miércoles, 1 de abril de 2015

Simbolismo e imagen en el arte céltico.

Por: Aura Fernández Tabernilla, Máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Complutense de Madrid.

Correo electrónico: aurataber@hotmail.com

Introducción

Mapa de la distribución y expansión de los pueblos celtas. 
Imagen sacada de: www.wikipedia.org
Hoy en día todo lo que rodea al mundo céltico está rodeado por un halo de romanticismo impregnado por cultos heroicos y mitos “artúricos”. Sin embargo, Los celtas “históricos” fueron una serie de pueblos del norte de los Alpes, conocidos principalmente por sus artes guerreras, que se expandieron por Europa durante los siglos IV y III a.C. especialmente, y que mostraban una serie de características comunes, entre las que destacan: una misma lengua indoeuropea y una misma cultura material, que se desarrolló, sobre todo, en las grandes etapas de Hallstatt (700-600 a.C.) y La Tène (475-400 a. C.-130-18 a. C.) Estos pueblos estaban configurados en tribus y presentaban una sociedad altamente jerarquizada, dominada por unas élites guerreras que disfrutaban de altos niveles de riqueza y prestigio. La evidencia arqueológica, particularmente del mobiliario funerario, de la cultura de Hallstatt[1] transmite una imagen de dichos pueblos como comerciantes que tenían control sobre los recursos y que gozaban de estrechos contactos con el mundo mediterráneo, con cuyas poblaciones intercambiaban sal, cobre, oro, objetos de arte, pieles y esclavos, a cambio de cerámica ática y recipientes de bronce.
Oppidum Manching (Bavaria, Alemania).  Siglo III a.C. 
Imagen sacada de: www.unc.edu

Los cambios perpetrados en el arte céltico durante su evolución fueron de la mano de los acontecidos en la propia cultura céltica. La centralización de la Europa celta del siglo VI a.C. se desgajó durante la expansión de estos pueblos al este y al oeste, la cual alcanzó su punto álgido en los siglos IV y III a.C. y provocó el desarrollo de un gran número de centros locales que se establecieron desde Britania a Rumanía. Con todo, el antiguo ideal guerrero dominaba aún en la sociedad céltica y los símbolos de honor y autoridad se desplegaban todavía por los trabajos en metal principalmente. Durante los siglos III y II a.C. la presión sobre los celtas de los pueblos de la Dacia y de Germania en el este y de los romanos en el sur se incrementó notablemente, causando que su difusión fuera bastante menor. En esta época no sólo tuvo lugar un cambio en las prácticas funerarias, pasándose de la inhumación (empezaron a desaparecer las ricas tumbas hallstátticas) a la cremación, sino que también comenzaron a surgir los asentamientos fortificados conocidos como oppida[2], símbolos inequívocos de la inestabilidad e inseguridad del periodo.  Por último, debería hacer referencia al caso más característico dentro del mundo celta: Gran Bretaña. Aunque Britania había estado sujeta a las influencias continentales desde el periodo hallstáttico, las tradiciones artísticas de La Tène no se introdujeron poco antes del 300 a.C., momento a partir del cual el arte empezó a mostrar la existencia de un nuevo sistema de creencias. No obstante, la situación en Britania y en Francia cambió durante los siglos I a.C. y I d.C., cuando los romanos conquistaron y se anexionaron estas regiones. Sólo las áreas británicas que permanecieron “virtualmente” fuera del Imperio Romano (buena parte de Gales, Escocia e Irlanda) continuaron con su cultura y sus prácticas tradicionales. Los motivos habituales del arte céltico perdieron su relevancia con la llegada del Cristianismo, que experimentó un gran auge en Irlanda particularmente, en donde en torno al 600 d.C. se habían establecido un buen número de monasterios. El monaquismo[3] promovió un nuevo arte que se manifestó, sobre todo, en cruces de piedra labrada y en manuscritos iluminados.

El arte en el mundo celta

Trisquel de Santa Tecla. A Guarda, Pontevedra, Galicia. 
Imagen sacada de: www.corma.eu
Se suele aplicar el término “celta” a un arte que se distingue por la diversidad de estilos, siendo, por tanto, el eclecticismo y la variedad sus características principales. Sin embargo, hay que señalar que muchos de los elementos que se asocian con este tipo de arte no son propiamente “celtas”, sino que fueron adoptados de otros repertorios artísticos y modificados sutilmente[4]. En definitiva, se trata de un arte en el que no sólo predomina fundamentalmente el patrón, sino que también abundan las formas curvilíneas, las líneas entrelazadas, los motivos geométricos (trisqueles, rollos o palmetas) y los diseños complejos.
Como es obvio, gran parte de los votivos artísticos célticos están íntimamente relacionados con el sistema de creencia de estos pueblos, lo que dificulta bastante una interpretación rigurosa y certera de los mismos, pues la religión celta está plenamente reconstruida a partir, sobre todo, de las evidencias arqueológicas –a través de la iconografía y de la epigrafía que se desarrollaron durante el periodo romano- y de las obras de los autores greco-romanos, quienes fueron muy subjetivos en sus interpretaciones[5]. Con todo, se puede decir, gracias a la contrastación llevada a cabo entre las fuentes arqueológicas y las literarias, que la religión de estos pueblos se basaba fundamentalmente en la naturaleza.
Los celtas favorecieron su preocupación por los fenómenos naturales observables como las estaciones, el tiempo, o las actividades cosmo-celestiales del sol, el trueno, el rayo y la lluvia. Asimismo, al estar organizados en sociedades rurales, su vida estaba sujeta de manera inexorable a la fertilidad de sus cultivos y a la domesticación de sus animales, por lo que todo esto fue objeto de adoración y culto, llegando a desarrollarse una importante tradición de simbología animal. También fueron divinizados elementos topográficos como manantiales, ríos o montañas; así como se veneraba todo lo relacionado con la muerte, la regeneración o la transformación[6]
Relieve galo-romano de la diosa celta Epona
Gannat. Allier. Francia. 
Imagen sacada de: www.repro-tableaux.com
A la luz de lo ya visto, resulta evidente que el simbolismo en el arte céltico es muy complejo. Desde el punto de vista de lo abstracto destacan: a) el elemento de lo opuesto, el cual tiene una gran relevancia entre los celtas, siendo en este marco donde se pueden integrar las divinidades antropomorfas femeninas y masculinas, pues muchas de las mismas eran símbolo tanto de vida como de muerte. Las diosas celtas, por ejemplo, presentan un carácter maternal muy marcado y parece que estaban presentes en todas las etapas de la vida del hombre: desde su nacimiento hasta su muerte, pasando por la adolescencia y la madurez. También se dedicaban a los temas relacionados con la fertilidad y la abundancia, ambos fuente de preocupación primordial en la cultura celta, así como con la curación, la regeneración, la protección e, incluso, el destino de los hombres. Entre las diosas más conocidas se encuentra Epona, divinidad de la fertilidad y de la naturaleza originaria de la Galia, asociada con el agua, la curación y la muerte; b) la metamorfosis. Los flujos y los cambios caracterizaban la vida de los celtas. Según la mitología irlandesa y la mitología galesa, sobre todo, todo ser podría estar representado por otro, estando ambas llenas de historias de animales que antes fueron humanos y de divinidades con ambas formas, tanto humana como animal. Los mitos sobre la diosa Morrigan, por ejemplo, cuentan que ésta solía aparecer en el campo de batalla como la guerrera Cú Chulainn o bajo el aspecto de una loba, una vaca o un águila, siendo precisamente una de sus funciones la de influir en los acontecimientos bélicos a través de sus metamorfosis. Esta ambigüedad se representaba con figuras de todas las formas humanas posibles y multitud de cabezas[7], máscaras y adornos en el cabello –tales como coronas, que simbolizaban a las deidades, y que eran llevadas por los sacerdotes durante las procesiones- asociadas estas últimas con los rituales religiosos. Finalmente, la muerte era considerada por estos pueblos como la metamorfosis final, siendo aquí donde se enmarcan los sacrificios humanos, por ejemplo, una costumbre bastante extendida entre los celtas, quienes creían que interrumpir de forma abrupta y violenta la vida de una persona, favorecía su renacimiento inmediato en el otro mundo intemporal.
Triple cabeza. Imagen sacada de:
www.historicimpressions.com
Por último, desde el punto de vista de lo físico, hay que indicar: a) el simbolismo del mundo natural. Aunque los sacrificios de animales eran muy usuales en el mundo celta, tanto las bestias salvajes como las domésticas eran muy respetadas, siendo el caballo -símbolo de velocidad, belleza y pericia sexual, este animal también tenía importantes connotaciones religiosas, estando fuertemente asociado con la diosa gala Epona y el dios celta del Sol, a quien se representaba a caballo en las columnas de piedra de Gales y en la Alemania occidental- y el perro –animal que tenía tres áreas principales de asociación simbólica para los celtas: la cacería, la curación y la muerte- algunas de las más importantes; y b) el simbolismo de lo material. Los objetos que los celtas utilizaban en las ceremonias e, incluso, en el día a día solían estar dotados de un rico simbolismo religioso. Era habitual que en dichos objetos se grabaran símbolos celestiales como, por ejemplo, la rueda, la esvástica o la espiral. Entre los más significativos se encuentran: el barco -elemento muy común en el simbolismo y en los rituales de las tribus del noroeste de Europa. Se ofrecían barcos hechos con metales preciosos a los dioses, especialmente a los que tenían que ver con el mar y el agua. Además, el viaje por el mar sugería el viaje del alma al más allá: Manannán Mac Lir, un dios irlandés del mar, que se llevaba a los héroes celtas hasta el otro mundo, que estaba situado debajo de las aguas-, el caldero - las vasijas para cocinar en las ceremonias eran primordiales en los rituales funerarios y en los festines relacionados con el renacer y la resurrección- o el torque - era un símbolo de dignidad y de estatus con el que se representaba a las divinidades y que, también, solía ser llevado por los miembros de la aristocracia, siendo habitualmente enterrados con él como ofrenda a los dioses-.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA:

·         Adkinson, R. Símbolos sagrados. Pueblos, religiones y misterios. Ediciones Librería Universitaria de Barcelona, S. L., Barcelona, 2010.
·         Green, Miranda J., Arte celta: leyendo sus mensajes, Tres Cantos: Akal, D.L., Madrid, 2007.
·         Green, Miranda J. Symbol and image in Celtic religious art, London: Routledge, 1989.
·         Harding, D. W., The archaeology of celtic art, Routledge, Taylor and Francis Group, London and New York, 2007.
·         Lloyd, Laing, Art of the Celts, London: Thames and Hudson, 1992.



[1]Son notables los yacimientos arqueológicos de Heuneberg en Baden-Württemberg, oeste de Alemania, y de Mont Lassois en Borgoña, Francia. Green, Miranda J., Arte celta: leyendo sus mensajes, Tres Cantos: Akal, D.L., 2007, pág. 22.
[2]Estas protociudades son muestra, asimismo, del resurgimiento del comercio con el mundo mediterráneo, así como de la fuerte influencia de la civilización urbana que hacía tiempo que se había desarrollado en la Europa grecorromana.
[3]La Iglesia irlandesa surgió durante el siglo IV d.C., convirtiéndose en un centro misionero tremendamente importante que envió monjes al resto del oeste céltico e incluso a Italia. En Inglaterra, los monjes irlandeses entraron en contacto con las tradiciones artísticas anglosajonas y, en el continente, con la cultura material de, entre otros, los francos.
[4]En numerosas ocasiones, el arte celta ha tomado u adoptado elementos de la Grecia clásica, del arte oriental, del  romano o del vikingo, por ejemplo. Lloyd, Laing, Art of the Celts, London: Thames and Hudson, 1992, pág. 8.
[5]También es fuente de conocimiento en este tema la literatura irlandesa y galesa. Sin embargo, estas obras pertenecen en su mayoría al periodo medieval, por lo que están situadas en una cronología algo tardía. Aunque, con todo, no son del todo desdeñables. Green, Miranda, J. Symbol and image in Celtic religious art. London: Routledge, 1989, pág. 1
[6]Un ejemplo clásico de una forma que se transforma es el rostro reversible, masculino (un hombre triste mayor) o femenino (una joven alegre) dependiendo de la posición desde la que se observe, de Bad Dürkheim, en Renania. Lloyd, Laing, op. cit., pág. 16.
[7]La triple cabeza fue la tríada más repetida. Es símbolo de amplitud e intensidad, y en las representaciones individuales de los dioses o de sus cabezas es habitual encontrarlas con tres rostros: uno principal y dos adheridos. Adkinson, R. Símbolos sagrados. Pueblos, religiones y misterios. Ediciones Librería Universitaria de Barcelona, S. L., Barcelona, 2010, pág. 120.

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