Simbolismo e imagen en el arte céltico.
Por: Aura Fernández Tabernilla, Máster en Ciencias de las
Religiones por la Universidad Complutense de Madrid.
Correo electrónico: aurataber@hotmail.com
Introducción
Mapa de la distribución y expansión de los pueblos celtas.
Imagen sacada de: www.wikipedia.org
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Hoy en día todo lo que
rodea al mundo céltico está rodeado por un halo de romanticismo impregnado por
cultos heroicos y mitos “artúricos”. Sin embargo, Los celtas “históricos”
fueron una serie de pueblos del norte de los Alpes, conocidos principalmente
por sus artes guerreras, que se expandieron por Europa durante los siglos IV y
III a.C. especialmente, y que mostraban una serie de características comunes,
entre las que destacan: una misma lengua indoeuropea y una misma cultura
material, que se desarrolló, sobre todo, en las grandes etapas de Hallstatt (700-600
a.C.) y La Tène (475-400 a. C.-130-18 a. C.)
Estos pueblos estaban configurados en tribus y presentaban una sociedad
altamente jerarquizada, dominada por unas élites guerreras que disfrutaban de
altos niveles de riqueza y prestigio. La evidencia arqueológica,
particularmente del mobiliario funerario, de la cultura de Hallstatt[1] transmite una imagen de
dichos pueblos como comerciantes que tenían control sobre los recursos y que
gozaban de estrechos contactos con el mundo mediterráneo, con cuyas poblaciones
intercambiaban sal, cobre, oro, objetos de arte, pieles y esclavos, a cambio de
cerámica ática y recipientes de bronce.
Oppidum Manching (Bavaria, Alemania).
Siglo III a.C.
Imagen sacada de: www.unc.edu
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Los cambios perpetrados
en el arte céltico durante su evolución fueron de la mano de los acontecidos en
la propia cultura céltica. La centralización de la Europa celta del siglo VI
a.C. se desgajó durante la expansión de estos pueblos al este y al oeste, la
cual alcanzó su punto álgido en los siglos IV y III a.C. y provocó el
desarrollo de un gran número de centros locales que se establecieron desde
Britania a Rumanía. Con todo, el antiguo ideal guerrero dominaba aún en la
sociedad céltica y los símbolos de honor y autoridad se desplegaban todavía por
los trabajos en metal principalmente. Durante los siglos III y II a.C. la
presión sobre los celtas de los pueblos de la Dacia y de Germania en el este y
de los romanos en el sur se incrementó notablemente, causando que su difusión
fuera bastante menor. En esta época no sólo tuvo lugar un cambio en las
prácticas funerarias, pasándose de la inhumación (empezaron a desaparecer las
ricas tumbas hallstátticas) a la cremación, sino que también comenzaron a
surgir los asentamientos fortificados conocidos como oppida[2],
símbolos inequívocos de la inestabilidad e inseguridad del periodo. Por último, debería hacer referencia al caso
más característico dentro del mundo celta: Gran Bretaña. Aunque Britania había
estado sujeta a las influencias continentales desde el periodo hallstáttico, las
tradiciones artísticas de La Tène no se introdujeron poco antes del 300 a.C.,
momento a partir del cual el arte empezó a mostrar la existencia de un nuevo
sistema de creencias. No obstante, la situación en Britania y en Francia cambió
durante los siglos I a.C. y I d.C., cuando los romanos conquistaron y se
anexionaron estas regiones. Sólo las áreas británicas que permanecieron “virtualmente”
fuera del Imperio Romano (buena parte de Gales, Escocia e Irlanda) continuaron con
su cultura y sus prácticas tradicionales. Los motivos habituales del arte
céltico perdieron su relevancia con la llegada del Cristianismo, que
experimentó un gran auge en Irlanda particularmente, en donde en torno al 600
d.C. se habían establecido un buen número de monasterios. El monaquismo[3]
promovió un nuevo arte que se manifestó, sobre todo, en cruces de piedra
labrada y en manuscritos iluminados.
El arte en el mundo celta
Trisquel de Santa Tecla. A Guarda, Pontevedra, Galicia.
Imagen sacada de: www.corma.eu
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Se suele aplicar el
término “celta” a un arte que se distingue por la diversidad de estilos,
siendo, por tanto, el eclecticismo y la variedad sus características
principales. Sin embargo, hay que señalar que muchos de los elementos que se
asocian con este tipo de arte no son propiamente “celtas”, sino que fueron
adoptados de otros repertorios artísticos y modificados sutilmente[4]. En definitiva, se trata de
un arte en el que no sólo predomina fundamentalmente el patrón, sino que
también abundan las formas curvilíneas, las líneas entrelazadas, los motivos
geométricos (trisqueles, rollos o palmetas)
y los diseños complejos.
Como es obvio, gran
parte de los votivos artísticos célticos están íntimamente relacionados con el
sistema de creencia de estos pueblos, lo que dificulta bastante una
interpretación rigurosa y certera de los mismos, pues la religión celta está
plenamente reconstruida a partir, sobre todo, de las evidencias arqueológicas
–a través de la iconografía y de la epigrafía que se desarrollaron durante el
periodo romano- y de las obras de los autores greco-romanos, quienes fueron muy
subjetivos en sus interpretaciones[5]. Con todo, se puede decir,
gracias a la contrastación llevada a cabo entre las fuentes arqueológicas y las
literarias, que la religión de estos pueblos se basaba fundamentalmente en la
naturaleza.
Relieve galo-romano de la diosa
celta Epona.
Gannat. Allier. Francia.
Imagen sacada de: www.repro-tableaux.com
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A la luz de lo ya visto,
resulta evidente que el simbolismo en el arte céltico es muy complejo. Desde el
punto de vista de lo abstracto destacan: a) el elemento de lo opuesto, el cual tiene una gran relevancia entre
los celtas, siendo en este marco donde se pueden integrar las divinidades
antropomorfas femeninas y masculinas, pues muchas de las mismas eran símbolo
tanto de vida como de muerte. Las diosas celtas, por ejemplo, presentan un
carácter maternal muy marcado y parece que estaban presentes en todas las
etapas de la vida del hombre: desde su nacimiento hasta su muerte, pasando por
la adolescencia y la madurez. También se dedicaban a los temas relacionados con
la fertilidad y la abundancia, ambos fuente de preocupación primordial en la
cultura celta, así como con la curación, la regeneración, la protección e,
incluso, el destino de los hombres. Entre las diosas más conocidas se encuentra
Epona, divinidad de la fertilidad y de la naturaleza originaria de la Galia,
asociada con el agua, la curación y la muerte; b) la metamorfosis. Los flujos y los cambios caracterizaban la vida de
los celtas. Según la mitología irlandesa y la mitología galesa, sobre todo, todo
ser podría estar representado por otro, estando ambas llenas de historias de
animales que antes fueron humanos y de divinidades con ambas formas, tanto
humana como animal. Los mitos sobre la diosa Morrigan, por ejemplo, cuentan que
ésta solía aparecer en el campo de batalla como la guerrera Cú Chulainn o bajo
el aspecto de una loba, una vaca o un águila, siendo precisamente una de sus
funciones la de influir en los acontecimientos bélicos a través de sus
metamorfosis. Esta ambigüedad se representaba con figuras de todas las formas
humanas posibles y multitud de cabezas[7], máscaras y adornos en el
cabello –tales como coronas, que simbolizaban a las deidades, y que eran
llevadas por los sacerdotes durante las procesiones- asociadas estas últimas con
los rituales religiosos. Finalmente, la muerte era considerada por estos
pueblos como la metamorfosis final, siendo aquí donde se enmarcan los
sacrificios humanos, por ejemplo, una costumbre bastante extendida entre los
celtas, quienes creían que interrumpir de forma abrupta y violenta la vida de
una persona, favorecía su renacimiento inmediato en el otro mundo intemporal.
Triple cabeza. Imagen sacada de:
www.historicimpressions.com
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Por último, desde el
punto de vista de lo físico, hay que indicar: a) el simbolismo del mundo natural. Aunque los sacrificios de animales
eran muy usuales en el mundo celta, tanto las bestias salvajes como las
domésticas eran muy respetadas, siendo el caballo -símbolo de velocidad,
belleza y pericia sexual, este animal también tenía importantes connotaciones
religiosas, estando fuertemente asociado con la diosa gala Epona y el dios
celta del Sol, a quien se representaba a caballo en las columnas de piedra de
Gales y en la Alemania occidental- y el perro –animal que tenía tres áreas
principales de asociación simbólica para los celtas: la cacería, la curación y
la muerte- algunas de las más importantes; y b) el simbolismo de lo material. Los objetos que los celtas utilizaban
en las ceremonias e, incluso, en el día a día solían estar dotados de un rico
simbolismo religioso. Era habitual que en dichos objetos se grabaran símbolos
celestiales como, por ejemplo, la rueda, la esvástica o la espiral. Entre los
más significativos se encuentran: el barco -elemento muy común en el simbolismo
y en los rituales de las tribus del noroeste de Europa. Se ofrecían barcos
hechos con metales preciosos a los dioses, especialmente a los que tenían que
ver con el mar y el agua. Además, el viaje por el mar sugería el viaje del alma
al más allá: Manannán Mac Lir, un dios irlandés del mar, que se llevaba a los
héroes celtas hasta el otro mundo, que estaba situado debajo de las aguas-, el
caldero - las vasijas para cocinar en las ceremonias eran primordiales en los
rituales funerarios y en los festines relacionados con el renacer y la
resurrección- o el torque - era un símbolo de dignidad y de estatus con el que
se representaba a las divinidades y que, también, solía ser llevado por los
miembros de la aristocracia, siendo habitualmente enterrados con él como
ofrenda a los dioses-.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:
·
Adkinson, R. Símbolos sagrados. Pueblos, religiones y misterios. Ediciones
Librería Universitaria de Barcelona, S. L., Barcelona, 2010.
·
Green,
Miranda J., Arte celta: leyendo sus mensajes, Tres
Cantos: Akal, D.L., Madrid, 2007.
·
Harding,
D. W., The archaeology of celtic art, Routledge, Taylor and Francis
Group, London and New York, 2007.
[1]Son notables
los yacimientos arqueológicos de Heuneberg en Baden-Württemberg, oeste de
Alemania, y de Mont Lassois en Borgoña, Francia. Green, Miranda J., Arte celta: leyendo sus mensajes, Tres Cantos:
Akal, D.L., 2007, pág. 22.
[2]Estas
protociudades son muestra, asimismo, del resurgimiento del comercio con el
mundo mediterráneo, así como de la fuerte influencia de la civilización urbana
que hacía tiempo que se había desarrollado en la Europa grecorromana.
[3]La Iglesia
irlandesa surgió durante el siglo IV d.C., convirtiéndose en un centro
misionero tremendamente importante que envió monjes al resto del oeste céltico
e incluso a Italia. En Inglaterra, los monjes irlandeses entraron en contacto
con las tradiciones artísticas anglosajonas y, en el continente, con la cultura
material de, entre otros, los francos.
[5]También es
fuente de conocimiento en este tema la literatura irlandesa y galesa. Sin
embargo, estas obras pertenecen en su mayoría al periodo medieval, por lo que
están situadas en una cronología algo tardía. Aunque, con todo, no son del todo
desdeñables. Green, Miranda, J. Symbol and image in Celtic religious art. London:
Routledge, 1989, pág. 1
[7]La triple
cabeza fue la tríada más repetida. Es símbolo de amplitud e intensidad, y en
las representaciones individuales de los dioses o de sus cabezas es habitual
encontrarlas con tres rostros: uno principal y dos adheridos. Adkinson, R. Símbolos sagrados. Pueblos, religiones y
misterios. Ediciones Librería Universitaria de Barcelona, S. L., Barcelona,
2010, pág. 120.
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