.
[2] Tribu situada en la actual región
de California.
[3] La introducción de tejidos
modernos alteró esta idea, que entre algunos grupos fue muy criticada.
[4] El siete es un número
mágico-religiosos compartidos por la mayoría de las tribus.
[5] Siguiendo la tradición navaja, los
Seis Seres primigenios emprendieron una ascensión por tres mundos donde
hallaron situaciones conflictivas, la última de las cuales finalizó con una
terrible inundación, donde quedó solamente un pedazo de tierra rodeado por las
aguas que, al secarse, permitieron la existencia del mundo actual.
[6] Seres míticos responsables de las
tormentas del Cielo.
[7] No sólo el más cálido, sino
también el lugar de honor junto al elemento sagrado.
[8] La tierra gira de oeste a este, no
son las estrellas las que se mueven entorno a nosotros.
[9] El concepto de “familia”
occidental queda muy corto. No era necesario compartir tipi ni sangre para ser
familia, la propia tribu al completo tenía este valor. Se sabe de casos de
cautivos a los que se les dio el honor de ser considerados “primos” de sus
captores.
[10] Su extensión habría de cubrir los
actuales estados de Kansas, Oklahoma y partes de Wyoming, Nebraska y Colorado.
[11] Se calcula que actualmente un 50%
de los nativos habita en reservas. El gobierno estadounidense ofrece incentivos
para la “integración”, mientras el gobierno canadiense tiende a establecer
acuerdos, considerando lícito el reclamo basado en la ocupación tradicional.
[12] La supervivencia de los sagrado,
Zimmerman, L. Indios Norteamericanos.
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