domingo, 8 de octubre de 2017

Sobre la religión y la liturgia romana

Por: Pedro Cruz Sebastián, Asociación Ab Urbe Condita

 

Cuando pensamos en la antigua religión romana, y en la relación de los propios romanos tanto a nivel individual como institucional con esta misma religión, tendemos a juzgar equivocadamente que, por tener su sociedad algunas particularidades tan diferentes a las del Medievo y a las de la Edad Moderna, y más en común con las de nuestro tiempo (existencia de populares corrientes filosóficas racionales, mentalidad sexual muy abierta...), eran tanto similares a nosotros religiosamente, como institucionalmente en una concepción laica y diferenciada entre su estado y su religión, y también socialmente, con un alto número de ateos o agnósticos no practicantes. Sin embargo, el estudio de la realidad religiosa romana nos presenta un marco muy diferente al actual, dominado por un principio universal, y es el de que la población de la Antigüedad clásica, aunque fuese muy racional en algunos aspectos, no dejaba de ser por ello profundamente religiosa, y en el caso particular de Roma, extremadamente supersticiosa. Un elemento que no podemos pasar por alto si queremos entender algunas de las principales dinámicas sociales que formaban su mundo.

Pero, por muy religiosos que fuesen los romanos, muchos elementos de su política y su sociedad tampoco podrían entenderse si no reconocemos en primer lugar las diferencias de su religión tradicional con respecto a las principales religiones monoteístas de la actualidad. La religión romana carecía de un compendio de normas morales estrictas y de un clero independiente, si bien en Roma existían escuelas, normas y una cierta jerarquía sacerdotal, lo común era que cualquier persona que organizara un rito religioso tuviera la condición de sacerdote, independientemente de cualquier tipo de ordenamiento y quedando su conducta limitada en la mayoría de los casos al procedimiento litúrgico. Esta condición evitó que en Roma ocurriesen los mismos conflictos de competencias entre la jerarquía religiosa y la política que en la Europa de la Edad Media y Moderna. Pues, aunque en términos actuales catalogaríamos al Imperio Romano como confesional, las funciones religiosas no correspondían a una institución independiente, sino que quedaban en manos de unos sacerdotes que eran al mismo tiempo administradores y funcionarios del Estado Romano, supervisados por el líder de esta religión, el Pontífice Máximo (un término posteriormente reciclado por el cristianismo), que fue hasta su disolución en tiempos de Teodosio I, el mismo emperador y líder político de Roma.

Estos sacerdotes-funcionarios públicos se encargarían de gestionar los cultos estatales de la religión o, más específicamente, la buena relación entre el Estado y sus dioses protectores tradicionales. Pero la religión romana no se reducía sólo a la relación de los poderes públicos con sus dioses estatales, existía además un gran número de importantes dioses alegóricos y protectores de diversas facetas de la vida diaria y la religiosidad de los individuos humildes de Roma giraba más en torno a aquellas divinidades menores relacionadas con el ámbito privado y familiar, siendo su lugar de culto el espacio doméstico y cumpliendo en este caso las funciones sacerdotales los patriarcas de cada familia o gens, de donde provendría el termino gentil, originalmente aplicado a los miembros de la religión romana.

Si bien aún remarcando estas importantes diferencias entre la antigua religión romana y las actuales religiones monoteístas, no podemos obviar la gran similitud entre ambas en otro aspecto religioso muy importante: el del procedimiento litúrgico. Muchos de los ritos, fiestas, vestuario, imagen y forma de devoción desarrollados por la religión romana evocan grandes similitudes con los cultos cristianos; esto se debe parcialmente a que cuando el cristianismo se vio implantado sobre los pueblos que practicaban estas religiones paganas ancestralmente estructuradas, a las nuevas formas de devoción y liturgia les fue más sencillo adaptarse a aquellas que habían existiendo previamente, bajo el fin práctico de resultar familiares a ojos del pueblo aunque la teología que trasmitieran fuese completamente diferente, cambiando pues la forma y no el modo de proceder de la religión. Sin embargo, esta no es la única razón para su similitud. Franz Cumont, en su obra Las religiones orientales y el paganismo romano, hace hincapié en un muy catastrofista alegato, en lo poco que realmente sabemos sobre la antigua liturgia romana por las pocas fuentes primarias sobre la misma que nos han llegado, conservándose únicamente algunas fórmulas místicas y fragmentos de himnos citados por autores de la época, muchos paganos, pero también cristianos[1]:

"No sabemos cómo rezaban los antiguos, no podemos penetrar en la intimidad de su vida religiosa, y por ello nos resultarán desconocidas determinadas profundidades del alma antigua. Si un feliz azar nos devolviese algún libro sagrado de finales del paganismo, las revelaciones que nos aportaría asombrarían al mundo, pues comprenderíamos esos misteriosos dramas, cuyos actos simbólicos conmemoraban la pasión de los dioses, podríamos compartir con los fieles sus sufrimientos, lamentarnos por su muerte y participar en las alegrías de su retorno a la vida. Se hallarían mezclados en estas vastas recopilaciones ritos arcaicos que perpetuaban oscuramente el recuerdo de creencias en desuso y fórmulas tradicionales, concebidas en una lengua envejecida y que apenas se comprendía, junto con las ingenuas oraciones imaginadas por la fe de los primeros tiempos, santificadas por la devoción de los pasados siglos y como ennoblecidas por todas las alegrías y las penas de las pasadas generaciones. Se podría leer a la vez estos himnos en los que la reflexión filosófica se traducía en suntuosas alegorías, o se humillaban ante la omnipotencia de lo infinito, poemas de los que sólo determinadas efusiones de los estoicos, que celebraban el fuego creador y destructor, o se entregaban plenamente a la divina Fatalidad, pueden darnos hoy en día alguna idea."[2]

Gran parte de los ritos que conocemos nos han llegado probablemente deformados o reinterpretados a través de obras secundarias que nada tenían que ver en algunos casos con la religión (imitaciones hechas en los coros de las tragedias, parodias de los cómicos y plagios de los redactores de encantamientos), en este sentido los autores cristianos y particularmente los juicios, que la primitiva Iglesia hizo de las prácticas paganas populares con el fin eliminarlas o readaptarlas, han acabado siendo de gran importancia para conocer algunos detalles de la antigua religión.

Aunque el curso actual de la investigación de la religión romana se haya agotado por estas limitaciones desde el punto de vista de las fuentes, existe otra base documental, actualmente en ampliación, de obligatorio estudio para ampliar nuestros limitados conocimientos sobre la religión romana y su proceder. Son estos los crecientes hallazgos arqueológicos epigráficos e iconográficos descubiertos en las ruinas de antiguos templos y en diferentes objetos de culto o exvotos que los romanos empleaban en la manifestación material de diferentes aspectos de su religión.

Estudiando estos hallazgos conjuntamente con las fuentes secundarias podemos reconstruir mejor algunos de los instrumentos y protocolos de culto de la antigua Roma. Sabemos así, por ejemplo, que a la invocación de una determinada divinidad en un ruego u oración debía acompañar sus epítetos y denominaciones menores y en ocasiones su lugar de procedencia o, a veces, cuando el ejecutor quería asegurarse de ser escuchado y temía haberse olvidado alguna apelación significativa del dios o diosa determinado, añadía la siguiente fórmula: "sive quo alio nomine te apellari volveris" (o con cualquier otro nombre que quieras ser llamado). También se empleaban fórmulas más generales: "Invoco al dios responsable de..." o "y a todos los otros dioses y diosas". Una vez llamado al dios, diosa o dioses pertinentes, se pasa a concretar la plegaria. Para ello, los romanos solían utilizar la acumulación de verbos de significado análogo dispuestos en estructuras bipartitas o tripartitas, esto tenía como objetivo llamar la atención de los dioses. Para justificar al dios o dioses escogidos y disfrutar de su benevolencia los romanos solían nombrar las cualidades y aptitudes del dios o nombraba alguna de sus actuaciones anteriores. De esa manera, queda demostrado que el dios no ha sido llamado en vano y se insiste en que es plenamente competente y que, por lo tanto, tiene la posibilidad de otorgar su favor si así lo desea. Las peticiones que los romanos efectuaban a sus dioses abarcaban una gran variedad, desde ruegos por la salud hasta canalizaciones del mal a una persona odiada, pero siempre seguían una fórmula pactista, en la que la persona ofrecía algo al dios al final del ruego (vino, miel, incienso, alimentos, flores, construcción de un exvoto...) como pago a su cumplimiento.

Además del complejo proceder verbal, estas fuentes nos transmiten la importancia del uso de determinados gestos precisos en el momento de orar y realizar ofrendas; así estaba prohibido cruzar los dedos y/o juntar las manos para orar. Si se reza a dioses celestes se levanta la palma de la mano derecha, o las dos manos, abiertas con los dedos juntos y la vista al cielo, y sus ofrendas se hacen siempre con la mano derecha, arrojándolas sobre el fuego del altar para que la esencia de lo ofrecido ascienda. En caso de orar a dioses terrestres se dirige la palma de la mano derecha abierta al lugar al que pertenece la divinidad: un bosque, un río, el mar... y sus ofrendas se hacen siempre con la mano derecha, vertiendo los líquidos sobre el fuego o sobre el terreno. En cambio, si se reza a dioses infernales o a los dioses Manes, se levanta la mano derecha con la palma hacia el suelo y las ofrendas se realizan siempre con la mano izquierda, vertiendo los líquidos sobre un agujero hecho en el suelo.

Los antiguos sacerdotes romanos acompañaban también sus ceremonias con objetos de usos mágicos o teúrgicos, algunos de los cuales tenían su origen en materiales empleados por las tradiciones religiosas etruscas, de la cual los romanos extrajeron muchos elementos, particularmente para los procedimientos adivinatorios de sus augures estatales, siendo este el caso del lituus o bastón augural empleado para la división del cielo en cuatro secciones sobre las que interpretaban el vuelo de las aves salvajes.


Referencias bibliográficas


      Franz Cumont, Las religiones orientales y el paganismo romano, Torrejón de Ardoz, 1987

      Santiago Montero Herrero, Augusto y las aves. Las aves en la Roma del Principado: prodigio exhibición y consumo, Barcelona

      E. R. Dodds, Paganos y cristianos en una época de angustia, Madrid, 1975.

      E. Gibbon. Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Barcelona, 2012

      Carlos Sanchez, Cvltvs Deorvum Paganismo y reconstruccionismo Hispano-Romano, http://cvltvsdeorvm.blogspot.com.es/2010/12/la-oracion-en-la-religion-romana.html

      AA. VV. (1992): Diccionario de la Religión Romana, Madrid: Ed. Clásicas.

      OGILVIE, Robert M. (1995): Los romanos y sus dioses, Madrid: Alianza





[1] Por citar algunos ejemplos conservados, tenemos los escritos en honor a Isis descubiertos en la isla de Andros. Los fragmentos de himnos en honor a Atis conservados por Hipólito. Los tardíos himnos órficos (Abel: Orphica, 1883 y Mass: Orpheus, 1895) y fragmentos orientales de los himnos gnósticos.


[2] Cf. Franz Cumont, Las religiones orientales y el paganismo romano, Torrejón de Ardoz, 1987

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