viernes, 9 de diciembre de 2016

La reforma luterana y su repercusión en la definición del templo: el sentimiento de una "iglesia distinta".


Por: Adoración González Pérez. Doctora en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.

Correo electrónico: adorig@yahoo.es



“Mi conciencia es prisionera de la palabra divina; yo no puedo ni quiero retractarme de nada, puesto que no es seguro ni honesto obrar contra la conciencia”.
M. Lutero frente a Carlos V, 1521, Dieta de Worms.

Datos históricos

Iglesia de Karlskrona, región de Blekinge. Götaland. Suecia. 1720-1740.
Durante el siglo XVI se vive una profunda transformación religiosa en algunos países de Occidente que, a lo largo de la Edad Media habían estado sometidos a la autoridad del Papa y a las normas de la curia romana. En esta situación que llevó a la ruptura de la unidad cristina, una serie de iglesias e instituciones  se desmarcaron del Papado y con su protesta encauzaron un nuevo sentimiento religioso y espiritual, un nuevo dogma de fe.
Martín Lutero, monje agustino  y teólogo por la cátedra de Wittenberg en 1508, manifestó desde joven un espíritu escrupuloso con los asuntos de la religión, hasta el punto de torturarse interiormente en esa búsqueda imposible de la perfección.
En su apasionado proceso religioso y de pensamiento desembocó en una tremenda ruptura con la Iglesia de Roma, en el momento cumbre de la consolidación del Papado y a través de su esplendorosa obra propagandística, la construcción de San Pedro, y la concesión de las indulgencias por León X.
Al quedar proscrito por el Emperador el camino estaba sembrado para la divulgación de una versión diferente del credo. Y esto vino de la mano del Elector de Sajonia que lo acogió en su castillo de Wartburg, donde comenzó la traducción de la Biblia y creó la lengua alemana moderna. Su doctrina se extendió con rapidez y caló en todas las clases sociales, y más entre aquellos que habían sido presionados por las exigencias del nuevo capitalismo burgués, y entre el campesinado que vio una vía para reclamar mejores condiciones que, finalmente dieron malos resultados sociales y económicos.[i]
Los primeros príncipes del territorio europeo que adoptaron el luteranismo, siempre con el explícito deseo de alcanzar cierto poder eclesiástico fueron, además del Elector de Sajonia, el landgrave de Hesse y Alberto de Brandeburgo, Gran Maestre de la Orden Teutónica. La extensión fue incontrolable y surgieron adeptos a la causa por muchos países, en ocasiones sin clara conciencia de ello, sino por intereses marcados según los tiempos vividos. Un ejemplo interesante fue el del conocido “grupo de Meaux”, apoyado por Margarita de Navarra y del rey francés, Francisco I. pero los citados intereses de las “potencias” del momento, por decirlo de alguna forma, provocaron problemas graves y decisiones políticas injustas, llegando casi al exterminio de algunos grupos. Los suecos, los daneses, la parte de los ciudadanos de Amberes y otros más consolidaron una liga para enfrentarse a los católicos, y en ese contexto es cuando surgió el calificativo de “protestantes”. Un concepto de frontera surgía para establecer a lo largo del tiempo las diferencias  de intereses entre los Estados. Como consecuencia del autoritarismo de Trento estallaron las llamadas guerras de religión entre los católicos y los nuevos cristianos protestantes.
En 1553 Carlos V, por la paz de Augsburgo, tuvo que reconocer oficialmente al luteranismo. La línea divisoria entre las dos Europas pasaba por Gran Bretaña, Holanda, mitad de Alemania y Suiza. Al norte de esa línea se encontrarían los países protestantes, al sur los católicos.
Pero, a partir de esa fecha, el principio de cujus regio, ejus religio,  se aplicó de inmediato: todos aquellos que adoptaron el luteranismo debían restituir los bienes eclesiásticos a la iglesia romana. Solo los dos tercios de Alemania, Sajonia, Turingia, Brandeburgo, Brunswick, Westfalia y valle del Rin, salvo los principados de Tréveris, Maguncia y Colonia, eran luteranos. Desde ahí se iría extendiendo hacia  Letonia, Escocia, Inglaterra y, en adelante, hacia otros continentes. A su vez, para los católicos se fijaban importantes áreas de control, donde tendrían cabida estados como Italia, España, Francia, Portugal, sur de los Países Bajos, cantones de Suiza, sur de Alemania, Irlanda, Polonia, Lituania, Checoslovaquia, parte de Hungría, norte de Yugoslavia, sin  olvidarnos de las zonas conquistadas en las tierras americanas y orientales.

La iglesia conceptual: Espacio arquitectónico/ versus espacio ideológico.

Sin poder renunciar a ser una institución en sí misma, la iglesia como tal surgía en medio de un sistema de poder admitido ya en pleno fervor renacentista. Es así como la Iglesia quedaba sometida al gobierno civil y al poder absoluto del príncipe y se establecían unas jerarquías para la secularización de los bienes eclesiásticos. Un príncipe designaría a los pastores y superintendentes para inspeccionar las iglesias y velar por la pureza del culto.
Uno de los objetivos de la Reforma era la recuperación del fundamento más puro de la fe que los creyentes fijaron en la base tangible de la doctrina cristina. La difusión de la Biblia, donde se hallaba la palabra misma de Cristo revivió el sentido y el lenguaje de la Iglesia en su más primitiva simplicidad.
Conforme a esto, la organización del dogma eclesiástico se fijaba en los Evangelios, al margen de las tradiciones Papales. Solo el hombre, el individuo, en su fuero interior, podía interpretar la Sagrada Escritura según su conciencia.
La creencia absoluta en la santidad exclusiva de Dios, como es conocido dentro de su rito, implicaba la desaparición de ciertos cultos y, en consecuencia, de protocolos rituales en el ejercicio de la fe. Así, ni santos, ni Virgen, ni imágenes pintadas o esculpidas. Dentro del proceso de definición de una nueva fe, y con la situación crítica de toda la ideología religiosa del siglo XVI, Lutero llegó a rozar la herejía monofisita. Pero, los principios elaborados nos permiten comprender el sentido purista del templo como lugar de oración y celebración de su liturgia, en la concreción de un lenguaje  exclusivamente  formal y exento de decorativismo o exuberancia.
El culto se simplificaba, reducido a la instrucción, al sermón, al canto de los salmos y, excepcionalmente los domingos, a la celebración de la misa. Se conservarían algunos elementos: altar, cirios y ornamentos sagrados. La confesión no era obligatoria.
La rama protestante, luterana, se haría tangible en sus actitudes y protocolos a través del modelo de iglesias evangélicas; mientras que aquellos templos que sufrieron los cambios propiciados por los calvinistas y por la influencia de las predicaciones de Huldrych Zwingli manifestarían a su vez otros modos de participación en el ejercicio de la fe. En este sentido, las sectas jugaron un papel importante, entre las que fue decisiva también la labor de los anabaptistas y anglicanos.
Esas señas de identidad que permitirían acercarnos a la comprensión del sentimiento religioso, tangible en la forma y atmósfera interior de los templos, solo pueden valorarse desde premisas diferentes que conviene recordar:
·         En cuanto a la fe, las iglesias protestantes ratifican la autoridad soberana de las Sagradas Escrituras sobre el Papado y el colegio cardenalicio.
·         Es al fiel creyente al que corresponde esa libre interpretación de lo escrito en los libros sagrados, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Se admiten solo los sacramentos creados directamente por Cristo, el bautismo y la comunión.
·         El culto exclusivo a Dios, al abandonar la parafernalia de santos, vírgenes y reliquias, nos dejará un templo puro, y formalmente transparente en la delimitación de sus zonas, sin ambages ni vínculos con lo teatral.
·         Al suprimir el tipo de confesión que había introducido la Iglesia Católica entre los siglos XIV y XV, los rituales se simplifican y, por ende, las jerarquías, votos y otros compromisos de los monjes.

Una sensibilidad diferente dentro de las normas formales barrocas.

La relación de fuerzas entre los distintos estamentos sociales en los diversos países de Europa, católica o no católica, iba a incidir de la misma manera  en el desarrollo de tantos estilos barrocos en cualquier aspecto de la creatividad.
En aquellos lugares donde el calvinismo arraigó, la grandeza divina se valoraba de tal forma que excluía no sólo la representación plástica de sus atributos, sino también cualquier iconografía que pudiera ofrecer centros de interés religioso distintos de la divinidad. “el arte nacido en estos círculos se limita a la representación de la propia comunidad de creyentes, sus ritos, sus costumbres, sus líderes”.[ii]
Allá donde la confesión religiosa se ponía al servicio del Estado, como era práctica común en las iglesias luteranas, se desarrolló cierto barroquismo, a través de elementos formales afines a los empleados por los católicos, pero que, al orientarse más a la exaltación del príncipe que a la de los héroes religiosos, condujo a fórmulas similares como las que se manifestaban den las edificaciones francesas, hecho que explica la difusión de los modelos franceses en numerosos países europeos.
En los países protestantes,  los arquitectos que buscaban una forma adecuada para los edificios de culto reformado, iban a  proponer una enorme variedad de tipos que no se  justificaban por las distintas exigencias funcionales o estructurales, sino por las alternativas planteadas en el debate cultural; algunas veces la casuística de los tipos edilicios es el resultado del trabajo de un solo proyectista, como en el caso de Wren, que construye las iglesias de Londres después del incendio de 1666[iii]. Los arquitectos también se señalaban profesionalmente como constructores, técnicos formados en el ambiente de las corporaciones  ciudadanas, ligados a una materia específica, la obra mural, y a un determinado procedimiento ejecutivo.
Como escribió L. Benévolo: “el constructor logra dominar los métodos científicos que se ajustan a los modelos establecidos y se capacita para desarrollarse en diferentes ámbitos dentro del abanico de las artes”. Pero hemos de entender que los cambios históricos y de mentalidad religiosa o cultural habrían de transformar también los criterios de interpretación del espacio de los templos, que es lo que nos ocupa.
 Bien es cierto que existen muchos paralelismos a lo largo del siglo XVII en las grandes ciudades de la época, en el sentido de hacer coincidir los intereses de la monarquía y de la propia burguesía con los criterios de reforma que se aplicaron a las ciudades en crecimiento. Es decir, la dimensión urbanística, así como las necesidades de adaptación del territorio constituyeron el marco estructural sobre el que se daría un sitio específico a cada edificio, bien fuera un templo como una construcción de carácter civil. Cambiarían los dirigentes pero no las necesidades y eso dio sentido a las obras arquitectónicas. La gran diferencia entre unos y otros está claramente definida por el poder eclesiástico. En los países protestantes, desaparece la iglesia como reguladora de la actividad arquitectónica.
Por referenciar algunos ejemplos, tan atrayentes como los de Roma u otra ciudad europea, citamos algunas iglesias con una importante trayectoria de fe, que se ajustaron en su conjunto a este nuevo dogma.  El modelo más academicista de iglesia luterana, por expresarlo de algún modo, presentaba la planta rectangular con galerías laterales, como la Nikolai Kirche, del antiguo barrio medieval de Berlín.  La iglesia de Santo Tomás de Leipzig, antigua fundación de monjes agustinos, modificada a comienzos de la Edad Moderna que eliminó los elementos barrocos. La Luleå domkyrka, iglesia catedra  sueca, levantada sobre un antiguo templo de madera que fue consagrado en 1667 y la iglesia de Gustavo, del siglo XVIII que sufrió un incendio en 1887. Las reconstrucciones  son el resultado de una nueva interpretación, dado que se hicieron bajo los criterios “neo” del siglo XIX, como fue este caso, por el arquitecto Adolf Emil Melander. La catedral tiene un plano en forma de cruz, con una sola nave. La torre campanario se encuentra en la entrada principal y es una estructura masiva de 60 m, que domina el horizonte de la ciudad.
Cerramos estas referencias limitadas a múltiples ejemplos con un breve repaso por la Frauenkirche de Dresde,  dentro de un conjunto de iglesias monumentales del barrio nuevo de la orilla derecha del Elba,  de la época del nuevo elector Augusto II, con planta octogonal y bella cúpula peraltada cerrada por linterna. Construida por un maestro ensamblador, no arquitecto, llamado Jorge Bahr, muestra una bella combinación de cúpula esférica con sala poligonal. No hay en su interior altares con imágenes, pero las líneas de todos los elementos definidores de su espacio, consiguen crear una atmósfera de fe arrobada por su ábside para el órgano y la tribuna del coro.

Frauenkirche (iglesia de Nuestra Señora) Plaza del Mercado Nuevo de Dresde.  Entre 1726 y 1743. (Fuente: Benévolo, L. Historia de la arquitectura moderna. Gustavo Gili. 1999)
Como se recoge en algunas fuentes, “La cúpula era ya para aquella época una sensación arquitectónica. Hecha – como toda la iglesia – de piedra de cantería de Posa, pesaba 12.2 toneladas, habida cuenta de que lo usual era hacerlas las cúpulas de madera o cobre. Fue una obra maestra de estática, que reposaba sobre ocho pilares y llegó a hacerse famosa como ‚la campana de piedra’. Un sorprendente progreso ingenieril.  (Ralf Jesse.Goethe-Institut e. V. 2004). A partir de entonces la Frauenkirche de Dresde pasó a ser la única iglesia protestante del Barroco alemán con importancia a nivel europeo. R. Po-Chia Hsia.Ediciones AKAL, 19 abr. 2010. El mundo de la renovación católica, 1540-1770




Bibliografía

[i] KOENIGSBERGER, H, G.: Historia del Mundo Moderno. II Vol. La Reforma. Barcelona, 1970.
[ii] AVILES FERNÁNDEZ, M.: La época de Felipe II. La Contrarreforma. Vol XV. Eds Nájera. Madrid 1994.
[iii] BENÉVOLO, L.: Historia de la Arquitectura del Renacimiento. Vol II. La Arquitectura clásica del siglo XV al siglo XVIII. Edit. Gustavo Gili. S.L. 1981.

No hay comentarios:

Publicar un comentario